P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual,
profesor y director espiritual en el seminario diocesano
Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: La Eucaristía nos pone ante una
disyuntiva: “¿También vosotros queréis marcharos?”:
creer o abandonarlo.
Síntesis del mensaje: Hoy terminamos la
lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el discurso
eucarístico. Y lo terminamos con las reacciones de los
presentes ante las palabras de Jesús:“¿Quién puede tolerar
este discurso tan duro?”. Es la misma disyuntiva que puso
Josué a los suyos al entrar en la tierra prometida:
“¿Prefieren servir a Yahvé o a los dioses falsos?” (1ª
lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, en la primera
lectura está clara la disyuntiva: ¿a quién elegir: a
Yahvé o a los dioses extranjeros? Los dioses de “más allá del
río” exigen menos, son más cómodos, no prohíben esto y
aquello; no imponen no robar, no fornicar, no matar. Lo que
exige la Alianza de Yahvé es mucho más duro que la floja moral
de los dioses de los pueblos vecinos. Josué, sucesor de
Moisés, convoca en asamblea solemne a todos, para renovar la
Alianza del Sinaí, un tanto olvidada ya, y les plantea una
clara disyuntiva: ¿a quién quieren servir, al Dios
que les ha liberado de Egipto o a los dioses que van
encontrando en los pueblos vecinos y que son más permisivos?
Porque siguen teniendo la tentación terrible de la idolatría.
Ese día la respuesta del pueblo a Josué fue: ¡elegimos a Dios!
Y así el pueblo en Siquem, reunido en asamblea con Josué, pudo
entrar en posesión de la tierra prometida. Sabemos también que
luego en su historia, el pueblo de Israel faltó muchas veces a
lo prometido.
En segundo lugar, ahora es Cristo
quien pregunta a los que le seguían: ¿queréis quedaros conmigo
o iros? De nuevo la disyuntiva. Lo que pedía Jesús a
los suyos no era fácil, porque suponía un cambio de mentalidad
y de vida. Son libres. Jesús ve que algunos se van marchando,
asustados por sus palabras y hace esa pregunta directa a sus
apóstoles. En efecto, algunos se van y otros se quedan. Pedro,
que no entiende mucho de lo que ha dicho Jesús –como tampoco
debían entender los demás- pero que tiene una fe y un amor
enormes hacia Cristo, contesta decidido: “¿A quién iremos?”.
Han hecho la opción por Él y se quedan los doce que formarán
la Iglesia, pero ya no se quedan como antes, sin compromiso;
ahora saben que lo han elegido para la vida y para la muerte.
En Cafarnaúm, fue la primera comunidad apostólica, todavía
fiel, la que dijo, por boca de Pedro: “Señor, ¿a quién
iremos?”.
Finalmente, nos toca a nosotros
responder hoy a Cristo: ¿a quién vamos a seguir: a él y su
doctrina o al mundo con sus propuestas fáciles, tentadoras y
embriagantes? De nuevo la disyuntiva. También
nosotros como el pueblo de Israel (1ª lectura) y como los
primeros discípulos de Jesús (evangelio) hemos sido elegidos.
Elegidos como objeto de su amor, admitidos en la familia de
Dios en el bautismo, admitidos a su misma mesa en la
Eucaristía, admitidos a la “feliz esperanza” de la venida de
su Reino. Por nuestra parte, también nosotros hemos elegido a
Dios. Prueba de esto: nuestro bautismo, reafirmado en la
confirmación. Prueba de esto: tomamos la primera comunión.
Prueba de esto: nos casamos en Cristo por la Iglesia. Pero,
¿qué nos pasa? Somos inestables. Nuestra vida se parece a la
tela de Penélope: es un continuo hacer y deshacer propósitos,
un oscilar continuo entre los dos polos de atracción que son
Dios y el mundo con sus ídolos. Servimos a dos señores. Pero
Dios detesta esto. O a Él o al mundo. Dios es celoso. Y por
eso, no estamos de acuerdo con la doctrina del matrimonio
indisoluble. Y por eso no aceptamos la doctrina sobre la moral
sexual y regulación de la natalidad que la Iglesia enseña y
defiende. Y por eso rehuimos de la cruz, cuando la vemos
asomar en la esquina. Y por eso, guiñamos el ojo ante las
ideologías que nos están sirviendo en el plato, por ejemplo,
la ideología del género. Y no aceptamos lo de poner la otra
mejilla. Y ahí estamos: doblando una rodilla ante Dios y la
otra ante Baal. ¡Cuántos pasan de una plegaria a la blasfemia!
Salen de la Iglesia y se van a lugares de perdición. No, hay
que hacer una opción: o Cristo o el mundo. O el evangelio de
Cristo o las máximas del mundo.
Para reflexionar: ¿A quién estoy
alimentando y siguiendo en mi vida: al hombre viejo y
pasional, o al hombre nuevo, que vive conforme al Espíritu?
¿Opté ya por Cristo y su Evangelio o prefiero escuchar y
seguir las sirenas de este mundo? ¿Cada cuanto renuevo mis
promesas bautismales?
Para rezar: con santo Tomás de Aquino,
quiero rezar:
“Todopoderoso y eterno Dios, me acerco al sacramento de
tu Unigénito Hijo, mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico
de la vida, como manchado a la fuente de la misericordia, como
ciego a la luz de la eterna claridad, como pobre y mendigo al
Señor del cielo y de la tierra.Ruego, pues, Señor, a tu
infinita generosidad que dignes curar mi enfermedad, lavar mis
manchas, alumbrar mi ceguera, enriquecer mi pobreza, vestir mi
desnudez, para que me acerque a recibir el pan de los ángeles,
al Rey de los reyes y Señor de los que dominan, con tanta
reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con
tanta pureza y fe, con tal propósito e intención como conviene
a la salud de mi alma.Concédeme, te ruego, recibir no sólo el
sacramento del cuerpo y la sangre del Señor sino también la
gracia y virtud del sacramento. Benignísimo Dios, concédeme
recibir el cuerpo que tu Hijo Unigénito, nuestro Señor
Jesucristo, tomó de la Virgen María, de tal manera que merezca
ser incorporado a su Cuerpo Místico y ser contado entre sus
miembros”.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre
Antonio a este email:
arivero@legionaries.org