Respecto al pecado mortal del adulterio

Como ya he comentado en alguna ocasión, las palabras “pecado mortal” parecen haber sido arrancadas del lenguaje habitual de multitud de pastores y fieles. Sobre todo si dicho pecado tiene algo que ver con el sexto mandamiento del Decálogo. Siempre se ha dicho que la Iglesia parecía obsesionada con dicho pecado, pero ahora parece que la obsesión consiste en restarle importancia.

Me produce enorme tristeza que se esté dando en la Iglesia la imagen de que el pecado del adulterio o el de la fornicación ha de tener un tratamiento especial, en plan “bueno, no está bien, pero no os obsesionéis, que tampoco es para tanto” o llamándolo simplemente “situación irregular".

¿Cómo que no es para tanto? ¿Acaso no escribió San Pablo que ese tipo de pecados son especialmente graves?:

Huid de la fornicación. Todo pecado que un hombre comete queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. 

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? 

Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. 
1ª Cor 6,18-20


El apóstol nos pide que huyamos de ese pecado, ¿y nosotros nos ponemos a discutir sobre si los que VIVEN en él que pueden acercarse a comulgar al altar como si tal cosa? ¿a cuento de qué?

No piensen ustedes que esto es cosa solo de los prelados alemanes o de algún obispo holandés apóstata. El otro día el cardenal Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, hizo unas declaracions a TV3 de las que se hace eco Europa Press de la siguiente manera:

… Martínez Sistach, se mostró convencido de que se hallarán soluciones para que separados y divorciados católicos vueltos a casar puedan comulgar y vivir su fe de forma normal, aunque dejó claro que no se cambiarán cuestiones doctrinales.

Recordó, asimismo, que el Papa Francisco está preocupado por esta cuestión, y por ello la abordó en dos sínodos, uno de ellos extraordinario. Y explicó que los divorciados que se han vuelto a casar o se han juntado con otra persona son miembros de la Iglesia, no están excomulgados y la comunidad cristiana les debe ayudar y acoger.

“Tengo la esperanza de que se encontrarán caminos, algún camino que ayudará si no a una solución total, sí a una solución de misericordia y fidelidad“.

Dudo que el cardenal dijera realmente que los divorciados vueltos a casar podrán comulgar así sin más, pero sí estoy convencido de que aseguró que son miembros de la Iglesia -¿quién lo niega?- y que habrá que encontrar algún camino. El caso es que ese camino ya se ha encontrado. Si, por razón del bien de los hijos que hayan podido tener en común, los adúlteros -así les llama Cristo- deben seguir conviviendo bajo el mismo techo, han de llevar una vida de hermanos y no de cónyuges. Esto no lo digo yo. Lo dijo San Juan Pablo II, cuyo magisterio no puede tirarse a la papelera como un klinex usado. Cito de la Familiaris Consortio:

La reconciliación en el sacramento de la penitencia - que les abriría el camino al sacramento eucarístico- puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, -como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»

“¡¡ ESO NO ES POSIBLE !!", dirán muchos. A lo que cabe responder: “¡¡ LA GRACIA DE DIOS LO HACE POSIBLE !!". Y quien niegue que Dios puede conceder la santidad a quien se la pide, ni sabe lo que es ser santo ni, mucho peor, sabe quién es Dios. Cuando uno no cree en el poder de la gracia divina para librarse del pecado, acaba aceptando el poder del pecado para enseñorearse de las almas.

Y, por el amor de Dios y por amor a las almas, ya basta de apelar a la misericordia divina para justificar lo que no tiene justificación. El que presenta a Cristo como si fuera una especie de tapa-pecados sin arrepentimiento, es un simple vendedor del falso crecepelo de la misericodia que no busca la conversión del pecador. Es un miserable que pisotea la sangre derramada en la cruz. Como dice la Escritura:

Si alguien transgredía la Ley de Moisés, “con el testimonio de dos o tres se le condenaba a muerte” sin compasión, ¿qué castigo más grave pensáis que merecerá el que haya pisoteado al Hijo de Dios y haya considerado impura la sangre de la alianza en la que fue santificado y haya ultrajado al Espíritu de la gracia? 

Pues conocemos bien al que dijo: “Mía es la venganza; yo daré lo merecido". Y otra vez: “Juzgará el Señor a su pueblo". ¡Es terrible caer en manos del Dios vivo! 
Heb 10,28-31

Se quiera o no, se buscara o no, la realidad es que muchos fieles viven hoy confusos ante el hecho de que en un sínodo de la Iglesia se plantee siquiera la posibilidad de romper con la enseñanza de Cristo y de viente siglos de Tradición. Es lo que han reconocido esos 461 sacerdotes de Inglaterra y Gales en la carta que envían a los padres sinodales pidiendo algo tan elemental como que la Iglesia sea fiel a su Señor y no le traicione con el beso de la legitimación del adulterio. Que eso, y no otra cosa, sería abrir la puerta a la comunión de los adúlteros. Empiezan diciendo:

Después del Sínodo Extraordinario de Obispos celebrado en octubre de 2014, se ha levantado mucha confusión en relación con la enseñanza de la moral católica. 

En realidad, la enseñanza de la moral católica está muy clara. Tan clara como que hay cardenales y obispos que no la aceptan y quieren que la Iglesia siga su camino de condenación. Ante esa realidad, no cabe ponerse de perfil. No caben tibiezas. No cabe decir “bueno, ya veremos qué se decide". Es más, no cabe tampoco decir “el Papa tiene la última palabra” en la idea de que el Santo Padre pudiera dar la razón a quienes buscan llevar a la Iglesia al abismo, porque ningún Papa, ni este ni otro, puede decir otra palabra distinta a la que el Señor dijo y la Iglesia ha enseñado durante veinte siglos. Sí se puede decir “el Papa tiene la última palabra” en el convencimiento de que Cristo prometió a Pedro rezar por él “para que tu fe no desfallezca” (Luc 22,32). El Señor sabe muy bien cómo cuidar de su Iglesia y evitar que se despeñe toda ella por el camino del error.

Quien dio su vida por nosotros en la cruz, no va a consentir que su Iglesia se convierta en una mala madre que consiente a sus hijos aquello que Él vino a quitar: el pecado del mundo. Que nadie olvide que el Cordero de Dios, inmolado sin resistencia por su parte, es también el Rey de reyes a quien el Padre ha entregado todo el juicio. Y si, con la espada de su Palabra, tiene que castigar a quienes alejan a sus ovejas de los buenos pastos, incluso de forma visible, lo hará.

Pero tengo algo contra ti: que admites ahí a los que sostienen la doctrina de Balaán, que enseñaba a Balac a seducir a los hijos de Israel para que comieran de los sacrificios idolátricos y fornicaran.

También tienes tú seguidores de la doctrina de los nicolaítas.

Por lo tanto, arrepiéntete. De lo contrario, iré enseguida adonde estás tú, y lucharé contra ellos con la espada de mi boca.

Ap 2,14-16

¡Santidad o muerte!

Luis Fernando Pérez Bustamante