ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 28 de junio de 2015

La frase del día 28

"No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien". Beato Tomás de Kempis

 


El papa Francisco

El Papa en el ángelus: ¿creo que Jesús me puede sanar?
En la oración mariana de este domingo, el Santo Padre recuerda que quien está desesperado y cansado hasta la muerte, si se encomienda a Jesús y a su amor puede recomenzar a vivir

El Santo Padre envía su pésame por los atentados en Francia, Túnez y Kuwait
El secretario de Estado, el cardenal Parolin, envía tres telegramas a los respectivos nuncios apostólicos en los que el Papa deplora estos actos bárbaros

Espiritualidad y oración

La consagración
Catequesis para toda la familia

San Pedro y San Pablo - 29 de junio
«Columnas de la Iglesia. Heraldos de la Nueva Evangelización, el testimonio de estos dos grandes apóstoles continúa mostrando al mundo el poder de la gracia de Dios que nos transforma y convierte faro de luz para nuestros semejantes»


El papa Francisco


El Papa en el ángelus: ¿creo que Jesús me puede sanar?
 

En la oración mariana de este domingo, el Santo Padre recuerda que quien está desesperado y cansado hasta la muerte, si se encomienda a Jesús y a su amor puede recomenzar a vivir

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

A las 12 de este mañana, el santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con los fieles y los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:                          

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy presenta la historia de la resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se postra a los pies de Jesús y le suplica: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva” (Mc 5,23). En esta oración escuchamos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos. Pero escuchamos también la gran fe que ese hombre tiene en Jesús. Y cuando llega la noticia de que la niña está muerta, Jesús le dice: “No temas; basta que tengas fe” (v.36). Da aliento esta palabra de Jesús, y también nos lo dice a nosotros muchas veces. ‘No temas, basta que tengas fe’. Al entrar en la casa, el Señor echa a la gente que llora y grita y se dirige a la niña muerta diciendo: “Niña, yo te digo: ¡álzate!” (v.41). Y en seguida la niña se alzó y se puso a caminar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la muerte que para Él es como un sueño del cual poder despertarse. Jesús ha vencido a la muerte, también tiene poder sobre la muerte física.

Dentro de esta historia, el Evangelista introduce otro episodio: la sanación de una mujer que desde hace doce años sufría pérdidas de sangre. A causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo la hacía “impura”, ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a Jesús, se dice a sí misma: “Si logro tan solo tocarle sus vestidos, seré salvada” (v.28).  Y así fue: la necesidad de ser liberada la empuja a osar y la fe “arranca”, por así decir, al Señor la sanación. Quien cree “toca” a Jesús y espera de Él la Gracia que salva.  La fe es esto, tocar a Jesús y esperar de él la Gracia que salva, nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas. Jesús se da cuenta y, en medio de la gente, busca el rostro de esa mujer. Ella se adelanta temblando y Él le dice: “Hija, tu fe te ha salvado” (v.34). Es la voz del Padre celeste que habla en Jesús: “¡Hija, no eres maldita, no eres excluida, eres mi hija!” Cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando nosotros vamos a Él con fe. Escuchamos esto del Padre: ‘hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija, eres salvado, eres salvada. Yo perdono a todos, todo, yo sano a todos y todo’.

Estos dos episodios --una sanación y una resurrección-- tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta, una pregunta para hacernos: ¿creemos que Jesús nos puede sanar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido a la muerte y por su victoria también nosotros resucitaremos. Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede nublarse y hacerse incierta, hasta el punto que algunos confunden resurrección con reencarnación. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos aquí en la plaza hoy, nos encontraremos en la Casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.             

La Resurrección de Cristo actúa en la historia como principio de renovación y de esperanza. Quien está desesperado y cansado hasta la muerte, si se encomienda a Jesús y a su amor puede recomenzar a vivir. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en cada situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de Dios que libera y salva.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuja a ser difusores de esperanza y de vida entre nuestros hermanos.


Al finalizar el ángelus, el Santo Padre ha añadido:

Queridos hermanos y hermanas,

os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos.

saludo en particular a los participantes de la marcha “Una tierra, una familia humana”. Animo la colaboración entre personas y asociaciones de diferentes religiones para la promoción de una ecología integral. Doy las gracias a FOCSIV, OurVoices y los otras organizaciones y deseo buen trabajo a los jóvenes de las distintas localidades que en estos días debaten sobre el cuidado de la casa común.

 Veo muchas banderas bolivianas. Saludo cordialmente al grupo de bolivianos residentes en Italia, que han traído hasta aquí algunas de las imágenes de la Virgen más representativas de su país. La Virgen de Urkupiña, la Virgen de Copacabana y tantas otras. La semana que viene estaré en vuestra patria. Que nuestra Madre del cielo los proteja. Un saludo también para el grupo de jóvenes de Ibiza que se preparan para recibir la Confirmación. Se lo ruego, recen por mí.

Saludo a las Guías, es decir a las mujeres-scout. Son muy buenas estas mujeres, muy buenas, y hacen mucho bien. Son las mujeres-scout que pertenecen a la Conferencia Internacional Católica y las renuevo mi aliento. Merci beaucoup.

