Tribunas

El lenguaje silencioso de Dios

Ernesto Juliá

Un copón sellado y lacrado, custodia de hostias consagradas hace más de 70 años, es sin duda una noticia digna de ser resaltada.

El copón no está en el sagrario de una gran catedral en una famosa ciudad de este planeta. Yace en un rincón del sagrario de una iglesia de un pueblo cercano a Madrid: Moraleja de Enmedio. Y allí lleva desde que se reconstruyó el templo, allá por los años 40-50 del siglo pasado, después de haber sido destruido durante la guerra civil.

Hostias consagradas en una Misa celebrada quizá en pleno julio de 1936, cuando ya las tierras de España empezaban a ser regadas con sangre de sus propios hijos, en una guerra fratricida, que está todavía por ser estudiada a fondo, con serenidad, calma e imparcialidad, y que por desgracia da la impresión de que sigue viva en algunos corazones.

¿Cómo ha sido posible que los habitantes de Moraleja de Enmedio y tantos vecinos de los  alrededores, puedan adorar y contemplar a Cristo Sacramentado hoy, en este copón?

Una palabra más del lenguaje familiar y silencioso, con que el Señor se dirige a los hombres, una y otra vez, y les invita a vivir en paz y buena armonía.

Al estallar la guerra, el alcalde comunista del pueblo advirtió a unos pasares para que llevaran al cura párroco a un lugar seguro, y ponerlo así a salvo de las reacciones de algunos que pudieran llegar a ser incontrolables.

El sacerdote, a la vez, y ya en el camino del refugio, transmitió a algunas personas del pueblo que hicieran lo posible por salvar unas formas que estaban en un copón dentro del sagrario de la Iglesia. La quema no se hizo esperar muchos días; la iglesia fue destruida, y rasada al suelo.

De casa, en casa, primero; en el suelo de una bodega, enterrado, después, el Copón acabó oculto en una viga de la bodega. Las personas devotas que lo pusieron allí, encendieron también una vela al lado del copón, en honor a la Eucaristía. La bodega sufrió alguna revisión a fondo por las mismas gentes que destruyeron el templo, pero no vieron ni el copón ni la luz encendida de la Fe, que llameaba en la vela.

El párroco actual está emocionado al darse cuenta de cómo el pueblo de Moraleja de Enmedio protegió al Señor durante aquellos años crueles; y está todavía más asombrado, al saber cómo el Señor protegió a todo el pueblo: no murió nadie durante la guerra. Dos bombas que cayeron durante la evacuación, no explotaron; y uno de los cuidadores del copón tuvo que pasar en medio del fuego cruzado de los ejércitos, y salió ileso.

El copón sigue ahora en el sagrario de la iglesia parroquial, en espera de la Iglesia dictamine, y confirme, este nuevo posible “milagro” eucarístico. Y sigue viva la llama de la vela que anuncia la presencia de Cristo Eucaristía en el Sagrario.

Tiempo atrás, unas estudiantes asaltaron medio desnudas la capilla universitaria el campo de Somosaguas en ofensa directa al Señor en el Sagrario. Una de esas estudiantes es ahora concejala de Madrid y, lógicamente, no volverá a realizar un hecho semejante.

Entre tantas noticias de disturbios, violencias, ofensas que sufre en su presencia eucarística en la tierra, Cristo tiene paciencia, sonríe, e invita, también a quienes le quieren profanar entrando así en un templo, a descubrir su Presencia Real en la Hostia Consagrada. Una presencia que da paz, que anuncia su presencia en el Cielo, que nos invita a que le dejemos acompañarnos en los caminos de la tierra, como hizo con los habitantes de Moraleja de Enmedio en los años crueles de la guerra civil.

 Ernesto Juliá Díaz
 ernesto.julia@gmail.com