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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 15 de marzo de 2015

LA FRASE DEL DOMINGO 15 DE MARZO

"Es propio de la fe hacernos humildes en los sucesos felices e impasibles en los reveses". (Santa Clara)

 


El papa Francisco

El Papa reza por las víctimas del atentado en Pakistán
En la ciudad de Lahore dos iglesias han sufrido un ataque este domingo

Francisco en el Ángelus: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites
Texto completo de las palabras del Papa en la oración mariana de este domingo

Rome Reports

Juristas presionan a Turquía para que reconozca personalidad jurídica de Iglesias cristianas (Vídeo)
Sin personalidad jurídica no pueden tener propiedades ni participar en asociaciones

Club de fans de la Ferrari hace al Papa socio de honor (Vídeo)
Participaron en la audiencia general. Su presidente: Le puse la tarjeta y rompió a reír

Nuevo cardenal de Tonga: Mi país tiene mucho que decir en la Iglesia (Vídeo)
Su nombramiento sorprendió por su edad y procedencia. El país lo celebró por todo lo alto

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

San Juan de Brébeuf - 16 de marzo
«Este jesuíta, evangelizador de Canadá, sufrió uno de los más atroces martirios que se conocen a manos de un grupo de iroqueses. Dispuesto a morir por Cristo había redactado su voto de martirio que recitaba diariamente ante la Eucaristía»

Espiritualidad

Esperanza ante el Día del Seminario
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona


El papa Francisco


El Papa reza por las víctimas del atentado en Pakistán
En la ciudad de Lahore dos iglesias han sufrido un ataque este domingo

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 15 de marzo de 2015 (Zenit.org) - En las palabras del santo padre Francisco después de la oración del ángelus, ha rezado por las víctimas de los ataques a dos iglesias en Pakistán y ha advertido que el mundo trata de esconder la persecución contra los cristianos.

Estas son las palabras del Papa tras la oración del ángelus:

Queridos hermanos y hermanas,

Con dolor, con mucho dolor he tomado la noticia de dos atentados terroristas de hoy, contra dos iglesias en la ciudad de Lahore en Pakistán, que han provocado numerosos muertos y heridos. Son iglesias cristianas. Los cristianos son perseguidos. Nuestros hermanos vierten la sangre solamente porque son cristianos. Mientras aseguro mi oración por las víctimas y sus familias, pido al Señor, imploro al Señor, fuente de todo bien, el don de la paz y la concordia en ese país. Y que esta persecución contra los cristianos, que el mundo trata de esconder, termine, y haya paz.

Dirijo un cordial saludo a vosotros fieles de Roma y a vosotros venidos de tantas partes del mundo. Saludo los peregrinos de Granada y de Málaga, España; como también los de Mannehei, Alemania.

Saludo a los grupos parroquiales procedente de Perugia, Pordeone, Pavia, de San Giuseppe all’Aurelio en Roma y de la diócesis de Piacenza-Bobbio.

Dirijo un pensamiento especial a los chicos de Serravalle Scrivia, de Rosolina y de Verdellino- Zingonia que se preparan para recibir la Cuaresma; a los de la diócesis de Lodi y del decanato Romana-Vittoria de Milán que hacen en Roma la “promesa” de seguir a Jesús. Saludos también a los monaguillos de Besana en Brianza. Se les ve allí, con el cartel, os saludo.

Saludo a los distintos grupos de voluntariado que, unidos en el compromiso de solidaridad, participan en la manifestación “Juntos por el bien común”.

Estoy cerca de la población de Vanuatu, en el Océano Pacífico, golpeada por un fuerte ciclón. Rezo por los difuntos, por los heridos y por los sin techo. Doy las gracias a los que se han activado enseguida para llevar ayuda.

A todos deseo un feliz domingo. Por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

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Francisco en el Ángelus: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites
Texto completo de las palabras del Papa en la oración mariana de este domingo

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 15 de marzo de 2015 (Zenit.org) - El santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus, como cada domingo, con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

el Evangelio de hoy nos propone las palabras dirigidas por Jesús a Nicodemo: “Dios, amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Escuchando esta palabra, dirigimos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentimos dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y ¡nos ama mucho! Esta es la expresión más sencilla que resumen todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites. Así nos ama Dios.

