De burras parlantes y reyes paganos al servicio de Dios

El capítulo 22 del libro de Números nos cuenta una historia la mar de curiosa -ya me perdonarán los bultmanianos, pero yo me la creo-, cuyos protagonistas son Balaam y su burra. Un tal Balac había visto lo que los israelitas habían hecho a los amorreos y no se le ocurrió mejor cosa, para evitar que a su gente le ocurriera lo mismo, que enviar a Balaam a maldecir a Israel. Se supone que el tal Balaam era considerado una especie de profeta y hete aquí que Dios mismo se le apareció para decirle que no osara hacer lo que se le había pedido.

Camino iba Balaam de visitar a los reyes de Moab, cuando ocurrió esto:

Se encendió la ira de Dios por su marcha, y un ángel del Señor se plantó en su camino en actitud hostil. Él cabalgaba sobre su burra, e iban con él dos muchachos. La burra vio al ángel del Señor firme en el camino con una espada desenvainada en su mano. La burra se apartó del camino y tiró por el campo. Balaam golpeó a la burra para que volviera al camino.

El ángel del Señor estaba firme en el sendero entre viñas con una cerca a cada lado. La burra vio al ángel del Señor y se arrimó a la tapia, y apretó la pierna de Balaam contra la tapia, y éste volvió a golpearla.

El ángel del Señor se interpuso de nuevo situándose en un sitio estrecho que no dejaba lugar ni a derecha ni a izquierda. La burra vio al ángel del Señor y se echó al suelo debajo de Balaam. Se encendió la ira de Balaam y golpeó a la burra con el bastón.
El Señor abrió la boca de la burra que dijo a Balaam:

-¿Qué te he hecho para que me hayas golpeado ya tres veces?

Balaam replicó a la burra:

-Porque te estás burlando de mí; ¡ojalá tuviera una espada en mi mano; ahora mismo te mataría!.

Pero la burra contestó a Balaam:

-¿No soy yo tu burra, sobre la que has montado siempre hasta el día de hoy? ¿Solía portarme así?

Y él dijo:

-No.

El Señor abrió los ojos a Balaam que vio al ángel del Señor plantado en el camino con su espada desenvainada en la mano; Balaam se inclinó y se postró sobre su rostro. El ángel del Señor le dijo:

-¿Por qué ya le has pegado a tu burra tres veces? He salido para hacerte frente porque vas por mal camino oponiéndote a mí.

La burra me ha visto y ya se ha apartado de mí tres veces. Si no se hubiera apartado de mí yo ya te habría matado, mientras que a ella la habría dejado vivir.

Balaam replicó al ángel del Señor:

-He pecado, pero no sabía que tú estabas dispuesto para hacerme frente en el camino; sin embargo, puesto que te parece mal, ahora me volveré.

El ángel del Señor dijo a Balaam:

-Vete con estos hombres, pero dirás sólo las palabras que yo te diga. Y marchó Balaam con los príncipes de Balac.

(Num 22,22-34)

Como ven ustedes, el Señor es capaz incluso de hacer hablar a una burra con tal de que se cumpla su voluntad. Algunos habrán que dirán que el pasaje es mitológico, que eso no hay quien se lo crea, etc. Yo más bien pienso que quien crea la materia de la nada, devuelve la vista a los ciegos, hace levantarse a los paralíticos y resucitar a los muertos, puede hacer hablar incluso a un oso hormiguero.

Si Dios usó a una burra para transmitir su voluntad, no tiene nada de particular que se valiera de un rey pagano para poner fin al castigo -¡sí, Dios castiga!- que infligió a su pueblo rebelde en el cautiverio babilónico:

El año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor por boca de Jeremías, el Señor movió el espíritu de Ciro, rey de Persia, que proclamó por todo su imperio de viva voz y por escrito el siguiente edicto.  

«Así dice Ciro, rey de Persia. «El Señor, Dios de los cielos, me ha entregado todos los reinos de la tierra. Él mismo me ha encomendado construir en su honor un Templo en Jerusalén que está en Judá. El que de vosotros pertenezca a ese pueblo, que el Señor, su Dios, esté con él y que suba»».

2 Cr 36,22-23

Tenemos burras parlantes y reyes paganos al servicio del Altísimo. No queda ahí la cosa. El peor Sumo Sacedote del Antiguo Pacto también fue usado por Dios como instrumento para profetizar lo que habría de ocurrir:

Uno de ellos, Caifás, que aquel año era sumo sacerdote, les dijo: -Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación.

Pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos.

Jn 11,49-52

Ni que decir tiene que estas actuaciones extraordinarias de Dios no acontecen cada dos por tres. El Señor no hace hablar a los animales todos los días, no se vale de gobernantes impíos de forma habitual y no se busca cada semana al peor de los pastores de su pueblo para profetizar. Pero hay algo que debe quedarnos muy claro. Su voluntad se cumple sí o sí. Y su voluntad es siempre salvífica.

Si Él permite que la Iglesia sea sacudida es porque quiere purificarla para que sea un mejor instrumento para cumplir sus designios. Si Él permite que naciones anteriormente cristianas hoy sean una cloaca de apostasía, es porque piensa sacar un bien mayor -siquiera sea que se haga manifiesta su justicia- de ese mal. Si Él permite que la fe de millones sea conmovida -vía menosprecios injustificables, vía persecución abierta-, es porque quiere fortalecer el alma de sus elegidos.

Pocas cosas hay tan peligrosas para la salud espiritual del pueblo de Dios, y para el cumplimiento del mandato evangelizador, como que los fieles crean que todo va más o menos bien cuando se está al borde, sino ya dentro, de una de las peores crisis de fe en veinte siglos de historia, con el sensus fidelium hecho trizas, una mundanización galopante que hace que millones de bautizados vivan como paganos y una escasez de voces proféticas que adviertan a ese pueblo de lo que nos espera si no seguimos los pasos de conversión de los ninivitas ante la palabra del profeta Jonás. A falta de profetas, se nos llena el cielo de mártires procedentes de Oriente Medio, África y Asia.

¿Qué nos depara el futuro inmediato? Solo Dios lo sabe. Pero desde la fe podemos tener la certeza de que sea lo que sea, será para mayor gloria suya. Aunque el universo entero parezca desplomarse a nuestro alrededor, la gracia de Dios nos capacita para permanecer firmes. Y santos.

Santidad o muerte.

 

Luis Fernando Pérez Bustamante