Según datos más o menos oficiales durante los 10 primeros años (es que, seguro, que no serán los últimos…) de aplicación de la normativa que regularizaba las uniones entre personas del mismo sexo, se han dado en España algo más de 31.000. ¡No!, no he dicho 310.000 sino poco más de 30.000.

Si hacemos una simple división veremos que son 258 (más o menos) las llamadas “bodas” entre homosexuales que se han producido al mes. Y nos referimos en toda España. Es más, si dividimos (por hacer algo general) entre las provincias de España veremos que salen a unas 5 de tales uniones al mes.

Es decir, que en estos primeros 10 años de aplicación de la normativa que regulariza las uniones entre personas del mismo sexo se ha producido la friolera de ¡5! uniones al mes en cada provincia de España. Y si, es más, dividimos tales uniones entre los muchos centenares de municipios que tiene cada provincia en España nos daremos cuenta de lo ridículo de la cosa.

¡No!, es mejor que no lo dividan porque saldría una cifra que constaría de un 0’000000001 (más o menos). Es decir que más que gaymonio bien podemos llamarlo minimonio, por lo patético de la cosa.

Me dirán ustedes que eso de las cifras está muy bien pero que, al fin y al cabo, se trata de personas y que tienen derecho a regularizar lo suyo, lo que se amen o, en fin, su situación legal. Y en eso estoy de acuerdo pero según y cómo.

Sin embargo, esto de hoy no va por ahí. Nos sirve, sí, de ejemplo, para darnos cuenta de que resulta extraño, preocupante y hasta vergonzoso que toda una sociedad en la que se deben haber producido bastantes más miles de matrimonios (esos sí, matrimonios) entre un hombre y una mujer en el mismo período de tiempo, esté de rodillas ante cuatro gatos que deciden hacer lo mismo que los heterosexuales no sé si por envidia malsana o por qué razón.

Es algo así como cuando se han propuesto realizar comuniones “civiles”, bautizos “civiles” y cosas igualmente enfermizas. Pero… ¡vamos a ver!, si tienen tanta inquina a la Iglesia (hablamos de la católica y no de las otras falsas iglesias protestantes, por ejemplo) ¿qué razón puede haber para que hagan lo mismo pero de una forma no religiosa? Es más, ¿no pueden hacer sus propias ceremonias sin tantas reminiscencias de lo que es religioso y es católico?

En fin… con tales bueyes tenemos que arar.

El caso es que, como sabemos, esta sociedad alicaída y cobarde, regida por unos políticos políticamente correctos y relativistas a más no poder, no para ni cesa de elaborar leyes y reglamentos a favor de los homosexuales. Y esto, podríamos decir, no está mal del todo porque son seres humanos y también tienen sus derechos.

Sin embargo, lo que no es recibo ni lo puede admitir una sociedad mayoritariamente heterosexual (como Dios manda, por cierto, porque lo manda desde el Génesis) es que en las citadas leyes y los citados reglamentos se imponga el “sí señor” a todo lo que pueda suponer y sea cosas de los homosexuales. Así, por ejemplo, no se puede decir nada en contra de tales ideas cuando tales personas no paran de zaherir al heterosexualismo que, por cierto, es lo natural por ser lo original del ser humano y, también, del resto de animales no racionales. Ellos, al parecer, pueden hacer lo que les pete mientras que los demás no podemos ni abrir la boca o escribir nada no vaya a ser que se moleste alguno del lobby gay y te zurre la badana.

Por eso no han cesado, ni cesarán, los ataques a la Iglesia católica. Y, por tanto, ni los obispos conscientes de lo que se está atacando (no hablo de los maricomplejines que hay por ahí) ni los fieles laicos, ni los sacerdotes ni nadie que forme parte de la Esposa de Cristo, pueden ni podemos callar ante la aberración (por desviación) doble que aquí se produce: por lo desviado de la propia homosexualidad y por lo desviado de una legislación que atiende, en exclusiva, a los intereses egoístas del lobby gay que, como sabemos, no es ni nada santo ni nada consciente de los derechos ajenos.

Y ahora, para terminar, voy a contar una anécdota personal.

Hace bastantes años el que esto escribe formaba parte de una asociación cultural bien determinada. Pues bien, la misma era de lo más beligerante en asuntos políticos, digamos, de corte más bien progresista y, por decirlo pronto, era una especie de Pepito Grillo de muchos políticos locales.

Pues bien, en una ocasión, cuando se inauguró un local municipal de carácter cultural (de grandes dimensiones aprovechando un antiguo convento) alguien, con bastante mala baba, escribió en la pared esto: “P’a cuatre gats que sou” (en valenciano) que traducido viene a decir, exactamente, “para cuatro gatos que sois”. Nos querían decir con eso que aquello, en realidad, no tenía tanta importancia porque, al fin y al cabo, éramos, eso, cuatro gatos. Y lo bueno es que era cierto. Ahora bien, cuatro gatos que arañaban mucho…

Y eso es lo que pasa ahora: también los homosexuales son cuatro gatos aunque están más que empeñados en que todo el mundo lo sea y, por obligación y no por devoción, andan buscando las vueltas (incluso en materias y centros educativos) para que todo quisque examine su vida sexual por si acaso resulta que es homosexual y no se ha dado cuenta. Lo que pretenden, con eso, es imponer sus personales gustos en materia sexual.

Alguno podrá decir que nunca van a conseguir eso. Sin embargo, teniendo en cuenta el tipo de sociedad  en la que vivimos donde el hedonismo es la materia preferida de la gran mayoría, donde se han perdido los valores cristianos más importantes y donde, en fin, cada cual hace lo que le viene en gana sin respetar principios cristianos milenarios, no es extrañar que consigan lo que se proponen.

Y, mientras, la gran mayoría de personas mirará  para otro lado diciendo, por ejemplo,”¡Otra de gambas, camarero!”.

Podríamos preguntarnos, ya para acabar, que qué tipo de complejo extraño afecta a los gobernantes actuales (no sólo de España, claro está) que son tan dados en reconocer derechos donde sólo hay vicios.

 

Eleuterio Fernández Guzmán