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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 08 de septiembre de 2015

El papa Francisco

La Iglesia que vive en Portugal tiene más luces que sombras
El papa Francisco se reunió con los obispos en su 'visita ad limina'

En Sta. Marta: 'El Señor pacifica discretamente y en el camino, no con la varita mágica'
El Santo Padre explica en la homilía en Santa Marta, que la genealogía del evangelio de hoy puede parecer aburrida, en cambio es el camino de Dios entre los hombres

Papa y Santa Sede

Procesos de nulidad, no de anulación, más veloces y manteniendo el rigor
Presentaron las dos cartas del papa Francisco en forma de 'motu proprio' que modifican por tercera vez en la historia de la Iglesia el código de derecho canónico sobre nulidad matrimonial

Reforma sobre nulidad matrimonial: retroactividad, costos y tiempos
Tras la presentación de los dos 'motu proprio' del papa Francisco sobre la agilización de los procesos, los periodistas hicieron sus preguntas

Francisco explica los dos 'motu proprio' sobre nulidad matrimonial
 “Favorecer, no la nulidad de los matrimonios, sino la celeridad de los procesos”, indicá Francisco, “siempre coherente con al verdad de fe profesada”  

Iglesia y Religión

La diócesis de Madrid se moviliza para acoger a refugiados
El arzobispo Carlos Osoro ha constituido la Mesa por la hospitalidad para hacer frente a la crisis humanitaria

Espiritualidad y oración

“Fui forastero, y me acogisteis” (Mt 25,35): compartir para multiplicar
Carta pastoral del arzobispo de Madrid con motivo de la constitución de la Mesa por la hospitalidad de la Iglesia en Madrid

Comentario a la liturgia dominical
Domingo 24 del Tiempo Ordinario - Ciclo B - Textos: Is 50, 5-9; St 2, 14-18; Mc 8, 27-35

San Pedro Claver - 9 de septiembre
«Insigne misionero jesuita español. Se definió como esclavo de los esclavos; le entregó su vida amándoles en Cristo, en Cartagena, Colombia. Fue canonizado junto a su admirado hermano san Alonso Rodríguez»


El papa Francisco


La Iglesia que vive en Portugal tiene más luces que sombras
 

El papa Francisco se reunió con los obispos en su 'visita ad limina'

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

 El papa Francisco ha recibido el lunes por la mañana en audiencia, a los obispos de la Conferencia Episcopal de Portugal al final de su quinquenal visita ''ad limina'', y al concluir la misma les entregó un discurso y les dirigió unas breves palabras. 
 
El Santo Padre recordó que cuando fueron creados los diáconos, Pedro interroga a Jesús y Él les exhorta a que 'no abandonen la oración y la predicación de la palabra', y Francisco ha subrayado: "no dejen eso". 
 
En el texto el Santo Padre elogia entre otras cosas, el crecimiento de la sinodalidad como estilo de vida pastoral en sus iglesias particulares así como algunas iniciativas entre las que destaca la consulta general sobre las creencias y la fe del pueblo portugués, que tuvo una primera respuesta en la Nota ''Promover la renovación de Ia Pastoral de la Iglesia en Portugal'' (abril de 2013).
 
El Pontífice también subrayó que de los informes quinquenales de los obispos se desprende que la Iglesia que vive en Portugal tiene más luces que sombras y que su vida es serena, guiada por el sentido común, que es escuchada por la mayoría de la población y las instituciones nacionales, a pesar de que no siempre se siga su voz.
 
El pueblo es hospitalario, generoso y religioso, ama la paz y quiere justicia y el episcopado está fraternalmente unido. Los sacerdotes están bien preparados espiritual y culturalmente y los consagrados y consagradas son fieles al carisma de su fundadores, mientras los laicos expresan en el mundo la presencia efectiva de la Iglesia. 
 
El Papa alerta, en cambio, del abandono de la práctica cristiana de los jóvenes después de la Confirmación, precisamente en una edad en la que se toman las riendas de la vida futura y se pregunta si no será porque la propuesta catequética no crece con ellos para responder a sus preguntas e inquietudes. Por eso invita a los prelados a replantear la cuestión de un camino de catequesis global que abarque las diferentes edades del ser humano y los anima recordando que el Señor aseguró su presencia constante y su asistencia infalible a su Iglesia.

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En Sta. Marta: 'El Señor pacifica discretamente y en el camino, no con la varita mágica'
 

El Santo Padre explica en la homilía en Santa Marta, que la genealogía del evangelio de hoy puede parecer aburrida, en cambio es el camino de Dios entre los hombres

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El papa Francisco en la misa cotidiana de este martes en la capilla de la residencia Santa Marta, al recordar la festividad del nacimiento de María, precisó que todos estamos llamados a ser humildes y a estar cerca del prójimo, como nos enseñan las bienaventuranzas y el capítulo 25 del Evangelio de Mateo.

¿Cómo reconciliarse con Dios? La misión de Jesús, dijo, fue justamente reconciliar y pacificar, pero no a través de una gran asamblea, no firmando un documento, sino que “Dios pacifica con una modalidad especial, pequeñamente y en el camino”.

Refiriéndose a la primera lectura del profeta Miqueas, en la cual se habla de la pequeña Belén, que será grande porque de aquel “pequeño viene la paz”. Porque el Señor elige “las cosas pequeñas, las cosas humildes para hacer las grandes obras”. Y nos aconseja “hacernos pequeños como niños para poder entrar en el Reino de los cielos”.

“Pero también en el camino: caminando. El señor no ha querido pacificar y reconciliar con la varita mágica: hoy, ¡pum, todo hecho! No. Se ha puesto a caminar con su pueblo”.

Y si bien el Evangelio de hoy, explicó Francisco, con la genealogía puede parecer un poco aburrido, “es el camino de Dios entre los hombres, buenos y malos”. Están los santos y los criminales, hay pecado “pero Dios no se asusta: camina, camina con su pueblo”. Y “hace crecer la esperanza de su pueblo en el Mesías”.

¿De qué manera tenemos que caminar y pacificar como lo hizo Jesús?, se interrogó el Papa. Y respondió: poniendo en práctica el protocolo del amor por el prójimo, el capítulo 25 del evangelio de Mateo.

“El pueblo soñaba con su liberación, tenía este sueño porque se lo habían prometido: ser liberado, pacificado y reconciliado. José sueña, y su sueño es como el resumen del sueño de toda esta historia de camino de Dios con su pueblo”.

Dios es omnipotente y grande, indicó Francisco, y añadió que “nos enseña a hacer la gran obra de pacificación y reconciliación en lo pequeño, en el camino, sin perder la esperanza y con aquella capacidad de soñar con grandes sueños, grandes horizontes”.

Y en el día del nacimiento de la Virgen María, "etapa determinante en la historia de la Salvación, pidamos la gracia de la unidad, de la reconciliación y la paz".  

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Papa y Santa Sede


Procesos de nulidad, no de anulación, más veloces y manteniendo el rigor
 

Presentaron las dos cartas del papa Francisco en forma de 'motu proprio' que modifican por tercera vez en la historia de la Iglesia el código de derecho canónico sobre nulidad matrimonial

Por Sergio Mora

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Dos cartas del papa Francisco en forma de 'Motu proprio datae' con el nombre de Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et Misericors Iesus, han sido presentados este martes en la Sala de prensa de la Santa Sede. Ambos se refieren a la reforma del proceso canónico sobre las causas de declaración de nulidad matrimonial.

El director de la Oficina de prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, precisó que las cartas fueron firmadas intencionalmente por el Santo Padre el 15 de agosto, día de al Asunción y presentados hoy en la fecha de la Natividad de María. Un 'motu proprio' está destinado a modificar el Código de Derecho Canónico y el otro el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales.

Los diversos particulares de estos 'motu proprio' fueron explicados durante la conferencia de prensa, por seis miembros de la Comisión especial para la reforma del proceso matrimonial católico, instituida por el Santo Padre para facilitar y eliminar burocracia, sin perder el rigor necesario.

Estaban aquí, el decano de la Rota Romana, Mons. Pio Vito Pinto, y presidente de la Comisión; el cardenal Francesco Cocopalmerio, presidente del Pontificio Consejo de los Textos Legislativos.

Los otros tres participantes han sido: el exarca apostólico de Atenas, para los católicos griegos de rito bizantino, Mons. Dimitros Salachas; el secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Luis Ladaria Ferrer, S.J.; el prelado auditor de la Rota Romana, Mons. Alejandro W. Bunge; y el padre Nikolaus Schoch, Ofm, promotor de Justicia sustituto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica.

Han participado por lo tanto miembros de los tres principales tribunales de la Santa Sede: de la Doctrina de la Fe, de la Signatura Apostólica, y de la Rota Romana. 

"No es lo mismo la nulidad que la anulación de un matrimonio", indicó el cardenal Cocopalmeiro. La Iglesia --como es sabido-- no acepta el divorcio, en cambio sí estudia los casos en los cuales se realizó el matrimonio con motivos que lo vuelven inválido, como la coerción. Para ello realiza un proceso judicial que debe decidir si existe nulidad matrimonial o menos. El problema más pastoral en cambio consiste en volver más veloces los procesos. 

