ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 23 de agosto de 2015

La frase del día 23 de agosto

"Cuando servimos a lo pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús". Santa Rosa de Lima

 


El papa Francisco

El Papa en el Ángelus: "¿Quién es Jesús para mí?"
Texto completo. Francisco pidió este domingo que la Virgen María nos ayude a “ir” siempre a Jesús, para experimentar la libertad que Él nos ofrece 

Francisco reitera su llamamiento a la paz en Ucrania
En la víspera de su fiesta nacional, el Santo Padre ha pedido que se respeten los acuerdos y se responda a la emergencia humanitaria en el país

El Papa envía su saludo fraterno al Sínodo de las Iglesias metodistas y valdenses
El encuentro comenzó este domingo en Torre Pellice. En un mensaje, el Pontífice pide que "el Señor conceda a todos los cristianos caminar con corazón sincero hacia la plena comunión"

Espiritualidad y oración

Despedida y envío
Catequesis para toda la familia

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento - 24 de agosto
«Frente a la crítica mordaz de una sociedad hipócrita que daba la espalda a la mujer prostituida, esta aristócrata, enamorada de Cristo, acogió a las jóvenes que penetraron en ese oscuro mundo. Es fundadora de las Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad»


El papa Francisco


El Papa en el Ángelus: "¿Quién es Jesús para mí?"
 

Texto completo. Francisco pidió este domingo que la Virgen María nos ayude a “ir” siempre a Jesús, para experimentar la libertad que Él nos ofrece 

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Como cada domingo, el papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.

Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Concluye hoy la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, con el discurso sobre el Pan de la vida, pronunciado por Jesús, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y peces.

Al final de este discurso, el gran entusiasmo del día anterior se apagó, porque Jesús había dicho que era el Pan bajado del cielo y que daba su carne como alimento y su sangre como bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no ‘ganadoras’.

Así, algunos miraban a Jesús como a un mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito, ¡enseguida!

¡Pero, precisamente sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías!

Ni siquiera los discípulos logran aceptar ese lenguaje, lenguaje inquietante del Maestro. Y el pasaje de hoy cuenta su malestar: “¡Es duro este lenguaje! --decían-- ¿Quién puede escucharlo?”.

En realidad, ellos entendieron bien las palabras de Jesús. Tan bien que no quieren escucharlo, porque es un discurso que pone en crisis su mentalidad. Siempre las palabras de Jesús nos ponen en crisis; en crisis, por ejemplo, ante el espíritu del mundo, a la mundanidad. Pero Jesús ofrece la clave para superar la dificultad; una clave hecha con tres elementos. Primero, su origen divino: Él ha bajado del cielo y subirá allí donde estaba antes.

Segundo, sus palabras se pueden comprender solo a través de la acción del Espíritu Santo, Aquel que “da la vida”. Y es precisamente el Espíritu Santo el que nos hace comprender bien a Jesús.

Tercero: la verdadera causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: “hay entre ustedes algunos que no creen”, dice Jesús. En efecto, desde ese momento, dice el Evangelio, “muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Ante estas defecciones, Jesús no hace descuentos y no atenúa sus palabras, aún más obliga a realizar una opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”.

En ese momento, Pedro hace su confesión de fe en nombre de los otros Apóstoles: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. No dice: “¿dónde iremos?”, sino “¿a quién iremos?”. El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro, nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos unimos para caminar juntos por el mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna!

Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el “pan vivo”, el alimento indispensable. Unirse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino.

Cada uno de nosotros puede preguntarse, ahora: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, es una idea, es un personaje histórico solamente? O es verdaderamente aquella persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo. ¿Para ti quién es Jesús? ¿Estás con Jesús? ¿Intentas conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio todos los días, un pasaje del Evangelio, para conocer a Jesús? ¿Llevas el pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, para leerlo, en todas partes? Porque cuanto más estamos con Él, más crece el deseo de permanecer con él. Ahora les pediré amablemente, hagamos un momentito de silencio y cada uno de nosotros en silencio, en su corazón, se pregunte: ¿quién es Jesús para mí? En silencio, cada uno responda, en su corazón: ¿quién es Jesús para mí?

