Tambores lejanos

Cada día hay matanzas yihadistas mayores que las de Charlie Hebdo… y callamos (y II)

13-01-2015 | Daniel Arasa


 

La conmoción mundial por el atentado del 7 de enero de 2015 contra el semanario Charlie Hebdo perpetrado por yihadistas y los sucesos que le siguieron ha removido el mundo, al menos el occidental. Durante dos días tuvimos el corazón en vilo y en los siguientes todos nos seguimos sintiendo parisinos, aunque no por el legendario y atractivo glamour de la capital francesa, la ciudad de la luz, del amor, sino porque cualquiera se percató de que lo sucedido podía ocurrirle a él, porque tenemos a estos enemigos en casa: Bárbaros masacrando a mansalva pueden llegar a tu empresa cuando uno se encuentra trabajando, o haber acudido tranquilamente al supermercado con los hijos a comprar leche y convertirse de improviso en rehenes de un asesino dispuesto a matar a cuantos haga falta y a autoinmolarse. Y lo mismo en un mercado, una escuela…

 

Es justa tal identificación con los parisinos. De haber vivido cerca de la capital francesa muchos sin duda nos hubiéramos sumado a la multitudinaria e histórica manifestación del domingo 11 de enero a la que asistieron también un gran número de dirigentes mundiales. Es muy buena tal reacción porque contribuye a concienciar acerca de la gravedad del yihadismo, obliga a las autoridades a tomar medidas, que se actúe contra la ideología islamista y su violencia –que no es hacerlo contra todos los musulmanes ni contra la religión islámica--, que se vea clara la necesidad de controlar lo que se predica en no pocas mezquitas de occidente a las que algunos van a algo más que a rezar y desde donde se les encauza hacia otros caminos… Y también a que nos demos cuenta de que en las grandes ciudades europeas existen barrios marginales que se convierten en caldo de cultivo para todo tipo de extremismos a los que se adhieren los que se sienten excluidos de la sociedad. Y el yihadismo es de los más atractivos para musulmanes porque al mismo tiempo les promete una épica humana y la salvación sobrenatural.

 

También hay que reconocer como muy positiva la reacción de una parte significativa de los musulmanes que viven en Europa, que han salido a la calle rechazando el terrorismo. La mayoría no lo habían hecho con anterioridad. Es deseable que no sea algo puntual.

 

Matanzas en otras zonas

 

Ante los atentados de París, especialmente importantes porque se han dirigido contra la libertad de expresión, se ha producido una reacción social y política potente porque esta vez nos ha tocado a “nosotros”, en el bienentendido de que sentimos como algo propio cualquier sacudida de gran magnitud del mundo occidental. El balance de pérdidas humanas ha sido de 20 muertos.

 

Grave, sin la menor duda, condenable. Pero no debe impedir que veamos otras vertientes relacionadas: que atentados o matanzas con tantos o más muertos y con violaciones extremas de la libertad de las personas las perpetran todos los días en Oriente Medio, en África, los correligionarios de estos mismos islamistas. Y, a diferencia de lo ocurrido en París, tales hechos no pasan de una pequeña noticia en la prensa. A veces, ni siquiera esto. El mismo día en que los medios de comunicación de todo el mundo informaban del final de los sucesos de París con la muerte de los tres terroristas, con infinitamente menor relieve tipográfico o audiovisual, lejos de las portadas, aparecía la masacre de 2.000 personas a cargo de los terroristas islamistas de Boko Haram en la ciudad de Baga, al nordeste de Nigeria. Y al día siguiente, también mucho menos enfáticamente, una masacre con 19 muertos también en Nigeria. Ésta, equivalente en víctimas a lo sucedido en París, salió porque quien había provocado la matanza era una niña de 10 años que se autoinmoló. De haber sido un hombre adulto el kamikaze ni siquiera se hubiera publicado.

 

Los yihadistas no se paran ante nadie. En muchos países entre sus víctimas hay musulmanes más moderados o con facetas distintas en sus creencias en esta locura de enfrentamientos sangrantes entre suníes y chiíes. Pero, de forma muy especial, dirigen una selectiva persecución contra los cristianos. Estos sufren cada día asesinatos con muchos más muertos que los que se han producido en los atentados de París. En Siria, Irak, Nigeria y otros países, la muerte, la hostilidad extrema, el tener que huir en condiciones tremendas, es ahora pan cotidiano de los cristianos que allí viven.

 

No nos suele inquietar demasiado lo que ocurre en países que consideramos distantes, aunque en realidad estén a nuestras puertas. Hoy tiene eco mediático y político algún oprobio producido en cualquier lugar del mundo si la damnificada es una mujer, lo cual es positivo, pero las persecuciones contra los cristianos se silencian.

 

Perdone el lector la autoreferencia, pero me parece una experiencia ilustrativa. Hace casi dos años, en 2013, publiqué el libro Cristianos, entre la persecución y el mobbing. Exponía y analizaba de forma amplia la grave situación de persecución actual de los cristianos en muchos países, a la vez que el acoso silencioso, incruento pero real, que sufren en Occidente. Cuando apareció, acompañado de una nota de prensa, el libro se hizo llegar a buena parte de los principales periódicos y emisoras españolas, pero el silencio en torno a él fue casi absoluto. Este tema no interesaba. Que los cristianos sean masacrados en muchos lugares… ¡mejor dejarlo estar! Tiene su lógica. ¿Cómo iba a interesar darlo a conocer a quienes de manera sistemática quieren aquí marginar el cristianismo relegándolo a la esfera privada sin ninguna presencia en la sociedad o incluso erradicarlo?

 

Celebremos, por tanto, tanta unanimidad ante lo sucedido en Charlie Hebdo, pero no estaría de más darnos cuenta que millones de personas, muchos de ellos cristianos, sufren diariamente por su fe los atropellos extremos del yihadismo, sin una reacción proporcional de Occidente.