Cristo ha resucitado para que estemos muertos al pecado

Ayer celebramos la resurrección de Cristo, que es una de las piedras angulares de nuestra fe, de tal forma que si tal hecho no se hubiera producido, estaríamos perdiendo el tiempo miserablemente:

Pero si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de entre vosotros dicen que no hay resurrección de los muertos?

Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, inútil es nuestra predicación, inútil es también vuestra fe. 

Resultamos ser además falsos testigos de Dios, porque, en contra de Dios, testimoniamos que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si de verdad los muertos no resucitan.  Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; pero si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe, todavía estáis en vuestros pecados.

1ª Cor 15,12-17

En ese sentido, es muy necesario afirmar el hecho histórico de la resurrección auténtica -o sea, física- del Señor tal y como ha hecho Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en un artículo donde condena las tesis de los herejes que niegan la misma o la reducen a una especie de sentimentalismo etéreo que solo sirve para ocultar una falta de fe cristiana y católica.

Ahora bien, del texto citado de San Pablo quiero destacar esa frase final. Si Cristo no hubiera resucitado, estamos todavía en nuestros pecados. Es decir, muertos espiritualmente hablando. Y es que, no lo olvidemos, si Cristo murió y resucitó no fue para que siguiéramos viviendo esclavos del pecado:

¿Y qué diremos? ¿Tendremos que permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique?
¡De ninguna manera! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo vamos a vivir todavía en él?
¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte?
Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva.
Porque si hemos sido injertados en él con una muerte como la suya, también lo seremos con una resurrección como la suya, sabiendo esto: que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, para que fuera destruido el cuerpo del pecado, a fin de que ya nunca más sirvamos al pecado.

Rom 6,1-6

La encarnación, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo tiene como fin el reconciliar al hombre con Dios. Dicha reconciliación está amenazada por el pecado. Efectivamente, cuando pecamos nos alejamos del Señor en mayor o menor medida. Si el pecado no es grave, permanecemos unidos a Él, pero en grave peligro. Si el pecado es mortal, la separación nos pone ante el abismo de la condenación. Si pensamos por un momento lo que supone la eternidad, ante la cual toda nuestra vida terrenal no llega ni a ser como el parpadeo de un ojo, seríamos más conscientes de lo que nos jugamos en los años que nos toca peregrinar por este valle de lágrimas. Es cosa buena buscar la felicidad en este mundo, pero de poco nos valdría ser felices durante cien años si el resto de nuestra existencia la hemos de pasar alejados de Dios y castigados en el infierno.

Mas como dice la Escritura, Dios no quiere la muerte del que muere, sino su conversión (Ez 18,32. Y es Dios mismo quien nos abre la puerta a la vida de santidad, sin la cual nadie le verá (Heb 12,14). Es Él quien produce en nosotros tanto el querer hacer el bien como el hacerlo (Fil 2,13). Es Él quien no deja que seamos tentados más allá de lo que podamos soportar, pues junto con la tentación, nos ofrece la victoria sobre la misma (1ª Cor 10,13). Por tanto, no tenemos excusa. Cristo ha resucitado para liberarnos de le esclavitud del pecado, ¿y vamos a seguir viviendo como los que no tienen a Cristo en su corazón? ,¿vamos a seguir comportándonos como los hijos de las tinieblas?, ¿vamos a ser idólatras, adúlteros, fornicarios, ladrones, ávaros, envidiosos, desentendidos de los pobres y enfermos, prisioneros del alcohol y las drogas e incluso asesinos?, ¿desobedeceremos a uno o a todos los mandamientos del Señor y de su Iglesia?

Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, porque sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque lo que murió, murió de una vez para siempre al pecado; pero lo que vive, vive para Dios. De la misma manera, también vosotros debéis consideraros muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
Por lo tanto, que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus concupiscencias, ni ofrezcáis vuestros miembros al pecado como armas de injusticia; al contrario, ofreceos vosotros mismos a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y convertid vuestros miembros en armas de justicia para Dios; porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, ya que no estáis bajo la Ley sino bajo la gracia.

Rom 6,8-14

Debemos considerarnos muertos al pecado. No podemos ser cristianos mientras seguimos sometidos al reinado del pecado en nuestras vidas. Que nadie nos engañe. Pero que nadie nos desespere tampoco. Si pecamos, abogado tenemos para con el Padre: Jesucristo, el Justo (1 Jn 2,1). Bien sabe Dios que hasta que no lleguemos a su presencia, somos débiles y de vez en cuando caemos. Para eso nos ofrece su perdón, siempre que acudimos a Él contritos, arrepentidos. No hay pecado del que Dios no nos pueda librar mediante el perdón y la santificación. No lo hay. Ni pequeño ni grande. Pero no dejemos nunca de acudir al sacramento de la confesión. Es medicina salvífica para el alma. Llegamos ante el ministro de Dios enfermos o muertos espiritualmente y salimos sanados o resucitados tras la absolución y las obras de penitencia (Hech 26,20) que se nos indican y hacemos por pura gracia del Señor.

Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, ya que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? De ninguna manera. ¿Es que no sabéis que si os ofrecéis vosotros mismos como esclavos para obedecer a alguien, quedáis como esclavos de aquel a quien obedecéis, bien del pecado para la muerte, bien de la obediencia para la justicia? Pero, gracias a Dios, vosotros, que fuisteis esclavos del pecado, obedecisteis de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis confiados y, liberados del pecado, os hicisteis siervos de la justicia.
Hablo a lo humano en atención a la flaqueza de vuestra carne. Igual que ofrecisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad para cometer iniquidades, ofreced ahora vuestros miembros al servicio de la justicia para la santidad.
Cuando erais esclavos del pecado, estabais libres respecto de la justicia. ¿Qué fruto obteníais entonces de esas cosas que ahora os avergüenzan? Pues su final es la muerte.  Ahora, en cambio, liberados del pecado y hechos siervos de Dios, dais vuestro fruto para la santidad; y tenéis como fin la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; en cambio el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Rom 6,15-23

Es ya hora de que por gracia dejemos que nuestro ser sea aprisionado por el apasionante abrazo de la santidad que nos une a Dios. Imploremos de Dios su ayuda eficaz para librarnos e todo aquello que nos limita o impide la plena comunión con Él. No nos dejemos en engañar por los cantos de sirena mentirosos de aquellos que apelan a una falsa misericordia de Dios que nos deja esclavos de nuestros pecados pasados y presentes. Alejémonos de esos falsos maestros que enseñan, para perdición de su alma y de los incautos que les siguen, que se puede ser cristiano y mundano, cristiano y adúltero, cristiano e idólatra, cristiano sin caridad. Alejémonos de quienes caen bajo el anatema por predicar un falso evangelio, sea bajo el ropaje que sea.

Muchos de nosotros dijimos ayer “Aleluya, Cristo ha resucitado". Que toda nuestra vida sea un aleluya porque verdaderamente hemos resucitado con Cristo muriendo el pecado.

Santidad o muerte.

 

Luis Fernando Pérez Bustamante