«Este lugar debe seguir siendo un foco espiritual y evangelizador»

Media docena de monjas argentinas «rescatan» del olvido un convento de Madrid

 

«Venimos a devolver la parte de la evangelización que en el pasado llevaron los españoles al nuevo continente». Eso dice con una inmensa sonrisa la hermana Gabriela, que aterrizó el pasado mes de junio en España. Su destino: el Convento de clausura de las Clarisas de Ciempozuelos enclavado en el monasterio de San Juan Evangelista, que estaba cerrado a cal y canto.

3/01/15 9:51 PM


(ABC/InfoCatólica) Así llevaba ya dos años, desde que las antiguas monjas, de edad avanzada, se vieron obligadas a marcharse para ser cuidadas en otros centros de su orden: Valdemoro (Madrid) y Medina del Campo (Valladolid).

La religiosa Gabriela, la vicaria, no llegó sola. Lo hizo con otras cinco compañeras: la hermana Julia, la supervisora; María José; María Eugenia, Jimena y María Cruz. Todas ellas pertenecen al Instituto Mater Dei (Madre de Dios), creado en 1977 en la diócesis de San Luis Argentina. De ese país proceden estas hermanas de entre 28 y 56 años, tituladas universitarias. Las hay pedagogas, abogadas, filósofas, ingenieras agrónomas y tituladas en Ciencias Sagradas.

Con su llegada, no solo han recuperado un lugar que es Patrimonio Cultural, ya que el edificio es del siglo XVII, condenado al olvido y al abandono, sino que están dando un impulso nuevo al convento, refundado con el nombre de su congregación el pasado 16 de noviembre con el nombre de Convento Reina de los Mártires.

La madre María Jesús Becerra, fundadora de Mater Dei que pregona la caridad y la verdad, conocía la historia que encerraba el monasterio y les dijo. «Los mártires nos están llamando». La primera que aterrizó fue la hermana Gabriela seguida de la supervisora. En octubre llegaron las demás. y fundaron su primera casa en la diócesis de Getafe

Los vecinos del pueblo están encantados con estas «monjitas», con su acento argentino y con los aires nuevos que han llevado al pueblo. Han abierto de par las puertas y pueden visitar un lugar que jamás nadie había franqueado (salvo el monasterio).

«Las religiosas anteriores se dedicaban a la vida contemplativa y a dar lo contemplado en forma de dulces y charlas a través de una reja. Nosotras rezamos también, pero nos dedicamos a la catequesis y a hacer labores pastorales», explica nuestra cicerone mientras muestra la parte de clausura, que parece el decorado de una película. Por las mañanas tres compañeras suyas acuden a la capital madrileña a trabajar para la Conferencia Episcopal. El resto permanece en el convento haciendo otras tareas: corrigen exámenes o elaboran el plan de formación para los religiosos de clausura de toda España. «Estaba pensado para 30 alumnos y son ya 450. Estamos realizando el temario y en julio digitalizaremos el contenido», asevera Gabriela.

Después, por las tardes, algunas enseñan religión a los chavales de Ciempozuelos y de otros pueblos cercanos. Han despertado el interés y muchas simpatías. «Ahora la iglesia hace las veces de parroquia ya que la del municipio está en obras. Hay misa todos los días y a la gente les gusta mucho nuestro canto gregoriano». Es una de sus señas de identidad. «Estamos abiertas al pueblo», recalca la vicaria.

Lo primero que hicieron cuando llegaron las monjitas al convento fue limpiar el enorme y sólido edificio lleno de telarañas. «No estaba en muy mal estado. Había que desescombrar el patio, retirar los matojos que habían llenado por completo el huerto, que ni se veía, y hacer algunos arreglos». El «Dios proveerá» que pregonan lo hizo. De varias formas. En una llegó en forma de muebles procedentes de un hotel que iba a renovar los suyos. «Nos enteramos nada más llegar. Nos los ofrecieron y los aprovechamos», indican.

También llegó de la mano de los vecinos. «Nos han recibido muy bien. Nos ayudan a pintar y a hacer chapucillas, entre ellas, cambiar la vieja instalación eléctrica. «No había enchufes y necesitamos estar conectadas», agrega. Mihajil es uno de sus «empleados» más fieles. Acude todos los días sin faltar ni uno. «Estoy lijando las paredes, no pararé hasta que lo deje todo niquelado», sonríe este inmigrante rumano de 47 años que lleva 13 en España. Su mujer se ofreció a hacer las tareas de la limpieza del enorme recinto y de ese modo llegó su marido a la vida de las monjas. «Estoy en paro; de cuando en cuando me sale alguna trabajillo pero siempre encuentro un hueco para ellas», explica. «Cada día acuden entres 6 y 8 personas fijas. Estamos acondicionando la segunda planta, que es enorme, para poner las celdas (habitaciones); en la baja, donde duermen por el momento, dejaremos las habitaciones libres para los visitantes que quieran acudir hasta aquí a realizar un retiro espiritual. No cobraremos nada», asegura. También recibieron el donativo de otra señora del pueblo que pensaba viajar a África y decidió que le darían buen uso.

Su jornada empieza a las seis de la mañana con los rezos y termina a las diez y media de la noche. Durante las comidas se van turnando en la lectura del Evangelio.

Gabriela asegura que de los españoles le ha sorprendido que su famosa alegría no es tanta como se dice. «¿Donde está, dónde se esconde el espíritu español que nos evangelizó y conquistó? Hay que sacarlo fuera. Este es un país con un alto nivel de exigencia. Ustedes nunca están satisfechos, siempre les falta algo. Deben disfrutar más», sermonea como buena argentina.

El recorrido del monasterio incluye unas antiguas cuevas con algunas figuras dibujadas en la piedra, una de las muchas que existen en Ciempozuelos, en donde antes guardaban alimentos. «Vienen niños a visitarlas. Podrá hacerlo quien quiera», asevera.

Estas religiosas se muestran muy satisfechas de su estancia en España. «Estamos muy contentos de conocer a los descendientes de quienes nos evangelizaron por la fe que nos entregaron y que nosotras profesamos y se la devolvemos. Nos engrandecemos de ese modo con la continuidad histórica de Jesús y, además, tenemos la suerte de hablar el mismo idioma».

La vicaria asegura que su propósito es «que este lugar sagrado continúe siendo un foco espiritual y evangelizador como lo ha venido siendo en los últimos 400 años». «No somos más que semillas y debemos transformar la sociedad demasiado consumista y mirar nuestro interior», asevera.