Los nuevos mártires de América y el odio a la fe

 

El P. Gastón Garatea es poco conocido en España, a pesar de que el director de un portal de información “religiosa” le haya dedicado una larga entrevista recientemente. Es, sin embargo, muy conocido en el Perú por su participación en la controvertida Comisión de la Verdad y la Reconciliación y, más recientemente, por sus ataques continuos al Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima. La particular inquina del religioso contra el Cardenal viene de tiempo atrás, pero se ha acentuado recientemente por el conocido problema de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

No es mi intención elaborar una semblanza de este religioso de los Sagrados Corazones; baste recordar que entre sus declaraciones están sus apoyos a la agenda del lobby homosexualista peruano, su defensa de la “píldora del día después” y su cuestionamiento del celibato sacerdotal. No supone nada nuevo, pues todos ellos son lugares comunes entre los eclesiásticos del disenso entrados en años (tan genialmente caricaturizados por Bruno Moreno en su personaje ficticio Higinio Fernández), siempre proclives a creerse intérpretes únicos de la voluntad de Jesucristo. Quizá la única diferencia se da en que, en el caso de Garatea, el Arzobispo de Lima, cumpliendo su misión de defender a los fieles de los lobos con piel de oveja, le retiró las licencias para ejercer el ministerio en su archidiócesis.

A lo que vamos. Hace unas semanas el P. Garatea participó en un programa de radio en la emisora RPP -muy importante en el panorama mediático peruano- en el que se hablaba sobre los tres sacerdotes que sufrieron el martirio en Perú en 1991, y que serán beatificados en diciembre. Se trata de los polacos Michele Tomaszek y Zbigneo Strzalkowski, y del italiano Alessandro Dordi. La presencia del Garatea en el programa se explica por su participación en la anteriormente mencionada Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que le acreditaría como un experto en los sucesos acontecidos en el transcurso de las actividades del movimiento terrorista marxista Sendero Luminoso, responsable de los asesinatos de los tres sacerdotes.

Como pueden escuchar en los audios que se presentan al final del artículo, el P. Garatea, al final del primer corte del programa, interviene queriendo hacer una aclaración sobre la implicación de Sendero Luminoso en el martirio de los sacerdotes. En primer lugar señala que Sendero Luminoso “no tenía como enemigo principal a la Iglesia”. Los asesinatos de eclesiásticos sucedieron, siempre en opinión de Garatea, porque la Iglesia formaba parte del “mecanismo de poder del Perú”. Respondiendo a la amable objeción del P. Darío Mazurek, portavoz de la Congregación de Hermanos Menores Conventuales, de la que formaban parte los mártires polacos, el P. Garatea asevera que, según el líder del grupo terrorista marxista Abimael Guzmán, no había odio a la fe católica.

La afirmación de Garatea resulta sorprendente, en primer lugar porque en el decreto de beatificación, aprobado por el Papa Francisco, está reconocido el martirio por “odio a la fe”; y sobre todo porque Luis Bambarén, obispo emérito de Chimbote, diócesis en la que servían los sacerdotes asesinados, ha declarado que el testimonio clave para que se decretara el martirio por odio a la fe lo dio el mismo Abimael Guzmán.

Me surge la pregunta sobre la intención de Garatea -insistimos en la autoridad que se le otorga en el Perú para este tipo de cuestiones- al negar que los mártires asesinados por un grupo terrorista marxista murieran por odio a la fe. Es posible que sus manifestaciones respondan a la inclinación que algunos observan el informe de la Comisión al que hemos aludido, que tiende a ver el conflicto como una especie de guerra civil con dos bandos establecidos, de la cual los religiosos hubieran sido meras víctimas. Así, no sería el odio a la fe connatural a los grupos revolucionarios marxistas el incitador de la violencia hacia los eclesiásticos, sino el hecho de que la Iglesia a la que pertenecían fuera identificada por el poder estatal por parte de los guerrilleros. Es decir, o bien no hay culpables, o la culpa la tiene la Iglesia por aliarse por el poder.

No es la primera vez que escuchamos estos argumentos. Los españoles estamos muy acostumbrados a ellos cada vez que se habla de los mártires de la persecución religiosa entre los años 34 y 39. Como todos sabemos, la historia oficialista (la de la memoria histórica) propugna que los miles de sacerdotes, religiosas y laicos católicos asesinados, generalmente después de ser vilmente torturados, fueron o bien meras víctimas de un conflicto causado por “la derecha”, o incluso un tanto culpables por estar identificados con una institución que defendía a los ricos en su explotación a los pobres. No importa cuántas veces se recuerde que precisamente en el caso español los comunistas y anarquistas solían ensañarse con los sacerdotes más cercanos a los pobres, como posiblemente no le importe a Garatea que se le recuerde que los mismos terroristas marxistas han declarado que a estos sacerdotes los asesinaron, no por su identificación con el estado o por defender a los ricos, sino porque mediante el anuncio del Evangelio frenaban la participación del pueblo en la lucha armada y adormecían sus aspiraciones de poder a través de la caridad.

Curiosamente el decreto de beatificación de los tres mártires fue aprobado el mismo día que el de Óscar Romero. Se trata de dos casos muy similares y a la vez opuestos en cierto sentido, dadas las diferentes ideologías de los asesinos. En ambos se ha dado el caso de cierta dificultad a la hora de establecer el odium fidei como motivo de sus muertes, y en ambos ha sido explícitamente reconocido en el decreto de beatificación. En el caso de Romero, no faltará quien diga que su asesinato se debió a que se alió con las izquierdas y fue, por tanto, mera víctima de un conflicto político. En ambos casos será una falsedad, pues la verdad es que los cristianos resultan incómodos a todos aquellos que, cegados por las ideologías o por el dinero, buscan obtener el poder por medio de la violencia.

Ante la evidente hostilidad del mundo actual hacia los cristianos que lo son de verdad, muchos alegan que tal hostilidad deriva de la oposición de la Iglesia contra el “progreso” del mundo, es decir, contra el aborto, la anticoncepción, el homosexualismo, la cultura hedonista y de la posesión, el divorcio, etc. La idea sería que los cristianos fuéramos más moderados en nuestros planteamientos, y de esa forma dejaríamos de ser perseguidos. La realidad es que dejaríamos de ser cristianos. Toda persecución a un cristiano por ser cristiano es “odio a la fe”, pues se le persigue no por ser de tal raza, cultura, signo político o clase social, sino por vivir la fe en Cristo hasta sus últimas consecuencias. “Como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo”.

Lo que me parece irónico es que el mismo Garatea que prácticamente niega su condición de mártires a los tres futuros beatos, a la vez se la aplica a sí mismo refiriéndose al empeño que el Cardenal Cipriani tiene de cumplir con él su oficio de pastor. En esto también se asemeja a otros eclesiásticos entrados en años.

P. Francisco José Delgado Martín

 

Los audios:

http://cdn.rpp.com.pe//programas/semanasanta2015/martiresbeatos/01DeMartiresaBeatos1.mp3

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