El "Socio", perro pecador

 

Con mucha más claridad que algunos humanos. “Socio” tiene perfecto conocimiento de lo que puede y no puede hacer, de lo que está bien y lo que está mal. Pero… es perruno y en ocasiones es incapaz de vencer la tentación y cae.

Cuando pega un bocado a mis zapatos y se relame, ya sabe que ha obrado mal, pero comprendo que la textura y el sabor del cuero pueden tener una atracción casi irresistible. Es perfectamente consciente que lo de hacer pis, sea mucho o apenas unas gotitas para marcar territorio, es algo que se hace solamente en la calle. Pero… el pobre debe tener sus momentos no sé si de urgencia o de tentación y en alguna ocasión se le va la cosa.

Sabe perfectamente qué ha hecho mal. Tanto, que me basta observar su reacción cuando me levanto para saber a ciencia cierta si ha pecado o no. Si todo ha ido bien, viene a mi saltando, meneando el rabo, más contento que unas pascuas. Si no aparece, si se hace el remolón, si se queda bajo la cama con una precisión geométrica que impide sea alcanzado desde cualquier rincón, es que ha pecado. Y lo sabe.

Es su examen de conciencia al que se une el dolor de los pecados que manifiesta en su mirada triste. Le llamo y viene, despacito, pero viene: “Socio, ¿qué ha pasado esta noche?". Baja la cabeza, intenta escabullirse. “No te vayas, ¿qué has hecho?". Cabizbajo aguanta el chaparrón. Sabe perfectamente que no se ha portado bien. Es su “decir los pecados al confesor".

Normalmente la penitencia que le pongo es decirle que no le quiero cerca de mí… al menos en un rato. La acepta. Se le puede ver tumbado a distancia serio, cabizbajo, triste. Pero claro, luego viene la absolución en forma de un llamarle, decirle “tranquilo, ya pasó” y unas caricias. Hay que verle en ese momento saltar, jugar, menear la cola, dar brincos de contento.

Hasta un pobre perrillo conoce la dinámica penitencial cuando hace algo que no debe. Los humanos no siempre. Comenzamos por poner en solfa las reglas de juego, seguimos con la solemne proclamación de que no nos arrepentimos de nada de lo que hayamos hecho en nuestra vida, consideramos el pedir perdón como algo pasado de moda, rehuimos la penitencia porque bastante penitencia tiene la vida por sí misma y nos mofamos de la absolución sacramental porque lo importante es perdonarme a mí mismo.

“Socio",un pobre perrillo, un “irracional", sabe distinguir el bien y el mal, al menos a su nivel. Tiene clarísimo lo que debe y no debe hacer. Y es capaz de mostrar arrepentimiento y alegría por el perdón. Y eso que, bien lo sabe el P. Iraburu, le falta la gracia bautismal.