El Papa llegó a Sarajevo en una ideal primavera de fiesta. En medio de fuertes medidas de seguridad, miles de fieles se encaminaban, desde muy temprano, hacia el estadio Kosevo para asistir a la misa de Francisco, el mismo en el que la celebró san Juan Pablo II el 13 de abril de 1997. En efecto, en aquella oportunidad, el Papa Wojtyla realizaba su sueño de visitar a la gente de los Balcanes tras sólo un par de años de los Acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra de la Antigua Yugoslavia.

Tras dieciocho años de aquel histórico evento, es el Papa Bergoglio quien escribe ahora una nueva página de la historia con la celebración de la Misa en un estadio abarrotado, sobre todo de croatas, que representan a la mayoría de los católicos del país y ante la presencia de más de sesenta mil fieles, entre los cuales, en un sector reservado, algunos mutilados y heridos de guerra en un clima, gracias a Dios ya no posbélico como entonces, sino proyectado hacia el futuro, en el que se ve ondear con fuerza la bandera de la entrada de Bosnia y Herzegovina en la Unión Europea.

El Santo Padre presidió esta solemne celebración Eucarística tras la bienvenida que le reservaron los tres miembros de la Presidencia y su visita de cortesía en el Palacio Presidencial, donde dejó como don un mosaico único, inspirado en una fotografía, que representa la cúpula de la Basílica de San Pedro vista desde los jardines vaticanos realizado  con una técnica de mediados del siglo XVIII, por parte de los maestros del Estudio del Mosaico Vaticano.

En este viaje relámpago de casi un día completo de actividades, el Papa se encuentra con la realidad política e inter-confesional en un país que experimenta la coexistencia de diversas etnias y que cada vez más va resurgiendo de las cenizas dejadas por la sangrienta guerra que la devastó en la década de los años noventa. Y que dejó un saldo – recordamos – de cerca de cien mil muertos y más de dos millones de refugiados y desplazados, lo que equivale a más de la mitad de la población de esta nación.

Después de un “almuerzo de trabajo” con los seis obispos de la Conferencia Episcopal, y de los respectivos encuentros con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, primero; y del ecuménico e interreligioso, después; finalmente, y antes de regresar a Roma, será el turno de los amados jóvenes, esos que siempre sorprenden con sus actitudes límpidas, con sus deseos de crecer y de imprimir su huella a la sociedad en la que viven, trabajan y rezan, cargados de entusiasmo y con una sana dosis de idealismo, que si hunde sus raíces en la fe en Jesucristo, ciertamente no se dejarán robar la esperanza.

(Desde Sarajevo, María Fernanda Bernasconi – RV)