Este amor Dios lo demuestra sobre todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Oración eucarística IV: “Has dado origen al universo para infundir tu amor sobre todas tus criaturas y alegrarlas con el esplendor de tu luz”. Al origen del mundo está solo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo, un santo de los primeros siglos, escribió: “Dios no creó a Adán porque necesitara del hombre, sino para tener alguno a quien donar sus beneficios” (Adversus haereses, IV, 14, 1). Así, el amor de Dios es así.

Así prosigue la Oración eucarística IV:  “Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”. Ha venido con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación resalta la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca,  y le dice así, “yo te he elegido precisamente porque eres el más pequeño entre todos los pueblos”.  Y cuando vino “la plenitud del tiempo”, no obstante los hombres hubieron incumpliodo más de una vez la alienza, Dios, en vez de abandonarles, ha estrechado con ellos un nuevo vínculo, en la sangre de Jesús --el vínculo de la nueva y eterna alianza-- un vínculo que nada podrá romper nunca.

San Pablo nos recuerda: “Pero Dios, que es rico en misericordia --no olvidarlo nunca, es rico en misericordia-- por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2,4). La Cruz de Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por nosotros: Jesús no ha amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), es decir, no solo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el extremo límite del amor. Si en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona con su misericordia, Dios perdona todo y Dios perdona siempre.

María, Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios. Esté cerca de nosotros en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia del perdón, de acogida y de caridad.

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Rome Reports


Juristas presionan a Turquía para que reconozca personalidad jurídica de Iglesias cristianas (Vídeo)
Sin personalidad jurídica no pueden tener propiedades ni participar en asociaciones

Por Rome Reports

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Club de fans de la Ferrari hace al Papa socio de honor (Vídeo)
Participaron en la audiencia general. Su presidente: Le puse la tarjeta y rompió a reír

Por Rome Reports

CIUDAD DEL VATICANO, 15 de marzo de 2015 (Zenit.org) - Para ver el vídeo hacer click aquí

 

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Nuevo cardenal de Tonga: Mi país tiene mucho que decir en la Iglesia (Vídeo)
Su nombramiento sorprendió por su edad y procedencia. El país lo celebró por todo lo alto

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CIUDAD DEL VATICANO, 15 de marzo de 2015 (Zenit.org) - Para ver el vídeo hacer click aquí

 

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SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


San Juan de Brébeuf - 16 de marzo
«Este jesuíta, evangelizador de Canadá, sufrió uno de los más atroces martirios que se conocen a manos de un grupo de iroqueses. Dispuesto a morir por Cristo había redactado su voto de martirio que recitaba diariamente ante la Eucaristía»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 15 de marzo de 2015 (Zenit.org) - «No moriré sino por ti Jesús, que te dignaste morir por mí […]. Prometo ante tu eterno Padre y el Espíritu Santo, ante tu santísima Madre y su castísimo esposo, ante los ángeles, los apóstoles y los mártires y mi bienaventurado padre Ignacio y el bienaventurado Francisco Javier, y te prometo a ti, mi Salvador Jesús, que nunca me sustraeré, en lo que de mi dependa, a la gracia del martirio, si alguna vez, por tu misericordia infinita me la ofreces a mí, indignísimo siervo tuyo...». Ardientemente suplicó y recibió Juan esta gracia del martirio a la que fue fidelísimo, sufriendo uno de los más espantosos que se conocen.

Pertenecía a una acomodada familia de terratenientes. Nacio en Condé-sur-Vire, Normandía oriental, el 25 de marzo de 1593. Allí imperaba el calvinismo, pero los suyos profesaban la fe católica. Cursó estudios de filosofía y teología en la universidad de Caen. A los 21 años entró en una vía de discernimiento vocacional. Se dispuso a ingresar en la Compañía de Jesús, pero asuntos familiares le obligaron a posponer su incorporación hasta 1617. Tenía 24 años. Realizó el noviciado en Rouen donde se le consideró como una vocación tardía. Su dificultad para asimilar las materias se contrarrestó con una formación personalizada.