Los tres puntos de la reforma son:
- la composición de los tribunales, que puede incluso ser constituido por un solo obispo diocesano;  
- no se necesita la doble sentencia; y  ya con la primera no es necesario que pase automáticamente a la segunda sentencia. Puede haber sí, un segundo apelo, pero si por finalidades dilatorias es descartado;
- los procesos serán más breves.

Por su parte el exarca apostólico de Atenas, para los católicos griegos de rito bizantino, Mons. Dimitros Salachas preguntó por qué dos motu proprio.
Primero, porque son los dos pulmones de la Iglesia, la oriental y occidental que el papa Francisco ha querido respetar: una única fe y diversas perspectivas. Además porque es necesario saber lo qué se propone a los hermanos ortodoxos en caso de logre la unidad en materia de matrimonio. Porque la Iglesia católica está firme sobre la indisolubilidad, y no sigue las interpretaciones de las iglesias ortodoxas. En los países de Oriente Medio la mayoría de los matrimonios son mixtos añadió, y el exarca lamentó que "hemos perdido a muchos católicos por la lentitud de los procesos".

Mons. Luis Ladaria Ferrer, S.J. Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, subrayó que  reglas son las mismas para la iglesia oriental y occidental, y para que los matrimonios sean válidos es necesario la ausencia de impedimentos, como la observancia de la forma canónica; y el libre consentimiento de quienes se van a casar.

Entretanto como motivos de nulidad --prosiguió Mons. Luis Ladaria Ferrer-- hoy existe algo que antes se daba por descontado en nuestra civilización: el de estar abierto a la transmisión de la vida, sobre lo cual lo hoy ha surgido la duda. Y si el consentimiento dado para el matrimonio haya tomado esto en consideración, lo que contrariamente lo volvería nulo.  

Mons. Alejandro W. Bunge señaló un proceso más rápido, partiendo de cómo se plantea la causa. "El juez es el obispo --explicó-- el cual se apoya para conocer los hechos en dos asesores con los cuales discute previamente sobre la certeza moral de los hechos adoptados para la nulidad matrimonial”. Así, “si el obispo llega a la certeza moral, él pronuncia la decisión, contrariamente envía la causa al proceso ordinario”.

Esto hará que el apelo se vuelva raro, y si se considera que se está apelando “con fines meramente dilatorios e instrumentales, el apelo podrá ser rechazado a limine”. El proceso ordinario deberá durar al máximo un año, y además de la abolición de la doble sentencia, si la sentencia es afirmativa no apelada, ipso facto se vuelve ejecutiva.

El padre Nikolaus Schoch, por su parte indicó que el 'motu proprio' reitera la tarea del defensor del vínculo para proponer todo tipo de pruebas, por excepción, recursos y apelos que respetando la verdad favorezcan la defensa del vínculo, sea en las causas de nulidad del matrimonio que en la disolución del matrimonio rato pero no consumado. 

Se puede leer también: Francisco explica los dos 'motu proprio' sobre nulidad matrimonial

 

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Reforma sobre nulidad matrimonial: retroactividad, costos y tiempos
 

Tras la presentación de los dos 'motu proprio' del papa Francisco sobre la agilización de los procesos, los periodistas hicieron sus preguntas

Por Sergio Mora

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Respondiendo a las preguntas de los periodistas presentes este martes en la Sala de prensa de la Santa Sede, después de la presentación de los dos motu proprio del papa Francisco que permitirán procesos sobre nulidad matrimonial con tiempos más breves, fueron abordados varios temas como la retroactividad de los procesos en curso.

Presentaron los motu proprio seis miembros de la Comisión especial para la reforma del proceso matrimonial católico, instituida por el Santo Padre para facilitar y eliminar burocracia, sin perder el rigor necesario, tres de los cuales miembros de los principales tribunales de la Santa Sede: de la Doctrina de la Fe, de la Signatura Apostólica, y de la Rota Romana.

Uno los puntos principales, es que no se trata de estudiar como anular un matrimonio, puesto que la Iglesia defiende la indisolubilidad del vínculo conyugal, sino en juzgar los casos en los que se considera que el matrimonio fue nulo por causas diversas, como la coerción. 

Sobre la retroactividad, los conferencistas indicaron que las nuevas normas --las cuales prevén entre otros factores que la primera sentencia sea definitiva si no hubiera apelo-- se aplicarán para las sentencias posteriores al 8 de diciembre, fecha en que entran en vigor las nuevas normas. O sea que las modificaciones promulgadas con los dos 'motu proprio' del papa Francisco no serán retroactivas.

Al responder por qué no fue necesario esperar el próximo sínodo de octubre sobre la familia para realizar esta reforma, el cardenal Francesco Cocopalmerio, presidente del Pontificio Consejo de los Textos Legislativos indicó que ya en el sínodo pasado quedó absolutamente claro que la reforma en estos puntos ha sido solicitados por los obispos.

Por lo que se refiere a la preparación de los obispos para poder ser jueces en los procesos de nulidad, fue señalado que habrá una formación permanente. Además la reforma comienza a entrar en vigor recién en diciembre, lo que supone un tiempo de preparación. “”Es una inversión y será necesario implementar y la formación hará el resto, indicó el secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Luis Ladaria Ferrer, S.J.

Por su parte el exarca apostólico de Atenas, Dimitros Salachas, siempre respondiendo a las preguntas de la prensa, añadió que el obispo pasa a ser juez pero no está solo, hay una sinodalidad diocesana. “Ay del obispo que quiere hacer todo sólo” dijo, reconociendo que este problema se presenta también en las Iglesias de oriente. Precisó que las personas involucradas tendrán experiencia y aseveró que “más que jueces deberán ser médicos”. Además hay otros temas que habrá que resolver, como los idiomas y las traducciones por ejemplo en griego moderno.

Sobre los motivos evidentes que pueden acortar los procesos, el cardenal Cocopalmeiro indicó por ejemplo circunstancias fácilmente documentables, como la esterilidad conocida antes del matrimonio y no indicada al cónyuge, o poseer una enfermedad transmisible no dada a conocer antes de la boda.

El prelado auditor de la Rota Romana, Mons. Alejandro W. Bunge, respondió que cambian 21 cánones, pero que existen todos los demás. Partiendo de los hechos más evidentes y probándolos, los procesos serán más breves, dijo. Indicó por ejemplo la falta evidente de la fe, lo que puede llevar al error sobre el consenso.

En este tema, el decano de la Rota Romana, Mons. Pio Vito Pinto, intervino para recordar que el papa emérito Benedicto XVI había levantado el problema de la nulidad de un sacramento en el que falta la fe, el cual difícilmente puede ser considerado verdadero.

Sobre los costos de las causas de nulidad añadió que el santo padre Francisco ha sido muy claro: 'la gratuidad tiene que ser una regla', porque es un deber de justicia. Si bien si bien reconoció que será necesario un cierto tiempo para implementarla. Indicó por ejemplo que se debería instituir un fondo destinado a los abogados de manera que el proceso sea gratuito y ellos puedan ser pagados razonablemente. Precisó que hoy en día entre el 70 y el 80 por ciento de las causas son gratuitas.

Por lo que se refiere a los tiempos actuales de los procesos, se indicó que no deberían superar un año en primera instancia y no más de seis e apelo, si bien en realidad suelen ser dos y en apelo a veces llega a diez años. Ahora debería ser uno si no hay apelo y no superar dos años si lo hubiera. 

Se puede leer tambien: Francisco explica los dos 'motu proprio' sobre nulidad matrimonial

 

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Francisco explica los dos 'motu proprio' sobre nulidad matrimonial
 

 “Favorecer, no la nulidad de los matrimonios, sino la celeridad de los procesos”, indicá Francisco, “siempre coherente con al verdad de fe profesada”

 

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El santo padre Francisco ha promulgado dos 'motu proprio' que han sido presentados hoy en el Vaticano, referido a la reforma del proceso canónico sobre las causas de declaración de nulidad matrimonial. Los dos Motu proprio del Papa llevan el nombre de Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et misericors Iesus, uno dedicado a la Iglesia de Oriente y el otro a la de Occidente, respetando las características de los 'dos los pulmones' del catolicismo.

En la introducción de los documentos el Pontífice explica: "He decidido dar con este 'motu proprio' disposiciones con las cuales se favorezca, no la nulidad de los matrimonios, sino la celeridad de los procesos". 

Ambos documentos comienzan recordando casi con las mismas palabras que “el Señor Jesús, juez clemente, pastor de nuestras almas, ha confiado al apóstol Pedro y a sus sucesores el poder de las Llaves para cumplir en la Iglesia la obra de justicia y verdad; esta suprema y universal potestad de atar y desatar aquí en la tierra, afirma, corrobora y reivindica la de los pastores de las Iglesias particulares, en virtud de la cual ellos tienen el sacro derecho y delante del Señor de juzgar a sus propios súbditos”.

