En un esforzado, pero excelente castellano leído, el Card Filoni abrió la 68 Semana Española de Misionología insistiendo en la novedad del Decreto ‘Ad Gentes’. ‘No es la Iglesia  la que hace la Misión, es decir, no es correcto decir ‘Iglesia misionera’, sino que es la Misión, la que hace que la Iglesia sea Iglesia’.   Estas palabras, sorprendentes para más de uno, cumplen ahora 50 años y son la clave de lectura del documento.

El cardenal, la mayor autoridad sobre la acción evangelizadora de la Iglesia en este momento, trató de fundamentar esta afirmación con una lección magistral de teología donde insistió una y otra vez ‘que es Dios mismo, el Dios Trinitario, el origen y fundamento de la Misión’. Su vida íntima vivida por los creyentes es la que les lleva a ‘salir y anunciar, a dar a conocer lo vivido y compartido’.  Así nace la Iglesia, en Pentecostés, porque es el Espíritu Santo el que anima al creyente a salir del miedo y del encerramiento para comunicar a todas las gentes de todas las geografías.

Por eso la acción de cada misionero es ‘la misma acción, participa de la misma Misión’, esté donde esté, en Europa o en Oceanía. El misionero no es un héroe, es un servidor de la misión de Dios que ‘quiere que todos los hombres conozcan su amor’.  Palabras llenas de esperanza, incluso para los no creyentes o los que nunca conocerán a Dios: ‘Dios sabe cómo atraer a cada uno, aunque no lo conozca porque nadie se lo ha presentado’.

Después de esta «repatriación» de las misiones a la misión de la Iglesia, el Cardenal reivindicó la vocación misionera ‘ad gentes’ de por vida: Afirmar que toda la Iglesia es misionera no excluye que haya una específica misión ad gentes; al igual que decir que todos los católicos deben ser misioneros, no excluye que haya ‘misioneros ad gentes y de por vida’, por vocación específica”. Son muchos los hombres y mujeres de este mundo que esperan conocer a Dios y sólo será posible si hay hombres y mujeres concretos que, en nombre de la Iglesia y dentro de la Iglesia, les inviten a conocerlo.  Renunciar a esta misión es renunciar a ser Iglesia y, en definitiva, renunciar a la unión de todos los pueblos.