ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 02 de abril de 2015

La frase del día

Lo que ha transformado al mundo, no es la Ciencia, sino la Caridad (Giuseppe Moscati)

 


Primera Plana

El Papa abre el triduo pascual en la cárcel romana de Rebibbia
Lava los pies a 12 presos, la mitad italianos y 6 extranjeros, y el mismo número de hombres que de mujeres

Francisco: 'Nuestro cansancio es como el incienso que sube al cielo'
Jueves Santo: El Papa celebra la misa crismal en el Vaticano y los sacerdotes presentes renuevan las promesas del día de la ordenación

El papa Francisco

El Papa invita a Colombia a la sanción, para recuperar la dignidad perdida
El Santo Padre, en una carta enviada al episcopado colombiano, expresa su deseo de visitar pronto esta nación

El Santo Padre: El amor de Jesús por nosotros no tiene límites
Texto completo de la homilí­a del Papa en la misa 'in Coena Domini'

Texto completo de la homilí­a del Papa en la misa crismal
Jueves Santo: el Santo Padre hace una reflexión sobre el cansancio de los sacerdotes y cómo buscar descanso en el Señor. 'Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús'

Mirada al mundo

Irak, una Iglesia heroica que podría desaparecer
Desde el Vaticano, una delegación ha visitado Kurdistán, región que acoge a miles de refugiados

Rome Reports

Basílica de Roma custodia reliquias de la Pasión de Cristo (Video)
Esta basílica tiene el INRI y un clavo entre otros recuerdos de la pasión

Papa en Misa crismal habla a los sacerdotes cansados: No miréis por encima del hombro (Video)
Recuerda a los pastores cuál es el propósito de la vocación sacerdotal

Homilía completa de Francisco en la Misa Crismal (Video)
Francisco a los sacerdotes: "Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús

Espiritualidad

Comentario a la liturgia dominical
Domingo de Pascua, Ciclo B Textos: Hech 10, 34.37-43; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9

San Luigi Scrosoppi - 3 de abril
«Su vida resume la respuesta evangélica que debe darse a las deficiencias sociales. Entre otras fundaciones, impulsó la Congregación de Hermanas de la Divina Providencia. El lema que signó su acontecer fue hacer todo para todos»

Testigos de la vida
Domingo de Pascua


Primera Plana


El Papa abre el triduo pascual en la cárcel romana de Rebibbia
Lava los pies a 12 presos, la mitad italianos y 6 extranjeros, y el mismo número de hombres que de mujeres

Por H. Sergio Mora

ROMA, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - El santo padre Francisco visitó este Jueves Santo la cárcel romana de Rebibbia, para celebrar la misa “in Coena Domini” y realizar la ceremonia del lavatorio de los pies, que abre el “triduo pascual”.

El Papa llegó poco después de las 17 horas y fue acogido con entusiasmo y esperanza. Primero las familias de los presos y después gran cantidad de reclusos lo quisieron saludar y abrazar, mientras entregaban objetos para ser bendecidos. Incluso algunos presos saludaron de forma que se entendía que eran musulmanes.

“Les agradezco --dijo el Papa al terminar de saludar-- la acogida tan calurosa y llena de sentimiento”.

El instituto penitenciario cubre un área de 27 hectáreas, fue inaugurado en 1971 y tiene 15 secciones. Allí están 2.100 detenidos, de los cuales 350 son mujeres. Cuenta con tres capellanes a tiempo completo.

La ceremonia es en la iglesia del “Padre Nuestro” situada en el interior del penitenciario, y participan en la misa 150 hombres y el mismo número de mujeres llegadas de la vecina cárcel femenina. Entre ellas en la primera fila, estaban mamás con niños, desde recién nacidos hasta de tres años.

Durante la homilía el Papa recordó que "Jesús nos ama. Pero sin límites, siempre, hasta el final. El amor de Jesús por nosotros no tiene límites. Siempre más, siempre más. No se cansa de amar. A ninguno. Nos ama a todos nosotros. Hasta el punto de dar la vida por nosotros". Asimismo, señaló que "Jesús lava como esclavo nuestros pies" pero "en nuestro corazón debemos tener la certeza, debemos estar seguros que el Señor cuando nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir otra vez su amor". Haciendo referencia al lavatorio de pies, el Pontífice explicó que en estos hermanos y hermanas, estáis todos vosotros, todos, todos, todos los que viven aquí. Vosotros les representáis".

El Papa lavó los pies a 6 hombres y 6 mujeres: mitad italianos y mitad extranjeros. Entre ellos dos nigerianas, una congoleña, una ecuatoriana, un brasileño y un nigeriano. En el momento en el que el Santo Padre se arrodillaba y volcaba la jarra de agua sobre sus pies, se veía la emoción de los presos en sus ojos e inclusos, lágrimas.

No es la primera vez que el Pontífice celebra la santa misa en una cárcel. Poco después de su elección, en 2013, visitó la prisión para menores de Casal del Marmo, en la periferia de Roma. El año pasado fue al Centro Santa María de la Providencia, que acoge a enfermos. Uno de los monaguillos era un asesino. Hoy, después del recorrido de rehabilitación se ha graduado por segunda vez.  