Que la Virgen María nos ayude a “ir” siempre a Jesús, para experimentar la libertad que Él nos ofrece, y que nos consiente limpiar nuestras opciones de las incrustaciones mundanas y también de los miedos.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Pontífice renovó su llamamiento para que se respeten los acuerdos de paz en Ucrania:

Queridos hermanos y hermanas,

Con preocupación, sigo el conflicto en Ucrania oriental, que se ha agravado nuevamente en estas últimas semanas. Renuevo mi llamamiento para que se respeten los acuerdos asumidos para alcanzar la pacificación, y con la ayuda de las organizaciones y de las personas de buena voluntad, se responda a la emergencia humanitaria en el país.

Que el Señor conceda la paz a Ucrania, que se prepara a celebrar, mañana, la fiesta nacional. ¡Que la Virgen María interceda por nosotros!

A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:

Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los procedentes de varios países, en particular a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano, llegados a Roma para realizar los estudios teológicos.

Saludo al grupo deportivo de San Giorgio su Legnano, a los fieles de Luzzana y de Chioggia; a los chicos y los jóvenes de la diócesis de Verona.

Y no se olviden, esta semana, deténganse cada día un momentito y háganse la pregunta: “¿quién es Jesús para mí?”. Y cada uno responda en su corazón. ¿Quién es Jesús para mí?

Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:

A todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)

 

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Francisco reitera su llamamiento a la paz en Ucrania
 

En la víspera de su fiesta nacional, el Santo Padre ha pedido que se respeten los acuerdos y se responda a la emergencia humanitaria en el país

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco ha renovado este domingo su llamamiento para que se “respeten los acuerdos” para alcanzar la paz y se “responda a la emergencia humanitaria” en Ucrania oriental.

Tras el tradicional rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre ha reconocido seguir “con preocupación” el conflicto en ese país “que se ha agravado nuevamente en estas últimas semanas”.

“Renuevo mi llamamiento para que se respeten los acuerdos asumidos para alcanzar la pacificación, y con la ayuda de las organizaciones y de las personas de buena voluntad, se responda a la emergencia humanitaria en el país”, ha dicho.

Asimismo, el Pontífice ha pedido que “el Señor conceda la paz a Ucrania” y ha recordado que mañana el país celebra su fiesta nacional. “¡Que la Virgen María interceda por nosotros!”, ha concluido.

La escalada bélica en el este de Ucrania amenaza los acuerdos de Minsk. La situación en la línea del frente entre las tropas leales a Kiev y los insurgentes de la denominada República Popular de Donetsk (RPD) se ha ido agravando de forma progresiva las últimas semanas y sigue deteriorándose.

Las partes se echan las culpas mutuamente del recrudecimiento de las hostilidades en distintas localidades de la región, tanto al norte como al sur de Donetsk.

 

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El Papa envía su saludo fraterno al Sínodo de las Iglesias metodistas y valdenses
 

El encuentro comenzó este domingo en Torre Pellice. En un mensaje, el Pontífice pide que "el Señor conceda a todos los cristianos caminar con corazón sincero hacia la plena comunión"

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco ha enviado este domingo un cordial y fraternal saludo, como signo de su cercanía espiritual, a los participantes en el Sínodo de las Iglesias metodistas y valdenses. El encuentro se está celebrando en la localidad de Torre Pellice, en Turín, desde hoy y hasta el próximo 28 de agosto, ha informado la Sala de Prensa de la Santa Sede en un comunicado.

En un mensaje firmado por el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, el Pontífice asegura su “ferviente recuerdo en la oración, para que el Señor conceda a todos los cristianos caminar con corazón sincero hacia la plena comunión, para dar testimonio de Jesucristo y su Evangelio, cooperando al servicio de la humanidad”.

De manera particular, el Santo Padre llama a las comunidades cristianas a cooperar “en defensa de la dignidad de la persona humana” y “en la promoción de la justicia y de la paz”. Así, el Papa pide “dar respuestas comunes al sufrimiento que aflige a tanta gente, especialmente a los pobres y a los más débiles”.

El pasado 22 de junio, Francisco acudió al templo valdense de Turín, en lo que supuso la primera visita de un pontífice a esta antigua minoría cristiana en Italia. Durante aquel encuentro, dirigiéndose a los presentes, el Santo Padre pidió perdón por las actitudes y comportamientos no cristianos de la Iglesia católica.

La Iglesia valdense, fundada por Valdo de Lyon en el siglo XIII, cuenta actualmente con unos 25 mil fieles en Italia y unos 15 mil entre Argentina y Uruguay.

