Joaquín Fernández-Crehuet es catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Málaga (UMA), y uno de los organizadores del curso “La persona en la encrucijada”, que aporta cada año un complemento ético a universitarios y profesionales de distintas disciplinas

-En el campo de la Salud, ¿cuáles son los principales precipicios a los que se asoma la ética en este momento?

- El principal precipicio es olvidar la categoría que tiene la persona, su dignidad. El relativismo está originando un deterioro en este concepto, que está pasando a ser un valor relativo que empieza a cuestionarse, por ejemplo, cuando el enfermo pierde calidad de vida. Nuestro punto de vista es que la calidad de vida no afecta en absoluto a la dignidad de la persona, porque esa dignidad nada ni nadie puede quitársela, ya que constituye el fundamento de la igualdad de todos los seres humanos y el abordaje con que cualquier médico debe empezar a ver a sus pacientes. Todo lo que no sea respetar ese valor intrínseco de la persona es una tentación y un precipicio donde puede caer la medicina. Si entramos en esa dinámica, la medicina pasará a ser algo tremendamente injusto.

-Es ahí donde surge la eutanasia, ¿qué intenta el ser humano con ella?

- La eutanasia es la voluntad decidida de acabar con la vida de un paciente. En medicina, nuestro código deontológico insiste en que estamos al servicio del ser humano, y que respetar la vida humana y su dignidad es el deber primordial del médico, por tanto, la eutanasia es reprobable. No es lo mismo permitir que alguien muera, porque ése es nuestro destino final. Es tremendamente ético dejar morir a las personas sin llevarlas a un encarnizamiento terapéutico, a esa obstinación desmedida. En la facultad de medicina enseñamos a diagnosticar y a curar, y cuando ya esto no se puede, enseñamos a consolar y a cuidar al paciente sin miedo a la muerte, porque si hay una realidad inequívoca es que todos vamos a morir y, en cierto modo, tenemos que estar preparados para ese momento, que no tiene que ser un momento tan dramático. Hablar de morir con dignidad me parece algo eufemístico. La gente lo que quiere es morir en paz, rodeado de sus familiares y amigos, y en paz en relación con aquellos que han hecho posible su historia. Esto ocurre y a veces la gente tiene ese miedo de verse rodeado de una gran cantidad de instrumentos y aparatos para que no se muera. Los protocolos de la medicina están muy claros en el sentido de que se sabe cuándo hay que dejar de actuar, cuando hay que limitar el esfuerzo terapéutico. Otra cosa bien distinta es provocar la muerte directamente, que le repugna a la enseñanza propia de la medicina.

- ¿Estamos poco preparados para afrontar el dolor y la muerte?

- Hay un miedo a enfrentarse a esa realidad inequívoca. Tendríamos que reflexionar de vez en cuando sobre el final de la vida, y abordarlo con tranquilidad. Ante un enfermo terminal, lo que hay que pedir es cuidados paliativos. La vida, aunque esté muy deteriorada por una enfermedad, siempre merece ser cuidada. No hay ninguna enfermedad que pueda degradar tanto a la persona que llegue a perder su dignidad, en absoluto. El desarrollo de los cuidados paliativos, que eliminan el sufrimiento del ser humano, pero no al humano que sufre, es lo que tendríamos que potenciar, para que el enfermo tenga la certeza de ser atendido con mucho cariño y mucho respeto, los que su dignidad merece. Cuando esto se haga y se eduque a la población, se perderá el miedo. La muerte se desdramatizará.

- Como director del departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública, ¿cómo ha vivido la reciente crisis del Ébola vivida en nuestro país?

- El virus del Ébola nos ha hecho pensar a los sanitarios en la gran diferencia que existe entre los países ricos y los pobres. El problema del virus del Ébola sólo cuando miremos hacia África, hacia esas zonas tan pobres, donde sigue habiendo muertes por SIDA, por desnutrición, por paludismo, que no nos han llamado la atención porque no nos ha llegado a nosotros. Esa alarma se crea cuando se nos crea una situación como la que ha ocurrido de una forma coyuntural en España, y por fin nos hemos dado cuenta de que hay que mirar a esos países pobres que viven en una endemia permanente y que es allí donde debemos dirigir nuestros esfuerzos, nuestra ayuda. A mí me ha enseñado mucho el estudiar este tema pensando que la prevención del Ébola en España se hace haciendo prevención del subdesarrollo del tercer mundo.

(Diócesis de Málaga)