Poco tiempo atrás, cuando el Santo Padre encontró a los capellanes de las cárceles recordó algunas llamadas telefónicas que hace a detenidos, y dijo “cuando cuelgo el teléfono me pregunto, ¿por qué ellos y no yo?"

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Francisco: 'Nuestro cansancio es como el incienso que sube al cielo'
Jueves Santo: El Papa celebra la misa crismal en el Vaticano y los sacerdotes presentes renuevan las promesas del día de la ordenación

Por Rocío Lancho García

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - El santo padre Francisco ha presidido esta mañana de Jueves Santo, la santa misa Crismal en la Basílica Vaticana; liturgia que se celebra en este día en todas las catedrales presidida por su obispo o arzobispo.

La solemne misa en la basílica de San Pedro, adornada con arreglos floreales, ha sido concelebrada por cardenales, obispos y presbíteros, tanto diocesanos como religiosos, mientras el coro pontificio de la Capilla Sixtina entonaba cantos polifónicos. 

Uno de los momentos más tocantes de la celebración eucarística, ha sido cuando los sacerdotes han renovado las promesas hechas en el momento de la ordenación. Además se ha bendecido el óleo de los enfermos, el óleo de los catecúmenos y el Crisma, que se encontraban en unas ánforas grandes de plata. Después de la celebración los óleos se llevan a la catedral de Roma, San Juan de Letrán, desde donde se distribuirán a los sacerdotes de la diócesis romana para la administración de los sacramentos durante el año.

Durante la homilía, el Pontífice ha hecho una reflexión sobre “el cansancio” de los sacerdotes.

Si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo ayudar a los sacerdotes, “es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga”, ha afirmado, asegurando que “lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso hasta la consumación en el martirio”.

Francisco ha reconocido: “Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo”, ha indicado. "y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo. Nuestro cansancio --ha observado-- va directo al corazón del Padre".

Por otro lado, ha explicado que “cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios”. Por eso, el Obispo de Roma ha pedido no caer “en esta tentación”. Es más “nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie”, ha proseguido.

Del mismo modo, el Obispo de Roma ha repasado las tareas de los sacerdotes que hoy proclama la liturgia: “llevar a los pobres la Buena Nueva”, “anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos”, “dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”. Isaías agrega: “curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos”.

Estas tareas no son fáciles, estas tareas implican “nuestra capacidad de compasión”. Para los sacerdotes, “las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando”.

A continuación, el Papa ha hecho la reflexión sobre los tipos de cansancios.

En primer lugar está “el cansancio de la gente, de las multitudes”. Este cansancio, ha indicado el Papa, es bueno, está lleno de frutos y de alegría. Es el cansancio --ha añadido--  del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. De este modo, el Pontífice ha afirmado que no “podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos, y lo que es peor, pastores aburridos”.

El segundo cansancio del que ha hablado es “el de los enemigos”. El Papa ha advertido que “el demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallada o tergiversarla”. Así, el Pontífice ha explicado que “no sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal”. Aquí necesitamos pedir la gracia --ha precisado-- de aprender a neutralizar: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña.

Finalmente ha hablado del “cansancio de uno mismo”. Es quizás el más peligroso, ha reconocido, es más “auto-referencial”, es “la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón: éste pide ayuda y va adelante”. También lo ha definido como “coquetear con la mundanidad espiritual”. Y así, ha explicado que “sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga cansa mal”.

Para concluir, el Santo Padre ha recordado que la imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor el cansancio pastoral, es el lavatorio de los pies. Francisco ha indicado que “en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo”.

El Señor --ha añadido-- nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. Por último, el Papa ha invitado a pedir la gracia de aprender a estar cansados, pero “ibien cansados!”

(Leer el texto completo)

(HSM)

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El papa Francisco


El Papa invita a Colombia a la sanción, para recuperar la dignidad perdida
El Santo Padre, en una carta enviada al episcopado colombiano, expresa su deseo de visitar pronto esta nación

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - El Santo Padre es consciente de la importancia crucial del momento presente en Colombia, en donde "con esfuerzo renovado y movidos por la esperanza, están buscando construir una sociedad más justa y fraterna: una sociedad en paz”. Lo dice en una carta enviada al episcopado colombiano, firmada por el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin.

A través de esta misiva, el Papa invita a los colombianos a “ser colaboradores en la obra de la paz que nace del amor de Dios por la humanidad”, a “seguir trabajando en favor de la justicia, de la fraternidad, de la solidaridad, del diálogo y del entendimiento", a “luchar sin descanso contra toda forma de injusticia, de inequidad, de corrupción, de exclusión, males que destruyen la vida misma de la sociedad”. Asimismo, el Papa “manifiesta gran afecto, cercanía y solidaridad, a quienes han padecido las consecuencias del conflicto armado en todas sus expresiones”.

Francisco anima a asumir el riesgo de convertir toda la Iglesia, cada parroquia y cada institución, en un "hospital de campo", en un "lugar seguro en el que se puedan reencontrar quienes experimentaron las atrocidades y quienes actuaron desde la orilla de la violencia”. Que en la Iglesia --añade-- todos hallen sanación y oportunidades para recuperar la dignidad perdida o arrebatada. Que allí “se haga posible el arrepentimiento, el perdón y la decisión de no reproducir nuevamente la cadena de la violencia”. Que aquellos que actuaron desde la violencia, “allí puedan reconocer las dolorosas consecuencias de sus acciones, con las cuales no solamente han hecho daño a las víctimas, sino que han herido asimismo su propia dignidad humana”.

