La Iglesia vuelve a perder naciones enteras en Europa como en el siglo XVI

A principios del siglo XVI, Europa entera era católica u ortodoxa. Las naciones ortodoxas a finales de dicho siglo eran las mismas. Al menos las que no habían sido invadidas por el Islam. Sin embargo, la Europa católica saltó hecha pedazos. Primero, con el Acta de Supremacía aprobada, a peticiòn de Enrique VIII, por el parlamento inglés en 1534, por la cual el soberano se convertía en cabeza de la “Iglesia” en Inglaterra. Y luego, tras diversas guerras religiosas, con la paz de Agusburgo de 1555, que impuso la norma “cuius regio eius religio” -"según sea la religión del rey, así será la religión”-, que venía a significar que si un rey o príncipe era católico, su pueblo o nación también, y si era protestante, idem. 

Los ciudadanos católicos y protestantes que estuvieran en países cuyo rey era de la otra religión, pasaron a ser poco menos que de segunda categoría, cuando no perseguidos abiertamente. Se da la circunstancia de que la mayoría de los países europeos que hoy siguen siendo confesionales son de religión protestante en algunas de sus variantes. Y, sin ir más lejos, hasta hace bien poco un sacerdote católico no podía por ley ser candidato a unas elecciones en Gran Bretaña.

Aun así, se puede decir que no “cuius regio eius religio” es una reliquia de la historia sin ninguna aplicación práctica. Y sin embargo, la Iglesia Católica ha vuelto a perder naciones enteras. Con una particularidad. La pérdida es tolerada, cuando no animada, por gran parte de la propia jerarquía “catolica” de dichas naciones.

Eso es lo que ocurre en Alemania, cuyos obispos ya plantean abiertamente soluciones que convertirían al catolicismo en una copia barata del catolicismo, con una doctrina y una praxis distinta dependiendo de la región del planeta donde se viva, y lo que acabamos de confirmar que ocurre en Suiza, donde los debates presinodales han dejado claro que “agentes pastorales, catequistas y sobre todo fieles comprometidos con la parroquia, consejos parroquiales, organismos eclesiales, por ejemplo, asociaciones femeninas y de jóvenes, y de otros grupos y comunidades” no profesan la doctrina católica sobre el Matrimonio, el divorcio, la Eucaristía y, lógicamente, la Confesión. Por tanto, el mero sentido común dictamina que no pueden ser considerados católicos. Son tan protestantes liberales como la mayoría de los protestantes “oficialistas” de su país.

Es de suponer que ocurra algo parecido con las iglesias en Austria, Bélgica y Holanda. Y solo Dios sabe en qué otros países del mundo puede darse una situación similar.

Ante esa realidad, que este periodo sinodal ha tenido la virtud de hacer claramente visible, nos vemos abocados en teoría, solo en teoría, a estos posibles escenarios:

1- Aceptar las tesis de los que quieren poner fin a 20 siglos de Escritura, Tradición y Magisterio católico en todo lo relacionado con el Matrimonio, la Eucaristía y la Confesión. Eso llevaría aparejado un cisma total, pues hay muchos obispos, cardenales e incluso países enteros, caso de Polonia, que no lo aceptarán. Es más, sabemos que Cristo prometió que las puertas del Hades no prevalecerían contra su Iglesia. Y que rogaría al Padre para que a Pedro no le faltara la fe.

2- Aceptar las tesis de los obispos alemanes que, como ya he dicho, proponen un sistema similar al de los anglicanos. En la Comunión anglicana hay diócesis, o parroquias dentro de las diócesis, que no admiten obispas, uniones homosexuales, etc. En otras sí. Todos permanecen metafóricamente unidos a la cabeza de dicha comunión eclesial. Eso, llevado al catolicismo, sería en la práctica otro cisma, seguramente más peligroso que el mencionado anteriormente, porque daría una falsa imagen de unidad y comunión. Nuevamente, hemos de confiar en la promesa de Cristo y pensar que este punto no es posible.

3- Poner fin a esta locura, aplicando la autoridad pontificia para confirmar la fe de la Iglesia y dejar fuera de la misma oficialmente a los que ya lo están espiritualmente e insistan pertinazmente en el error. Por supuesto, eso supondría también la constatación de un cisma que, de hecho, ya existe. En esos paises citados hay auténticos católicos -seglares, religiosos, sacerdotes y obispos- a los que habría que proveer de sacerdotes y obispos fieles al magisterio de la Iglesia. Seguramente se perderían templos, catedrales, parroquias, sacerdotes, obispos e incluso diócesis enteras. Pero la fe católica quedaría a salvo en medio del remanente que, en medio de esta locura, ha permanecido fiel. Ahora bien, seamos claros. Hay un porcentaje muy alto de católicos practicantes que están en tierra de nadie. Y otro aun mayor de bautizados que no tienen nada de cristianos, pues ni siquiera practican su fe.

¿Hay otras opciones? Puede que sí, pero yo no las veo. Obviamente lo ideal es que los no católicos se convirtieran a la fe de la Iglesia, pero bien sabemos por la historia que tal cosa no es fácil que ocurra.

En definitiva, lo que nuestros ojos contemplan en vivo y en directo es aquello que dijo san Pablo:

Realmente tiene que haber escisiones entre vosotros para que se vea quiénes resisten a la prueba.

1ª Cor 11,19

Creo, no aseguro, que de la misma manera que fue necesario convocar un concilio ecuménico, el de Trento, para abordar la crisis protestante, en un futuro no muy lejano será necesario convocar otro para atajar la actual crisis, que lleva larvándose desde hace varias décadas.

Y no creo, sino que tengo la certeza absoluta ,de que solo la irrupción de grandes santos, entre ellos papas y obispos, puede recuperar para la Iglesia pueblos que ya ha perdido. Eso fue lo que hizo, entre otros, San Francisco de Sales, que llegó a un cantón suizo donde apenas quedaban setenta católicos y cuando lo abandonó, apenas quedaban setenta calvinistas.

Mientras tanto, nosotros cum Petro et sub Petro.

Exsurge Domine et iudica causam tuam

Luis Fernando Pérez Bustamante