“Vivir en la alegría de la confianza de Dios
con los hombres”, es el título de la carta pastoral del
arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, para esta
semana. A continuación publicamos el texto íntegro de la
misma:
Siempre que medito el capítulo nueve del libro de los
Hechos de los Apóstoles, especialmente cuando el apóstol Pablo
llega a Jerusalén y trata de juntarse con los primeros
discípulos del Señor, que no acababan de fiarse de su
conversión (cf. 9, 26-30), lo que más me impresiona y en lo
que más se detiene mi pensamiento y mi corazón es en cómo
nuestro Señor deposita su confianza en un hombre pecador, que
había vivido una persecución muy dura y muy fuerte contra los
cristianos. Un hombre como Pablo, que había participado
incluso en la muerte de algunos cristianos. La impresión que
conmueve y capta mi corazón es cómo el Señor alcanza su vida y
tiene con él un encuentro de tal hondura y con tales
dimensiones que su existencia da un giro total: de perseguidor
se convierte en discípulo y seguidor coherente del Señor, en
predicador de Jesucristo apasionado por Quien ha transformado
su vida. De tal manera que para San Pablo el anuncio de
Jesucristo, al que considera la única noticia que debemos dar,
se convierte en una necesidad, “no tengo más remedio y, ¡ay de
mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). San
Pablo ha experimentado la confianza que el Señor deposita en
su vida. Él, pecador y perseguidor, ha sido elegido
para llevar la Buena Noticia a los hombres. Y lo vive con tal
pasión y con tal fuerza en la comunión con Jesucristo que
puede decir en alto aquella expresión que caracteriza toda su
vida: “no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
Cuando pienso en la conversión de San Pablo, veo a tanta
gente que después de muchas vicisitudes en la vida, incluso
enfrentados con Jesucristo y con la Iglesia, por
circunstancias diversas, se encuentran de tal manera con la
persona del Señor que tienen la misma experiencia del apóstol
¡Qué admiración me producen! El Señor, de modos diferentes,
les dice: “¿por qué me persigues?” Y, como el apóstol Pablo,
responden: ¿quién eres, Señor?, o, lo que es lo mismo: ¿qué
quieres de mí?, ¿qué me pides?, ¿qué deseas? Como San Pablo,
la respuesta es inmediata. Muchas veces, la dificultad está en
los que rodeamos a esas personas que reciben y responden a la
llamada del Señor. Tenemos la misma tentación que aquellos
cristianos, y que los mismos Apóstoles en el primer momento de
la Iglesia: la de la sospecha y difamación, el no creer en la
conversión, en esa capacidad que tiene nuestro Señor de
“hacerlo todo nuevo”. Surgen suspicacias y miedos, que en el
fondo es no creer en la fuerza y el poder del Señor para
cambiar la vida y el corazón de los hombres. Muy a menudo la
tentación es, con aires de defender la fe, seguir en la
difamación que niega la capacidad que tiene Jesucristo de
cambiar la vida del ser humano. ¿Creemos en la versión nueva
que da Jesucristo a los hombres cuando nos ponemos en sus
manos? ¿Creemos en el Señor que deposita su confianza en
nosotros cuando nos ponemos a vivir desde Él, por Él, y en Él?
Hay que descubrir esa confianza que el Señor pone en todos
los hombres, que nace de la fuerza que tiene el encuentro con
Jesucristo, desde la experiencia del amor misericordioso que
nos tiene. Debemos desentrañar el contenido de la Bula del
Jubileo de la Misericordia del Papa Francisco. El Papa quiere
acercarnos palabras cargadas de significado de San Juan XXIII,
pronunciadas en la apertura del Concilio para indicar el
camino que debemos seguir: “en nuestro tiempo, la Esposa de
Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no
empuñar las armas de la severidad… La Iglesia Católica, al
elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la
verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos,
benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con
los hijos separados de ella”. El Papa Beato Pablo VI, en la
conclusión del Concilio, decía: “queremos más bien notar cómo
la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la
caridad… La antigua historia del samaritano ha sido la pauta
de la espiritualidad del Concilio” (Misericordiae Vultus, 4).
Y es que la omnipotencia de Dios se manifiesta precisamente en
su misericordia. No es fácil en muchas ocasiones perdonar. Sin
embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras manos
para alcanzar la paz del corazón y apartar de nuestra vida la
venganza, el rencor, la rabia y toda clase de violencia que
muchas veces, con aires de defensa de la pureza y de la
verdad, nos hacen permanecer en el enojamiento y no nos
permiten vivir esta bienaventuranza: “dichosos los
misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5, 7).
Como nos dice el Papa Francisco, “la misericordia es la viga
maestra que sostiene la vida de la Iglesia”.
El salmo 138, el de la confianza, nos manifiesta cómo Dios
está siempre con nosotros. No nos abandona en las noches más
oscuras de nuestra vida. Está presente en los momentos más
difíciles. No nos deja ni en la última noche ni en la última
soledad, cuando ya nadie puede acompañarnos. Los cristianos
sabemos que no estamos solos, es más, Dios mismo ha enviado a
su hijo Jesucristo a vivir entre nosotros. Él nos quiere y nos
cuida. La bondad de Dios está siempre con nosotros. El salmo
139 es una muestra de lo que somos para Dios: “Señor, tú me
sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me
levanto, de lejos penetras mis pensamientos, distingues mi
camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares...
Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y
conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame
por el camino eterno” (cfr. Sal 139).
Os invito a vivir con obras, esa confianza que ha
puesto Jesucristo en nosotros. Él nos ha hecho
miembros vivos de su Iglesia y por las obras que hagamos nos
conocerán. Nuestras palabras serán creíbles si responden a las
obras que hagamos. Como nos dice el apóstol San Juan, no
podemos amar de palabra y de boca, sino de verdad y con obra.
De tal manera que, para nosotros, la fe y adhesión a
Jesucristo y amarnos unos a otros como Él nos mandó y nos
enseñó con su propia vida es una misma realidad. Dejemos que
nuestra vida sea invadida por la confianza que el Señor ha
puesto en nosotros. Confianza que nos hace responder con una
adhesión inquebrantable a su palabra, sabiendo que Jesucristo
puede cambiar cualquier situación en un instante. Confiemos
siempre en la gracia del Señor. Con ella podemos esperar
siempre de nuevo que el futuro sea mejor que el pasado, porque
no se trata de confiar en una suerte más favorable, o en las
modernas combinaciones del mercado y las finanzas, sino de
agradecer la confianza que el Señor ha puesto en nosotros para
hacernos miembros vivos de la Iglesia y darnos la misión de
hacer presente su vida y su amor en medio de esta historia.
Con la fuerza de su gracia y el desbordamiento que realiza su
amor en el encuentro de Él con nosotros, todo se hace nuevo:
“He resucitado y ahora estoy siempre contigo para que seas mi
testigo. Donde estés, estarás en mis manos y estaré contigo”.
Con gran afecto, os bendice:
+ Carlos, Arzobispo de Madrid