Hay que forjar la paz --se afirma en la carta-- partiendo desde quienes viven la marginalidad y la pobreza extrema, desde quienes no son incluidos en la sociedad. “Edificar una paz estable y duradera significa también trabajar por unas sanas relaciones en las familias, afectadas hoy por preocupantes situaciones de violencia para que, trasformadas por la fuerza del Evangelio, sean semilla y escuela de una cultura de paz y de reconciliación”, indica.

Y añade que “ha de seguir adelante animando su compromiso con los desplazados, con los sobrevivientes de las minas antipersona, con quienes han sufrido el despojo de sus bienes, con los secuestrados, con todas las personas que han padecido en diversas formas, y también con las víctimas de décadas de injusticia, inequidad y marginación”.

Finalmente, en la misiva, el Santo Padre desea transmitir estas reflexiones “al amado pueblo colombiano, a sus pastores y a sus autoridades, en espera de poder encontrarlos pronto, durante uno de sus viajes a América Latina, para llevarles personalmente el mensaje de paz de Cristo, el Señor”. (RL) (HSM)

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El Santo Padre: El amor de Jesús por nosotros no tiene límites
Texto completo de la homilí­a del Papa en la misa 'in Coena Domini'

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre en la misa 'in Coena Domini' en la iglesia junto a la cárcel de Rebibbia.

Este Jueves, Jesús estaba a la mesa con los discípulos celebrando la fiesta de la Pascua. El pasaje del Evangelio que hemos escuchado dice una frase que es precisamente el centro de lo que Jesús ha hecho por todos nosotros. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo”. Jesús nos amó. Jesús nos ama. Pero sin límites, siempre, hasta el final. El amor de Jesús por nosotros no tiene límites. Siempre más, siempre más. No se cansa de amar. A ninguno. Nos ama a todos nosotros. Hasta el punto de dar la vida por nosotros. Sí, dar la vida por nosotros, dar la vida por todos nosotros, dar la vida por cada uno de nosotros. Y cada uno de nosotros puede decir ‘da la vida por mí, cada uno. Ha dado la vida por tí, por tí, por tí, por vosotros, por mí… Por cada uno, con nombre y apellido. Su amor es así, personal. El amor de Jesús no decepciona nunca por Él no se cansa de amar como no se cansa de perdonar, no se cansa de abrazarnos. Esta es la primera cosa que quería deciros, Jesús nos amó a cada uno de nosotros hasta el final.

Y después hace esto que los discípulos no entendían. Lavar los pies. En aquel tiempo era habitual esto porque la gente cuando llegaba a una casa tenía los pies sucios del polvo del camino. No había ‘sanpietrini’ en aquella época, el polvo del camino. Y a la entrada de la casa, se lavaban los pies. Pero esto no lo hacía el dueño de la casa, lo hacían los esclavos. Era trabajo de esclavos. Y Jesús lava como esclavo nuestros pies, los pies de los discípulos. Por eso dice a Pedro ‘esto que hago yo, tú ahora no lo entendéis’. ‘Lo entenderás después’. Jesús, es tanto el amor, que se ha hecho esclavo para servirnos, para sanarnos, para limpiarnos. Y hoy, en esta misa, la Iglesia quiere que el sacerdote lave los pies a doce personas, en memoria de los doce apóstoles. Pero en nuestro corazón debemos tener la certeza, debemos estar seguros que el Señor cuando nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir otra vez su amor. En la Biblia hay una frase del profeta Isaías muy bonita, ‘¿pero puede una madre olvidarse de su hijo? Si una madre se olvidara de su hijo, yo nunca me olvidaré de ti’. Así es el amor de Dios por nosotros.

Yo lavaré hoy los pies de doce de vosotros. Pero, en estos hermanos y hermanas, estáis todos vosotros, todos, todos, todos los que viven aquí. Vosotros les representáis. Pero yo también necesito ser lavado por el Señor. Por esto, rezad durante esta misa, para que el Señor también lave mis suciedades, para que yo me convierta en más esclavo vuestro, más esclavo en el servicio de la gente, como ha sido Jesús.

Ahora comenzaremos esta parte de la ceremonia.

Texto transcrito por ZENIT

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Texto completo de la homilí­a del Papa en la misa crismal
Jueves Santo: el Santo Padre hace una reflexión sobre el cansancio de los sacerdotes y cómo buscar descanso en el Señor. 'Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús'

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - «Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.

El cansancio de los sacerdotes... ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajais en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias — que son suaves y ligeras —, en sus complacencias — a ellos les agrada estar en mi compañía —, en sus intereses y referencias — a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios —? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado»(2 Tm 1,12)?

Repasemos un momento las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

No son tareas fáciles, exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas — construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... —; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones, si hablamos con el corazón abierto, tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente: «Tomad, comed». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomad y comed, tomad y bebed...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre cansa.

