No me fue concedido ese carisma

 

Qué se le va a hacer. Dios reparte sus dones como quiere y a quien quiere, y un servidor no ha recibido el de conocer la mente de Dios, su voluntad y mucho menos el de adivinar sus respuestas, acciones y deseos ante los acontecimientos diarios de nuestro mundo. Hay gente que sí, y benditos ellos que pueden vivir y ejercer su ministerio pastoral en su caso con la tranquilidad de quien ha recibido tan excelso carisma o la posibilidad de la comunicación directa con el Padre y con Nuestro Señor Jesucristo a través de especial teléfono dorado con politono de “Alabaré, alabaré…” que puede intercambiarse con el de “No has nacido amigo para estar triste”. Suerte de algunos, insisto.

He pedido esa gracia. Pero nada. La única respuesta que obtengo es que no vacile: “te basta lo que enseña la Iglesia”. Así que ante la falta tanto de ese carisma especial como de teléfono ad hoc, me tengo que dedicar a la obediencia, que es la última chance del que no ha recibido otros privilegios del Altísimo.

¿Qué se trata de celebrar la misa? Pues nada, libros litúrgicos, cumplir las rúbricas, vasos sagrados metálicos y dorados a ser posible, casulla, lavabo… en fin esas cosas. Uno no da de sí para más. ¿Qué de la catequesis? Pues catecismos. ¿Qué de moral? Pues lo mismo.

Es verdad que algunos compañeros celebran con más libertad. Parece ser que a Dios no le importa demasiado, según ellos saben de buena tinta. Pues mejor para ellos que pueden comprobarlo llamando por teléfono. Me llega una pareja de divorciados y vueltos a casar por lo civil y me preguntan por la comunión eucarística, y yo, que no doy más de mí mismo, les digo que no, pero es que me faltan carismas. Hay compañeros que me dicen que ellos saben a ciencia cierta que Jesucristo les hubiera dicho que sí, del mismo modo que están completamente seguros de que Cristo hubiera bendecido los gaymonios y abolido el celibato sacerdotal.

Oigan, que es una suerte. Porque si uno tiene línea directa con el Altísimo, y el don de conocer en todo lo que haría Jesucristo, lo demás le sobra. Catecismo, normas litúrgicas, moral, disciplina eclesiástica. Puras orientaciones que uno siempre puede cotejar finalmente con el telefonillo o con esa iluminación interior que permite ponerte los papeles por bonete, las normas eclesiásticas por teja y el código de derecho canónico por solideo. Evidentemente prima lo que prima, y lo que prima, cuñada, suegra y comadre es la santa voluntad de cada cual so capa de nueva y más pura y evangélica toma de decisiones en favor de los hombres (y mujeres) que más sufren.

La obediencia sin más es para seres inferiores, de baja espiritualidad, vida non sancta y escaso celo por las almas. La obediencia iluminada, reflexionada, crítica y misericordiosa, más propia de almas sublimes que se conmueven ante el dolor del mundo y salen al encentro de los pobres con las vendas del yo creo, a Dios no le importará y Cristo haría. Pero en la vida iluminativa a ese nivel solo llegan unos pocos.

No me queda más que pedir a Dios el don de conocer en cada momento lo que haría el mismísimo Cristo en mi lugar, y su voluntad en todo. Y el teléfono, eso sí. Aunque tengo que preguntar si puedo cambiar el politono