Defensa de la fe, santificación y misericordia

Suele ser habitual la acusación de fariseos, faltos de caridad, fundamentalistas, etc, contra aquellos católicos, sean seglares, religiosos, sacerdotes u obispos, que tienen la costumbre de defender la fe de la Iglesia tanto en relación a los valores del mundo como de los heterodoxos que pululan por la comunión eclesial.

Si la cosa afecta a cuestiones morales, especialmente las que tienen que ver con la sexualidad, el tono de las acusaciones sube.

Es decir, si hoy a alguien se le ocurre decir esto…

no os mezclaseis con quien, llamándose hermano, fuese fornicario, avaro, idólatra, injurioso, borracho o ladrón. Con éstos, ni comer siquiera“.

o esto…

Todo el que se sale de la doctrina de Cristo, y no permanece en ella, no posee a Dios; quien permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no transmite esta doctrina no lo recibáis en casa ni le saludéis; pues quien le saluda se hace cómplice de sus malas obras“.

… inmediatamente será objeto de todo tipo de improperios por parte de aquellos que pretenden ser más misericordiosos que Dios. Lo cierto es que esos textos corresponden a 1ª Cor 5,11 y a 2ª Jn 9-11. 

Si alguien osa decir que aquellos que dicen conocer a Dios pero no guardan sus mandamientos, son simple y llanamente mentirosos, se le mirará con mal gesto, a pesar de no estar diciendo otra cosa que lo que enseña en apóstol San Juan, inspirado por el Espíritu Santo, en 1 Jn 2,4.

Se da también habitualmente un pacto no escrito entre los heterodoxos y aquellos que, aun profesando la fe católica en su integridad, caen dentro de lo que cabe calificar como buenismo cómplice. Sí, creen lo que la Iglesia enseña, pero no mueven un dedo para defender la fe y acusan a los que sí lo hacen de falta de caridad.

Precisamente la caridad, y su supuesta ausencia, se ha convertido en el mantra preferido de esos acusadores de los defensores de la fe. Y ciertamente la caridad es fundamental. Como dice San Pablo, si tenemos fe y no caridad, nada somos (1ª Cor 13,2). La fe no se impone a palos sino que se ofrece en gracia.

Ahora bien, dado que no hay mayor acto de caridad hacia el prójimo que ser instrumento de la gracia de Dios para salvar su alma, ¿cómo cabe calificar a los que dedican buena parte de su vida a hacer esto?

Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados.

Stg 5,19-20

Por otra parte, ¿eran malos cristianos todos los padres de la Iglesia y santos que se dedicaron a combatir el error y la falta de santidad? ¿era fundamentalista San Agustín cuando escribía contra donatistas, pelagianos, priscilianistas y maniqueos? ¿lo era San Ireneo de Lyon cuando escribía contra los gnósticos? ¿lo era San Pío X al indicar las falsedades del modernismo, que están en la raíz de lo que hoy ven nuestros ojos?

Si hoy dices “Santidad o muerte” te llaman talibán y sin embargo la Escritura nos pide que busquemos “la santificación, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12,14). Y también:

Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os apartéis de la impureza, que cada uno de vosotros trate su cuerpo con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios.

1 Tes 4,3-5

Otra acusación típica contra algunos de nosotros suele ser: “sois legalistas". Y ciertamente lo seríamos si dijéramos que el hombre puede, por si solo, guardar toda la ley divina. Pero no es el caso. Tal cosa es imposible. Sabemos, entre otras razones porque lo vivimos, que solo la gracia de Dios nos capacita para andar en santidad. Y creemos que si dicha gracia produce en nosotros, siquiera sea poco a poco, frutos de santificación, no hay razón alguna para que no los produzca en el resto de hermanos en la fe. No somos mejores que nadie. Simplemente aprendemos por gracia a entregamos en brazos de Dios para que nos perdone nuestros pecados, nos libere de los mismos y haga crecer en nosotros a Cristo, para que podamos decir con San Pablo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,20).

Laus Deo Virginique Matri

 

Luis Fernando Pérez Bustamante