Profesó en 1619 y fue destinado a la docencia. Contrajo la tuberculosis y tuvo que abandonar las aulas. Su estado era tan grave que, ante el riesgo de muerte, el provincial propició su ordenación en 1622. La mejoría fue tal que ese mismo año reanudó con brío las misiones que le encomendaron: ayudante de ecónomo del colegio y después ecónomo titular. Bajo su responsabilidad tenía 600 alumnos. Más tarde, por indicación del provincial de Francia, asumió las misiones de la Nueva Francia. La noticia, tan querida como inesperada, le llenó de alegría. Sabiendo que los franciscanos requerían la presencia de jesuitas para atender las fundaciones de Canadá, aún pensando que su ofrecimiento no sería acogido, se prestó para viajar a ese país.

En 1625 partió a la misión de Quebec acompañado de dos religiosos. Unos meses más tarde, después de haberse familiarizado con la lengua de los algonquines, se apresuró a evangelizar a los hurones. Informado de la alta peligrosidad de la zona, no temió por su vida y se estableció en el lugar. Desde allí extendió su radio de acción a otros lugares habitados también por los hurones. Fue una etapa de profunda actividad y esfuerzo que le permitió asimilar sus condiciones de vida y costumbres, acogidas por él como si fuera uno de ellos. Realizó viajes extenuantes por bosques y lagos, soportó inclemencias, plagas, falta de higiene de los indios, y muchos problemas de distinta índole. Otros religiosos no fueron capaces de integrarse y regresaron. Al final se encontró solo, pero se mantuvo firme en su misión. Sus ansias martiriales, vinculadas a su celo apostólico, seguían intactas: «Dios mío, ¡cuánto me duele el que no seas conocido, el que esta región extranjera no se haya aún convertido enteramente a ti, el hecho de que el pecado no haya sido aún exterminado de ella! Sí, Dios mío, si han de caer sobre mí todos los tormentos que han de sufrir, con toda su ferocidad y crueldad, los cautivos en esta región, de buena gana me ofrezco a soportarlos yo solo».

En 1629 tuvo que retornar a Francia, momento en el que emitió sus votos perpetuos. Develan irrevocable fidelidad: «Sea yo destrozado antes de violar voluntariamente una disposición de las Constituciones. Nunca descansaré, jamás he de decir: basta». En 1633 regresó junto a los hurones de Ihonatiria. Fundó la Misión de San José y emprendió otra intensa labor apostólica. Tres años más tarde, los frutos eran visibles. Pudo enviar a 12 jóvenes hurones a Quebec para ser educados en la Misión de Nuestra Señora de los Ángeles. Pero se desencadenaron varias epidemias, que una parte de los hurones achacaron a la presencia de los misioneros, por lo que fueron amenazados y Juan pensó que podría morir. Cuando se desató una de ellas en San José, el único que se mantuvo indemne fue él, que había desafiado a los hechiceros. En 1637 fundó en Ossosané, la capital hurona. Nueva plaga, en este caso de viruela, contribuyó a incrementar la hostilidad. El convencimiento de la gente era que los «sotanas negros» ocasionaban tales desgracias. Juan escribió su voto de martirio que recitaba todos los días en la misa. Parte de la población le quería. Por eso, en febrero de 1638 fue nombrado jefe hurón. Siguió un periodo de altibajos en lo que concierne a las bendiciones apostólicas hasta que en una de sus misiones sufrió una caída y regresó a Quebec.

