Silvano, desde Athos (VII)

 

Séptima entrega de los textos de Silvano, monje de Athos, canonizado por la Iglesia Ortodoxa rusa.

Heme aquí, entristecido, porque no soy humilde. El Señor no me da la fuerza para crecer espiritualmente y mi espíritu impotente se apaga como una débil luz. Al contrario, el espíritu de los santos, era como un incendio, y no se apagaba con el viento de las tentaciones, sino que quemaba aún más. Por amor a Cristo, soportaron toda aflicción en la tierra; no se dejaron espantar por los sufrimientos y, en eso, glorificaron al Señor y el Señor los amó y los glorificó, y les dio el Reino eterno, en comunión con Él. 

Todavía hoy hay monjes que experimentan el amor de Dios y tienden, día y noche, hacia Él. Ellos socorren al mundo con su continua oración e incluso con su palabra escrita. Pero la preocupación de la salvación de las almas reposa sobre todo en los pastores de la Iglesia, que llevan en sí una tal gracia que nosotros nos maravillaríamos si pudiésemos ver una belleza semejante. Pero el Señor la oculta para que sus servidores no se enorgullezcan, sino que permanezcan humildes y se salven. 

Los hombres no saben nada de este misterio; pero San Juan el Teólogo dice claramente: “Seremos semejantes a Él". Y eso no será solamente después de la muerte, sino desde ahora, porque el Señor ha enviado su Espíritu a la tierra y Él está presente en nuestra Iglesia. 

Algunos dicen que los monjes deben servir al mundo para no comer su pan sin ganarlo. Pero sería necesario saber en qué consiste este servicio del monje, cómo debe ayudar al mundo. Ahora bien, el monje ora con lágrimas por el mundo entero y en esto consiste su obra principal. ¿Y qué lo empuja a orar y llorar por el mundo entero? Jesús, el Hijo de Dios, da al monje, en el Espíritu Santo, el amor; y su alma siente una continua angustia por los hombres, porque muchos no buscan la salvación de su alma. 

No deseo otra cosa que orar por los otros como lo hago por mí mismo. Orar por los hombres quiere decir: dar la sangre de su propio corazón. 

El alma que ora por el mundo sabe cuanto sufre y cuales son las necesidades de los hombres. La oración purifica el espíritu de tal suerte que el espíritu ve todo de una forma más clara, como si conociera al mundo por los periódicos. 

El Señor dice: “Aquel que peca es esclavo de su pecado". Se debe orar mucho para librarse de una tal servidumbre. Nosotros pensamos que la verdadera libertad consiste en amar a Dios y al prójimo con todo el corazón. La perfecta libertad es la habitación continua en Dios. 

Quien es perfecto no habla de sí sino que dice solamente lo que le enseña el Espíritu.

No es la misión de los monjes servir al mundo con el trabajo de sus manos; esto es asunto de los laicos. Gracias a los monjes, la oración no cesa nunca sobre la tierra y esa es su utilidad para el mundo. El mundo existe gracias a la oración. Si la oración cesara, el mundo perecería.

Si un monje es tibio en la oración, si no consigue vivir siempre en contemplación, que acoja a los peregrinos y ayude también a las personas del mundo con el trabajo de sus manos; esto también complace a Dios; pero entonces que sepa que esa no es la verdadera vida monástica. 

El monje debe combatir sus pasiones y vencerlas con la ayuda de Dios. A veces el monje es bienaventurado en Dios, como si estuviese en el Paraíso; frecuentemente llora y ruega por la humanidad entera, animado por el deseo de que todos sean salvados. Por lo tanto, el Espíritu enseña al monje a amar el mundo. Tu dirás: puede ser que no existan más, en nuestros días, monjes que rueguen por todos los hombres; pero yo te digo que grandes desgracias y la destrucción misma del universo sobrevendrá si no hay orantes en el mundo. 

Como los santos apóstoles que anunciaron al pueblo la palabra de Dios y cuyas almas estaban por entero en Dios -porque vivía en ellos el Espíritu de Dios- así el monje contempla en espíritu la grandeza de Dios, aún encontrándose físicamente en una estrecha y pobre celda. El monje guarda su corazón para no ofender a su hermano y no contristar al Espíritu Santo con los malos pensamientos. Humilla su alma y así mantiene lejos de sí y de los otros hombres que imploran su oración, a los espíritus malignos. 

Aquel que ama a Dios puede pensar en Él día y noche; nadie podría impedírselo. Así, nadie impidió a los apóstoles amar al Señor; vivieron en el mundo, pero el mundo no impidió de ninguna manera su amor. Ellos rogaron por el mundo y proclamaron la Palabra. 

El Espíritu del Señor nos enseña a orar en todas partes, incluso en el desierto, por todos los hombres, por el mundo entero. No hay nada mejor que la oración. Los santos oraban sin cesar, no permanecían un segundo sin orar. 

Quien es humilde ha vencido ya a sus enemigos. Quien se considera en su corazón digno del fuego eterno, es evitado por los espíritus malignos, y no tiene ningún pensamiento malo en su corazón; sino que su espíritu y su corazón reposan enteramente en el Señor. Quien ha conocido al Espíritu Santo, y por Él se ha revestido de humildad, ha llegado a ser semejante a su Maestro Jesucristo el Hijo de Dios. 

Los santos Padres ubicaron a la obediencia por encima del ayuno y de las oraciones, porque un monje desobediente podría considerarse un asceta o un orante, en cambio sólo es puro de espíritu quien remite su voluntad propia a la de sus superiores y de su Padre espiritual. Por lo tanto, un monje desobediente nunca sabrá lo que es la oración pura. Un hombre orgulloso y obstinado no puede conocer la pureza espiritual, ni siquiera si viviera cien años en su monasterio. Él ofende a sus superiores con su desobediencia y a Dios en su persona. 

No es posible guardar la paz interior sin velar sobre nuestros pensamientos. 

No juzgar a los demás. Muy frecuentemente hablamos de lo que no conocemos o de lo que conocemos mal, cuando puede ser que este hermano sea espiritualmente semejante a un ángel. 

No te ocupes de las cosas de los demás; presta atención a las tuyas y cumple lo que tu superior te manda; entonces Dios te ayudará con su gracia y gustarás los frutos de la obediencia en tu alma; paz y oración continua. 

Esfuérzate por alcanzar el bien, pero comienza por medir tus fuerzas. Busca saber lo que es útil para tu alma. Algunos llegan a ello orando cada vez más, otros leyendo o escribiendo. Todo esto es necesario, pero es preferible al alma orar sin distracción, y más preciosas todavía son las lágrimas. Cada uno se entrega a la gracia que Dios le da. 

En la vida común, frecuentemente perdemos la gracia de Dios porque no tratamos de amar a nuestro hermano según los mandamientos de Cristo. Si tu hermano te ofende y te asalta un mal pensamiento, si lo condenas y te resientes con odio, sentirás que la gracia penetra más difícilmente en tu alma. Ejercítate, por la paz del alma, en amar aún a aquel que te calumnia y en orar por él. Pide a Dios con todas tus fuerzas el don de amar a todos los hombres, pues el Señor ha dicho: “Amad a vuestros enemigos". Si no los amamos, no podemos gustar de la gracia divina. 

Es absolutamente necesario adquirir la obediencia, la humildad y la caridad, de otra forma toda nuestra ascesis es vana y obramos como aquel hombre que tiraba agua en un tonel sin fondo; al igual que este tonel, el alma permanece vacía.