Lineamenta del Sínodo de la Familia -Respuestas a las preguntas 23-27

XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo

Respuestas a las preguntas de los Lineamenta

para la recepción y la profundización de la Relatio Synodi

 

Tercera parte – La confrontación: perspectivas pastorales (A)

Antes de reproducir las preguntas 23-27 del cuestionario y de proponer nuestras respuestas, comentaremos un párrafo del texto introductorio.

“Al profundizar la tercera parte de la Relatio Synodi, es importante dejarse guiar por el viraje pastoral que el Sínodo extraordinario ha comenzado a delinear, enraizándose en el Vaticano II y en el magisterio del Papa Francisco. A las Conferencias Episcopales compete seguir profundizándolo, involucrando, de la manera más oportuna, a todos los componentes eclesiales, y concretizándolo en su contexto específico. Es necesario hacer todo lo posible para que no se recomience de cero, sino que se asuma el camino ya recorrido en el Sínodo extraordinario como punto de partida.”

En cierto sentido es verdad que no se puede recomenzar de cero, porque hay que comenzar por el Evangelio de Jesucristo tal como lo enseña la Iglesia desde hace 2.000 años, asumiendo todos los contenidos de la Divina Revelación transmitidos por la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición de la Iglesia. Sin embargo, por su contexto, parece que la frase “Es necesario hacer todo lo posible para que no se recomience de cero” tiene un sentido diferente. No se trata de una invitación a ser fieles a la doctrina católica, bíblica y tradicional, sino a “dejarse guiar por el viraje pastoral que el Sínodo extraordinario ha comenzado a delinear”. A tenor de las informaciones sobre el Sínodo de 2014, la naturaleza de ese “viraje pastoral” parece ser muy controvertible y controvertida. Por lo tanto, la frase en cuestión puede ser considerada como un intento de limitar indebidamente la libertad de expresión de las Conferencias Episcopales y de orientar sus aportes en una dirección cuestionable.

 

Por otra parte, llama la atención que, como raíces de ese “viraje pastoral”, se mencionen únicamente el Concilio Vaticano II y el magisterio del Papa Francisco, dejando en el olvido el riquísimo magisterio sobre la familia de los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.      

 

Preguntas y respuestas

23. En la formación de los presbíteros y de los otros agentes pastorales ¿cómo se cultiva la dimensión familiar? ¿Se involucra a las mismas familias?

La profusión de lo accidental y agregado puede ir fácilmente en detrimento de lo esencial e imprescindible. Ciertas propuestas o planteos dan la impresión de un “titanismo pastoral” que no puede estar más alejado de la realidad. Y lo peor de todo sería que en la práctica dicho “titanismo pastoral” se redujese a su exacto contrario: el laissez faire teológico y moral que propicie la cómoda siesta eclesial en medio de la creciente corrupción de los fieles.

El presbítero no es casado ni es padre de familia. No hace falta que lo sea y no debe serlo. Lo que los fieles necesitamos de él, en primer lugar, no es su experiencia familiar, sino la doctrina de la Iglesia Católica sobre la familia.

 

24. ¿Somos conscientes de que la rápida evolución de nuestra sociedad exige una constante atención al lenguaje en la comunicación pastoral? ¿Cómo testimoniar eficazmente la prioridad de la gracia, de manera que la vida familiar se proyecte y se viva como acogida del Espíritu Santo?

Aunque la sociedad esté cambiando a gran velocidad, el lenguaje de la Iglesia no puede ni debe cambiar continuamente, porque ese lenguaje se refiere sobre todo a realidades religiosas y a cuestiones espirituales y morales que no cambian, y que afectan de la misma manera a los hombres de todos los tiempos y lugares.

Pero además enfatizamos que el principal problema de la pastoral de hoy no es un problema de lenguaje, sino de filosofía. Los principios fundamentales de la cultura moderna son contrarios al Evangelio y a la doctrina católica. La comunicación pastoral no puede ser una disciplina autónoma respecto de la profesión de fe eclesial. Nuestro Señor Jesucristo no buscó el apoyo de asesores de imagen ni de expertos en comunicación o en marketing. Predicó su Evangelio con sabiduría, sencillez y sinceridad y nos ordenó proceder de la misma manera: “Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.”(Mateo 5,37).

