Una castaña no es un castaño, ¿y qué?

 

Los defensores del aborto no dejan de bucear en los argumentos. Los defensores del aborto, algunos de ellos, son personas inteligentes. Yo, desde luego, no creo que sean menos inteligentes que yo. Es decir, pienso que son, en general, personas normales, como creo que lo soy yo.

Suelen extrapolar, los defensores del aborto, la diferencia aristotélica entre acto y potencia. Y es una buena distinción. La sustancia, lo que es, tiene capacidades o posibilidades de llegar a ser lo que aún no es de modo manifiesto. Por ejemplo, un niño no es, en acto, un adulto, pero puede llegar a serlo. Tiene la capacidad de llegar a serlo.

La potencia es un no ser relativo. Aún no es lo que puede ser, pero puede llegar a serlo. Pero hasta la potencialidad de una sustancia viene determinada por la naturaleza de esa sustancia. Una castaña puede llegar a ser un castaño, es verdad; pero no puede llegar a ser una ballena.

Pero el problema es que los defensores del aborto se fijen muy poco en lo sustancial. Se fijan en que una sustancia, una realidad, pueda cambiar, evolucionar. Pero no se detienen en lo que la sustancia es, sea en potencia o en acto.

A mí casi me da lo mismo, sustancialmente, tirar a la basura una castaña o talar un castaño. Sustancialmente, no hay cambio. Aunque sea deplorable cortar un castaño. Claro que es una pena talar un castaño y, sin embargo, carece de gravedad deshacerse de una castaña. Por muy malo que sea, y creo que lo es, talar un castaño, es solo eso: talar un castaño. Una castaña aún no es, y puede no llegar a serlo, un castaño. Tirar una castaña no daña el universo de los árboles. Talar un castaño, quizá sí, pero no necesariamente. Pero sin castañas no habría castaños.

En el aborto, la comparación flaquea. Claro que hay cambio, claro que hay paso de la potencia al acto, entre un embrión y un hombre adulto. Pero, en este caso, lo importante no es el cambio, sino la sustancia.

¿Hay cambio? Sí. Pero una semilla de lechuga no se convierte en un gato. Hay cambio, pero en la continuidad. Si hablamos de un ser humano, lo sustancial es que es humano. ¿Cambia? Sin duda. Puede llegar a ser un niño, un adolescente, un joven, un adulto o un anciano. Pero sustancialmente llegará a ser, tiene la potencialidad de llegar a ser, lo que básicamente es desde el comienzo: un ser humano.

El problema radica en si empezamos a distinguir cuándo sí y cuándo no el ser humano es digno de respeto. ¿Cuándo es feto es digno de respeto? Si se dice que “depende” cabría preguntar, de nuevo: ¿Y de niño?. Si se vuelve a decir que “depende”, la pregunta se puede volver a formular: ¿De adolescente, de adulto, de anciano?

Una castaña no es un castaño. Pero una castaña y un castaño comparten naturaleza. Un embrión humano no es un anciano, pero un embrión humano y un anciano comparten naturaleza: la naturaleza humana. Y no de modo genérico, sino individualizada. Es decir, son personas humanas. Nos guste más o menos reconocerlo.

¿Dónde están los límites? ¿No vale nada el ser humano?. ¿Somos los seres humanos, en potencia de ser inhumanos, los jueces que podemos decidir cuándo un ser humano vale y cuándo no?

Si no defendemos la dignidad de lo humano, el paso de la potencia al acto servirá para justificarlo todo. Quizá nunca seremos, si le interesa a quien manda, lo suficientemente dignos de ser protegidos. Quizá nos quedaremos en potencia de algo, en meras castañas, sin llegar a ser castaños, sin llegar a ser reconocidos como personas. El que paga, manda.

 

Guillermo Juan Morado.