Y subió al Cielo; es que subió en cuerpo y alma

 

Es de fe y, por tanto, ha de ser  creído y defendido por todo católico, que María, Madre de Dios y Madre nuestra, ascendió al Cielo en cuerpo y alma.

Eso, la tal ascensión es, sin embargo, un gran misterio para nosotros que, no obstante, aceptamos como verdad por todo lo que, relacionado con María, apunta a tal resultado vital.

En realidad, todo lo relacionado con María tiene relación, valga la redundancia, con ella misma. Es decir, que, por ejemplo, el dogma de su Inmaculada Concepción no es algo descubierto por la Iglesia católica como quien descubre algo nuevo sino que era una necesidad intrínseca a la propia naturaleza espiritual de aquella joven que dijo sí al Ángel Gabriel. Lo único que se hizo fue formular el sentido del mismo.

Pues bien, decimos que todo tiene relación entre sí. Y este, el del día que celebramos hoy, es ejemplo de eso.

María fue concebida como Dios quería que quien iba a ser su Madre fuera concebida. ¿Es posible imaginar que la Madre del Creador pudiera recibir el estigma del pecado original? ¿Podía nacer el Hijo de Dios de quien estuviera en pecado?

No y no. Es decir, ni podría la Madre de Dios verse afectada por el pecado de nuestros Primeros Padres, el primero de ellos (luego imaginamos que incurrieron en otros) porque era el principio de un mal resultado: quien naciera de ella también recibiría la mancha de aquella ambición absurda de Adán y Eva.

Ahí, pues, tenemos a María, que nace sin pecado original y, por tanto, no tiene una naturaleza corrupta que, por tanto, puede volver a corromperse. Y es que bien podemos considerar que a lo largo de su vida tampoco incurrió en pecado alguno. Y es que la Madre de Dios sólo podía ser pura antes de nacer y durante su vida en la tierra.

Pero María, aunque no tuviera el pecado original, debía tener un itinerario vital similar al de cualquier otro ser humano. Queremos decir que nacía y, también, debía morir.

Y entonces, en aquel momento crucial de la vida (o no vida) de María, algo debía pasar que no afectaba al resto de la especie humana. No olvidemos que, según lo dicho, María tenía un privilegio, un don muy especial, entregado por Dios y que el de haber sido concebida sin el pecado llamado original que fue el primero (y, por desgracia, no el último)

Cualquier otro ser humano, desde que la muerte entrara en el mundo por causa más que conocida y que tiene que ver con los moradores del Paraíso, muere, han muerto, mueren y seguirán muriendo, de una forma trágica. Queremos decir que a la muerte se le tiene un miedo atroz porque no se comprende, las más de las veces, que supone el paso a otra vida que puede ser (¡o no!) mucho mejor. Bien podemos decir que supone un verdadero trauma morir no sólo para la persona que muere sino, también, para todos sus conocidos a no ser que los mismos tenga la fe suficiente como para darse cuenta que lo que ha hecho la persona muerta es, si eso es así, ganar mucho y mucho.

Pero bien, el caso es que morir a nadie le gusta. Y a nadie le gusta porque se tiene de la muerte un sentido en exceso terrible. Y eso no le podía pasar a María. Y no le pasó.

Esto lo decimos porque lo previsto por Dios para el ser humano que había creado a su imagen y semejanza no era, precisamente, una muerte considerada trágica y vista como algo trágico. No. Lo que, más bien debía ser, era un paso a un mundo mejor sin lo negro de morir de forma oscura. No quiere decir esto que no habría muerte en el sentido de dejar de existir en este mundo. Lo que quiere decir esto es que habría una existencia anterior, en la tierra, y una existencia posterior, en el Cielo. Y es que es seguro que al no haber pecado (si no lo hubiera habido, queremos decir) no habría habido necesidad de Purificatorio y, menos aun, de Infierno. Y eso lo confesamos como verdad desde que sostenemos que con el pecado original entro en el mundo la muerte… y el pecado. Luego, antes no había ni una ni otra.

Queremos decir, con todo eso, que María ascendió al Cielo de la forma prevista por Dios para todo ser humano. Y si esto fue un privilegio para la no pecadora fue porque, al menos en su caso, el Creador quería que le aplicase lo que quería para todo hijo suyo pero que no pudo llevar a cabo por culpa de Adán y Eva, aquel Varón y Varona que creó de algo ya existente.

María, pues, ascendió, como decimos, al Cielo en cuerpo y alma. Y eso, con ser un misterio, no es nada extraño ni raro sino, en todo caso, un ejemplo de lo que nos hubiera correspondido a cada uno de los descendientes de aquellos que quisieron ser más de lo que podían ser. Y María, por supuesto, no podía estar en el grupo de los que reciben el pecado por generación.

En realidad, se suele decir, de parte de creyentes no católicos, que la Asunción de María, no está en la Biblia. Es como una especie de mantra que se repite en contra de la Asunción de María a los Cielos en cuerpo y alma. En tales casos se suelen utilizar citas del Apocalipsis y similares para sostener que eso fue así. Sin embargo, seguramente no hace falta ni eso siquiera porque basta con pensar con lógica espiritual y con sentido completo de la Redención para darse cuenta que lo que le pasó a la Santísima Virgen era lo único que le podía pasar. Y es como aquello que decía que “Dios podía hacerlo, quería hacerlo y lo hizo”.

Pues eso, que lo hizo. Y eso es propio de una fe sencilla no necesitada de alambicadas explicaciones. Así de sencilla es la cosa.

Pidamos, por eso mismo, a María, que medie por nosotros ante Dios nuestro Señor.

 

Eleuterio Fernández Guzmán