El aberrante oportunismo de más de uno sobra más que sobra (sobre lo sucedido en Paris)

Ya sabemos lo que ha pasado hace unos días en Paris e inmediaciones de la capital francesa. Las muertes terribles de unos seres humanos han recorrido todas las pantallas del mundo y han hecho correr ríos de tinta física e internáutica.

Nadie puede permitir que eso pase. Es más, nadie puede estar a favor de que haya personas que, en nombre de Dios, puedan ir por el mundo matando al prójimo haga lo que haga el prójimo.

“Haga lo que haga” es, no podemos negarlo, una realidad muy difícil de soportar porque en muchas ocasiones quien hace lo que quiere puede molestar mucho a otro ser humano.

El caso de la revista satírica francesa (de cuyo nombre no quiero acordarme porque, como tal, no lo merece) es síntoma de hasta dónde pueden llegar las cosas si las cosas se hacen mal del todo. Es más, cuando el origen de las cosas es el hacer daño por hacer daño acaba pasando lo que ahora ha pasado.

Pero a raíz de los asesinatos perpetrados por dos creyentes musulmanes convencidos de que hacían lo correcto según su errado sentido de la fe que decían tener, ha tenido otras consecuencias no menos terribles que las propias muertes. Y decimos más terribles porque de entender lo que muchos han dicho acabarán derivándose males mayores.

Algunos han querido ser buenistas; otros han querido hablar cuando debían callar; y otros, por fin, han preferido decir algo y, con eso, se han retratado a la perfección.

No nos callamos nada porque no queremos callarnos pues no es admisible que se confundan a los pequeños en la fe y se pretenda decir lo que se quiera decir sin temor a mayores consecuencias.

Matar está mal. Es más, está más que mal y, además, prohibido expresamente por un mandamiento de la Ley de Dios que dice, como bien sabemos, “no matarás”. Si se mata, además, en el supuesto nombre de Dios, la cosa va de mal en peor.

Se mata, eso es cierto. Pero cuando se mata como han matado los dos hermanos franceses y el otro musulmán hay cosas que no se pueden decir. Y no se pueden decir por muy bien que se quiera quedar con el mundo.

Muchos han dicho, expresa o tácitamente, que eran, ellos, como la revista atacada. Es decir, no han dicho que eran como las personas asesinadas que sería un buen planteamiento de apoyo a los muertos, a sus familias y amigos. No. Han dicho que son como la revista satírica objeto del ataque terrorista.

¿Qué pasa entonces?

Pues pasa que cuando se dice que se es tal revista se está diciendo que se está de acuerdo con lo que hacía. Se apoya, eso dicen, la libertad de expresión. Se olvida, en ese mismo instante, que la citada libertad, como todas (¡como todas!) tiene un límite que hasta la más lerda de las personas entiende y conoce: el libertad del otro.

Cuando, por tanto, se ofende la libertad del otro como, por ejemplo, el sentimiento religioso del prójimo vía, digamos, una blasfemia, se están sobrepasando todos los límites que la sacrosanta libertad de expresión de las democracias liberales y liberalizantes a la fuerza defienden. Y es que parece que todo se puede decir. Todo.

Pero es más que cierto que todo, todo, no se puede decir. Bueno, se puede decir pero las consecuencias judiciales que se deriven de eso han de ser las que hayan de ser. Y decimos judiciales y no asesinas.

Es decir, cuando alguien apoya, expresa o tácitamente, a la revista francesa atacada por los hermanos musulmanes equivocando, evidentemente, el sentido de su fe, se está diciendo que está bien lo que hacía, lo que ha hecho hasta ahora y seguirá haciendo (visto el apoyo que ha obtenido ahora) y se olvida que el fin de la misma es blasfemar, las más de las veces, muchas veces, contra las diversas fes que hay en el mundo. Así, no sólo la musulmana ha sido atacada sino, que sepamos, también la cristiana. Y lo ha sido, esta última, con saña y requetesaña.

Es bien cierto que cuando alguien ataca a la fe cristiana sabe de antemano que nada le va a pasar. Lo máximo que van a obtener son las oraciones de aquellos creyentes que pedirán por la conversión de los que escriben lo que escriben y dibujan lo que dibujan. Pero, incluso en materia de denuncia en el juzgado será difícil que algo suceda. Bien sea por tibieza o por saber que nada va a suceder si eso pasa, el caso es que podrán seguir con lo suyo sin que nadie, escopeta en mano o pistola, esgrima una cruz y acuda allí donde se haya editado la blasfemia para emprenderla a tiros. Aunque sea por desesperación ante lo que, judicialmente, nunca pasa cuando todo pasa…

En fin…

Pues bien, todo esto tiene una conclusión bien clara: nadie, bien sea católico de a pie, de los ordinarios ni, mucho menos, ningún católico que tenga un alto cargo digamos, portavoz de  la Conferencia Episcopal Española, puede decir nada a favor de la revista satírica francesa atacada. Sí a favor de las víctimas y de sus almas y no a favor de la tal revista pues la misma merece la más grande de las repulsas y el más grande asco que podamos ser capaces de expresar.

Y esto lo decimos porque, al parecer, muchos o, al menos, unos cuantos con poder mediático, se deben haber creído que vamos a comulgar con ciertas ruedas de molino. Y no lo vamos a hacer porque bien sabemos qué pueden hacer, por escandalizar a los pequeños en la fe con lo que han hecho, con tales ruedas de molino, dónde pueden colgárselas y a dónde pueden tirarse.

Y no es cosa nuestra… eso ya lo dicho Jesucristo que, creo, es, también su Maestro y Señor.

¿O no? 

 

Eleuterio Fernández Guzmán