Silvano, desde Athos (V)

 

Quinta parte de la serie de posts con textos escogidos del monje ortodoxo Silvano de Athos. Es el último monje asceta de Athos canonizado por la Iglesia Ortodoxa. Concretamente por el Patriarca de Moscú.

 

Los poderosos no harían la guerra si conocieran el Amor de Dios. La guerra es el fruto del pecado, no del amor. Dios nos ha creado por el amor y nos ha encomendado la caridad fraterna. Son el poder y la codicia de los orgullosos quienes arrastran al mundo a la guerra. 

La tierra estaría llena de paz si los hombres guardaran el temor de Dios. Pero han abandonado sus mandamientos, viven según su propia voluntad, como si Dios no existiera, buscando únicamente gozar del mundo y pensando que los gozos de aquí abajo son los únicos verdaderos.

Yo también he creído encontrar, alguna vez, la felicidad en la tierra. Era saludable, fuerte, alegre; la gente me deseaba el bien y yo me jactaba de ello; pero cuando conocí al Señor en el Espíritu Santo, toda la felicidad de este mundo me pareció como el humo. El verdadero gozo está solamente en el Señor; nuestra alma es verdaderamente feliz solamente en Él. Así como el sol da vida a las flores del campo y el viento las hace ondular, así el Espíritu Santo da calor y vivifica el alma. 

El silencio espiritual nace del deseo de cumplir el mandamiento de Cristo. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. El silencio es suscitado por la búsqueda del Dios viviente en el hombre que desea liberarse de las tentaciones del mundo, para encontrar así, en la plenitud del amor, al Señor; para vivir en su presencia en la oración pura. 

¿Cómo podría no buscarte? ¡Te has revelado a mi alma de una forma tan increíble! La has hecho prisionera de tu amor, y ella no puede olvidarte. 

¡Súbitamente el alma desea al Señor y lo reconoce! ¿Quién puede describir esta alegría y este consuelo? El Señor es reconocido en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo obra en el hombre entero, en la inteligencia, en el alma y en el cuerpo. Así Dios es reconocido en el cielo y en la tierra. En su infinita bondad, el Señor me ha dado esta gracia, a mí pecador, para que los hombres lo conozcan y se vuelvan a Él.

Alabado sea Dios y su gran misericordia, porque Él nos ha concedido la gracia del Espíritu Santo. No son necesarias ni riquezas, ni erudición para conocer a Dios, sino obediencia y castidad, un espíritu humilde y el amor al prójimo. El Señor ama tal alma y se revela a ella; la instruye en el amor y la humildad, y le da lo que es necesario para gustar de la Paz de Dios. 

Dios es Amor; Él nos ha dado el mandamiento de amarnos los unos a los otros e incluso a nuestros enemigos; y es el Espíritu Santo quien nos enseña este amor. 

Guarda la paz del Espíritu Santo y no la pierdas a causa de las vanidades. Si afliges a tu hermano, afliges a tu propio corazón; si estás en paz con tu hermano, el Señor te dará infinitamente más… 

Expulsa inmediatamente los pensamientos impuros, porque aceptándolos pierdes el amor de Dios y el celo de la oración. Si renuncias a tu propia voluntad, el Maligno es vencido y la recompensa es la Paz. 

Vuelvan hacia Él, pueblos de la tierra, eleven sus oraciones hacia Dios. Si la oración del mundo entero se eleva hacia Él, como una columna grandiosa y silenciosa, entonces todos los cielos exultarán y cantarán la alabanza del Señor por su Pasión que nos ha salvado. 

Yo he conocido por gracia, cómo aquel que ama a Dios y observa sus mandatos está pleno de luz y se asemeja al Señor. Al contrario, aquellos que le resisten están llenos de tinieblas y se parecen al adversario.

El Señor me concedió ver entre los staretz rusos a un monje que escuchaba confesiones; tenía la apariencia de Cristo. Si bien sus cabellos eran blancos por la ancianidad, su rostro era bello y joven como el de un adolescente. Estaba parado en el lugar donde se escuchan las confesiones, indescriptiblemente radiante. También he visto una vez un obispo durante la santa liturgia… Cuando el Padre Juan de Cronstadt celebraba la liturgia, su rostro era semejante al de un ángel. Se sentía el deseo de mirarlo sin distracción; yo mismo lo he visto. Es que la gracia de Dios embellece al hombre; en cambio el pecado lo deforma. 

¿Cómo puedes saber que vives conforme a la voluntad de Dios? He aquí el signo: si estás preocupado por algo, esto quiere decir que no estás completamente abandonado a la voluntad de Dios, aunque te parezca vivir según su voluntad. Aquel que vive según la voluntad del Señor, no se inquieta por nada. Si una cosa le es necesaria la pone en manos del Señor; y si no la recibe, permanece en calma, como si la hubiese recibido. Cualquier cosa que suceda, no lo hace temer, porque sabe que tal es la voluntad de Dios. Si una enfermedad lo golpea, piensa: “la enfermedad es necesaria para mí, de otra forma el Señor no me la habría enviado". Así guarda la paz del cuerpo y del alma. Quien ha logrado abandonarse a Dios en todas las cosas vive solamente en Dios, y en esta alegría interior, ruega por todos los hombres. 

¡Cuán grande debió ser el sufrimiento de la Madre de Dios al pie de la cruz! Es que su amor era inmensamente grande y nosotros sabemos bien que quien más ama, también sufre más. Según su naturaleza humana, la Madre de Dios no podría haber soportado tal dolor si no se hubiese abandonado a la Voluntad de Dios y así, reconfortada por el Espíritu Santo, recibió la fuerza para sobrellevar su dolor. He aquí por qué llegó a ser para siempre, para todo el pueblo, el consuelo en el sufrimiento. “Heme aquí, yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí según tu palabra.” Así habla la Santa Virgen abandonándose enteramente a la Voluntad de Dios. Si nosotros también dijéramos: “Yo soy tu servidor; que se haga tu voluntad", entonces la Palabra de Dios habitaría en nuestra alma y el mundo se llenaría del amor de Dios. Pero si bien la Palabra de Dios ha sido anunciada desde hace siglos en el universo, los hombres no la comprenden y no quieren aceptarla. 

Soy viejo y me aproximo a la muerte. He escrito la verdad por amor a los hombres, para que mi corazón sufra. Si pudiera ayudar a un solo hombre a encontrar la salvación, bendeciría a Dios eternamente, pero mi alma sufre por el mundo entero; ruego y lloro por todos los hombres para que hagan penitencia y reconozcan a Dios para vivir en el amor y ser libres en Dios.