Así el Santo Padre recuerda que durante los siglos, la Iglesia en materia matrimonial ha elaborado un sistema de nulidad del consenso matrimonial, para que “sea siempre coherente con la verdad de fe profesada”.

Teniendo conciencia de esto, indica el Papa, “he establecido que se ponga mano a los procesos de nulidad del matrimonio, y para ello he constituido un grupo de personas eminentes”. O sea que “la preocupación por la salvación de las almas” ha llevado a “empujar al obispo de Roma a ofrecer a los fieles este documento de reforma”.

Y añade en su escrito que “alimenta este empuje reformador, el enorme número de fieles que si bien desean proveer a la propia conciencia, muchas veces se desaniman debido a las dificultades jurídicas de la Iglesia, a causa de la distancia física o moral; la caridad por lo tanto y la misericordia exigen que la misma Iglesia como madre se vuelva cercana a los hijos que se consideran separados”.

El Pontífice añade que ha seguido las huellas de sus predecesores, quienes quisieron que las causas de nulidad “sean tratadas por vía judicial y no administrativa, no porque lo imponga la naturaleza de las cosas, sino porque lo exige la necesidad de tutelar en el grado máximo la verdad del sagrado vínculo”.

En el motu proprio para la Iglesia de oriente, el Papa añade entre otros particulares que “es importantísimo el ministerio del obispo, el cual según enseñan los padres orientales, es juez y médico, porque el hombre herido y caído (peptókos) a causa del pecado original y de los propios pecados personales, se ha enfermado y con la medicina de la penitencia obtiene de Dios el perdón y se reconcilia con la Iglesia”.

Los puntos fundamentales de la reforma son: 

- una sola sentencia en favor de la nulidad ejecutiva;
- el juez único bajo responsabilidad del obispo;
- el mismo obispo es juez;
- el proceso es más breve;
- el apelo a la sede metropolitana;
- la tarea propias de las Conferencias episcopales;
- el apelo a la Sede Apostólica;
- previsiones para las Iglesias Orientales.

Se puede leer también: Reforma sobre nulidad matrimonial: retroactividad, costos y tiempos

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Iglesia y Religión


La diócesis de Madrid se moviliza para acoger a refugiados
 

El arzobispo Carlos Osoro ha constituido la Mesa por la hospitalidad para hacer frente a la crisis humanitaria

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

El arzobismo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierrra, ha presidido este lunes la Mesa por la hospitalidad de la Iglesia en Madrid para abordar la situación de los refugiados y desplazados que llaman a las puertas de Europa. 

"Este momento tan difícil es una oportunidad inmensa para sacar lo mejor de cada uno. Con todos los que ya están aquí, y con todos los que tenemos que recoger", ha señalado Mons. Osoro. 

En esta primera reunión, que ha tenido lugar en la sede del arzobispado, han participado el vicario de Pastoral Social e Innovación, José Luis Segovia; el vicario de Acción Caritativa, Javier Cuevas; el director de Pueblos Unidos, Alberto Plaza SJ; la secretaria general adjunta de CONFER, Pilar Arroyo; el delegado de Migraciones, Antonio Martínez; el delegado de Cáritas Madrid, Pablo González, y el coordinador de la entidad, Javier Hernando; el portavoz de San Egidio en Madrid, Jesús Romero; el presidente de Justicia y Paz Madrid, Javier Alonso, y su consiliario, Ignacio María Fernández. 

Por su parte, José Luis Segovia ha estructurado la reunión en torno a cuatro objetivos. En primer lugar, se trata de "orquestar una respuesta unitaria de la Iglesia en Madrid a este desafío". En segundo lugar, hay que "establecer los cauces para dar esta respuesta, siempre teniendo como interlocutor a los organismos internacionales y las administraciones públicas", ya que ellas son responsables en materia de migración. 

En tercer lugar, hay que reafirmar "el papel importante de la Iglesia como elemento de concienciación social". Finalmente, se trata de "ofrecer hospitalidad, que supone calidad y calidez, con itinerarios de inclusión social que recojan todas las necesidades de las personas". "No solo de los que van a llegar, sino también de los que ya están aquí. Es necesario no generar fractura social", ha aseverado. 

De cara a una segunda reunión, que se celebrará la próxima semana, los participantes en la Mesa recogerán las respuestas que pueden ponerse en marcha. Por ejemplo, Cáritas ha habilitado una cuenta corriente para canalizar la ayuda económica destinada a los refugiados (Concepto: IGLESIA DE MADRID POR LOS REFUGIADOS - Nº de cuenta: IBAN ES38 0075 0001 83 0607368971). Otros puntos fundamentales que se tratarán serán la necesidad de voluntarios y la definición de itinerarios de acompañamiento.

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Espiritualidad y oración


“Fui forastero, y me acogisteis” (Mt 25,35): compartir para multiplicar
 

Carta pastoral del arzobispo de Madrid con motivo de la constitución de la Mesa por la hospitalidad de la Iglesia en Madrid

Por Mons. Carlos Osoro

Madrid, (ZENIT.org)

Con motivo de la jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero, convocada para el 7 de septiembre de 2015 por el Papa Francisco, en la víspera de la Natividad de María, Reina de la Paz, os quiero acercar a todos los cristianos, hombres y mujeres de buena voluntad lo que el apóstol San Juan nos recuerda: “Amaos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. […] También nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,7-11).

Este momento tiene rostros, situaciones y personas a las que el Señor, a través del Papa Francisco, nos está llamando para que realicemos los que nos pide. Tenemos una oportunidad singular para ofertar a lo que más necesita el ser humano: sentirse amado.

I.- UNA TRAGEDIA LLAMA A NUESTRAS PUERTAS… Y SE SUMA A OTRAS

I.- Mi última carta pastoral se titulaba “Nunca robemos la dignidad del hombre” y buena parte de ella estaba dedicada a la crisis de los refugiados. No me ha parecido suficiente y he querido hacer una reflexión más amplia y, sobre todo, trazar directrices para la acción que sean operativas y que respondan al llamamiento a gestos concretos de hospitalidad que ayer mismo nos hacía el Papa Francisco en el Ángelus dominical. 

Todos somos conscientes de que una nueva catástrofe nos sacude la conciencia y llama a las mismas puertas de Europa. La catarata de noticias e imágenes de estos días nos han conmovido como seres humanos y como creyentes. Sabemos que en nuestra diócesis muchas personas siguen sufriendo el flagelo del paro, la precariedad laboral, la exclusión y muchas formas de vulnerabilidad personal y social. Ello nos desafía a vivir la verdadera solidaridad, que conlleva en sus entrañas la cualidad de la universalidad y nos impide caer en la tentación de las “disputas entre nuestros pobres y los que llegan”. Todos son pobres de Cristo, todos son hijos de Dios. Todos tienen derecho a reclamarnos, en un mundo en el que la pobreza no es un problema técnico, sino ético, una verdadera justicia social global. Responder con eficacia, humanidad y prontitud a unas y a otras situaciones corresponde a las autoridades públicas y a los organismos competentes. Pero ello no obsta para que la sociedad civil, y la Iglesia católica en particular, no tenga una palabra que decir y, sobre todo, un grano de arena que aportar para aliviar tanto dolor ajeno. Es cuestión de humanidad y a la Iglesia, que quiere prolongar la mano acogedora de su Señor, nada humano le puede ser ajeno.

El dolor humano es la experiencia más universal y quizá por ello tiene la capacidad de movilizar lo mejor de nosotros mismos. Quizá por esa razón, hemos visto como los gobernantes de la Unión Europea han ido evolucionando hacia posiciones más  solidarias y respetuosas con las exigencias de los tratados en materia de protección internacional. También la sociedad civil se ha conmovido por esta debacle que nos recuerda otras muchas que, tal vez porque nos resultaron más lejanas o no fueron tan profusamente cubiertas por los medios de comunicación, no nos provocaron la movilización de esta. Desde el tejido social se han ido realizando diversos ofrecimientos que tienen en común el poner en valor la hospitalidad y la fraternidad; expresiones de la verdadera fe cristiana y de la ética de la acogida y el cuidado, lugar de encuentro de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

No se trata de hacer carreras para ver quién es más solidario. La tragedia tiene tal magnitud que exige dejar de lado protagonismos y debates partidistas para centrarnos en lo esencial: el socorro a quienes lo necesitan para salvar su vida. Aunque ahora no debiéramos enredarnos en debates sobre culpas de unos u otros, en un  segundo momento, tendremos que esclarecer las causas que han provocado esta situación y otras similares. La verdadera ayuda exige un discernimiento profético y una profunda conversión que evite que esta situación  vuelva a repetirse.  En cualquier caso, es el momento de asumir conjunta y solidariamente responsabilidades. Ser responsables es tener el deber de responder. Y hacerlo desde el convencimiento de que en la familia humana, todos somos responsables de todos y nadie está exento del deber de ser custodio de la vida del otro. Esa responsabilidad es ética y religiosa, es decir, social, pero también jurídica y política (respeto a los derechos humanos y a los tratados internacionales) e histórica y económica (los refugiados huyen de conflictos provocados o alentados por intereses económicos y geoestratégicos de los que Occidente no es ajeno). Estas emergencias eran previsibles y son el resultado de la inacción. La globalización económica no se ha traducido en una globalización ética volcada en la promoción, defensa, respeto y cumplimiento de los más elementales derechos humanos. Hay que reconocer la responsabilidad de todos en un mundo global, como paso previo para construir un sistema de acogida solidario y sostenible, pues “emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser algo más”1

No es función de una carta pastoral hacer un  análisis político, económico o sociológico de la actual crisis de desplazados. Pero es evidente que hay que acudir a las causas de la misma y procurar intervenciones en el origen si no queremos limitarnos a remendar soluciones siempre parciales e incompletas. Es claro que compete a los gobiernos, a la Unión Europea y a organismos supraestatales el dar respuestas eficaces y no seguir mirando hacia otro lado ante realidades, por poner solo un ejemplo, como la de la guerra en Siria. Como miembros de la Iglesia nos duele en el alma la persecución de los cristianos sirios, la de quienes no lo son y la falta de respuesta suficiente por parte de los países de la Unión Europea, incluido el nuestro. 

