El amor desinteresado del matrimonio

 

En el plano meramente natural y no sobrenatural, es un hecho que el eros o amor erótico no basta para soportar todas las pruebas del matrimonio. También es un hecho que el amor desinteresado, paciente y benigno que algunos han llamado agape (1 Cor 13, 4-8)  debe ir creciendo con el tiempo y muy lentamente en los matrimonios, porque de lo contrario, si el matrimonio se funda exclusivamente en el eros, tarde o temprano fracasa y el amor erótico acaba con el matrimonio.

El amor matrimonial desinteresado hace que los esposos se entreguen como un don libre y recíproco de sí mismos que se corrobora con sentimientos hermosos y actos de ternura. Las personas no buscan cosas para dar al otro, sino que se donan a sí mismas. No aman algo que el otro tenga, sino que aman al otro tal como es.

El amor desinteresado llamado agape, no es como el eros que busca la autoafirmación de sí mismo, al propio yo, sino que el amor desinteresado busca la elevación del tú. No busca tanto ser feliz, sino más bien hacer feliz al otro y por eso se mantiene al margen del peligro del amor puramente erótico.

El amor desinteresado o agape trata de comprender al otro penetrando en sus sentimientos; lo acepta como es, con todo y sus límites, sus defectos y sus debilidades. No idealiza al otro, sino que es una atención muy pura al ser del otro. Una penetración muy profunda en el ser del otro que le lleva a estar dispuesto a la más íntima comunidad de vida para apoyarse mutuamente a soportar la carga normal que conlleva la vida. En el amor desinteresadamente dado, cada persona es consciente de que desde ese momento, ha entregado su vida totalmente y completamente al otro y a su capacidad de realización aún a sabiendas de que pueda conocer al otro totalmente.

También el instinto de protección encuentra en el amor desinteresado, su cumplimiento, ya que las personas que se aman pueden donar, lo más íntimo, secreto y personal de sí mismas.

Además el hecho de querer y buscar agradar a la persona amada adquiere un sentido de verdadero amor que va mucho más allá de una simple coquetería. Y como la unidad amorosa de los corazones radica en los valores más altos de la persona que son los valores
espirituales y religiosos, afirmados y vividos en común, es importante que haya comunión en la fe, comunión en la forma de pensar y comunión en las convicciones más profundas de la vida. Porque si somos estrictos, el plano meramente natural no es suficiente para el amor verdaderamente humano porque el hombre está llamado a vivir una vida sobrenaturalmente buena para lo cual es necesaria la virtud sobrenatural infusa de la caridad.

Algo muy importante es que este amor desinteresado que se da básicamente en el verdadero matrimonio, que viene de matriz que significa fecundidad, está ordenado, por naturaleza, a la procreación y la educación de los hijos. Donde hay amor matrimonial hay vida y los padres consideran al hijo como un don y no como algo meramente engendrado

Los hijos son el don más excelente del matrimonio.

De modo que, el amor mutuo y desinteresado y más aún el amor de caridad, y la procreación y la educación de los hijos durante toda la vida, son elementos esenciales de un verdadero matrimonio. El matrimonio es así, la comunidad del hombre y la mujer en el verdadero amor. Sin embargo, el matrimonio no es sólo para la procreación porque la experiencia demuestra que los matrimonios infecundos también pueden permanecer en pie, siempre y cuando haya amor desinteresado, intimidad y comunión total de vida.

Ninguna otra amistad meramente natural es tan profunda como el amor matrimonial. Ninguna relación estrecha más entre sí a las personas humanas que el vínculo matrimonial, pues los esposos se encuentran obligados entre sí por un amor desinteresado.

Todo esto que parece tan sencillo ha sido ignorado en la actualidad, y como se vive en un ateísmo teórico y/o práctico sin considerar los sacramentos, que son la fuente de las virtudes, los dones, la oración y todo lo necesario para una vida sobrenaturalmente buena, lamentablemente los fracasos en los matrimonios aumentan día con día.   

manuel.ocampo.ponce@hotmail.com