-El próximo sábado, día 20, le harán un homenaje en el pueblo por sus 50 años como párroco. ¿Qué destacaría de estos años?

La verdad es que a mí siempre me han gustado mucho los pueblos, y en Valdepares la gente me tiene mucho cariño, saben que tienes una necesidad y se vuelcan. Son muy amables y desde el primer día me recibieron con los brazos abiertos. Además, al ser de Figueras, conocía un poco la “fala”, y eso también me acercó a la gente, supongo. Eso y que soy cariñoso, que me gusta estar al lado de la gente. Por eso, hay una cosa que tengo pensado, y que les diré el día 20, y es que el cura debe descansar con los feligreses. Aunque en Figueras están mis padres y mi familia, yo ya tengo una casa aquí hecha, y se llama Courias –el cementerio–. Allí hay dos nichos preparados de la iglesia y uno de ellos será el mío. Quiero que me entierren en Valdepares, el lugar donde más tiempo he estado en toda mi vida.

Por lo demás, no sé mucho de lo que va a suceder el próximo sábado. Digamos que soy el último enterarme de todo. Casi lo único que sé es la hora de la Misa, las 12,30 del mediodía.

-Se ordenó en el año 58, junto con 22 compañeros más, ¿cómo lo vivió su familia?

Sí, fue en la hoy Basílica de San Juan El Real, tenía 25 años, y de aquel día tengo el recuerdo de que casi me ahogo, pues me tocó la postración justo encima de la rejilla de la calefacción, por donde salía el aire caliente. No podía moverme mientras cantaban las letanías de los Santos, y pensé “éste es el acabóse” –se ríe–.

Pero mi madre tuvo cierto disgusto cuando le dije que quería ser sacerdote, porque ella decía que los curas eran “aves solitarias”. Ninguno de los dos, ni mi madre ni mi padre se opusieron, y a mi padre le agradecí mucho, al terminar, que me dijera “nos ha costado bastante la carrera, pero si no quieres ser sacerdote, te pagamos otra”. Para mí eso fue muy bueno porque me dió plena libertad para elegir. Pero ser sacerdote era lo que me gustaba, lo sabía ya desde pequeño.
 

-Su primer destino fue Navia…

Sí, donde estuve de coadjutor dos años. Allí fue donde me pusieron el apodo de Motorín. Hay gente que cree que es por la moto, pero no, era porque yo entonces tenía 25 años y corría como una centella, y comenzaron a decir que parecía un motorín. Después, antes de ir a Valdepares, estuve cinco años en La Caridad.
 

-Si algo hay que le singularice, son los 25 años de su vida que dedicó al estudio de la Medicina.

Siempre me gustó la Medicina. Estando aún de coadjutor en La Caridad, quise intentar matricularme en la Universidad por libre, que entonces era posible. Pero había un inconveniente, según el Derecho Canónico. Un sacerdote no podía practicar la Medicina, ni remunerada ni gratuitamente, de forma habitual, sin permiso Pontificio.
Así que tuve que consultárselo al Arzobispo entonces, Mons. Vicente Tarancón, quien de entrada no me dió su permiso. Yo me vine abajo, pero insistí, y le escribí una carta. Él me respondió que al consultárselo por segunda vez podía ver que efectivamente era algo vocacional, y entonces ya me dió su beneplácito para iniciar los estudios. Y aquello fue como abrirme las puertas.
 

-No pudo terminar la carrera, sin embargo.

Tan sólo pude terminar los tres primeros años, pues iba sacándome asignaturas sueltas poco a poco. Sin embargo, fue una época en la que aprendí mucho y tuve experiencias muy buenas. El médico de La Caridad empezó a ejercer justo cuando yo comenzaba a estudiar, y me decía que por qué no iba al consultorio con él. De modo que iba una vez por semana y aprendía muchísimo, era un médico muy bueno y me aportaba muchos conocimientos. La medicina, para mí, ha sido una forma excepcional de poder estar cerca de la gente.

Además, estuve presente en 13 ó 14 partos, en una ocasión, en una casa, con una mujer de 41 años muda. Estas experiencias de los partos han hecho que sea un gran admirador de la mujer, pero sobre todo de las madres. Ver ese proceso del nacimiento es algo emocionante.
 

Hay personas que ponen sus esperanzas en la Ciencia, ya que, que si ella es capaz de aportar una explicación racional sobre todo, no hay cabida para la fe, que aporta una visión sobrenatural –y no tangible– de la vida. Usted que ha visto tantos años el funcionamiento del cuerpo humano ¿cómo vive esta dualidad?

Yo estoy convencido, y además así me lo transmitieron profesores en la Facultad de Medicina, que hay puntos en el funcionamiento del cuerpo humano que no se pueden explicar; es la parte del espíritu, el paso de lo físico a lo psíquico, que está por encima de nuestro entendimiento.

(Arzobispado de Oviedo)