Patricia (y antes Julia) de Vargas Llosa

 

Mario Vargas Llosa contrajo un primer matrimonio con Julia Urquidi en 1959. Tras divorciarse de esta en 1964, un año después contrajo matrimonio con su prima Patricia Llosa con quien ha permanecido casado hasta hoy. Lo último que sabemos, tras parece ser que repetidos escarceos, es que hoy mantiene una relación sentimental con la conocida Isabel Preysler, casada en primeras nupcias por la iglesia con Julio Iglesias, matrimonio del que consiguió la nulidad y que le permitió un segundo matrimonio canónico con el marqués de Griñón. Tras un posterior divorcio, un nuevo enlace con el ex ministro socialista Miguel Boyer, fallecido no hace mucho.

¿Por qué todas estas historias? Pues porque me sorprendía hace poco leer unas declaraciones del P. Ángel, el famoso y mediático P. Ángel, en las que, al ser preguntado por la relación entre Mario Vargas llosa e Isabel Preysler, y una posible boda responde: “Yo me alegro de que la gente se quiera. Me siento feliz de que ella esté feliz”.

El P. Ángel no hace más que expresar lo que desgraciadamente tanta gente piensa: “lo que importa es que la gente sea feliz”, porque en ese ser feliz en definitiva lo que se proclama es que lo que importa es que la gente haga exactamente lo que le pida el cuerpo, y que la Iglesia debe aceptar y bendecir esa tan simple opción.

En lo que dice el P. Ángel, que insisto es lo que entiende tanta gente, hay mucho que matizar. Para empezar, a ver quién tiene las narices de acudir a Patricia Llosa a decirle que es muy feliz de que su esposo haya roto su matrimonio después de cincuenta años y que se siente encantado de que ahora esté con Isabel Preysler. Me imagino la respuesta de Patricia: váyase a hacer puñetas.

Él con dos matrimonios y varias “cosillas”. Ella otros tres matrimonios. Pues nada, feliz de que ella sea feliz. Alegre de que la gente se quiera. Si mañana doña Isabel se lía con una señora, genial: feliz de que sea feliz. Si cambia de pareja como de zapatos no pasa nada: alegres de que se quieran.

El gran problema del matrimonio, lo que se juega en el próximo sínodo, es justo la trivialización del matrimonio. Eso tan simple de que lo importante es que la gente se quiera, que sean felices, viva la libertad, viva todo, lo auténtico es estar juntos mientras haya amor, lo único que importa es quererse y ser felices.

El matrimonio católico es otra cosa: unión estable de hombre y mujer hasta que la muerte los separe, en unidad, fidelidad y apertura los hijos. En la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y la adversidad. Juntos en lo bueno y en lo malo.

Pues no. Ni matrimonio, ni fidelidad, ni leches. Que la gente sea feliz según su antojo y se quiera según ese querer caprichoso que no es el de Pablo: disculpa siempre, cree siempre, aguanta sin límites, no pasa nunca.

Decir que uno está alegre porque un señor acaba de romper su segundo matrimonio, después de cincuenta años, para liarse con una señora anulada, divorciada y ahora viuda de un tercero, y proclamar que eso es quererse de verdad… es simplemente triste. Pero es lo que la gente cree, proclama y pretende convertir poco menos que en un nuevo sacramento. Pues no. Me da que no. Y ojito que las cosas ante el Sínodo se están poniendo muy feas. Miedo me da que esté apareciendo la palabra cisma y cada vez más. Pues eso.