La agobiante desazón de vivir en una Iglesia débil

 

Es mi impresión, y como tal la cuento. Mejor dicho, mi impresión y la de muchos compañeros y no pocos fieles. Vivimos en una Iglesia débil, fragmentada, convertida en una especie de reino de taifas donde cada parroquia es una iglesia particular, cada sacerdote un pontífice, cada laico o grupo de laicos una autonomía cuasi personal.

No es problema de ausencia de doctrina, que la tenemos y excelente, surgida de una reflexión teológica que arranca de los padres de la Iglesia, se fija en los concilios, se nutre de gente como San Agustín o Santo Tomás y hoy tenemos perfectamente recogida en el catecismo. Tampoco de profundidad litúrgica, porque la liturgia católica es impactante, de hondura, solemne en su mayor simplicidad, capaz de trasladar la tierra al cielo.

Nada que objetar a la moral. Ni a las normas básicas de funcionamiento que recoge el derecho canónico. Es decir, que en teoría tenemos todo lo necesario para ser una institución fuerte, muy fuerte: dos milenios de historia, doctrina firme y segura, y un funcionamiento jerárquico con todos los medios para hacer que lo necesario se cumpla.

¿Entonces? ¿Por qué esa sensación de provisionalidad, de no saber por dónde, por qué ese agotamiento de ánimo que se observa en sacerdotes y laicos? ¿Por qué?

Suplemente porque lo que en teoría es como es, y nada que reprochar, todo lo contrario, en la práctica es papel mojado que ahí está pero que nadie mira ni aprecia. Ni los que debieran mirarlo más.

En esta Iglesia católica nuestra, de doctrina firme, segura y rica, se puede predicar ABSOLUTAMENTE TODO, que no pasa nada mientras no aparezca en toda la prensa con carácter de escándalo público, en cuyo caso quizá se diga algo, aunque no es lo habitual. En esta Iglesia nuestra se puede celebrar la liturgia prácticamente en cualquier forma que al celebrante o al grupo se le ocurra. No pasa nada salvo lo dicho anteriormente de prensa y tal, y ni siquiera. En esta Iglesia nuestra se pueden sostener abiertamente posturas contrarias a la moral más tradicional y consolidada, que sigue sin pasar nada.

En definitiva, el catecismo papel mojado, los libros litúrgicos más de lo mismo y el derecho canónico como simplemente orientativo. Esto es lo que vivimos en la práctica muchos ahora mismo. Más aún, lo que vivimos en la práctica es peor. Es la impresión de que si pretendes predicar lo que dice el catecismo, celebrar como mandan los libros litúrgicos, llamar adulterio al adulterio o exigir para ser padrino de bautismo lo que pide el derecho, es decir, edad mínima y certificado de confirmación, te conviertes en fundamentalista, carca, intolerante, inquisidor y opositor a la nueva misericordia que predica el papa.

Ese momento del todo vale, del cada cuál decida, de que ya veremos, de tú como te parezca, seamos comprensivos y acogedores, y luego cada uno resolverá, es terrorífico. La gente lo que percibe es que en cada parroquia se hace lo que al señor cura párroco le parece oportuno, y aquí es así, en la de al lado es asá, en esta se da la comunión a los divorciados vueltos a casar por lo civil mientras en aquella se dice que nada de nada, y en la de santa Apapucia, que son encantadores, para bautizar a un niño ni charlas ni nada y de padrino quien quieras, mientras que en la de San Serenín, que está al lado, exigen partida de confirmación. No pasa nada. Si acaso una pequeña reconvención a los de San Serenín para que sean más comprensivos.

Una Iglesia débil, muy débil. Una Iglesia, en la que, en la práctica, caben cualquier teología, cualquier moral, cualquier liturgia… Y no pasa nada, que cada cual sabrá. Pues sí pasa. De momento hartura y desánimo de muchos sacerdotes que empiezan a pedir respuestas por escrito y que se están comenzando a plantear objeción de conciencia ante algunas cosas que nos empiezan a llegar. Por ejemplo, bautizar a un niño con padrino transexual no todos los curas están dispuestos a hacerlo…  Y no es más que empezar.

Jorge… hay que ser flexibles. Lo que hay que ser es claros y saber de qué van las cosas, exigir su cumplimiento y ofrecer al pueblo de Dios una doctrina clara, una celebración como pide la Iglesia, un vivir como siempre se nos ha enseñado.