El Papa Francisco recibió este viernes con gran alegría al Patriarca Siro-Ortodoxo de Antioquía y de todo el Oriente, Ignatius Aphrem II, y a todos los miembros de la delegación que lo acompaña en su visita a Roma. Destacando los «lazos de amistad y de hermandad que unen a nuestras Iglesias» y la «santa peregrinación» hacia la comunión plena, emprendida por el Patriarca Ignatius Jacob III y el Papa Pablo VI, así como la Declaración Común que firmaron, y los encuentros entre el Patriarca Ignatius Zakka Iwas y san Juan Pablo II, el Obispo de Roma puso de relieve los sufrimientos de hoy, en Oriente Medio: guerras, violencias y persecuciones:

«Su Santidad, la suya es una Iglesia de mártires, desde sus comienzos, y lo es aún hoy, en Oriente Medio, donde sigue padeciendo, junto con otras comunidades cristianas y otras minorías, los terribles sufrimientos provocados por la guerra, la violencia y las persecuciones.¡Cuánto dolor! ¡Cuántas víctimas inocentes! Ante todo ello, parece que los poderosos del mundo son incapaces de encontrar soluciones».

El Papa Bergoglio reiteró su exhortación a rezar juntos: la sangre de los mártires es semilla de unidad  e instrumento de edificación del reino de paz y de justicia de Dios:

«Santidad, recemos juntos por las víctimas de esta brutal violencia y las de todas las situaciones de guerra presentes en el mundo. Recordando, en particular, al Metropolita Gregorios Ibrahim y al Metropolita de la Iglesia Greco-Ortodoxa Paul Yazigi, secuestrados juntos hace ya más de dos años. Así como a algunos sacerdotes y tantas personas, de diversos grupos, privadas de su libertad. Pidamos también al Señor la gracia de estar siempre dispuestos a perdonar y a ser artesanos de reconciliación y de paz. Es lo que anima el testimonio de los mártires. La sangre de los mártires es semilla de unidad de la Iglesia e instrumento de edificación del reino de Dios, que es reino de paz y de justicia.

Santidad, queridos hermanos, en este momento de dura prueba y de dolor, reforcemos los lazos de amistad y de fraternidad entre la Iglesia católica y la Iglesia Siro-Ortodoxa. Apresuremos nuestros pasos en el camino común, manteniendo fija la mirada hacia el día en que podremos celebrar nuestra pertenencia a la única Iglesia de Cristo, alrededor del mismo altar del Sacrificio y de la alabanza. Intercambiémonos los tesoros de nuestras tradiciones como dones espirituales, porque lo que nos une es superior a lo que nos divide».

Que el Señor nos done su misericordia. Haciendo suyas las palabras de una bella oración siríaca, el Obispo de Roma invocó a la Madre de Dios,  a los santos y a los mártires:

«Señor, por intercesión de tu Madre y de todos los santos, santifícanos a nosotros y a nuestros queridos difuntos. Que la memoria de la Virgen María sea bendición para nosotros; que sus oraciones sean fortaleza para nuestras almas. Apóstoles, mártires, discípulos y santos, recen por nosotros, para que el Señor nos done su misericordia».

(CdM – RV)