“Tomar la Comunión”

 

Una cosa es la semántica de las palabras y otra la pragmática. Quizá semánticamente la expresión “tomar la Comunión” sea correcta, pero si atendemos a los usuarios del lenguaje y a las circunstancias de la comunicación, no me parece muy logrado hablar de “tomar la Comunión”.

Me ha chocado escuchar noticias del tipo: “La Princesa de Asturias ha tomado la Comunión”. No sé, pero creo que cuando hablamos decimos cosas como “tomar una caña”, pero no me suena lo de “tomar la Comunión”.

Es verdad que una de las acepciones del verbo “tomar” es “recibir algo y hacerse cargo de ello”. O también “comer o beber”.

Al comulgar por primera vez recibimos a Cristo que se hace alimento para nuestra alma: “Tomad, comed: esto es mi cuerpo” (Mt 26,26). Jesús se identifica con el pan partido y entregado para alimentar y dar vida.

De todos modos, en vez de usar “tomar la Comunión”, me parecería mejor emplear otras formas de hablar: “Ha recibido la Primera Comunión” o, simplemente, “ha hecho su Primera Comunión”.

Hacer la Primera Comunión significa recibir por primera vez a Jesucristo que viene a nuestro encuentro en este Sacramento. No es tanto que nosotros vayamos a su encuentro, sino que, sobre todo, es Él quien viene a nuestra vida.

La Comunión sacramental es un signo eficaz de la comunión real, del encuentro entre cada uno de nosotros y Jesús, “cuyo reino no tendrá fin”, como dice el Credo. Es decir, entre cada uno de nosotros y el Hijo de Dios hecho hombre, y no por una temporada, sino para siempre.

Para siempre, desde la Encarnación, el Hijo de Dios es hombre, sin dejar de ser Dios. Y por ser Dios y hombre es el mediador entre Dios y los hombres: es el “universal concreto”.

Muchos niños, por estas fechas, harán su Primera Comunión. El pequeño Catecismo que estudié de pequeño recordaba tres condiciones para comulgar bien: 1. Estar en gracia de Dios. 2. Guardar el ayuno eucarístico. 3. Saber a quien recibimos.

De las tres condiciones, la más importante es la tercera: Saber a Quien recibimos. Si es Jesús, y lo es, entonces no podemos poner impedimentos ni levantar fronteras para que nuestra relación con Él se vea obstaculizada por lo único que puede obstaculizarla: el pecado mortal.

Y lo del ayuno es una especie de guiño a nuestra condición mortal: somos espíritus encarnados, tenemos alma y cuerpo. Y no está mal que también el cuerpo se prepare para recibir el alimento que importa de verdad.

Me habría gustado oír: “La Princesa de Asturias ha hecho su Primera Comunión”.

 

Guillermo Juan Morado.