Breves reflexiones (VI)

Ve a Misa rezando, preparando el alma para el encuentro con Cristo. Sal de Misa meditando en los misterios que acabas de celebrar. Y llevarás más fruto.

El maná del cielo te llega del Calvario. Cuando te acerques a comulgar, recuerda que estás ante la Cruz y el Crucificado por quien recibes la salvación.

El alma que ama la Eucaristía sabe que pronto llega el terremoto que derriba los edificios de sus pecados y rasga el velo que le impide entrar en plena comunión con el Santísimo.

Cristo te entrega su carne y su sangre para que ruede la piedra que te mantiene en la tumba de tus pecados y vueles libre hacia el Padre.

Adora al que comes. Adora al que se te entrega. Adora a quien te ama, te perdona, te restaura, te da vida. Sé un adorador eucarístico y entrarás en comunión con todos los santos del cielo.

Deja que el que se entregó por ti en la Cruz acampe en tu cuerpo y tu alma por la Eucaristía para convertirte en ofrenda agradable al Padre.

Cristo se sintió abandonado en la Cruz para que tú nunca te sientas solo cuando cargas las cruces que el Padre te concede y permite.

Por la resurrección de Cristo, tú bajas de tu cruz muerto al pecado, pero vivo en el Espíritu Santo, dispuesto a ser recogido en los brazos de la Dolorosa que se te ha entregado por Madre.

Quien llena de gracia alimentó el Cuerpo de Cristo en su seno, alimenta tu alma por su intercesión para que te alimentes del Cuerpo y la Sangre del fruto de su vientre.

Como saltó san Juan Bautista en su seno materno al oír la voz de la Madre, Sagrario viviente, así salta tu alma cuando te regocijas en las obras que Dios ha obrado en ella.

Tras tomar el Cuerpo de Cristo, cierra tus ojos carnales para ver con los ojos del espíritu y la oración el don que acabas de recibir.

Si degustas con frecuencia el Cuerpo y la Sangre del Verbo de Dios, tu espíritu hablará de sus maravillas y te convertirás en maná para alimento de salvación de muchos.

Gracia sobre gracia es lo que espera a quienes se acercan en estado de gracia al banquete eucarístico.

La comunión eucarística abre el manantial de las aguas vivas que corren del interior de quienes reconocen el señorío de Cristo en sus vidas.

Si se nos da el regalo de poder alimentarnos de Cristo cada día, ¿por qué lo enterramos bajo preocupaciones, trabajos y ocios mundanos?

La confesión frecuente abre la puerta a la inundación de la gracia que recibimos por la Eucaristía. Limpia tus pecados en el confesionario antes de acercarte al altar del sacrificio.

No es pan de trigo lo que tus ojos ven. Es Cuerpo de Cristo. No es vino lo que tus ojos ven. Es Sangre de Cristo. No es viejo Adán el que nace del encuentro con el Salvador. Es el nuevo Adán, hombre renacido por el Espíritu Santo.

No hay belleza en el mundo comparable a la mirada embelesada de un niño que toma la primera comunión sabiendo con quién se encuentra.