Extraordinario descubrimiento teológico

 

Tiene que ser la repera. Veinte siglos pensando que las cosas eran de una manera y significaban una cosa y llegar a descubrir un error en raíz que sin duda dará un vuelco total a la teología católica.

Curiosamente del asunto en cuestión, fundamental asunto sin duda alguna, no se percataron los padres de la Iglesia. Cuesta trabajo comprenderlo, pero a San Agustín se le pasó completamente la cuestión y por más que se ha trabajado toda la patrología, nada de nada. Estudiados Tertuliano y Jerónimo, Mamerto y Paciano, Ireneo y Atanasio, Clemente, Epifanio y los dos Macarios. Nada. Ni una palabra sobre el particular.

Los concilios, mudos. Nicea, Éfeso, Calcedonia o Letrán no cayeron en la cuenta del problema. Viena, Constanza, Basilea. Nada de nada. ¡Trento! Pues Trento siguió admitiendo la errada y errática proposición. Ni siquiera los Vaticanos, especialmente el II.

Ni siquiera los místicos, que con su experienca de la divinidad podrían haber abordado la custión de forma diferente, llegaron a intuir siquiera lo que estaba pasando. Ni Teresa de Jesús, ni Juan de la Cruz supieron descubrir el grave error que aceptaron como natural en su vida personal y en la teología católica.

Ausente la más mínima referencia en la vida y obra de los más virtuosos ascetas. Increíble. ¿Puede ser posible que llevemos veinte siglos aceptando como normal lo que a todas luces es inconcebible? ¿Veinte siglos en los que los catecismos, la liturgia, los padres, el magisterio vienen aceptando como básico lo que claramente es una barbaridad y un sin sentido teológico?

No sé como el reverendo presbítero don Francisco de Gómez y González (Paco para los feligreses) ha sido capaz de sobrevivir a tanta luz como le ha llegado y que supera con creces la experiencia mística de Teresa de Jesús y las visiones de santa Hildegarda de Bingen. Porque don Francisco, tras años y años de estudio de la teología, la lectura reposada de los textos de los padres, oración constante pidiendo luz para conocer la verdad y penitencia para evitar caer en cualquier tipo de exceso, ha llegado finalmente a descubrir lo que jamás pudo intuir cristiano alguno desde Pedro a Francisco papa, desde Agustín a Teresa de Calcuta, desde Sixto, Cornelio y Cipriano a los santos Juan XXIII, Juan Pablo II y el beato Pablo VI.

Ha sido un shock casi traumático y una experiencia de luz que ni la de Pablo de Tarso. Pero la luz se ha hecho en su entendimiento y en la profundidad de su fe. Cuesta, pero ha tenido que admitir la evidencia: don Francisco ha concluido que a Dios no se le puede dar el título de todopoderoso.

Tan firme es su convicción, tan honda la experiencia, tan cierta la certeza, que tanto en los libros litúrgicos de su parroquia, como en las fórmulas de fe o textos catequéticos ha hecho desaparecer completamente el adjetivo “todopoderoso” referido a Dios.

Sé que ha habido feligreses, que desde el respeto más absoluto a su proceso teológico-místico-esiritual le han preguntado por la razón de tales omisiones. Su respuesta lleva la sencillez de los profundos: “¿Si fuera todopoderoso consentiría las guerras, los terremotos, que los niños se mueran de hambre? Pues eso".

¡Qué grande don Francisco de Gómez y González (Paco para los amigos).