¿Hacia qué nos enfrentamos los católicos? El arzobispo de Filadelfia nos da su visión

Arzobispo Chaput, Filadelfia

 

Charles J. Chaputt, el arzobispo de Filadelfia, suele decir cosas interesantes. En esta ocasión ha aprovechado una reunión con sus sacerdotes para lanzar un diagnóstico de la situación que viven los católicos en su diócesis y el futuro que les aguarda que creo que no se aleja mucho de nuestro panorama.

Empieza Chaputt explicando los resultados de un estudio sociológico sobre los católicos de Pennsylvania y su relación con la Iglesia. Los resultados no son malos, al contrario, lo cual es muy meritorio en una diócesis especialmente golpeada por los abusos sexuales y los escándalos de dinero. No obstante, señala el arzobispo, hay algo que sí resulta preocupante: el envejecimiento de los católicos, la poca incidencia de la Iglesia entre los “millenials” (nacidos durante las décadas de los 80 y 90). Y llega a la siguiente constatación:

La Iglesia de la infancia de la mayoría de los sacerdotes estadounidenses - la vida parroquial de la que en su momento nos enamoramos todos – se está acabando. Y no va a volver, al menos no durante nuestras vidas. La cultura estadounidense ha cambiado drásticamente en los años transcurridos desde la ordenación de la mayoría de mis hermanos sacerdotes”.

¿Qué hacer entonces?

Chaputt nos da algunas pistas: “Podemos empezar por entender que la Iglesia dentro de veinte años será más pequeña, menos rica, menos influyente y probablemente menos libre de hacer su trabajo que en cualquier momento del siglo pasado. Para los creyentes, nuestro trabajo a partir de ahora, es asegurarse de que también sea más entusiasta, más fiel y mejor dirigida”.

Y continúa con su ejercicio de realismo: “necesitamos ver el mundo como realmente es. Muchos estadounidenses aman al Papa Francisco porque él encarna un espíritu de humildad y alegría. […] Pero un número igual de gente - y tal vez unos cuantos más - aman a un “Papa Francisco” de su propia creación; un Papa que les dispense de todas las exigencias morales católicas más inoportunas. Cuando eso no ocurra – porque al final eso no puede ocurrir - un montón de gente puede no alegrarse mucho y la “tolerancia” hacia la Iglesia puede llegar a ser muy escasa, muy rápidamente”.

Chaputt señala, haciéndose eco de los comentarios del profesor de Notre Dame, Gerard Bradley, lo que constituye uno de los mayores, sino el mayor, reto al que se enfrentará la Iglesia durante los próximos años, al menos en Occidente: “el desafío más peligroso al que se enfrentan los católicos estadounidenses tiene que ver con el establecimiento de la ’salud sexual’, la ‘identidad de género’ y la ‘autodeterminación sexual’ como bienes supremos, incluso para los niños y menores de edad - de tal manera que sus padres y la Iglesia se convierten en una seria amenaza al presunto bienestar de estos menores. En otras palabras, la forma católica de criar a los hijos está en peligro de ser etiquetada, en un tiempo relativamente corto, como una especie de abuso de menores, una calumnia contra la cual la protección de nuestra menguante libertad religiosa será como un fino escudo".

El momento, según el juicio de Mons. Chaputt, es pues grave y los paralelismos con nuestra situación son evidentes: “Si el Tribunal Supremo de Estados Unidos establece un derecho constitucional al “matrimonio” entre personas del mismo sexo - y probablemente lo va a hacer- las implicaciones legislativas, judiciales y administrativas para la vida pública estadounidense son muy amplias. El matrimonio civil no es sólo acerca de permitir que las parejas del mismo sexo “se casen". También implica el derecho a obligar a los demás dar el tratamiento especial derivado de la relación matrimonial en muchos otros contextos diferentes. Y puesto que términos como “matrimonio", “familia” y “cónyuge” aparecen por todas partes en la ley estadounidense, los conflictos jurídicos derivados de la redefinición del matrimonio serán mucho más frecuentes.

La Iglesia va a ser muy vulnerable a la interferencia del gobierno en aquellos de sus ministerios que quedan fuera de sus funciones de culto, tales como sus agencias de servicios sociales y sus  instituciones educativas”.

No es un panorama optimista, tampoco pesimista, yo lo definiría como un sensato realismo. No son tampoco buenas noticias, pero mejor ir preparándonos para lo que nos espera. Eso sí, sabiendo que Dios nunca abandona a su Iglesia y que, aunque a veces no lo parezca a primera vista, suya es la victoria.