¿Los Papas son como los demás católicos?

 

 

En realidad deberíamos haber preguntado si los Papas pueden ser como los demás católicos. Y es que no vaya alguien a pensar que queremos establecer diferencias que hagan mejor al Papa que al resto de católicos. Y es que la cosa va por otro lado o, mejor, tiene otro sentido que debe ser muy bien entendido.

“El Primado de Pedro y lo que eso significa.

Tratar de demostrar que no es igual un Papa que otro católico.

Jesús quiso que Pedro fuera más importante que los demás. Lo dejo atar y desatar.

El populismo Papal no puede ser bueno ni es, siquiera, admisible.

No puede haber un Papa del “pueblo” porque eso tendría malas consecuencias…”

Esto que hemos traído aquí, digamos, a modo de propuestas de lo que podría ser este artículo, tiene mucho que ver con el sentido equivocado que muchos, que sostienen eso de la “primavera de la Iglesia católica” (a lo mejor como aquella ridícula “primavera árabe”), tienen de lo que es el Papado.

Algunos olvidan, seguramente no por ignorancia (y eso es peor) que Jesús le dijo a uno de sus apóstoles llamado Pedro que sobre él edificaría su Iglesia. No dijo que sobre todos sus apóstoles edificaría su Iglesia. No. Dijo que sobre Pedro. También le dijo al mismo hombre que le entregaba las llaves de la tal Iglesia a fundar. Y, seguramente, porque entonces no habría un sistema muy fácil de copiar llaves, no entregó una copia de las mismas a cada uno del resto de apóstoles (11) para que cada cual atase y desatase según entendiese. No. Las llaves se las dio a Pedro, el Primado de entre los doce se lo entregó a Pedro y, en fin, el primer Papa fue, por casualidad, Pedro.

El caso es que defender al Papa no resulta fácil en los tiempos que corren. Es decir, entender que lo que hace y dice el Papa Francisco está siempre bien no tiene sentido alguno porque no siempre habla de forma que lo que diga tenga siempre una obligación de ser aceptado. Tenemos, a este respecto, al emérito Benedicto XVI que, cuando publicó el primer todo de su Jesús de Nazaret dijo que “no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial sino, únicamente expresión de mi búsqueda personal del “rostro del Señor” (cf. Sal 27, 8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme” (La Esfera de los Libros, 2007, p. 20)

Esto lo decimos porque es bien cierto que al Papa Francisco le están tratando de sacar los colores muchos que no creen que todo lo que hace está bien. Vamos, que creen que poco hace bien. Sin embargo, tales personas deberían hacer un poco de crítica de sí mismos y plantearse si todo lo que critican está bien. A lo mejor son capaces de darse cuenta de que criticar por criticar cada palabra, cada acto, cada cosa que hace quien fuera Arzobispo de Buenos Aires, no es lo más adecuado. Y, aunque sea cierto, que a algunas cosas se les puede sacar punta, lo bien cierto es que el sacapuntas está dando demasiado de sí y, francamente, aburre tanto metomentodo con lo que hace, dice y escribe el Papa Francisco.

Nosotros, sin embargo, íbamos a otra cosa.

¿Podemos decir que los Papas son como los demás católicos? Pues sí y no.

Son igual que el resto de católicos en el sentido de ser dignos hijos de Dios y hermanos de Jesucristo. Hasta ahí, en lo básico, sí son como los demás somos. Nada hay que objetar a tal realidad.

Sin embargo, no son ni pueden ser iguales en el mismo Primado que Cristo les entregó. Y, aunque no deberíamos recordar que la Iglesia católica no es una democracia (ni ganas de que lo sea) lo bien cierto es que, eso mismo, que no lo sea, abunda en la cuestión de las propias características del Papado, del Papa.

Que hay cosas que no gustan del ahora Papa, Francisco… es posible; que otras sí gustan… es probable. Pero que de lo primero (que no gustan) se siga que este Papa es un antipapa o cosas por el estilo o un anticristo o cosas por el estilo… hay una distancia demasiado grande como para no considerar tal proposición como un total despropósito o, simplemente, una ridícula proposición. Algo, en fin, fuera de lugar y muy propio de mentes no poco actualizadas sino, simplemente, habitantes de la higuera o de Babia.

El Papa, ahora Francisco y Benedicto XVI en calidad de emérito, son nuestros primeros hermanos. Ya sabemos la importancia que tiene el primogénito (o que debería tener y, tenía en tiempos de Jesús) y para nada queremos que sea igual que el resto de católicos. Él tiene su misión que cumplir y no es, precisamente, la misma que el resto de católicos; él tiene que llevar la barca de la Iglesia católica a buen puerto y nosotros somos pasajeros de tal barca. ¿Desde cuándo es lo mismo el capitán de un barco que una persona que va en tal barco viajando?; ¿Desde cuándo tienen la misma responsabilidad?

No. No se crea nadie que el Papa es igual que él mismo. Sí en cuanto a lo esencial; no en cuanto a lo particular. Y aquí lo particular cuenta mucho… más de lo que algunos imaginativos modernos creen. 

 

Eleuterio Fernández Guzmán