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Espiritualidad y oración


Despedida y envío
 

Catequesis para toda la familia

Por Xhonané Olivas

Madrid, (ZENIT.org)

Al concluir la santa misa, ¿qué pasaría si termináramos sólo con la bendición del sacerdote?... ¿Qué pasaría si estas fueran sus últimas palabras?: “La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes”, y nosotros contestáramos: “Amén””… definitivamente faltaría algo, pero, ¿qué es ese algo?

Cuando Pedro, Santiago y Juan presenciaron la transfiguración de nuestro Señor, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. (Mc 9,5), y ¿qué sucedió?, después de todo, parece una magnífica ideas quedarse en presencia de Jesús y contemplar su gloria, ¿no? Podríamos decir lo mismo con la santa misa, ¿por qué no quedarnos más?, ¿por qué no decir como San Pedro: “qué bien estamos aquí”?

La respuesta está en las últimas palabras del sacerdote. Nos puede decir cualquiera de estas frases:

- Pueden ir en paz

- La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Pueden ir en paz.

- Glorifiquen al Señor con su vida. Pueden ir en paz.

- En el nombre del Señor, pueden ir en paz.

- En la paz de Cristo, vayan a servir a Dios y a sus hermanos.

- Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado. Pueden ir en paz (para el tiempo de Pascua).

La realidad es que no se puede permanecer en la iglesia todo el tiempo. Dios nos alimenta, nos bendice y… ¡nos envía a compartirlo con los demás!, ¡nos envía “a proclamar el reino de Dios” (Lc 9,2)! Cuando mis hijos y yo vamos de excursión a un lugar que les llama la atención y que disfrutan mucho, es imposible que llegando a casa no hablen de lo que vieron y aprendieron con mi esposo. ¿Por qué? ¡Porque es algo importante para ellos!¡Quieren compartir lo que recibieron! Dios nos creó para vivir en comunión con Él y ¡con los demás! Jesús nos envía a compartir nuestra fe, nuestro tiempo, nuestros talentos… nos envía a glorificarlo con nuestra vida, a vivir en su paz, a servirlo a Él y a nuestros hermanos… a ¡anunciar la alegría de su resurrección!

¿Cómo les enseño a mis hijos lo que esto significa? ¿Cómo les pongo el ejemplo? Voy a misa y saliendo ¿me olvido de lo que pasó?

Sería interesante preguntarles a nuestros hijos qué piensan sobre las últimas palabras del sacerdote…

http://familiacatolica-org.blogspot.com.es

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Santa María Micaela del Santísimo Sacramento - 24 de agosto
 

«Frente a la crítica mordaz de una sociedad hipócrita que daba la espalda a la mujer prostituida, esta aristócrata, enamorada de Cristo, acogió a las jóvenes que penetraron en ese oscuro mundo. Es fundadora de las Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

Micaela Desmaissières y López de Dicastillo, vizcondesa de Jorbalán, fue señalada por Dios para dedicarse por entero a la educación de niñas, y a la restauración de mujeres atrapadas en las redes de la prostitución, abandonando las prebendas de su noble ascendencia. Vino al mundo en Madrid, España, el 1 de enero de 1809. Y de acorde a su gran posición económica y social, se formó en el colegio de las ursulinas de Pau, Francia; su madre añadió la enseñanza de tareas prácticas y útiles para la vida cotidiana. Hasta la muerte de su padre, que la obligó a regresar a España, e incluso después de ésta, no parecía estar abocada a la consagración. Su madre le había transmitido su piedad, experimentaba una devoción por la Eucaristía, pero no la llamada a una vocación. Era una mujer de impactante personalidad, distinguida, alegre, enérgica, conciliadora, buena conversadora, con altas dotes organizativas. Se ocupaba de las necesidades ajenas en constantes actos de caridad implicando en ellos a personas de su alcurnia; acogía en su casa a niñas pobres y atendía a los enfermos.