Quisiera ahora compartir con vosotros algunos cansancios en los que he meditado.

Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador —lo dice el evangelio—, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallada o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium, 83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No temáis, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Y por último — para que esta homilia no os canse — está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos). Este cansancio, en cambio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.

La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.

El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,21). Y por favor pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ibien cansados!

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Mirada al mundo


Irak, una Iglesia heroica que podría desaparecer
Desde el Vaticano, una delegación ha visitado Kurdistán, región que acoge a miles de refugiados

Por Rocío Lancho García

CIUDAD DEL VATICANO, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - Son más de dos millones y medio los refugiados los  viven actualmente en Irak, de los cuales más de un millón proceden de la Llanura de Nínive, según los datos de las Naciones Unidas. En torno al 40 por ciento de los refugiados se encuentra en el norte de Irak, en la región del Kurdistán. Más del 50 por ciento de esos refugiados tiene menos de 25 años.

En el centro de la ciudad Erbil y Duhok la situación está aparentemente bajo control, pero según los datos de las Naciones Unidas, se registran diariamente episodios de violencia, ataques terroristas, detención de material explosivo en las zonas de Erbil, Duhok y Suleimania, en la Llanura de Nínive y en la región de Kirkuk.

Esta es la situación que una delegación formada por miembros del Pontificio Consejo Cor Unum y Caritas Internationalis, ha tenido ocasión de palpar con sus propias manos y ver con sus propios ojos. La semana pasada viajaron a Kurdistán para animar y llevar la solidaridad del Papa a este pueblo tan castigado y perseguido en los últimos meses.

“Siempre pasa que después de los meses o los años, los conflictos se olvidan. Nuestra visita, como otras, tienen un punto de ‘no olvidar' a estas poblaciones. Debemos hacer todo lo posible para no olvidar. Y para nosotros como Iglesia hay una razón más: son hermanos y hermanas en la fe. Y su presencia en esta región es muy importante. Tenemos que rezar ayudar lo máximo posible. La comunidad internacional crea el problema, como en Siria, pero no asume las consecuencias”. Así explica Michel Roy, secretario general de Cáritas Internationalis, parte del sentido de este viaje, de esta misión.

Por su parte, monseñor Segundo Tejado, subsecretario de Cor Unum, explica que la idea del viaje surgió por el papel que tiene este dicasterio de coordinar y ayudar a las agencias católicas de ayuda.  A propósito de estas agencias observa que “son las grandes olvidadas en estas situaciones. La gente que está allí trabajando lo hace en condiciones muy precarias y muy difíciles. Tienen que coordinar proyectos muy grandes y colaboran con la Iglesia local, las autoridades locales. Ir a visitarles es una forma de animarles”. Estas personas “son nuestros brazos” porque no todo el mundo puede ir a Irak a ayudar a las familias desplazadas. Por eso, afirma que “ayudar a que nuestros brazos lo hagan bien es una labor importante”.

Antes de salir de viaje, la delegación fue a la audiencia general para que el Papa bendijera dos imágenes de la Virgen desatanudos, de la que Papa es tan devoto. Ahora estas imágenes están en las iglesias locales: la iglesia caldea de Erbil y de Duhok.

Por otro lado, monseñor Tejado reconoce que durante el viaje se han encontrado fundamentalmente dos aspectos. “Por un lado el drama que están viviendo estas familias. Tomar a tu familia en brazos y tener que irte no es algo fácil. Es lo que vivió la Familia de Nazaret. La tensión, la dificultad, el pensar que no vas a poder volver a tu tierra, tu casa, tu trabajo, tu escuela… esto es muy duro”. Esta guerra --nos explica--está causando un drama humanitario incalculable. Por otro lado han podido constatar que se están teniendo que cerrar algunos programas. “Esto nos lo dijo el representante de las Naciones Unidas y con mucha preocupación porque están faltando los fondos. Al inicio hubo mucha solidaridad pero cuando no hay una atención por parte de los medios de comunicación esa atención baja”, observa.  Este es otro de los motivos del viaje: “mover las aguas de la ayuda”. Y por eso, monseñor Tejado aprovecha esta ocasión que le da ZENIT para hacer “un llamado a la caridad y la solidaridad”.

Durante el viaje a Kurdistán han podido percibir tres necesidades fundamentales. El alojamiento: “se prefiere el alquiler porque da más dignidad a las familias”. La educación: “no es fácil organizarla y en este sentido algunas de las agencias católicas están trabajando muchísimo, como CRS, JRS, Caritas Irak”. Y finalmente la sanidad.

Conversando con los refugiados se han encontrado tanto “a gente muy optimista que piensa que en seis meses esto se va arreglar” como “a otros que creen que va para largo y no va a ser fácil”. También hemos vivido --precisa monseñor Tejado-- la alegría que les produce que alguien vaya a verles y saber que vamos en nombre del Papa. Asimismo, muchas familias les transmitían “la dificultad de volver, el regreso”. Al respecto, el subsecretario explica que muchas familias han tenido que huir al ser denunciados por sus vecinos del barrio. “Son conscientes de la dificultad de regresar siendo una minoría en un contexto de mayoría musulmana. Se notaba en muchos esta dificultad”, asegura.  