No es tiempo de lamentos, sino de arrimar el hombro y sacar lo mejor de nosotros mismos ante el sufrimiento ajeno. Por eso, permitidme que esta carta la dirija no solo a los católicos de Madrid, sino también a todos los hombres y mujeres de la diócesis con entrañas de misericordia. Ya en su momento, el cardenal Rouco iluminó la realidad de un Madrid cada vez más pluricultural con su “Acogida generosa e integración digna del inmigrante y su familia”, o los mensajes “Emigrantes y madrileños, una sola familia”, “Emigrantes y refugiados hacia un mundo mejor”, entre otros documentos a cuya relectura invito. Me propongo seguir en la misma estela que ha animado con su excelente trabajo nuestra Delegación diocesana de Migraciones,expresión del amor especial que la Iglesia siente por los migrantes, y que ha manifestado a lo largo de la Historia de diversas formas. No en vano, seguimos y proclamamos Señor de nuestras vidas a quien dijo: “fui forastero y me acogisteis”.

Acoger en casa al forastero o dar posada al peregrino, en la formulación de una de nuestras  obras de misericordia, son una práctica que además de satisfacer una necesidad, dignifica y plenifica la vida de quienes lo practican. “El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad con nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría, serenos. [...] Como ama el Padre, así aman los hijos” (MV 9d). Algo que se está haciendo desde siempre en esta querida, plural y abierta archidiócesis de Madrid. En ella, particulares, familias e instituciones religiosas de todo tipo vienen compartiendo trabajo, techo, comida, alegrías, sueños, anhelos y lágrimas con personas que han sufrido cualquier forma de exclusión. Todas estas realizaciones (también a cargo de otros credos religiosos y de personas no creyentes) constituyen una luz de esperanza que nos permite seguir creyendo en las enormes posibilidades del ser humano, nada menos que imagen de Dios que se hace más nítida y creíble desde estas actitudes. Vaya con ellos la gratitud de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de bien. Junto con ellos, las instituciones de la diócesis dedicadas a la acogida de los migrantes, al trabajo con personas vulnerables y la defensa de sus derechos, tratan de visibilizar con gestos concretos de solidaridad y justicia el amor de Dios hacia todos, pero muy especialmente hacia los que padecen el dolor o la injusticia que constituyen el rostro de Cristo y un juicio (no solo después de la muerte) sobre la dignidad con la que  acometemos la aventura apasionante de la vida.

Todavía dista mucho para que nuestra conciencia ciudadana y eclesial quede tranquila. La acogida no es solo un acto humanitario, sino, en muchos casos, de estricta justicia y de respeto al ordenamiento jurídico internacional. A nadie demos por caridad lo que le es debido por justicia (cfr. AA 8). En todo caso, Europa no puede echar a perder sus raíces cristianas profundamente humanistas y vender su alma solo a la razón mercantil. Nuestra respuesta ante quienes llaman angustiados a nuestra puerta, no puedo ser atrincherarnos ante nuevos muros y vallas de la vergüenza coronadas de espino. No podemos vivir estas llamadas angustiosas como un ataque a nuestras cuotas de bienestar, ni podemos alimentar el discurso del miedo al diferente. Europa debe responder de forma humanitaria, coordinada, conjunta y generosa a este gran desafío. Nos jugamos mucho en ello. Pero es verdad que hay que hacerlo bien y debemos aprovechar la ocasión para acentuar la necesidad de avanzar en cohesión  y en justicia social. Se trata de acoger con calidez y calidad. Y ello debe llevar a revisar las insuficiencias de la política social de las administraciones y las carencias de nuestra propia intervención caritativa y social.

Hemos de usar con prudencia la cabeza, pero nuestra racionalidad ha de ser compasiva, hospitalaria, abierta al otro y dispuesta a modificar la agenda para acoger a quien llama a nuestra puerta. Recuerdo aquí que la estructura antropológica que nos descubre el mismo Dios en la parábola del buen samaritano es la que ofrece salidas auténticas a quien encuentra al borde del camino. Nuestra agenda es hija de la ética del cuidado del otro, de la ternura, de la hospitalidad y también de la justicia, que es “la medida mínima de la caridad”. De otro modo seriamos hijos de una globalización que nos hace más cercanos, pero no más humanos (CV 19), de esa globalización de la indiferencia que se ahorra las lágrimas por el dolor y las sustituye por el cálculo frío del coste-beneficio.

II.- LOS MOMENTOS DIFÍCILES: OPORTUNIDAD PARA SACAR LO MEJOR DE NOSOTROS MISMOS

Si atendemos el clamor de nuestros hermanos y  nos dejamos inundar por la fuerza de Dios en la adversidad, descubriremos que, cuando somos sensibles al dolor del otro, somos más fuertes.  Nuestra sociedad se hará más vigorosa, ganará músculo moral y estará más cohesionada, en la medida en que sea más abierta, más sensible y más solidaria. Madrid ha dado muchas y muy probadas muestras de esta capacidad para la integración, la acogida y la solidaridad.

Ante una lógica meramente cuantitativa,enemiga de la economía amable con el ser humano que defiende Caritas in veritate, debemos introducir lo que podríamos llamar las matemáticas de Dios. Aquellas que nos recuerdan que cuando compartimos y dividimos, en realidad multiplicamos. Por paradójico que resulte, cuando la desgracia ajena nos pone en estado de alerta, aun siendo los recursos escasos, se produce una multiplicación de posibilidades y recursos. No faltan ejemplos que muestran como la escasez, sumada a lo mejor de lo humano, acaba produciendo mejoras cuantitativas y cualitativas. Lo acabamos de ver en Cáritas con el incremento de voluntarios y de recursos a raíz de la crisis económico-financiera.

Estos días los gestos se multiplican en el ámbito político, económico, deportivo, social y, sobre todo, en el de la disponibilidad de la gente sencilla que se ofrece a compartir lo que tiene. Las dificultades, cuando se afrontan conjuntamente, nos hacen ser mejores a todos. Nosotros, los cristianos, afirmamos incluso que los pobres nos evangelizan. Para ello, es preciso no pasar de largo, no mirar hacia otro lado y detenernos frente a los que están en las cunetas. Una Iglesia samaritana es la que  se pone a tiro de las necesidades del prójimo,  tiene la audacia de mirar su rostro y sostenerles la mirada en sus ojos. Nos espanta tanto horror. Pero más debiera asustarnos quedar anestesiados y acostumbrarnos a él o dar respuestas meramente coyunturales o emotivistas.  Ante la multitud ingente y desprotegida, el mandato imperativo del Señor Jesús sigue siendo actual y desafiante: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9,13). 

Los seres humanos somos capaces de lo peor y de lo mejor. Es inasumible,vergonzosa e inmoral la inacción ante la persecución de cristianos (somos la minoría más perseguida del planeta) y de no cristianos a manos del fundamentalismo islámico. Pido a nuestros queridos hermanos musulmanes, entre los que se encuentran muchos que buscan el reconocimiento de la dignidad del otro, sea quien sea, que actúen ante quienes suplantan la identidad de un Dios Compasivo y Misericordioso por una atroz ideología de violencia, destrucción y muerte. Europa no puede quedar reducida a un mercado para el intercambio de productos o a un espacio atrincherado obsesionado por el control de flujos, la seguridad y el miedo al diferente. Sus profundas raíces cristianas, su noción de persona y su contribución a la cultura de los derechos humanos deben movilizarnos a una acción coherente con lo mejor de nuestra Historia y cultura.

Estábamos hondamente preocupados por las llamadas de socorro en la Frontera Sur y ahora se abre la Frontera. Los problemas están cada vez están más globalizados y nadie debe sentirse ajeno a ellos. Pero también las soluciones pueden y deben ser cada vez más globales, integrales y duraderas. En una sociedad interdependiente, los problemas de los otros inevitablemente van a ser cada vez los nuestros. El sueño de la gran familia humana y de la fraternidad universal que canta el art. 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos parece avanzar, aunque a veces sea a empellones. 

Ya no podemos pensar en clave egoísta de Estado-Nación, ni siquiera de continente europeo. Urge la globalización de las respuestas y de la solidaridad. Es verdad que este nivel macro podemos sentirlo lejano, pero sin el concurso de la sociedad civil dejamos el gobierno del planeta a manos exclusivas del mercado o del Estado. Ninguno de los dos en exclusiva son buenos conductores del destino de nuestra humanidad. Por eso es preciso el concurso de la sociedad civil.  También a nivel internacional debe concurrir ese tejido social solidario que se ha activado en mil formas en los momentos más difíciles y que ha reconducidosituaciones dramáticas e inhumanas, desde el orden de los valores, hacia horizontes de bien común y justicia social. La tradición cristiana, con su visión trascendente de la persona, y la Iglesia, experta en humanidad, pueden y deben contribuir eficazmente a este esfuerzo colectivo.

Como Iglesia que peregrina en Madrid, no tenemos soluciones técnicas para problemas tan complejos. Tampoco tenemos los recursos humanos y materiales para dar una solución. Pero sí disponemos de la fuerza humanizadora e iluminadora del Evangelio. Este es siempre una palabra que decir y un gesto que realizar. Palabras y signos eficaces que visibilicen la ternura y el amor de nuestro Dios que nos invita a escuchar su clamor desesperado, aunando la ética de la justicia, el respeto a los derechos humanos y la moral de la ternura, el cuidado, el mimo y la hospitalidad que debemos a nuestro hermanos y hermanas en situación de desamparo. Cada uno de ellos es Cristo crucificado que llama a nuestra puerta. Como recuerda la Evangelii gaudium, mencionando a los refugiados, “es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos” (EG 210).

Son precisas soluciones globales con una activa y audaz participación de organizaciones supraestatales y el compromiso de la UE y de sus Estados. Debemos primar, por encima de cualquier otra consideración geoestratégica o comercial, el bien de las personas que provienen de  países que sufren guerras intestinas, corrupción, fundamentalismo religioso, o dependencias coloniales económicas o políticas que deben ser abordadas por la comunidad internacional sin dilación.

La justicia distributiva exige un reparto equitativo de las cargas y, por consiguiente, el oportuno abordaje de los problemas exige ponderar responsabilidades compartidas exigibles también a otros. Pero eso no nos debe hacer mirar para otro lado cuando está en juego la vida de nuestros semejantes y la dignidad con que somos capaces de vivirla quienes tenemos más posibilidades. Los acuerdos internacionales, urgidos por España desde hace muchos años, deben estar presididos por los principios de humanidad, solidaridad y justicia. Deben ser, además, oportunidad para otra forma de hacer las cosas. Para ello nada como poner como fundamento la dignidad de la persona, imagen de Dios, y los principios del destino universal de los bienes de la tierra, la solidaridad, el bien común, la subsidiaridad y la participación corresponsable. 

III.- LA ENSEÑANZA SOCIAL DE LA IGLESIA: UN PRECIOSO TESORO

Quiero ofreceros ahora unas reflexiones y unas palabras de iluminación desde el rico acervo de la Doctrina Social de la Iglesia. Hago una apretada síntesis porque considero que, lamentablemente, aunque representa el rostro más social y amable de la Iglesia, es todavía una  gran desconocida.

Varias voces de Iglesia se han alzado poniendo en valor los principios de  nuestra enseñanza social: Comisión Episcopal de Migraciones, Cáritas, Confer, Justicia y Paz, Acción Católica, Manos Unidas, congregaciones religiosas, hermanos obispos, etc. Me gustaría iluminar este momento con unas reflexiones que no olviden la proverbial sabiduría popular: “obras son amores y no buenas razones”. He dedicado bastantes años a la enseñanza y siempre me ha parecido que una buena teoría es condición de posibilidad de una buena práctica. Ninguna enseñanza es más fecunda que nuestra DSI. De ella extraemos algunas referencias ineludibles:

I. El Dios cristiano es un Dios encarnado en Cristo y su Espíritu está presente en la creación, en la Historia, en la vida de los hombres y mujeres y, singularmente, en los anhelos y el sufrimiento de las personas injusticiadas y empobrecidas. Por eso, necesitamos una “escucha activa y creyente de la realidad”, como lugar de Dios para escrutar los “signos de los tiempos” (GS 4a). No podemos obviar una lectura explícitamente religiosa, creyente, de lo que ocurre. Así lo hace la Doctrina Social de la Iglesia. Es más, estamos seguros de  que “la dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana” (CA 55).

II. Tenemos que dejarnos afectar por los rostros de los que sufren. Debemos darles respuestas concretas sin olvidarnos de  “transformar las estructuras injustas para establecer el respeto a la dignidad del hombre” (DA 546). También evitar que la opción por los pobres corra el riesgo de “quedarse en un plano teórico y meramente emotivo, sin verdadera incidencia que se manifieste en acciones y gestos concretos” (DA 397). Los creyentes trabajaremos junto con los demás ciudadanos e instituciones desde el diálogo constructivo y el consenso en favor del bien del ser humano y de un orden sin inequidad (cfr. DA 384). Ciertamente, aunque la Iglesia no se pueda identificar con ninguna realización intrahistórica ni política,  no puede quedarse al margen de la lucha por la justicia (cfr.28). Al anunciar la Buena Nueva de Jesucristo, debe tratar de cohesionar, inyectar valores morales y despertar fuerzas espirituales que allanen el camino a una humanidad que se aproxime al sueño de Dios. 

III. Nuestra tradición cristiana nos enseña que somos “hijos de un arameo errante” (Dt 26,5).Abraham, padre de las tres grandes religiones monoteístas, agasajó a los forasteros (cfr. Gn 18,2-7). En la Sagrada Escritura y, sobre todo, en los textos con más sensibilidad, hay una sacralización del migrante que culmina en la encarnación: en Cristo somos hermanos-prójimos y no extranjeros. Con la hospitalidad se hace memoria de “que extranjeros fuisteis en el país de Egipto” (Ex 22,20; 23,9; Dt 10,17-19). Ello explica las leyes del espigueo y del diezmo (Lv 19,9-10; Dt 14,28-29) y un imperativo sin igual en las culturas limítrofes: “amarás al extranjero como a ti mismo” (Lv 19,34), bajo la misma ley y derechos (cfr. Lv 24,22). Mateo recuerda que la Sagrada Familia  fue obligada a desplazamientos forzosos (cfr. Mt 2,15) y en el Juicio Final se llega a la identificación sacramental de Jesucristo con los migrantes (cfr. Mt 25,35-36). El Resucitado envío a los discípulos a todos los pueblos y la fuerza del Espíritu  une a todos en la única familia de Dios (cfr. Hch 10,35-36; Ef 2,17-20; Gal 3,28; Col 3,11). No debe extrañarnos que, pasado el tiempo, “las grandes estructuras de acogida, hospitalidad y asistencia surgieran junto a los monasterios” (DCE 40).

IV. Por otra parte, los desplazamientos humanos son “un fenómeno natural y universal” (MM 123).  En un mundo interdependiente y globalizado es inevitable que se produzca el mayor movimiento de personas de todos los tiempos. Esto constituye toda una realidad estructural (cfr. Erga migrantes 1). Constituye una experiencia dolorosa (cfr. PT 102, 103, 107; GS 66, 88; PP 67-69), pero también un imponente kairós y un gran desafío para nuestra época.  Desde luego, hay que procurar por todos los medios que la movilidad forzosa deje de serlo (cfr. RN 33, MM 125-127, 150; PT 102…).

V.  En la constitución apostólica Exsul Familia, el Papa Pío XII confirmaba el compromiso de la Iglesia de atender y cuidar a los peregrinos, forasteros, exiliados y migrantes de todo tipo, afirmando que todo pueblo tiene el derecho a condiciones dignas para la vida humana, y si éstas no se dan, tiene derecho a desplazarse. En su encíclica Sollicitudo rei socialis, san Juan Pablo II hace referencia a la crisis mundial de los refugiados como “una plaga típica y reveladora de los desequilibrios y conflictos del mundo contemporáneo. […] El derecho al asilo jamás debe negarse cuando la vida de la persona peligre realmente si permanece en su tierra natal”. La enseñanza social no niega el derecho de los estados a regular los flujos migratorios, pero este derecho deberá armonizarse con los derechos humanos de las personas desplazadas y ser contemplado desde el criterio superior del bien común de la entera familia humana y la dignidad de la persona, y no obedecer a criterios políticos localistas.

VI.- La Doctrina Social de la Iglesia nos aporta importantes criterios de juicio que, a su vez, marcan líneas de acción a todos los actores sociales. No quiero ser exhaustivo. Me basta con un ramillete apretado de citas para mostraros esta riqueza que muchas veces ignoramos.

a). El primer derecho es el derecho a no emigrar, a no tener que desplazarse a la fuerza. Mucho más si esta movilidad humana es provocada por la persecución religiosa, la violencia, la guerra o la injusticia estructural. Este derecho brota de la dignidad de la persona y del derecho a tener las necesidades básicas cubiertas (cfr. RN 33). En el caso de la emigración económica, se trata de que “el capital busque al trabajador y no al contrario” (PT 102). Por eso, se debe favorecer la  cooperación al desarrollo con el país de origen (cfr. CDSI 298, GS 66 y Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1993). El derecho a no emigrar consiste en vivir en paz y dignidad en la propia patria (cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones 2004 y PT 11 y 102). Se trata de una aplicación del destino universal de los bienes de la tierra tan fundamental como desatendido (cfr. MM 30, 33; GS 65; CIC 2402-2406; CDSI 171-184). En suma, como dicen conjuntamente los obispos mexicanos y norteamericanos: “Toda persona tiene el derecho de encontrar en su propio país oportunidades económicas, políticas y sociales, que le permitan alcanzar una vida digna y plena mediante el uso de sus dones. Es en este contexto cuando un trabajo que proporcione un salario justo, suficiente para vivir, constituye una necesidad básica de todo ser humano”2

b). Por otra parte, existe el  derecho a emigrar y a desplazarse: El titular de este derecho natural (PT 106) es la persona e incluye el deber de salvaguardar a su familia. Hay que proteger este derecho para que no  deje ser tal en el imaginario colectivo. Debe ser respetado en la práctica y recogido en  la legislación nacional e internacional como derecho (cfr. PT 25 y 106; OA 17) extensible a la familia del migrante (cfr. La solemnita, MM 45). Es lícito emigrar a otros países y establecer su domicilio en ellos. Lo reconoce el art. 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y Pío XII en su radiomensaje e navidad de 1952: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur…” (Lc 13,29)”. La Iglesia reconoce que todos los bienes de la tierra pertenecen a todos los pueblos. En el caso de persecución por cualquier causa, la comunidad internacional se ha dotado de instrumentos que garanticen el acceso a los derechos de asilo y protección internacional subsidiaria para los refugiados. Buena parte de nuestros potenciales huéspedes vienen en esa condición.Queremos mencionar en este punto las siguientes palabras del Papa Francisco: “Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil” (LS 25).

c). El deber de cooperación internacional “clarividente” (CV 42) precisa una “moral de renovada solidaridad” en todos los órdenes: en cuestiones energéticas y de recursos, mayor socialización de la propiedad intelectual e industrial (CV 22), cuidado del medio ambiente (CV 50),  consolidación de instituciones  democráticas en los países de origen (CV 41) y legislación internacional garantista (CV 62). Las ayudas internacionales al desarrollo no deben  generar relaciones de dependencia (CV 58). Se debe incrementar el porcentaje del PIB para esta ayuda (CV 60). En este punto precisamos un urgente examen de conciencia: hemos hecho lo contrario en una proporción  que no se justifica por la crisis en España (Cfr. cap. 8, VII Informe Foessa 2014 de Caritas española). Del mismo modo, la enseñanza social de la Iglesia invita a la apertura de los mercados a los países del Sur para evitar el proteccionismo del Norte (SRS 45), así como a la regulación de los flujos financieros, a la lucha contra la corrupción y a dotar de estructura democrática y perfil ético a los organismos supranacionales (ONU, OMC, BM, FMI, etc.) (cfr. CV 67, CDSI  368- 374; 440-450). No es ahora el momento de ser más exhaustivo, pero este ramillete de citas muestra hasta qué punto la Iglesia está comprometida con estas cuestiones.

d). El deber de hospitalidad (PP 67) por razones humanitarias, de asilo y refugio nos evita repetir aquel triste: “…y los suyos no le recibieron”  (Jn 1,11). Es la respuesta al “no os olvidéis de la hospitalidad” (Hebr 13,2). En otro caso, la sociedad acabaría en “guerra de los poderosos contra los débiles” (EV 12), y pasaría de ser una sociedad de convivientes a una sociedad de excluidos, rechazados y eliminados (EV 18). Se trata de ejercer “la cercanía que nos hace amigos”. Por eso, nuestros hermanos y hermanas de otros países deber ser recibidos “en cuanto personas” y “ayudados junto con sus familiar a integrarse en la vida social” (CDSI 298, GS 66, OA 17, FC 77). Pío XII insistía en algo que hay que repetir hoy: los desplazamientos humanos no puede subordinarse a cálculos políticos o a los prejuicios demográficos, ni a las disposiciones legales de la sociedad (cfr. Levate capita). La incorporación social y eclesial de los migrantes reclama que  sean recibidos “en cuanto personas” y ayudados, junto con sus familias, a integrarse en la vida social. El estado de acogida debe favorecer la armónica integración (cfr. GS 66 y OA 17), facilitar la promoción profesional (OA 17, FC 77), el acceso a un alojamiento decente (OA 17), garantizar la protección jurídica de sus derechos, respetar su identidad cultural (FC 77), el trato igualitario con respecto a los nacionales (FC 77), permitir la posesión de la tierra necesaria para trabajar y vivir (FC 77) y vigilar el salario y las condiciones de trabajo (CA 15). Para ello, los sindicatos deberán ampliar su radio de acción a los emigrantes (CA 15). En la Iglesia y en la sociedad, los migrantes “tienen derecho a ser lo que son y especialmente a serlo entre nosotros3. En conclusión: “no existe el forastero para quien deba hacerse prójimo del necesitado” (EV 41c).Todo miembro de la Iglesia católica debe hacer suyas las palabras de Francisco: “Los migrantes me plantean un desafío particular por ser pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro! (EG 210). Si tenemos en cuenta que muchos refugiados sirios son musulmanes, no debemos olvidar que el mismo Papa Francisco, dice que “los cristianos deberíamos acoger con afecto y respeto a los inmigrantes del islam que llegan a nuestros países, del mismo modo que esperamos y rogamos ser acogidos y respetados en los países de tradición islámica” (EG 253).

Los medios de comunicación tienen una especial responsabilidad en fomentar una cultura del encuentro, frente a la cultura de rechazo,  desenmascarando estereotipos y ofreciendo información objetiva que facilite el paso de una actitud recelosa hacia otra facilitadora de la acogida (cfr. Francisco, “Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor” 2014).

e). La regulación de los flujos de personas y sus límites. En general “las autoridades deben admitir a los extranjeros”, pero no es un deber absoluto: puede ser limitado por el  país de acogida (PT 106), pero siempre desde el bien común de la entera familia humana. Su finalidad no es preservar un bienestar elitista de la sociedad de acogida, al modo del rico Epulón frente al pobre Lázaro (Lc 16, 19-31; RH 16, SRS 16-19), ni legitimar la sima planetaria, expresión del “imperialismo del dinero” (QA 109) y visibilizada en que el “lujo pulula junto a la miseria” (GS 9b, 63). Ciertamente, un día  los “pueblos del Sur juzgarán a los del Norte” (Juan Pablo II, homilía en el aeropuerto de Namao en Canadá, 17 de septiembre de 1984). En suma, el referente ético de la regulación de los flujos no pueden ser los intereses egoístas del país receptor, sino que se fundamenta en “criterios de equidad y de equilibrio” (CDSI 298) y no en imperativos electoralistas o economicistas4. Precisamos un sistema de acogida urgente y sostenible en el tiempo con respeto exquisito a los derechos humanos y evitando legislar atajos, evitando una política migratoria centrada en el control de flujos.

f). Los principios de subsidiariedad y solidaridad son bidireccionales. Reclaman que el Estado y los organismos supraestatales y organizaciones internacionales asuman la responsabilidad indelegable que les corresponde en la tutela de los derechos de las personas desplazadas, y promuevan las condiciones de su plena incorporación a la sociedad y salvaguardando la cohesión social. Al mismo tiempo, la Iglesia muestra su disposición a colaborar con las entidades públicas en la acogida e integración de las personas que lleguen, desde su propia identidad y posibilidades, y sumando fuerzas para el logro del bien común.

g). Se precisa la creación de una autoridad supraestatal que regule los flujos de movilidad humana. Debe evitarse que determinados países estén blindados y otros se vean desbordados por una presión migratoria superior a su capacidad. El bien común universal, los derechos humanos y sucesivos tratados internacionales han limitado el principio de absolutización de las fronteras (derecho de injerencia humanitaria, derecho de asistencia humanitaria, normas de protección internacional para refugiados, etc.). La política común de migración y asilo debe estar basada en la solidaridad con las personas migradas y refugiadas y no en la solidaridad interesada entre los estados. Será preciso establecer rutas seguras y, sobre todo, soluciones duraderas que garanticen la plena integración de los refugiados. Como afirmaba Benedicto XVI, “para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (LS 175).

h). Finalmente, el principio orientador general vinculante es que: “Todo emigrante  posee derechos inalienables en cualquier situación” (CV 62). “El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad” (CV 26) (cfr. GS 63).  Por eso, los desplazados “no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral” (CV 62). A la postre, no podemos realizar nuestra identidad contra la de otros más débiles, sino junto con ellos. Ello exige huir tanto  del asimilacionismo, que no respeta a la cultura de origen, como de la tentación de replegarnos en guetos que absoluticen las diferencias y obvien lo que nos debe vincular. El desafío es  crear una sana interculturalidad que rechace lo que desiguale y respete lo que diferencia en un marco de continuo diálogo, siempre respetuoso con la cultura de los derechos humanos y la democracia como expresión de la voluntad popular (cfr. CDSI 16 y 442).

¡MANOS A LA OBRA!

“La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14). Nos toca comenzar ya a trabajar, ceñirnos el cinturón y ponernos en disposición de lavar los pies a los heridos de la vida. En la Iglesia nadie es extranjero. Las Iglesia no será jamás extranjera para ningún ser humano, decía san Juan Pablo II. Por eso, está llamada a “ser abogada de la justicia y defensora de los pobres” (DA 395). Nuestro objetivo debe ser que las personas que se acercan a nosotros, “se sientan como en su propia casa” (TMI 50). 

Pablo VI después de mirar a la cara en directo al dolor y a la miseria, exclamó: ¡Es hora de actuar! ¡El momento es apremiante! ¡No podemos esperar! Haciendo míos esos sentimientos y esas palabras, confiado en la fuerza de Dios y en vuestra plegaria, os convoco a las siguientes directrices de acción:

1º. Se constituye la Mesa por la hospitalidad de la Iglesia en Madrid. Será el órgano encargado de coordinar la oferta de ayuda de las instituciones, familias y particulares ante este problema. Se reunirá con carácter urgente hoy mismo, presidida por mí.

2º. Sin perjuicio de las directrices que esta Mesa vaya dando a conocer, pido a todas las instancias de la Iglesia en Madrid, a sus parroquias, a los sacerdotes, a la vida religiosa,  a los  movimientos, a los consagrados y consagradas, familias y fieles que disciernan evangélicamente qué actitudes profundas hemos de tener, evitar que se hagan guetos y ver qué inmuebles, recursos económicos, profesionales y humanos se pueden compartir y poner a disposición de la acogida de las personas que vengan. Todo ello sin olvidarnos de las distintas formas de pobreza que subsisten en nuestra archidiócesis y que están necesitadas de respuestas públicas de calidad. Hago literalmente mías las palabras del Papa ayer en el rezo del Ángelus cuando pedía que  “cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, acoja a una familia de prófugos, comenzando por mi diócesis de Roma. […] Frente a la tragedia de decenas de miles de prófugos, que huyen de la muerte por la guerra y por el hambre, y están en camino hacia una esperanza de vida, el Evangelio nos llama, nos pide ser prójimos de los más pequeños y abandonados, darles una esperanza concreta, no solamente pedirles valor y paciencia”.

3º. Tenemos que hacer las cosas bien. Las personas que llegan merecen una atención integral y un itinerario de inclusión social que tiene que ser estudiado para satisfacer todas sus necesidades, incluyendo las espirituales y religiosas. Queremos ejercer la hospitalidad, no almacenar personas. La capacidad y los medios para una respuesta estructural corresponden a las autoridades públicas con las que colaboraremos desde nuestras posibilidades.

4º. Pido una respuesta solidaria, organizada y sin protagonismos ni descalificaciones. Que cada uno aporte lo que pueda y deba. Tendremos que hacer un esfuerzo de coordinación que nos vendrá muy bien para ser uno. Ojalá podamos desarrollar una respuesta como Iglesia en Madrid y esta unidad se traduzca también a otros campos pastorales. Sería un regalo de Dios para nuestra Iglesia a través de los refugiados.  

5º. Los necesitados de última hora no compiten con los otros. Al contrario, nos obligan a revisar nuestras prácticas para mejorar la atención a aquellos y a estos. La política social de las distintas administraciones también se desafía: es preciso que, desde la atención a estos nuevos pobres, se articulen mejores respuestas para los antiguos y, sobre todo, se pongan en el centro de la acción política la lucha contra la exclusión y un modelo de desarrollo basado en la persona y en sus necesidades. 

6º. No renunciemos a nuestra especificidad. Encontrarnos solidariamente con hombres y mujeres de otros credos nos ayudará a construir nuevos caminos para la paz y el diálogo interreligioso. Os animo a orar incesantente por los perseguidos y a pedir luz y audacia al Señor para que sepamos ayudarlos. Perseverar en la gozosa experiencia de encuentro con Él en la plegaria y los sacramentos nos invitará a vivir con más intensidad su sueño sobre la humanidad y a disponernos con pasión a colaborar con Él.

Me gustaría que esta carta pastoral y su llamamiento llegasen no solo a nuestras comunidades cristianas, sino también a todos los hombres y mujeres de la archidiócesis con independencia de sus creencias religiosas. ¡Estoy  convencido de que lo que hagamos con las personas más vulnerables pone en juego nuestra propia dignidad como individuos y como sociedad! 

Que el buen Dios nos ayude a todos a acertar, aquí y en el origen de estas tragedias.

Os quiere y os bendice,

+Carlos

Arzobispo de Madrid


1. Papa Francisco, “Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”, Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 2014.

2. Carta Pastoral conjunta, “Juntos en el camino de la esperanza. Ya no somos extranjeros”, n. 34.

3. Pontificio Consejo Justicia y Paz, “La Iglesia ante el racismo. Para una sociedad más fraterna”, Ciudad del Vaticano 2001, 42.

4. Cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2001,13.

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Comentario a la liturgia dominical
 

Domingo 24 del Tiempo Ordinario - Ciclo B - Textos: Is 50, 5-9; St 2, 14-18; Mc 8, 27-35

Por Antonio Rivero

Brasil, (ZENIT.org)

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: ¿Quién es Jesús en verdad y cuál es su misión?

Síntesis del mensaje: Hoy leemos la primera confesión clara de Pedro: “Tú eres el Mesías”. Al final escucharemos, después de haber pasado Cristo por su pasión, muerte y resurrección, la sorprendente afirmación del centurión romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿quién es Jesús para muchos? Aquí tenemos diversas respuestas que se han dado a lo largo de los siglos. Los judíos: “Es un samaritano” (Jn 8.48). Los samaritanos: “eres el verdadero salvador del mundo” (Jn 4,42). Los fariseos: “Es un comilón y borracho” (Mt 11,19). Natanael: “Tú eres el Hijo de Dios” (Jn 1, 49). Sacerdotes y fariseos: “es un mentiroso”( Mt 27,63). Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Andrés : “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41). Gente: “Está loco” (Jn 7,20). Tomás: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Parientes: “No está en sus cabales” (Mc 3,21). Mahatma Gandhi, artífice de la independencia de la India en 1947: “Jesús es la figura más grande de la historia”. El poeta hindú Tagore: “Si los cristianos fuerais como vuestro maestro, tendríais ya la India a vuestros pies”. Ibn Arabí, filósofo, teósofo y místico musulmán: “Aquel cuya enfermedad se llama Jesucristo ya no se puede curar”. Jean Fernoit (periodista): “Durante largo tiempo he creído que Jesucristo era hijo de Dios, Dios mismo. Ahora no estoy seguro. Pero poco importa. Ningún hombre jamás ha hablado ni amado como él. Él nos ha dicho que estaba en cada uno de nosotros, pero esto no llego a creérmelo todavía”. Eddy Merck, ciclista belga: “Deseo dar a conocer a Jesús a todos aquellos que no le conocen. Para mí Cristo tiene una presencia continua en toda mi vida. Creo profundamente en Él, en su historia y en su divinidad”. K. Rahner, uno de los teólogos católicos jesuitas más importantes del siglo XX: “Cristo es la respuesta total a la pregunta total del hombre”. Luis Fernández: “soy lo que soy, porque he encontrado en Jesucristo la fuente de dos grandes valores de mi vida: la libertad y el amor”. El escritor ruso Dostoievski: “No hay nada más hermoso, más profundo, más amable, más razonable, más valiente, más perfecto que Cristo, y me digo a mí mismo con amor celoso que no puede haber nadie más perfecto”.

En segundo lugar, Jesús ¿quién dice ser él mismo? Todo menos triunfalista, charlatán, ganador de votos y carrerista. Él se definió así, como escribí en mi primer libro sobre Jesucristo: “Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida, la Resurrección, la Luz del mundo, el Buen Pastor, la Puerta de las ovejas, el Pan de vida, la Vid verdadera, Rey de los corazones”. Los apóstoles recibieron de Jesús una buena reprimenda, porque no le entendían. Aún resuena en nuestros oídos lo que le dijo a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Ser como Satanás significa que Pedro, sin quererlo, le estaba tentando a Jesús a que no aceptase el plan de Dios, sino que siguiera las apetencias humanas que buscan el éxito y la victoria. El camino de Jesús era la cruz. A los apóstoles no les entraba en la cabeza que su Maestro, el Mesías, pudiera fracasar. Tenemos que aceptar a Cristo no sólo como Mesías, sino también como el Siervo que se entrega por los demás, que afrontó la humillación, los golpes, los escupitajos, la corona de espinas, los ultrajes, como nos dice Isaías hoy en la primera lectura, prefigurando a Cristo como el Siervo de dolor. Hoy Jesús condenó el triunfalismo de Pedro y, al condenarlo, condenó el triunfalismo de la Iglesia Licinio-constantiniana y de los cristianos y jerarcas triunfalistas.

Finalmente, y ¿quién es Jesús para nosotros? Cada uno de nosotros ha hecho o está haciendo la propia experiencia de Cristo. Cada uno de nosotros debe responder a esta pregunta que nos hace hoy Jesús. ¿Médico, Amigo, Maestro, Pastor, Agua viva, Pan de vida eterna, Señor de nuestra vida, Juez supremo, Redentor de nuestros pecados? Lo que tiene que quedar bien claro es esto: no hay en todos los libros sagrados inspirados por Dios ni otro mesías que el doliente de los profetas ni otro Jesús que el nacido para la vejación, la cruz y la resurrección ni otra Iglesia que la fundada para el servicio y salvación de los hombres ni otro cristiano que el imitador de Cristo. Querer una Iglesia triunfalista es desnaturalizar, secularizar y socializar la Iglesia. Tenemos que convencernos que el triunfalismo es antievangélico. Tachemos de nuestra agenda toda altivez y empaque religioso, y vivamos humildes, alegres y firmes en la fe mesiánica proclamada por Cristo en el evangelio de hoy, no por Pedro, a quien Cristo tuvo que llamarle fuertemente la atención.

Para reflexionar: ¿Me gusta sólo que Cristo me lleve al Tabor, donde está el resplandor y la luz? ¿O también acepto que me invite y me lleve al Calvario, para acompañarle en la gran empresa de la Redención, aunque tenga que sudar sangre? ¿Qué concepto tengo de Cristo y de Iglesia: triunfalista o humilde?

Para rezar: JESÚS, hijo de María y de José, hermano y salvador nuestro: Un día preguntaste a tus discípulos qué se comentaba de Ti, cuál era la opinión acerca de tu persona. Y, si juzgamos las respuestas, muchos no te conocían de verdad. Sólo Pedro, el futuro primer Papa, dio la respuesta buena: TÚ ERES EL CRISTO, EL HIJO DE DIOS VIVO. Aún hoy, son tan variadas las ideas sobre tu persona, que se podrían escribir miles de libros y de teorías. Pero a nosotros, lo que nos preocupa
es llegar a conocerte mejor para amarte más.
Sabemos que no eres un mago, ni un brujo, sino alguien muy superior a ellos; aunque a veces, no podemos negarlo,
hemos corrido con ellos.
Nuestro sincero deseo es experimentar tu Amor Y trasmitírselo a nuestros hermanos. Ojalá nos quieras iluminar con tu Espíritu Santo,
y que nosotros, tus hermanos, podamos decir con los labios, y manifestar con nuestros hechos que TÚ ERES EL CRISTO, EL HIJO DE DIOS VIVO.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org

 

 

 

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San Pedro Claver - 9 de septiembre
 

«Insigne misionero jesuita español. Se definió como esclavo de los esclavos; le entregó su vida amándoles en Cristo, en Cartagena, Colombia. Fue canonizado junto a su admirado hermano san Alonso Rodríguez»

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

Nació en Verdú, Lérida, España, el 26 de junio de 1580. Sus padres eran campesinos; tenían una holgada posición económica. Tuvo cinco hermanos, aunque sobrevivieron tres. Pedro era el menor de todos. Perdió a uno de ellos y a su padre a los 13 años. Con 15 recibió la tonsura a manos del obispo de Vich. Luego estudió en la universidad de Barcelona y en el colegio de Belén, regido por los jesuitas. Le agradó el carisma y en 1602 se convirtió en novicio de la Compañía de Jesús en Tarragona. Al profesar anotó en su cuaderno: «Hasta la muerte me he de consagrar al servicio de Dios, haciendo cuenta que soy como esclavo que todo su empleo ha de ser en servicio de su Amo y en procurar con toda su alma, cuerpo y mente agradarle y darle gusto en todo y por todo». Prosiguió su formación en Gerona. Al concluirla fue trasladado a Mallorca donde permaneció tres años, los más felices de su vida debido, en gran medida, a que el santo portero del colegio de Montesión de Palma, Alonso Rodríguez, le abrió las puertas del convento y de su corazón.

Este insigne religioso tenía una edad avanzada cuando halló al joven Pedro titubeante aún en lo referido a su ordenación sacerdotal y en los pasos que debía dar. Le acompañó con claridad y firmeza, llevándole a cumplir la voluntad de Dios, que conocía a través de una visión y locución divina en la que se vaticinaba la santidad y gloria que Pedro iba a alcanzar, y de la que nunca le habló. Solo le dijo que trabajaría con negros en Cartagena. Con permiso de los superiores, todas las noches trataban temas espirituales. San Alonso le animaba a irse a misiones. En 1608 Pedro regresó a Barcelona para formarse. Al despedirse el admirable portero le dio el «Oficio Parvo de la Inmaculada» y un cuaderno de avisos espirituales, un preciado legado que llevó consigo siempre. De entre el ramillete de obras escogidas que nutrían su reflexión, lo primordial era el Evangelio, y en concreto la Pasión de Cristo. Con ella y el crucifijo lo tenía todo. En 1610 partió a las Indias. Estudió teología en Santa Fe de Bogotá y en Tunja. Después lo trasladaron a Cartagena donde fue ordenado sacerdote en 1616.

Cientos de miles de esclavos pasaban por ese puerto marítimo de primer orden, procedentes de diversas partes de África. La inhumana condena a la que eran sometidos se iniciaba en el momento de su captura. El viaje se convertía en atroz pesadilla que proseguía una vez llegaban a puerto para ser vendidos. Pedro había sido destinado a prestar su ayuda al padre Sandoval encargado de llevar la fe a los negros. Aprendió mucho junto a él. Sumó a la dedicación apostólica del religioso su excelsa virtud: abrazaba a los esclavos, les llevaba comida, les hablaba del amor de Dios, los bautizaba, los curaba e incluso besaba sus llagas purulentas. Cuando Sandoval partió a Lima en 1617, Pedro siguió sus tácticas: se las ingeniaba para saber cuándo iba a entrar un barco, y era el primero en salir a su encuentro. Les llevaba alimentos y les daba lo que obtenía con sus limosnas. Solventó las dificultades de comunicación creando un equipo de intérpretes de distintas nacionalidades. Ni siquiera ellos podían seguir el ritmo intensísimo que llevaba. Y eso que simplemente sus mortificaciones, las cinco horas diarias de oración y la frugal comida que tomaba, eran suficientes para caer enfermo. Además, prácticamente atendía todo él solo. Contó con la ayuda de otro jesuita, Carlos de Orta, que murió un año más tarde, hasta que en 1620 regresó Sandoval.

Dedicó cuarenta años de su vida a una heroica caridad, encendiendo la única llama de esperanza que encontraron estas víctimas de la crueldad de otros congéneres. Hacinados en el barco, en condiciones insalubres extremas, escasos de alimento, horrorizados por tanta brutalidad y temblando siempre por su futuro que no auguraba más que la muerte, malvivían entre olores nauseabundos. Con dibujos y estampas Pedro les dio a conocer las verdades esenciales de la fe. Viéndole esgrimir el crucifijo y darse golpes de pecho, entendían el alcance de la Redención y pedían perdón. Nadie les dio más amor en este mundo que el que recibieron del santo. Al profesar en 1622 había escrito: «Yo, Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre». Los defendió bravamente, aunque le costó no pocos disgustos. No se entendió que administrase los sacramentos a sus amados esclavos, que eran considerados personas «sin alma». Hasta sus superiores en ciertos momentos le corrigieron por sus «excesos». También le llovieron críticas de los infames mercaderes y de personas de alcurnia disconformes con su acción. No tuvo miramientos con ninguna; estaba al lado del más débil.

El lenguaje universal del amor fue el que entendieron tantos pobres desgraciados. Los que iban a ser ajusticiados demandaban su presencia. Su conocido manteo, con el que enjugó sus lágrimas, curó y secó sus sudores, sirviendo de peana para los enfermos, incluso los más repugnantes, le acompañó hasta el fin. Pero los esclavos no eran los únicos receptores de su caridad. También auxiliaba a los negros, enfermos, indigentes y lisiados de Cartagena y Provincia, así como a los presos, sin importarle su credo. En su heroico quehacer incluía la asistencia a dos centros hospitalarios: San Sebastián y San Lázaro. En 1651 atendiendo a los enfermos en la epidemia de peste cayó afectado por ella; le produjo una parálisis que iba creciendo. En mula y con un bastón siguió buscando a sus esclavos, socorriéndoles y llevándoles a la fe. Incapacitado para moverse, de repente se encontró solo, y pensó que era una penitencia que le convenía por sus pecados. Fueron tres años de intensos sufrimientos, humillaciones y soledad. Pero cuando agonizaba el 9 de septiembre de 1654, una marea humana quería tocarle y arrancar sus pobres vestiduras; no le dejaban ni morir en paz. Había instruido y bautizado a 300.000 esclavos. Pío IX lo beatificó el 16 de julio de 1850. León XIII lo canonizó junto a san Alonso Rodríguez el 15 de enero de 1888.

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