Gozos y fatigas

Ushetu, Tanzania, 6 de mayo de 2015.

 

Tengo que enviarles otra crónica sin fotografías. A veces es difícil pintar la situación sin fotos. Pero esta vez no servía llevar la cámara, porque era muy de noche, y tampoco la situación era la mas conveniente. Por eso trataré de contarles de la mejor manera posible lo que viví hoy mismo, y así se lo puedan imaginar.

Por diversas razones, me resultó imposible ir a ver temprano a una enferma por la que me habían llamado. Una de ellas es que estaba en la ciudad, a donde había ido para recibir a un voluntario que llegaba de Egipto. Entre unas cosas y otras, no me daba el tiempo para ir a la aldea de Mitonga antes de la misa que celebraría a la tarde. Como la enferma estaba grave, me pidieron que no lo atrase hasta mañana. Entonces decidí ir luego de la misa, ya bien de noche, pero acompañado de nuestro catequista Filipo.

Preparamos los oleos, el ritual, y llevaba la comunión por las dudas, ya que no sabía bien cómo era el caso de esta señora, porque la comunicación por celular con esta aldea es un poco difícil. Me había llamado el catequista de ese lugar, que se llama Ángelo.

Salimos luego de la misa, casi a las 20:00 hs, todo un trasnoche para estos lugares. Comenzamos el viaje rezando el rosario, aprovechando que llevábamos el viático (Santísimo Sacramento para los enfermos de gravedad). El viaje podía durar cerca de 40 minutos, porque el camino está muy destruido a causa de las últimas lluvias. Durante el trayecto miraba el cielo totalmente estrellado, en una noche bien oscura, sin luna. El aire muy fresco, tal vez para nosotros, ya acostumbrado al calor.

Cuando llegamos nos estaban esperando dos catequistas, y la familia, que pude percibir muy católicos, por su modo de rezar, por su tranquilidad, por sus palabras. Como les decía, era noche entrada y cerrada, llevábamos varias linternas. Dejamos el vehículo y nos dirigimos a la casa, que estaba junto al camino. Se veían dos o tres casas cerrando un patio, tan común en estos lados. Entramos en una habitación y nos encontramos en una habitación sin nada de luz, ni velas encendidas. Se iluminaba a medida que entrábamos con las linternas. Había solamente un colchón en el piso de tierra y dos o tres banquetas de madera. El colchón era muy delgado, y la enferma, María, recostada en él, tapada con un kitambaa (tela con dibujos). Todo muy limpio y barrido. Entró toda la familia a rezar y cero que éramos unas diez personas, según pude contar, ya que estaba muy oscuro y ni nos veíamos las caras. Pude hablar con la enferma que estaba consciente, y respondía a todo con una voz muy débil, pero clara. Estaba muy delgada, demacrada, una persona joven, calculo que no mas de 40 años. Ha sido casada por iglesia, pero su esposo la había abandonado, y ella vive con sus dos hijas, en la casa junto con otros familiares.

Con alegría escuchó que venía el padre, y yo cuando vi que estaba consciente y sabía swahili me animé más, a arrodillarme junto al colchón y hablarle de la confesión, que le traía el perdón de Dios, sus sacramentos, y especialmente la Eucaristía. Agradeció y se confesó, luego comenzamos la ceremonia de la Unción y Viático. Terminamos confiriéndole la Confirmación, que todavía no había recibido. Toda la familia acompañaba con las oraciones, y hasta hicimos un canto a la Virgen de Fátima al final… que todos cantaron con seguridad, conociendo la canción.

Saqué un rosario traído de Roma, de pétalos de rosas, y le dije que venía de Roma, de donde vive el Papa. Le dije que tenía olor a flores… y cuando olió se sonrió y dijo, “es verdad”. Me regocijó inmensamente. Ella misma lo tomó, lo besó y se lo puso al cuello, y me seguía llamado la atención que su rostro mostraba muchísima calma y hasta alegría.

Le traté de decir algunas palabras de esperanza, que agradezco a Dios que por más que son frases simples, contienen la fuerza de la verdad, y son escuchadas con mucha atención y unción, y finalmente agradecidas por todos: “María, le pido que rece por nosotros, por los sacerdotes y las hermanas, por los misioneros. Ahora sus oraciones son más escuchadas que las nuestras, porque usted está en la cruz con Jesús. Dios la escucha más a usted que a nosotros”. Ella asentía y yo continuaba: “Ahora usted tiene la fuerza que le da la Eucaristía. Jesús le va a ayudar a llevar la cruz, a cargar con el peso del sufrimiento. La Virgen María es nuestra Madre y nos ayuda”. Yo sabía que no sólo escuchaba ella, sino toda la familia, y les hacía bien.

Nos despedimos, con gran sentimiento, y afuera saludé a algunas personas a quienes le pregunté qué relación tenían. Una de ellas me dijo que se llamaba Celina, y era una de las hijas, de unos 18 años más o menos. Le di mi pésame y le dije que rezara el rosario, que le iba a dar fuerza. Allí comenzó a llorar y  debió retirarse… un gran sentimiento de pena en todos. Pero ella también, asentía a estas palabras.

Luego, en medio de la oscuridad, junto a la camioneta, toda la familia me despedía y se deshacía en agradecimientos.

En el viaje, con Filipo pensamos lo mismo… qué gracia la nuestra de poder estar en un momento así, de poder acompañar a la gente cuando lo necesita. Y cómo Dios paga los sacrificios de sus misioneros.

Yo recordaba las palabras de la misa, que tano me gustan, del ofertorio: “… para que llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día…”. Y muchas veces los gozos y las fatigas se identifican. Y creo que nunca las fatigas del misionero dejarán de producir gozo. ¿Porqué nos retraemos a los sufrimientos que finalmente nos traen gozo? Capaz que habría que cambiar el orden de las palabras… “las fatigas y los gozos…”.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego, IVE.