Y esta Semana Santa reciben, por segunda vez, la visita del cardenal Filoni como enviado del Papa. Según nos explica monseñor Tejado, el purpurado ama mucho a este pueblo y este país, donde estuvo viviendo como nuncio apostólico. El Santo Padre está preocupado por este país que está viviendo una situación tan grave. “Es una Iglesia que puede desaparecer”, observa. Y en la misma línea, mostró esta preocupación monseñor Bernardito Auza, observador de la Santa Sede en la ONU, que este lunes hablaba de este drama y de la posibilidad de que desaparezca la Iglesia y los cristianos en Oriente Medio. “Esto es un drama, porque los cristianos han sido siempre en esta tierra, más que en ningún sitio, expresión de lo que nos ha llamado a ser Jesús, sal de la tierra. Y además han sido también un elemento de equilibrio entre las luchas entre chiítas y sunitas… Por eso en muchas de estas naciones los cristianos han sido un punto de equilibrio”, explica monseñor Tejado.

A propósito de la intervención de Auza, reconoce que “ha puesto el dedo en la llaga porque la emergencia, también desde nuestro punto de vista, es enorme”. A propósito reconoce que este drama “no viene bien reflejado en los medios de comunicación”. Nuestra impresión --subraya-- es que es más de lo que se nos cuenta. Hace muchos años que no se daba un movimiento de poblaciones tan grande y tan dramático.

Los cristianos de Irak son ahora un ejemplo para todos. Algunos de los que estaban en estos campos de refugiados y que la delegación tuvo ocasión de encontrar en su viaje, les explican que “no obstante esta ‘muerte’ hay siempre una luz que es la Resurrección de Jesucristo”. Y este pueblo va a intentar llevar esta luz, que es su fe cristiana, que la mantienen allí en un medio hostil y difícil durante siglos y siglos. Son iglesias herocias.

El sábado participaron en una celebración de Ramos que estaba llena de fieles. “Y con gran alegría con el obispo, los sacerdotes de la diócesis… Una fe viva, que es identidad pero también presencia”.

Michel Roy, explica también que han podido ver que los cristianos, los obispos, toda la diócesis, está muy implicada en las labores de acogida a los refugiados. Del mismo modo, indica que Cáritas está trabajando con estas periferias. “El trabajo de Cáritas ha sido un trabajo ‘de emergencia’. Están llegando muchas personas desde hace 9 meses. Por eso hay necesidades básica como comida, agua potable, techo…”, explica Roy. Del mismo modo habla de la importancia de la ayuda psico-social y la atención específica para los niños.

Además, señala que la Iglesia trata de tener un trato cercano y personal con estos desplazados y hace un gran esfuerzo por las familias. Al respecto, precisa que son muchas las organizaciones de la Iglesia que están trabajando en esta zona y que Cáritas, por petición de los obispos, está desarrollando una labor de coordinación.

Nuestra visita --prosigue-- es una entre muchas que sirven para dar esperanza, para saber que no están solos y abandonados, aunque no vean el final del túnel.

Finalmente, Michel Roy afirma que es urgente responder a la pregunta que estos refugiados se hacen ‘¿cuál es nuestro futuro?’ Por eso “debemos hacer algo para preguntar a nuestros gobiernos y a la comunidad internacional y se comprometan para buscar una solución”.

En este viaje han participado diversos representantes de las organizaciones humanitarias, entre los cuales, el secretario general de Cáritas Internationalis, Michel Roy; el presidente de Cáritas de Oriente Medio, Joseph Farah; el secretario general de AVSI, el director de FOCSIV. Además es una misión que se ha hecho en conjunto con la Congregación para las Iglesias Orientales, con la presencia de monseñor Khaled Ayad Bishay, lo que ha sido de gran ayuda por su conocimiento del terreno.


 

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Rome Reports


Basílica de Roma custodia reliquias de la Pasión de Cristo (Video)
Esta basílica tiene el INRI y un clavo entre otros recuerdos de la pasión

Por Rome Reports

ROMA, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - Para ver el vídeo hacer click aquí

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Papa en Misa crismal habla a los sacerdotes cansados: No miréis por encima del hombro (Video)
Recuerda a los pastores cuál es el propósito de la vocación sacerdotal

Por Rome Reports

ROMA, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - Para ver el vídeo hacer click aquí

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Homilía completa de Francisco en la Misa Crismal (Video)
Francisco a los sacerdotes: "Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús

Por Rome Reports

ROMA, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - Para ver el vídeo hacer click aquí

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Espiritualidad


Comentario a la liturgia dominical
Domingo de Pascua, Ciclo B Textos: Hech 10, 34.37-43; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9

Por Antonio Rivero

BRASILIA, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: Vivamos una vida pascual, pues hay en nosotros un deseo de ser inmortales.