Saludo a los fieles de Novoli, la coral polifónica de Augusta, los chicos de algunas parroquias de la diócesis de Padua que han recibido la confirmación, los “Abuelos de Sydney”, asociaciones de ancianos emigrantes en Australia aquí reunidos con sus nietos, los niños de Chernobyl y las familias de Este y de Ospedaletto que les acogen; los ciclistas y motociclistas procedentes de Cardito y los amantes de coches antiguos.                

Os deseo a todos un feliz domingo y un buen almuerzo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!                         

                

 Texto traducido por ZENIT            

        

 

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


El Santo Padre envía su pésame por los atentados en Francia, Túnez y Kuwait
 

El secretario de Estado, el cardenal Parolin, envía tres telegramas a los respectivos nuncios apostólicos en los que el Papa deplora estos actos bárbaros

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El santo padre Francisco ha expresado su dolor por los atentados de este viernes en Túnez, Francia y Kuwait. Lo ha hecho a través de tres telegramas firmados por el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin.

De este modo, en los mensajes dirigidos a los nuncios apostólicos, condena nuevamente “la violencia que genera tanto sufrimiento y pide al Señor donar la paz”, invocando la bendición divina sobre las familias de las víctimas, así como sobre los franceses y los tunecinos. Asimismo, el Papa pide al Señor “confortar y consolar a los que han sido golpeados por esta prueba tan difícil, encomendando a la misericordia de Dios a aquellos que han perdido la vida”.

Por otro lado, el Papa se siente profundamente entristecido por la noticia de la trágica pérdida de vidas humanas causadas por el ataque contra una mezquita en Kuwait, y ofrece “fervientes oraciones por las víctimas y por todos aquellos que lloran”. El Santo Padre, deplora estos actos bárbaros, pide transmitir su cercanía espiritual a las familias afectadas por este momento de dolor, anima al pueblo de Kuwait a no perder el ánimo frente al mal e invoca sobre las naciones “el amor consolador y reconfortante del Omnipotente”.


 

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


Espiritualidad y oración


La consagración
 

Catequesis para toda la familia

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

Etimológicamente la consagración es la parte de la misa católica en que el sacerdote pronuncia las palabras de la institución de la eucaristía por las que el pan y el vino se identifican con el cuerpo y la sangre de Cristo.

Este acto sagrado, si se piensa fríamente, es algo que se escapa de nuestro entendimiento. Quizás en este punto, entre otros, es donde tendríamos que hacernos como niños, que muchas veces no entienden lo que sucede pero guardan un profundo respeto por lo que están viviendo. Nos observan de reojo para ver cuál es nuestra actitud y después ellos, como buenos imitadores, reproducen nuestra actitud. Es un misterio, y así es como lo perciben ellos.

La parte de la consagración es la parte más importante de la eucaristía donde mostramos este respeto por algo sagrado, bien estando de pie o arrodillándonos.
 En esta parte vemos la importancia de los signos corporales, aquellos con los que se quedan los niños y que hay que ir explicándoles en pequeñas dosis, sobre todo a aquellos que aún no han hecho la comunión. Ellos ven un trozo de pan o galletita (como nosotros) pero no ven la parte más misteriosa y eso es lo que hay que explicarles previamente. Hacerles ver que el momento de la consagración, ese pan y ese vino pasan a ser el cuerpo y la sangre de Jesús. El que murió y resucitó por nosotros, y así lo decimos con el “Maranatha” que en su traducción “Ven, señor Jesús” oramos convencidos de esta venida del padre.

Por: Pablo Iranzo V.

 

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


San Pedro y San Pablo - 29 de junio
 

«Columnas de la Iglesia. Heraldos de la Nueva Evangelización, el testimonio de estos dos grandes apóstoles continúa mostrando al mundo el poder de la gracia de Dios que nos transforma y convierte faro de luz para nuestros semejantes»

Por Isabel Orellana Vilches

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

No hay figuras más destacadas que estos apóstoles para ilustrar la fecha del día en un santoral. Los Santos Padres los han considerado dos columnas sobre las que descansa la Iglesia. Continúan interpelando al hombre de hoy, alumbrando a quien se propone unirse con la Santísima Trinidad.

Un océano de amor vería el Maestro en los ojos del humilde pescador de Betsaida para erigir sobre él la Iglesia. Tras la rudeza de sus manos y rostro curtidos en el mar apreciaría un tierno corazón refulgiendo en su mirada. Impetuoso, impulsivo, imprevisible e incluso contestatario cuando atendía a la escueta razón, y se le paralizaba el pulso al sospechar la pérdida de su Maestro por ignorar todavía el trasfondo mesiánico albergado en sus palabras, el apóstol era una piedra preciosa a la espera de ser tallada, un hombre de raza, pura pasión… Se ha tendido a subrayar la debilidad que Pedro mostró tras el prendimiento de Cristo, relegando a un segundo plano la globalidad de sus edificantes gestos que sostuvieron la Iglesia hasta derramar su sangre. Fue pronto en el seguimiento; se anticipó a la petición de lo que se considera legítimo, como es la familia. En ello se asemejaba al resto de los apóstoles, ciertamente, pero Cristo se fijó en él de forma especial. Al conocerle, le saludó por su nombre: «Tú eres Simón…» y le dio otro apelativo, el de Cefas. Todo un símbolo, una señal; le proporcionó nueva identidad y ésta incluía el cambio sustantivo para su vida. El llamamiento personal continúa teniendo este signo para nosotros; exige una transformación, como devela el evangelio que le sucedió a Pedro.