En 1641 fue nombrado superior de Sillery. Hasta allí llegaron evidencias de los atroces martirios contra los hermanos que había enviado a evangelizar. Las huellas de las torturas de los que regresaban con vida eran estremecedoras. Juan, vertiendo sus lágrimas por ellos, siguió incansable, impulsando las misiones. Diez intensos años de entrega entre los indígenas en los que había administrado el bautismo a 50 personas le permitían trasladar con propiedad a sus superiores esta impresión: «Este campo de misión tendrá su fruto más tarde, pero solo mediante una paciencia casi sobrehumana». Volvió con los hurones en 1644. Y cuando llevaba veinte años en la región, encontró la palma del martirio. Sucedió en 1649. Después de fundar en el territorio de los iroqueses, muchos de los cuales le perseguían a él y a la comunidad, un grupo de ellos le apresó en la Misión de San Luís.

Los suplicios fueron terribles. Él oraba: «Jesús, ten misericordia»; mientras, los hurones respondían: «Echon (era el nombre que le daban), ruega por nosotros». Su valentía ante tanta crueldad hizo creer a los feroces verdugos que estaban frente a alguien que excediendo con creces lo humano se hallaba cerca de lo sobrenatural. La tarde del 16 de marzo de 1649 expiró. Pío XI lo canonizó el 29 de junio de 1930 junto a varios misioneros jesuitas. Fueron declarados patronos de la evangelización de América del Norte.

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Espiritualidad


Esperanza ante el Día del Seminario
'Palabra y Vida' del arzobispo de Barcelona

Por Cardenal Lluís Martínez Sistach

BARCELONA, 15 de marzo de 2015 (Zenit.org) - El próximo domingo, 22 de marzo, celebraremos el Día del Seminario. Este año lo vivimos con un sentimiento de esperanza, como ya os comuniqué en una carta personal mía a todos los diocesanos y ahora lo recojo en este comentario semanal, por el don que Dios nos ha hecho este curso: 11 jóvenes han entrado en el Seminario Mayor de nuestra querida archidiócesis. Representa un aumento muy considerable respecto del curso anterior, ya que se ha casi doblado su número.

Me complace, con motivo del próximo Día del Seminario, haceros partícipes a todos de esta buena noticia, de esta alegría, para que se lo agradezcamos al Señor. ¿Se trata de un resurgimiento vocacional? Quizás sería prematuro hablar así. Tenemos que ver si esta tendencia se mantiene en los próximos años. No podemos lanzar las campanas al vuelo, pero estas cifras sí que son motivo de esperanza. Lo primero y más importante que tenemos que hacer es dar gracias a Dios, porque la vocación sacerdotal es sobre todo una gracia de Dios, una gracia inmerecida por parte de quienes la hemos recibido.

Mi agradecimiento, después, va dirigido a todos los diocesanos. En primer lugar a estos jóvenes que Dios ha llamado a ser sacerdotes y que han respondido generosamente. Son jóvenes que han iniciado y a veces ya han terminado sus estudios universitarios o su actividad profesional. Su experiencia humana es garantía de una sólida preparación para el ministerio presbiteral.

Mi agradecimiento también va a sus padres y familiares por la participación que han tenido en la maduración de estas vocaciones. Y a los sacerdotes, por su trabajo ministerial y su testimonio de entrega generosa a la Iglesia y a los hermanos, que mueve, sin duda, a estos jóvenes a seguir este camino que han visto realizar en la vida de sus sacerdotes amigos.

Gracias también a todas las parroquias, comunidades y realidades eclesiales porque con la oración por las vocaciones y el trabajo pastoral participan también en la tarea vocacional. Si tenemos una acción pastoral dirigida a los jóvenes, tendremos las vocaciones sacerdotales que la Iglesia necesita.

Gracias finalmente al Seminario y a sus formadores y alumnos, que acogen estas nuevas vocaciones y las ayudan a formarse adecuadamente en el aspecto humano, espiritual y pastoral para convertirse en sacerdotes santos, sin olvidar el aspecto académico, del que cuidan las facultades eclesiásticas de teología y de filosofía.

Todos los diocesanos son responsables de las vocaciones sacerdotales y deben ayudar a nuestro Seminario. Depende de ello el futuro de la misión de la Iglesia en Barcelona y también, si nos es posible, deseamos ayudar, con espíritu misionero, a las diócesis necesitadas de todo el mundo. 

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