La mejor forma de decir “perro” es diciendo “perro”. Si el otro no entiende, se le explica. Pero no se le dice “gato” para que entienda. Es posible que al decirle “gato” salte de gozo y asienta con entusiasmo a lo que le predicamos, pero ahí está justamente el mal: un gato no es un perro. No se dice “ser” diciendo “devenir”, ni se dice “verdad” diciendo “apariencia”, ni se dice que Cristo es Dios diciendo que Dios está en Cristo, ni se dice que el pan consagrado es el Cuerpo de Cristo diciendo que lo representa o simboliza, ni se dice que el matrimonio es indisoluble diciendo que en ciertos casos puede “morir”, etc., etc.

 

25. Al anunciar el Evangelio de la familia, ¿cómo se puede crear las condiciones para que cada familia sea como Dios la quiere y sea reconocida socialmente en su dignidad y misión? ¿Qué “conversión pastoral” y qué ulteriores profundizaciones deben ser implementadas en esa dirección?

Acerca de la “conversión pastoral”, tan necesaria hoy día, recordamos un magnífico texto del gran Papa San Juan Pablo II (Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, nn. 30-31).

“En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad. (…) Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario, pero hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral. (…) Este don de santidad, por así decir, objetiva, se da a cada bautizado. Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: «Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: «Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor».

Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede «programar» la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral?

En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?» Significa ponerlo en el camino del Sermón de la Montaña: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).

Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos «genios» de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este «alto grado» de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.”

En cuanto a “crear las condiciones para que cada familia sea como Dios la quiere” (¡nada menos!), esto remite en última instancia a la gracia divina. Queda muy por encima de los sueños más alocados del activismo pastoral. No obstante, pensamos que lo más importante que se puede hacer en este sentido es mejorar la preparación para el matrimonio, y muy especialmente la catequesis prematrimonial, que en general es muy pobre. Quizás el único aspecto bueno de la gran disminución de los matrimonios sacramentales es que hoy sería relativamente fácil dar una catequesis prematrimonial mucho más amplia y profunda a las pocas parejas de novios que se casan por la Iglesia. Empero, no parece que en general se esté aprovechando esta oportunidad.

 

26. ¿La colaboración al servicio de la familia con las instituciones sociales y políticas se percibe en toda su importancia? ¿Cómo se pone en práctica de hecho? ¿En qué criterios inspirarse? ¿Qué rol pueden desempeñar en tal sentido las asociaciones familiares? ¿Cómo tal colaboración puede ser sostenida también de la denuncia franca de los procesos culturales, económicos y políticos que minan la realidad familiar?

No se puede admitir la ingenuidad de pensar que toda colaboración es buena. Hoy en día, la colaboración con instituciones sociales y políticas (casi siempre secularistas) implica con mucha frecuencia la cooperación con el mal, por lo que en la práctica es más relevante lo que dice la última parte de la pregunta: “la denuncia franca de los procesos culturales, económicos y políticos que minan la realidad familiar”. A menudo esa colaboración significa abrir las puertas de la comunidad eclesial a los maestros o agentes de la perspectiva de género, la legalización del aborto, etc., lo que es una de sus máximas aspiraciones (para neutralizar a su enemigo principal: la Iglesia). Si además son las instituciones secularistas las que aportan los fondos o recursos, eso les servirá para ejercer una tremenda presión dominadora sobre la Iglesia y su mensaje. Por lo tanto, en términos generales, cuanto más lejos esté la pastoral católica del Estado actual y de las ONG secularistas, tanto mejor. No obstante, en ciertas circunstancias particulares se pueden justificar excepciones a este criterio general.

 

27. ¿Cómo favorecer una relación entre familia, sociedad y política que beneficie a la familia? ¿Cómo promover el sostén de la comunidad internacional y de los Estados a la familia?

Ante todo, denunciando y combatiendo la ideología de género y afines, que hoy son la guía explícita de muchos Estados en su búsqueda denodada de la destrucción de la familia. Esto implica reconocer que la ONU es hoy uno de los principales motores de la revolución social anticristiana, que tiene alcances genocidas; y también implica dejar de tolerar a la quinta-columna eclesial que promueve el entreguismo ante los avances avasallantes de la política anti-familiar de los Estados.

Hemos de pedir con insistencia al Señor que, a través del camino de la cruz de un testimonio cristiano totalmente coherente (que puede llevar incluso al martirio), su intervención providencial y misericordiosa tuerza el rumbo anti-vida y anti-familia que una élite mundial, cada vez más poderosa, impulsa con fuerza creciente, para imponer un brutal “imperialismo demográfico” y la absoluta destrucción de la familia, según la lúcida predicción de Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz.

 

Centro Cultural Católico “Fe y Razón”