No descartaba el matrimonio. De hecho, entre otros enamoramientos, uno se estableció más firmemente en su corazón ya que fue novia durante tres años del hijo de un marqués. Pero una serie de desgracias encadenadas le indujeron a romper su compromiso: la muerte de su padre y de un hermano, la grave enfermedad de una hermana y destierro de otra… En 1841 al perder a su madre, eligió como tal a la Virgen. Es decir que en su vida se manifestaban dos vías que, aunque divergentes entre sí, no dejaban fuera de juego la llama del amor divino. Tanto en Madrid como en París y Bruselas iba quedando el rastro de su caridad con los desfavorecidos. Al tiempo prodigaba su presencia en convites, paseos, teatro, tertulias, baile, etc. Generalmente aceptaba los compromisos para complacer a su familia, pero tampoco le disgustaban del todo. Hallándose en París en 1846 se sumergió en ese mundo de oropeles y vanidades; por algo lo denominó «año perdido». Tenía carácter, y un pronto fuerte la dominaba. No escondía sus apegos, como el que tuvo a su caballo, pero se esforzaba en luchar contra sus tendencias sin escatimar sacrificios, y no tardarían en irse viendo los frutos.

En 1847 tras unos ejercicios espirituales efectuados a instancias del que fuera confesor de su madre, el jesuita padre Carasa, se sintió llamada a cumplir la voluntad de Dios. Comenzó a dedicar a la oración entre cinco y siete horas diarias movida por afán de penitencia. No pudiendo eludir su participación en eventos sociales, rogaba a Dios que la preservase en ellos de cualquier pecado, aunque fuese venial. Debajo de elegantes vestiduras ocultaba cilicios. A finales de ese año todavía vestía ricamente. Al confesarse el sacerdote percibió el crujido de las prendas que llevaba: «Viene usted demasiado hueca a pedir perdón a Dios», le dijo. «Son las sayas», respondió. «¡Pues, quíteselas usted!». Se vistió como un adefesio, tanto que el presbítero le instó a no llegar a ese extremo; únicamente debía limitarse a vestir sin estridencias.

En 1848 el padre Carasa fue el detonante de otra experiencia que marcaría su vida. Le presentó a una persona de su confianza, María Ignacia Rico de Grande, quien la llevó de visita al hospital de San Juan de Dios. Allí se fijó consternada en la cantidad de jóvenes que ejercían la prostitución, a la que habían llegado por distintos motivos. Tuvo que vencer la repugnancia que sentía ante las huellas que el ejercicio de esa actividad había dejado en sus cuerpos macerados. Supo que si terrible era su estado físico, no lo era menos la soledad y desamparo que les esperaba al salir del hospital en una sociedad hipócrita que las había empujado por ese camino arrancándoles su honor y dignidad, y después les daba cruelmente la espalda. De modo que abrió una casa para las pobres descarriadas que fue recogiendo.

En 1850 se fue a vivir con ellas. La noticia fue un azote para los círculos en los que se movía. Le cerraron las puertas, fue vituperada, incomprendida, calumniada, no solo por los que formaban parte del selecto ambiente al que pertenecía; también fue criticada y perseguida por miembros de la Iglesia. Hasta le retiraron el permiso para tener el Santísimo Sacramento, clave de su vida y quehacer. Algunas de las muchachas que había acogido y otras personas la acusaron sin fundamento, dando alas a murmuraciones y chismes diversos. El padre Carasa le negó el saludo. No se defendió; se limitó a orar y a dar gracias a Dios. Fue amenazada por algunos proxenetas, e incluso querían darle muerte. Nada la detuvo. Vendió las joyas heredadas a menor costo de lo que valían, se desprendió de su caballo, pidió limosna, y no se le cayeron los anillos, como suele decirse, para sacar adelante su obra. En 1854 recibió ayuda económica de la beneficencia. Dos años más tarde, con el apoyo y consejo de san Antonio María Claret, nació la fundación y tomó el nombre de Madre Sacramento. Puso en sus casas esta consigna: «Mi providencia y tu fe mantendrán la casa en pie».

El padre Claret la ayudó en lo concerniente a las constituciones y bajo su amparo creció progresivamente su vida espiritual; otros directores espirituales anteriores no la habían comprendido. Emitió sus primeros votos en 1859, y comenzó la expansión de la obra en medio de muchas dificultades externas e internas. «Dudo yo que haya superiora ni más acusada, ni más calumniada, ni más reconvenida», reconoció. En junio de 1860 profesó los votos perpetuos. Cuando el cólera asaltó de nuevo a España en 1865 se hallaba en Valencia, y tuvo la impresión de que podía llegarle su hora. Había ido, como en otras ocasiones, a asistir y consolar a los que contrajeron la enfermedad en epidemias similares. Entonces salió indemne, pero ese año la enfermedad se cebó también en ella causándole la muerte el 24 de agosto. Pío XI la beatificó el 7 de julio de 1925 y la canonizó el 4 de marzo de 1934. 

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