Fe y Bautismo: los padrinos

 

En el Catecismo de la Iglesia Católica se habla muy poco sobre los padrinos. Sí se insiste en el vínculo que une la fe con el Bautismo: “El Bautismo es el sacramento de la fe” (1253). Y, obviamente, la fe no es un acto puramente individual, que nos aísle de los demás, sino que, en sí misma, hace referencia a la comunidad de los creyentes. Creer es algo personal,  pero la personalidad dice relación a los demás – la persona es relación -. La fe de la Iglesia nos precede y, al creer, nos insertamos, sin renunciar al yo, en ese “nosotros” de la fe eclesial.

El Bautismo, que está en comienzo de la vida cristiana, no exige una fe perfecta, acabada, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. El Cristianismo es la religión de la Encarnación, del “Verbo abreviado”, en el que se unen la grandeza de Dios y la pequeñez de un recién nacido. Es una religión de vida, abierta, pues, al crecimiento y al desarrollo.

La fe, que se pide como principal don del Bautismo, está llamada a crecer después del mismo. No tiene sentido abrir una nueva etapa que tenga como sucesiva estación la nada. No tiene sentido bautizar para que los bautizados terminen siendo apóstatas. Como nadie en su sano juicio engendra a un hijo para matarlo nada más nacer (o, lamentablemente, incluso antes).

El Bautismo es el umbral y la fuente de la vida cristiana. Es el paso primero y principal, es la entrada. Es, asimismo, el manantial, la “pila”, el principio y fundamento del que brota la vida. Conviene que empiece bien lo que ha de acabar bien. Y el término adecuado de ese principio no es otro que la santidad. “En el Bautismo se realiza algo trascendental para el individuo: la implantación en él de un germen de vida. En el ser que hasta entonces vivía dentro de una perspectiva profana, Dios deposita el germen de una nueva estructura y de una nueva actividad. Una existencia nueva se despierta en él”, escribía Romano Guardini. Se percibe un símil biológico: estructura, morfología, y función.

La vida necesita ser cuidada. Un recién nacido no puede seguir adelante sin ayudas. Tampoco un recién bautizado, sea niño o adulto. Y en esta tarea está, en primer lugar, el papel no sustituible de los padres. Y, también, el papel del padrino o de la madrina. Pero hay una diferencia: los padres son los que son. Los padrinos, el padrino y/o la madrina pueden elegirse.

Han de ser, nos recuerda el Catecismo, “creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana” (1255). Su tarea es una verdadera función eclesial, un officium.

No se trata de menospreciar la función de los padrinos, sino de no desvirtuarla. No es imprescindible que haya padrino o madrina, o padrino y madrina, para bautizar a un niño, ni a un adulto. No es imprescindible, pero, si lo hay, que sea un verdadero guía que ayude a recorrer el sendero del nuevo cristiano. Si estas condiciones no se cumplen, mejor sería atenerse a la función de testigos del Bautismo, de cristianos que pueden corroborar que ese umbral del nuevo nacimiento ha sido traspasado.

El Catecismo, muy realista, responsabiliza a toda la comunidad cristiana: “Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo” (1255).

También para la Confirmación “conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una madrina” (1311). Conviene, es oportuno, pero no es completamente necesario.

La figura del padrino, o madrina, o padrino y madrina, no es de derecho divino. Es completamente absurdo compararla con otros aspectos de la fe y de la práctica sacramental. La Iglesia no puede dispensar de que el matrimonio sea solo entre hombre y mujer, porque eso forma parte de la sustancia del matrimonio. Pero esa misma Iglesia no obliga, y mucho menos en nombre de Cristo, a que haya que tener un padrino o una madrina, o a un padrino y una madrina.

¿Cuesta tanto diferenciar las cosas? Yo creo que no debería ser tan difícil ser un poco más sutiles. Claro que siempre hay quien se apunta a lo conforme que es el martirio para los otros. Casi nunca defenderán el martirio para sí mismos.

 

Guillermo Juan Morado.