Él se aventuró a responder al Maestro en nombre de los apóstoles desde lo más hondo del corazón, de forma inspirada, rotunda. Había resonado en su interior la voz divina y lo reconoció como Mesías: una auténtica y explícita profesión de fe. Es obvio que no podemos confesar a Dios si no lo entrañamos. Por ese acto, Cristo lo denominó «bienaventurado», edificando sobre él su Iglesia al instante. Es verdad que vaciló y se dejó llevar por sus temores desoyendo la advertencia del Maestro, sin tomar conciencia de la fatalidad en la que incurriría; por eso no puso coto a tiempo a su flaqueza, sucumbió y lo negó. Pero de la radicalidad de su posterior respuesta, que vino envuelta en amargas lágrimas, se extraen incontables lecciones, teniendo como trasfondo la misericordia y el perdón divino. Toda debilidad, sea del orden que sea, es susceptible de modificación, porque contamos con la gracia para renacer día tras día.

Pedro protagonizó uno de los instantes más tiernos del evangelio, cuando Cristo le preguntó tres veces si le amaba. Con ese consuelo en su corazón aglutinó a los apóstoles, anunció la Palabra, sufrió cárcel, conmovió a las gentes sorprendidas de que un galileo hablase con tanta fuerza, afrontó las dificultades surgidas en las comunidades, hizo milagros…; en suma, amó hasta la saciedad. Estaba al frente de todos, junto a María, cuando recibieron el Espíritu Santo. Apresado durante la persecución de Nerón el año 64, a punto de ser ajusticiado en la cruz, sintiéndose indigno de morir como Cristo, pidió que le crucificaran boca abajo.

A su vez, Pablo, el más grande misionero que ha existido sobre la faz de la tierra, es un ejemplo vivo de lo que significa el compromiso personal en el seguimiento de Cristo testificando la Palabra con independencia del humano sentir, del «temor» y del «temblor» que se pueda experimentar. No fue miembro de la primera comunidad, pero su admirable impronta apostólica nada tiene que envidiar a la de los Doce. Judío, originario de Tarso, nació entre los años 5-10 d.C. Formado bajo la tutela del prestigioso Gamaliel en Jerusalén, al conocer la existencia de los seguidores de Cristo, considerados como una secta, se propuso luchar contra ella descargando toda su fuerza.

Si su trayectoria anterior a la conversión fue la de un celoso defensor del ideal en el que creía, ese que le indujo a actuar fieramente, después de haber quedado cegado por la luz del Altísimo camino de Damasco, no le faltaron arrestos para anunciar el evangelio; en su pecho albergaba un volcán de pasión. Este infatigable apóstol de los gentiles, precursor de la Nueva Evangelización, nos enseña a difundir la Palabra a los alejados de la fe y no solo a los creyentes; hacerlo a tiempo y a destiempo en los paraninfos universitarios o en los suburbios, en ámbitos donde mora la increencia y en los que ya anida la fe. Nos insta a enriquecer los nuevos areópagos que las presentes circunstancias ofrecen. Él hubiera aprovechado convenientemente los actuales mass media: prensa, radio, televisión, Internet, redes sociales… Estos recursos puestos al alcance de un apóstol de su talla habrían dado la vuelta al mundo impregnados del amor de Dios.

Dio testimonio de su arrebatadora entrega a Cristo sin ocultar cuántas penalidades atravesó por Él: cárceles, azotes, naufragios, peligros constantes, hambre, sed, frío, falta de abrigo y de descanso, agresiones a manos de salteadores, etc. A todo ello hemos de estar dispuestos si de verdad queremos seguir a Cristo. Pablo pudo ponerse como ejemplo, con tanta modestia y libertad en el amor, porque ya no vivía en sí mismo; era Cristo quien estaba en él, de quien provenía su fuerza y su gloria; Él le confortaba. Viajó incansablemente, venció la resistencia de ciudades dominadas por la idolatría y de los que quisieron doblegarle, superó reticencias de sus propios hermanos, y convirtió a indecibles con su vida, palabra, milagros y prodigios. Ansiaba tanto llegar a la meta, que luchaba para que después de haberla predicado, no fueran otros los que la conquistaran quedándose rezagado en el camino. Libró perfectamente su combate, corrió hasta el fin, firme en la fe. Todo lo consideró basura con tal de ganar a Cristo, gastándose y desgastándose por Él. Constituye un ejemplo incuestionable para nuestra vida. Coronó la suya entregándola bajo el golpe de espada que le asestaron en la Vía del Mar hacia el año 67.

 

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba