Del laberinto al 30

 

No conozco a nadie que haya puesto en duda esta regla jugando a “la oca”, salvo algún niño especialmente caprichoso al que directamente se le mandaba a hacer gárgaras. Niños caprichosos de esos que tiene que hacer su voluntad y que si no ganan revuelven las reglas, patalean, chillan, te montan el número y se llevan el tablero que para eso es suyo.

Niños y mayores. Es igual. Si se juega a “la oca” las reglas son más que conocidas: de oca a oca y tiro porque me toca, del laberinto al treinta y si caigo en el pozo tantos turnos sin tirar. Admitidas las normas por consenso universal.

Lo curioso de esto es que los mismos que aceptamos algo tan simple como el reglamento de la oca, el del mus, dominó, parchís o el ajedrez, luego, en las cosas que hacen referencia al alma y la vida eterna seamos tan liberales y complacientes. 

Del laberinto al treinta y se acabó. Pero… si rompo mi matrimonio y me uno a otra persona no tiene por qué estar mal aunque Cristo lo llame adulterio y la Iglesia lo corrobore en doctrina de veinte siglos. Una de chica en paso, tres de dúplex y tres de treinta y una. Va a misa y es indiscutible. Eso sí, lo de la misa dominical depende y ya veré y es que la iglesia no se moderniza. Si no sacas un cinco no sales de casa, te como y me cuento veinte. Indiscutible parchís. Pero hombre, a ver si la Iglesia se actualiza en la cosa de la regulación de la natalidad y las relaciones íntimas.

Ni les quiero contar lo que puede ser una durísima discusión de fútbol con citas varias a don Pedro Escartín y apelaciones a las jugadas más conflictivas de los últimos años sobre un posible fuera de juego posicional. Pues bien, los mismos debatientes sobre tan tremendo asunto, nada menos que un posible fuera de juego posicional (¿se dice así?) resuelven el tema del aborto con un cada cual sabrá, y para eso somos libres.

La Iglesia católica tiene sus normas, algunas desde el mismo Jesucristo. Por cierto, ya está bien eso de que Cristo era bueno y comprensivo, que lo era, pero se pone a hablar del adulterio y, leche, se le entiende todo. Lo recibido de Cristo y lo que la Iglesia ofrece a sus fieles como orientaciones, normas, prohibiciones u obligaciones, no son cosas colocadas al buen tun tun. Son cosas que se ofrecen a los fieles como camino para la propia salvación. Despacharlas con el trascendental argumento de que hay que ser modernos, que nos hemos quedado atrás en los tiempos o que cada cual sabrá, no es estupidez, es de un orgullo que tira de espaldas.

Luego eso sí, te pones a echar una partidita de mus con Manolo, Angelines y Paco y las treinta y una son las treinta y una, duplex valen tres y medias dos, y te gano por la mano que llevamos lo mismo. Pero las normas de la Iglesia aleatorias, que para eso son cosa del alma y de la vida eterna. Las del mus ni tocarlas, que nos jugamos los cafés y la honrilla.

Un tanto de orgullo en todo esto ¿verdad?