Síntesis del mensaje: Pascua es mucho más que una fiesta o tiempo litúrgico. Es un estilo de vida, un modo de pensar, de sentir, de querer, de actuar, de hablar, que comienza aquí en la tierra y se prolonga en la eternidad. Pascua es compromiso a una vida nueva con Cristo Resucitado, que implica un morir al hombre viejo y un vivir según el hombre nuevo. Y este compromiso comenzó el día del bautismo. Y se prolonga en la eternidad.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, antes de la Pascua los apóstoles actuaban de modo muy humano en su vida. Pensaban con categorías humanas. Reaccionaban y se comportaban muy humanamente. Buscaban sólo las cosas de aquí abajo, como nos recuerda hoy san Pablo en su carta a los colosenses. Ahora entendemos tantos defectos de estos apóstoles de Jesús: sus envidias y ambiciones, sus riñas e intransigencias, sus flaquezas y debilidades, miedos y cobardías. La resurrección de Cristo les dio la fuerza, el coraje, la valentía que necesitaban para llevar una vida nueva de mayor entrega a los demás, una energía para el bien, mayor valentía en la lucha contra el mal, una fe y esperanza más firmes.  Y después de la resurrección se lanzaron a ser testigos de la resurrección de Cristo por todo el mundo con osadía, hasta sufrir el martirio por Él. Sí, por convencidos predicaron esa resurrección que ellos presenciaron; por predicarla, se la jugaron y, por jugarse la vida, la perdieron, dando su sangre por Cristo. Y ahora viven eternamente esa vida del Resucitado.

En segundo lugar, por la fuerza del testimonio y de la vida de estos apóstoles, tras ellos corrieron a la fe millones de todas las razas, siglos, culturas, continentes, civilizaciones…por dos mil años, como héroes. Y también cambiaron de vida. De una vida tal vez disipada, a una vida buena. De una vida buena, a una mejor. De una vida mejor, a una vida santa. Esto es vivir según la Pascua. Que hablen santa María Magdalena y san Agustín, que hablen santa Catalina de Sena y san Bernardo de Claraval; que hablen santa Teresa y san Ignacio de Loyola. Y que hable cada uno de nosotros. Cada año entramos en el sepulcro como san Juan: “vemos y creemos”. Y gracias a esa fe podemos vivir una vida nueva, por haber muerto al hombre viejo y pasional.

Finalmente,  para quienes vivan como dijo el poeta alemán Hans Thomma: “Vengo y no sé de dónde, soy y no sé quién, vivo sin saber cuánto, muero y no sé cuándo, marcho sin saber adónde, me maravilla ser feliz”, yo sí les sé responder: Cristo resucitado da la respuesta; es más, Él es la respuesta. ¿Y si la resurrección es mentira? Confieso que no tengo una sola razón filosófica para rechazar esa ocurrencia, pero desafío a cualquiera a que me enseñe una para refutarla. ¿Y si la resurrección es verdad? Confieso que no tengo una sola razón filosófica para demostrarla, pero desafío a cualquiera a que me enseñe una sola para refutarla. Yo no tengo razones humanas. Pero tengo razón: los testimonios, vidas heroicas, muertes soberanas, de los testigos del resucitado. Y cuando doce hombres y, millones después, mueren por alguien es que mueren por algo: por la verdad. ¿Quién da más? Llevamos dentro el ansia de una vida nueva y el deseo de ser inmortales.

Para reflexionar: ¿Se nota en mí la vida nueva de Cristo resucitado? ¿En qué: en mis pensamientos limpios y nobles, en mis afectos ordenados y puros, en mis palabras sinceras y auténticas, en mis decisiones honestas y rectas?

Para rezar: Señor, que también yo dé testimonio de tu resurrección para que los que me rodean crean que Tú estás vivo y te sigan.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org

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San Luigi Scrosoppi - 3 de abril
«Su vida resume la respuesta evangélica que debe darse a las deficiencias sociales. Entre otras fundaciones, impulsó la Congregación de Hermanas de la Divina Providencia. El lema que signó su acontecer fue hacer todo para todos»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) - Juan Pablo II puso a este santo como antorcha para los integrantes de la Iglesia: sacerdotes, religiosos y laicos. Dijo de él que era un «ejemplo luminoso y eficaz». Su mérito: haber ensamblado armónicamente vida contemplativa y activa. Tuvo estos grandes amores: Cristo, la Iglesia, el papa y los débiles.

Nació en Udine, Italia, el 4 de agosto de 1804 en una familia que gozaba de buena posición económica. Sus padres Domenico Scrosoppi, que regentaba una joyería, y Antonia Lazzarini, inculcaron a sus tres hijos tal amor a Cristo y a su Iglesia que todos, Carlo, Giovanni Battista y Luigi, fueron sacerdotes. Al ser éste el benjamín, cuando ofició su primera misa en 1827 concelebraron con él sus hermanos mayores. Su lema fue «hacer todo para todos». Lejos de un activismo estéril, como el eje vertebral de su existencia era Cristo al que ardientemente deseaba asemejarse, y lo que hacía estaba revestido de fe y confianza en Él, cosechó abundantes frutos. «Quiero ser fiel a Cristo, estar dedicado plenamente a él en mi caminar hacia el cielo, y conseguir hacer de mi vida copia de la suya». Oraba sin descanso y se postraba ante el Santísimo; era su alimento junto a la Eucaristía. Fue un hombre devoto. El rezo del rosario, la celebración del via crucis y otras prácticas de piedad formaban parte de su quehacer.

