Tambores lejanos

Pardon… je ne suis pas Charlie Hebdo! (I)

Lo siento.. ¡Yo no soy Charlie Hebdo!

Daniel Arasa


 

Escribo esto recién producida la matanza islamista en París, cuando el mundo se ha movilizado gritando “Je suis Charlie!” y llevando letreros con esta leyenda, cuando está anunciada la gran manifestación en la que van a participar muchos presidentes y jefes de Estado. Decir que “¡Yo no soy Charlie Hebdo!” entiendo que es una provocación y casi podría interpretarse como un apoyo a los salvajes fanáticos que han perpetrado el atentado o la matanza en una tienda de alimentos judíos, que han dado muestras de intolerancia absoluta, que desean acabar con todo espíritu de libertad, que quieren sembrar el pánico a nivel global, que promueven una ideología totalitaria, que han tenido en vilo al mundo entero a lo largo de dos días. Nada más lejos de ello. Mi condena al terrorismo es total. Y el islamista es particularmente peligroso porque es el más global y a menudo indiscriminado.

Dejando bien sentado que el rechazo al islamismo y a sus acciones es absoluto, paso a plantear otro aspecto que entiendo que el mundo occidental en general y la profesión periodística en particular deben plantearse: ¿Con el humor, o el supuesto humor, puede hacerse todo? ¿No hay ningún límite?

No me refiero a límites legales. La defensa de la libertad de expresión no se cuestiona y hay que defenderla a capa y espada, pero sí cabe poner sobre la mesa la idea de autocontrol, el sentido de respeto a los demás, si es justo mofarse de los sentimientos o creencias más íntimas de los demás, si se puede impunemente difamar incluso cuando algunas cosas sean verdad pero difundirlas no es exigencia del bien común o a los demás no les hace falta alguna conocerlo.

No es cuestión de más leyes, ni de más controles, ni siquiera de que las organizaciones de la prensa establezcan más códigos deontológicos. Basta con el sentido común y el respeto a los demás. Con ellos cualquiera puede perfectamente darse cuenta que no puede decir lo que dé la gana, no puede dedicarse a insultar, a herir a otros.

Pues todo esto lo hacían semana tras semana el director y los redactores de Charlie Hebdo. Y no sólo con la ironía, ni siquiera con la sátira, sino a menudo de forma zafia, insultante, grosera, mordaz, tosca, irreverente, vulgar, cínica, descomedida, procaz, barriobajera, basta, soez. ¿El supuesto humor lo justifica todo?

Reitero que rechazo el islamismo, pero ¡qué necesidad hay de dedicarse a insultar o burlarse del Profeta Mahoma! Ello no quita las posibles críticas al Islam ni asumir sus creencias. Y recuerdo que tan hostiles como contra el Islam o incluso más lo han sido con el cristianismo y, en particular, con la Iglesia Católica. Portadas como mínimo tan insultantes como las de Mahoma las ha publicado refiriéndose a la Virgen, al Papa, a los sacerdotes… Lo que ocurre es que nosotros, los cristianos, no respondemos con los Kalashnikov. Al contrario, perdonamos. Por ello en el primer momento en que se supo del atentado, sin apenas datos, todo el mundo lo atribuyó a los islamistas, descartándose de entrada que pudieran ser cristianos. No es pequeña la diferencia entre unos y otros.

Por todo ello, aún escribiendo este artículo en un momento caliente en que las simpatías mundiales son la aureola del semanario parisino, afirmo que la actuación de Charlie Hebdo no es la libertad de expresión que me parece adecuada. También la ironía, incluso el sarcasmo, deberían ser patrimonio de almas con finura espiritual, que sepan ver hasta dónde se debe llegar, que el respeto siempre debe existir, que se puede y quizás se debe ser iconoclasta, crítico, pero que los límites existen, más allá de lo que fijen las leyes penales, que tampoco pueden ni deben llegar a todo.

Por ello, es doloroso y rechazable lo ocurrido en el semanario, pero, si no cambia, y no parece que vaya a ser así, deseo para él la máxima ruina. No compraré jamás un ejemplar. Tampoco ahora. No le daré un euro. Nunca prohibiría su publicación porque la libertad es sagrada, pero no haré difusión y a conciencia digo que me gustaría su ruina económica porque nadie lo adquiriera, porque nadie se publicitara en él.