Silvano, desde Athos (II)

Segundo post de la selección de textos de la obra de Silvano (s. XX), un monje del Monte Athos, el centro de espiritualidad monástica ortodoxa más importante del mundo:

El Señor nos ha dado el Espíritu Santo, y hemos conocido al Señor y olvidado la tierra en los gozos del Amor de Cristo. Aquel que ha gustado de este Amor de Dios inefablemente dulce, ya no puede soñar con las cosas de la tierra; se siente atraído sin cesar por este Amor. Pero nosotros lo perdemos por nuestro orgullo y vanidad, por nuestras enemistades y juicios hacia nuestros hermanos; lo abandonamos por nuestros pensamientos de codicia y nuestra propensión hacia la tierra. Entonces la Gracia nos abandona, y el alma turbada y deprimida desea a Dios y lo llama, como Adán expulsado del Paraíso. ¡Mi alma languidece y te busco con lágrimas; mira mi aflicción, ilumina mis tinieblas para que mi alma esté en el Gozo! ¡Señor dame tu humildad, para que tu amor esté en mí y para que tu temor viva en mí! 

El Espíritu Santo nos hace parientes de Dios. Si sientes en ti la paz divina y el amor universal, tu alma es ya semejante a Dios. 

El Señor nos manda amarlo con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas. Pero, ¿cómo podemos amar a Aquel a quien jamás hemos visto? ¿Y cómo se aprende tal amor? Nosotros conocemos al Señor por su acción en el alma; ella sabe quien es el huésped que entra en ella; y cuando el Señor está nuevamente en la sombra, he aquí que lo desea y lo busca llorando: ¿Dónde estás, mi Luz y mi Alegría? El perfume de tu paso ha quedado en mi alma, y yo tengo sed de Ti. Mi corazón está desalentado y nada me da alegría. Yo te he entristecido y Tú te has ocultado de mí. 

Mi corazón te ama, te desea, te busca llorando. Tú has adornado el cielo con estrellas, el aire con nubes, la tierra con lagos, ríos y jardines; pero mi alma te ama sólo a Ti, y no al mundo, por bello que sea. Eres Tú a quien yo deseo Señor. No puedo olvidar tu mirada tranquila y tierna; te suplico con lágrimas: Ven, entra en mí, purifícame de mis pecados. Tu miras aquí abajo, desde lo alto de tu gloria, sabes bien el fervor del deseo de mi alma. No me abandones, escucha a tu servidor que grita como el profeta David: “Perdóname, Dios mío, por tu gran misericordia". 

“Allí donde yo estoy, dice el Señor, allí también estará mi servidor” (Jn 12,26). Pero los hombres no comprenden la Escritura, como si fuese incomprensible. Quien es instruido por el Espíritu Santo comprende todo, su alma se siente como en el cielo, porque el Espíritu Santo está en el cielo y en la tierra, en la santa Escritura y en las almas de todos aquellos que aman a Dios.  

Quien ha reconocido el amor de Dios, ama a todo el mundo. No murmura sobre su destino, porque los sufrimientos, llevados en Dios, nos conducen al Gozo eterno. 

Los santos profetas y los amigos de Dios estaban llenos del Espíritu Santo; por eso sus palabras eran poderosas y el pueblo aceptaba la Palabra del Señor. 
 

Hijo, yo he amado el mundo y su belleza; los bosques y los prados verdes; amé los jardines y las selvas, las claras nubes que pasan por encima de nuestras cabezas. Amé toda esta bella creación de Dios… Pero desde que he conocido al Señor, todo ha cambiado en mi alma, que se ha hecho su prisionera. No deseo más este mundo. Mi alma busca incansablemente el mundo donde habita mi Señor. Como un pájaro prisionero desea huir de la jaula, así mi alma desea a Dios. ¿Dónde estás, oh mi Luz? Te busco con lágrimas. Si no te hubieses revelado a mi alma, yo no podría buscarte así. Hoy me has visitado, a mí, pecador, y me has hecho conocer tu amor. Tú me has revelado que por amor a nosotros, te has dejado clavar en la cruz y que, por nosotros, has sufrido y has muerto. Me has hecho ver que tu amor te ha llevado del Cielo a la tierra y hasta el fondo de los infiernos para que nosotros podamos ver tu gloria. Has tenido piedad de mí y me has mostrado tu Rostro, y ahora mi alma tiene sed de Ti, mi Dios. Como un niño que ha perdido a su madre, ella llora por Ti día y noche y no encuentra la paz… 

Al comienzo, tenemos necesidad de un director espiritual, porque el alma antes de recibir la gracia del Espíritu Santo está en lucha más intensa con el Adversario y es incapaz, por sí misma, de resistir a sus seducciones. 

Por lo tanto, no comiences tu vida de oración sin un Padre espiritual; no pienses, con orgullo, que puedes arreglarte solo, ni siquiera con libros. Aquel que piense así sucumbirá en la tentación. Al contrario, el humilde tendrá la ayuda de Dios. Si no puedes encontrar un staretz experimentado, debes pedir consejo a tu confesor, cualquiera que sea; entonces el Señor mismo te protegerá, gracias a tu humildad. 
 

Humillémonos, y el Señor nos hará gustar la fuerza de la oración de Jesús y el Espíritu Santo instruirá nuestras almas. Revistámonos de la humildad de Cristo y el Señor nos hará gustar la beatitud de la oración.