Creció siendo testigo de diversas penalidades que recayeron sobre su país. El tifus, la viruela y una pertinaz sequía regaron las calles de huérfanos. Por tanto, el hambre y la miseria eran bien conocidas por él. A la vista de tantas calamidades su preferencia por los pobres, enfermos y abandonados se acrecentó. Y antes de ser ordenado sacerdote se implicó en acciones encaminadas a socorrerlos. Además, había colaborado con el Oratorio de san Felipe Neri, al que admiraba profundamente. Como otros santos veía a Cristo en los desfavorecidos y afectados por el drama humano: «Los pobres y los enfermos son nuestros patronos y hacen presente la persona misma de Jesús».Con visible espíritu evangélico luchó por ellos en esos tiempos de crisis, al frente del orfanato para niñas impulsado por su hermano Carlo del que era director auxiliar desde 1829.

Su respuesta ante la penuria económica fue lanzarse a la calle; él mismo se había despojado antes de sus bienes para asistir a los que sufrían carencias. Lleno de fe reclamó asistencia y obtuvo los medios precisos para adquirir un edificio. Pero la repercusión de esta admirable labor entre los necesitados fue tan exitosa que enseguida requirieron mayor espacio para albergar a los que no tenían cobijo. Eso suponía que debían hacer acopio de nuevos recursos para costear la obra, de modo que, mientras coordinaba y trabajaba en la construcción de la casa, continuó pidiendo ayuda. En 1836 quedó culminado el edificio denominado Casa para los Desposeídos. Coincidió que ese mismo año la región sufrió la epidemia de cólera y el centro fue el único que pudo acoger a los damnificados.

Un grupo de maestras compartían con él la misma vocación de favorecer a los pobres y abandonados. Su caritativo testimonio movió los corazones de estas nueve profesionales de la enseñanza y fueron el pilar de la congregación de Hermanas de la Divina Providencia que fundó en 1837. Tenía como objetivo la atención espiritual y humana de niñas, a las que proporcionaron, junto a la formación cristiana, recursos prácticos para su devenir enseñándoles el oficio de costurera. Sobre todo, quería que las trataran con amor, ese que la vida les había hurtado. Puesta bajo el amparo de san Cayetano, la obra bebía de la espiritualidad del oratorio fundado por san Felipe Neri. Precisamente en 1846 Luigi pasó a formar parte del mismo, movido por una serie de circunstancias y de la historia misma, ya que su ideal de pobreza había sido el de san Francisco de Asís.

En 1854 fundó la Casa de Rescate para jóvenes abandonadas y en 1856 fue nombrado preboste de la comunidad. Las autoridades cerraron el oratorio, pero él siguió siendo fiel a san Felipe. En 1857 impulsó la escuela y centro de alojamiento para sordomudas que se mantuvo activo quince años. También abrió una Casa de Providencia destinada a las jóvenes que habiendo terminado sus estudios estaban desempleadas. Esta intensa actividad la compaginaba trabajando en los hospitales donde atendía a los enfermos y a los pobres. No se olvidó de los seminaristas y sacerdotes que vivían en la pobreza, a quienes proporcionó ayuda espiritual y material. Todo lo hizo con ejemplar sencillez, humildad y caridad, sintiéndose en manos de la Providencia bajo cuyo amparo puso la fundación. Conocía el valor del esfuerzo, de la perseverancia en la lucha, especialmente en medio de los contratiempos. Nada ni nadie podía inducirles al desaliento si tenían presente, como él, que hacían todo por Jesús. Denostó la vanidad, la prepotencia, la hipocresía y lo superficial.

El anticlericalismo recalcitrante llevó consigo el cierre de casas y el cese de actividades de muchos grupos. Clausuraron su oratorio y con él desaparecieron los recursos parroquiales. Sin embargo, este hombre humilde, generoso, diligente, dócil y caritativo que vivía a expensas de la voluntad divina, siempre presto a cumplirla, consiguió mantener a resguardo el resto de sus fundaciones. En todas las penalidades que se le presentaron actuó con heroica paciencia. Profetizó: «Voy a abrir doce casas antes de morir», y así fue. A punto de entregar su alma a Dios vaticinó: «Después de mi muerte, vuestra congregación sufrirá muchas tribulaciones, pero después renacerá a una vida nueva. ¡Caridad! ¡caridad! Este es el espíritu de vuestra familia religiosa: salvar las almas y salvarlas con la caridad». Falleció después de pronunciar estas palabras en Udine el 3 de abril de 1884. Conoció en vida el auge de sus fundaciones y la aprobación de su congregación efectuada por Pío IX en 1871. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de octubre de 1981, y lo canonizó el 10 de junio de 2001.

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Testigos de la vida
Domingo de Pascua

Por Mons. Enrique Díaz Diaz

SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 02 de abril de 2015 (Zenit.org) -  Hechos de los Apóstoles 10, 34. 37-43: “Hemos comido y bebido con Cristo Resucitado”.
Salmo 117: Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya”.
Colosenses 3, 1-4: “Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo”.
San Juan 20, 1-9: “Él debía resucitar de entre los muertos”

¡FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN!

