La Palabra del Domingo - 24 de mayo de 2015

  

 

Jn 15, 26-27; 16, 12-15

“26 Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. 27 Pero también vosotros daréis testimonio,  porque estáis conmigo desde el principio.

 12  Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. 13  Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. 14El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.      “

 

 

 

COMENTARIO

Nuestro Defensor de parte de Dios

No podemos negar que una de las cuestiones más difíciles de entender es la del Espíritu Santo, que creemos forma parte, con el Padre y el Hijo,  de la Santísima Trinidad, eje esencial de nuestra fe.

Sin embargo, Jesús no trata, en estos textos del Evangelio de Juan, de que comprendamos la profundidad de esta persona tan singular nacida del amor que Padre y el Hijo y que se representa como fuego (Pentecostés), como paloma (Bautismo de Cristo) o como brisa suave (Profeta Elías). Lo que quiere es que sepamos que pronto, en aquel entonces, vendría, y lo que esto debía de suponer para aquellos que aceptasen esa mediación, la del Defensor, para aquellos que la aceptasen y, ahora, para los que la acepten.

Cuando Jesús sube al Padre es cuando cumple la promesa de enviar al Espíritu Santo. Si se hubiera limitado a hacer esto podría pensarse que su acción tenía importancia pero que eso, quizá, no iba a tener trascendencia en la vida del hombre.

Sin embargo, el Paráclito, ese Espíritu enviado tenía, también, él, una misión que realizar, y que no era otra que la de continuar con la labor que Jesús había iniciado. Por eso el Mesías les informa no ya sobre su venida sino sobre qué hará.

El Espíritu Santo tenía por delante un trabajo, y tiene, notable. En primer lugar, ha de dar testimonio de Jesús, en el sentido de su existencia desde el Principio, desde todos los tiempos. Y esto es importante, yo que confirmaría, para toda la humanidad, que nuestro hermano hombre era quien decía que era. Sentada esta premisa, el resto, amplio resto, vendrá dado. Y así, aquellos que escuchaban lo que decía Jesús darían, a su vez, ya convencidos por esto, testimonio de ser testigos, de su vida y de su doctrina. Esto es un principio sin el cual el resto no habría podido producirse, desde cuando se llamó cristianos a sus seguidores y, desde el Pentecostés, sin ser así llamados, para siempre.

Recordemos que el Espíritu Santo no habla de lo que sabe sino de lo que ha visto, que es todo, y si lo sabe porque lo ha visto es porque también es Dios, por eso sabe lo que sucederá, como lo sabía Jesús; por eso les anunció lo porvenir, para que quieran conocer y, conociendo, puedan amar y transmitir.

Pero ¿cuál era el objetivo para el cual el Paráclito iba a ser enviado, cuál el fundamento de su misión? Hacernos ver, sin duda. Y para esto ha de guiar su, nuestro, entendimiento. Ese guiar hacia, y hasta, de camino y de llegada, la verdad, también hemos de entenderlo como producido hoy, ahora, en este nuestra vida.

El Espíritu Santo no dejó de actuar cuando guió a aquellos primeros seguidores sino que, a lo largo de la historia del hombre, de la nueva creación acaecida con la resurrección del Hijo del hombre, ha tratado de iluminar las mentes, las nuestras, y los corazones de los hijos de Dios, los nuestros, para que lleguen, lleguemos, al conocimiento de la Verdad, objetivo de su venida. Y por eso aún permanece entre nosotros, esperando que le invoquemos para tener su presencia, soñando con que queramos tenerle como amigo, como conductor de nuestra vida, como mano que nos lleva hacia el Padre Dios.

Todo ello sabiendo, conociendo y reconociendo que todo lo que procede del Espíritu Santo no procede de él sino de Dios, que es Él mismo, pero hecho instrumento, directo, de salvación.

Debemos, por lo tanto, abandonarnos al Espíritu Santo porque sólo así podremos comprender la Verdad, la Verdad que trata de enseñarnos, para que no permanezcamos ciegos ante Dios.

Y ¿cómo hacer esto? Escuchando sus mociones, pidiendo su intervención, inquietando nuestro corazón con el pedido de su presencia; orando, al fin y al cabo

PRECES 

Por todos aquellos que no acepan a Cristo como defensor suyo.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no quieren escuchar los gemidos del Espíritu Santo.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a aceptar las mociones que tu Espíritu pone en nuestro corazón.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

 

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán