Falsedades acerca de la Iglesia católica – La Iglesia católica no tolera la disidencia teológica

 

-Vamos a ver si encontramos algo de luz.

-Eso, eso, veamos…

Es bien cierto que a la Iglesia católica y, por extensión, a los católicos, se le tiene, se nos tiene, por parte de muchos, una manía ciertamente enfermiza.

Si creen que exagero les pongo lo que suele decirse de la religión católica, de la fe católica y, en fin, de la Iglesia católica. Aquí traigo esto para que vean hasta qué punto puede llegar la preocupación por un tema que es, ciertamente, falso.

Se suele decir que:

La fe católica está manipulada por la jerarquía.

La fe católica no va con los tiempos.

La fe católica ve poco sus propios defectos.

La fe católica pretende adoctrinar al mundo.

La fe católica está alejada de la realidad.

La fe católica defiende siempre a los poderosos.

La fe católica quiere imponer sus principios.

La fe católica no sabe cómo van los tiempos.

La fe católica está anquilosada.

La Iglesia católica acumula riquezas inmensas.

La Iglesia católica busca el poder aunque sea de forma escondida.

La Iglesia católica no acepta cambios en sus doctrinas.

La Iglesia católica es gobernada por una jerarquía carca.

La Iglesia católica no comprende la política actual.

La Iglesia católica esconde sus propios defectos.

La Iglesia católica no actúa contra determinados delitos que ocurren en su seno.

La Iglesia católica tiene muchos privilegios (sociales, económicos, educativos…)

Y a esto, se podían añadir muchas cosas, muchas acusaciones que están en mente de cualquiera.

¿Qué les parece a ustedes?

La Iglesia católica no tolera la disidencia teológica

Literalmente, la palabra “tolerar” viene recogida en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, de la siguiente manera:

“tolerar.

(Del lat. tolerāre).

1. tr. Sufrir, llevar con paciencia.

2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.

3. tr. Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina.

4. tr. Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.”

Por tanto, la tolerancia es, en efecto, “Acción y efecto de tolera” y, en resumidas cuentas, supone admitir algo.

En la vida ordinaria del ser humano hay muchas ocasiones en las que toleramos aquello que nos rodea (personas, acciones o, en general, cosas ajenas) porque es la única manera de no estar siempre a palos entre nosotros. Es, por eso mismo, una buena forma de fomentar la paz social e, incluso, es más que posible que nuestro ser y estar no sufra más allá del mismo hecho de tolerar.

Así, por ejemplo, para no andar a mamporros con el vecino que es pesado del todo y que, por motivos ideológicos se empeña en hacernos la vida imposible… toleramos lo que nos hace porque tampoco es plan de liarla parda. En tal caso, llevamos con paciencia eso que nos pasa.

Eso es, además, manifestar respeto por las ideas ajenas aunque nos repateen y para evitar rencillas que vayan más allá de la citada paciencia.

Pero hay realidades en las que, simplemente, no se puede tolerar nada de lo pudiera sugerirse pudiera ser tolerado. Y tal es así que, de hacerlo, lo único que se puede conseguir es dar alas a los que no deberían alzar los pies del suelo para evitar males mayores.

Una de ellas tiene relación o, mejor, viene referida a las creencias religiosas que, como católicos, tenemos por buenas y mejores. Y aquí, tolerar ciertas manifestaciones supone dar rienda suelta al desmán y el desorden espiritual que, como es más que sabido y comprobado, lleva por el camino equivocado al definitivo Reino de Dios. Vamos, que no lleva al mismo de ninguna manera.

El caso es que en los tiempos primaverales que, al parecer, vive la Iglesia católica, pudiera parecer que se puede admitir cualquiera cosa defendida por cualquiera. Y, entonces, conviene (eso dicen, vamos) que seamos tolerantes.

Así, por ejemplo, cuando se sostiene que Cristo poco hizo en la Última Cena y que no pasó de ser un tentempié entre amigos y que lo que allí se dijo poco tiene que ver con nuestra fe; o que Jesús murió en la Cruz para dar ejemplo pero no para que todos fuésemos salvados; o, en fin, cualquier otra cosa que tenga poco que ver con nuestra fe católica podríamos decir que, siendo tolerantes… pues tampoco tiene mucha importancia, que pelillos a la mar y que, al fin  al cabo, son opiniones como otras cualquiera.

Sin embargo, si eso se sostiene desde mentes teólogas que pueden tener muchos clientes espirituales que, siendo sus ovejas, pueden andar descarriadas… entonces, ya me dirán ustedes si se puede tolerar, ser tolerantes, con tales pensamientos.

Tolerar, en este caso, supondría admitir lo que se dice, no presentar la conveniente batalla (incluso, sobre todo, legítima y legal) y dejar pasar una buena ocasión para mostrar la sana doctrina al respecto, lo que entendemos por bueno y acertado y, más que nada, para defender lo defendible.

Tolerar, en tal caso es, además, una grave dejación de la obligación que tiene, quien la tiene, para parar los pies a ciertos personajes teológicos que hacen de su capa un sayo y andan, por el mundo, dándoselas de católicos cuando no son, si lo son, más que unos creyentes que no creen. Y eso, fácilmente se entiende esto, no se puede tolerar.

Luego dirán, tales  personajes y otros con su falta de atención a lo que dicen, que en la Iglesia católica no hay tolerancia a las disidencias teológicas.

Lo que, realidad pasa es que, de haberla, nuestra fe dejaría de ser lo que es para convertirse en un trasunto de casa de tócame Roque donde cada cual camparía a su anchas y haría, de sus respetos, el gusto temporal y cambiable de su capricho.

Y eso, ¿verdad?, no se puede tolerar. Eso no. Y respetar, menos aún. 

  

Eleuterio Fernández Guzmán