¡Resucitó! Es la noticia que las mujeres y los discípulos llevan por todos los rincones. ¡Resucitó! Es la alegría que invade sus corazones, que transforma sus miedos, que ilumina nuevos caminos. ¡Resucitó! Grito, experiencia, júbilo que no cabe en el corazón y que se desborda bañando de amor y comprensión a los hermanos. ¡Resucitó! Es también nuestro pregón, nuestra propuesta y la razón de ser cristianos hoy. ¡Cristo vive y está en medio de nosotros! ¡Lo hemos visto! Lo hemos experimentado y renueva nuestra esperanza y nuestros anhelos y los deseos de una vida nueva. Resucitar es mucho más que revivir, es mucho más que retornar a la vida de siempre, es iniciar una nueva vida, llena de plenitud y de luz. Es vencer a la muerte y no esperarla ya nunca más. La resurrección de Jesús es la señal que el cristiano ofrece a la humanidad para mostrar que la muerte no es el final definitivo ni el destino del hombre. No estamos destinados al fracaso, sino que hemos sido creados y llamados a la vida y a la felicidad. Por eso en este día resuena lleno de entusiasmo el grito de todos los discípulos de Jesús: “El Señor ha resucitado ¡Aleluya!”.

La experiencia de la Resurrección es mucho más que acercarse a una tumba vacía. Es tener la certeza que Cristo ha vencido a la muerte. Algunos todavía siguen buscando un cuerpo y se acercan al sepulcro, y no logran percibir que el Señor ha resucitado. Nos dice San Juan que al acercarse “vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús había de resucitar de entre los muertos”. En lugar de estremecerse de espanto porque no está “el cuerpo”, su espíritu se llena de alegría porque experimenta que el Señor ha resucitado.

Descubrir a Jesús resucitado es mucho más que contemplar una piedra removida, un sudario doblado y unos lienzos abandonados. Es quitar la piedra pesada del pecado y de la desconfianza que cargamos sobre nuestros hombros, es habituarse a la luz, al amor, a la libertad y a la paz. Todo empieza de nuevo. Dios, fiel a su palabra, señor de lo imposible, se revela en este triunfo de su Mesías. La debilidad ha superado la fuerza, la violencia, el odio y la corrupción. El perdón se toma revancha y vence a la traición, al abandono y a la negación. Dios, removiendo la piedra, renueva nuestra esperanza y nos envía por los caminos de nuestro mundo a gritar la vida, ahí donde haya muerte, donde haya guerra, donde haya destrucción.

La Resurrección del Señor transforma todo. Las olvidadas y despreciadas, María Magdalena y sus acompañantes, asumen ahora el papel protagónico y se constituyen mensajeras de la gran novedad: “¡El Señor ha resucitado!” Precisamente ellas, las débiles y despreciadas, a quienes se les niega la palabra, las que no cuentan en las posesiones y poderes del mundo, ellas son las que dan fuerza y credibilidad a este anuncio. El Señor se les ha aparecido y las ha enviado. Por eso hoy toda mujer debe convertirse en testigo de resurrección, en defensora de la vida verdadera, en constructora de este nuevo mundo propuesto por Jesús. Deben destruir las ataduras de lo antiguo y de la muerte, del odio, de la división y del egoísmo.

Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección Celebrar la Pascua es mucho más que ser espectadores de este evento inaudito, oír su narración por enésima vez y regresar a casa con la sensación de haber vivido un espectáculo bello. Es vivirlo juntamente con su protagonista, es tomar parte. Se trata de morir y ser sepultados con Él. Se requiere acercarse al sepulcro, no para terminar sepultados en el desaliento y en la tristeza, sino para participar de su nueva vida y llevar esta vida por todos los lugares. Es verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto.

Hoy al unirnos a su resurrección podemos creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva! No es posible celebrar la Pascua si no hacemos el “paso” de internarnos en la oscuridad de la muerte a todas las propuestas del mundo, para renacer a un vigoroso empeño por la nueva luz del Resucitado. No se trata de limpiar bellamente el sepulcro vacío y postrarnos en silencio, sino entender los signos, acoger con fe una revelación, un testimonio y una experiencia de Jesús resucitado. Adelante, pues, no es hora de temores y vacilaciones. El miedo ha sido vencido, ha terminado la noche, ha nacido un nuevo mundo. Una nueva primavera va brotando de los añosos troncos que parecían perdidos. La enorme piedra que cerraba nuestro viejo mundo, sofocante y pecador, en el que permanecíamos prisioneros y al cual nos resignábamos, ha sido botada lejos por la Resurrección de Cristo. Debemos salir de nuestro silencio y de la prisión, Él nos hace pasar a un mundo nuevo.

En este día de la Resurrección contemplemos el triunfo de Jesús, experimentemos su presencia, y después, miremos nuestra vida diaria y respondamos: ¿soy testigo de la Resurrección? ¿Cómo manifiesto mi alegría, mi esperanza, mi sano optimismo sabiendo que la última palabra la tiene el bien, el amor, Dios? Mi fe en la Resurrección de Jesús ¿me compromete en una lucha por la vida en todos sus niveles?

Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida eterna, concede a quienes celebramos hoy la Pascua de Resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por la gracia del Espíritu Santo. Amén.

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