Fortalezas y debilidades de Laudato Si

Debilidades y fortalezas de Laudato Si

Tengo la impresión de que la última encíclica del Papa Francisco ha sido poco leída, bastante utilizada selectivamente y masivamente empleada para promover una agenda, en muchos casos, en abierta contradicción con pasajes de la misma. Nada que sorprenda a cualquier observador de cómo funcionan, en nuestros días, las cosas de un supuesto “debate de ideas” reducido a pura propaganda. Hay que reconocer también que la encíclica no ayuda: ni su longitud, ni la amplitud de cuestiones abordadas o meramente apuntadas, ni finalmente el uso de multitud de términos de contenido poco claro y que no se precisan son de ayuda para que los cristianos podamos hacernos un juicio sólido sobre las cuestiones que el Papa, con un estilo más exhortatorio que didáctico, aborda.

En cualquier caso, entre quienes se han animado a escribir sobre la Laudato Si, he leído de todo: desde elogios ditirámbicos hasta críticas apocalípticas, pasando por quejas por la lectura parcial de la encíclica. De entre todo, me ha llamado la atención lo escrito por Russell Reno en First Things. No es la primera ocasión en que me refiero a Reno, y me parece que, una vez más, aporta una visión nada estridente, propia de un hijo amante de la Iglesia, que por ello mismo señala algunas carencias relevantes. No otra cosa debería ser un verdadero debate de ideas, o si lo prefieren, un diálogo, tal y como el Papa ha encarecido su oportunidad en tantas ocasiones. Y creo que sus comentarios son especialmente relevantes pues proceden de alguien que declara que “hay muchas exhortaciones nobles y necesarias en esta encíclica. La mayoría de nosotros necesita escuchar palabras incisivas condenando nuestra cautividad respecto del consumismo, olvido de los pobres y tendencia pecaminosa a hacer ídolos de las ideologías“.

Reno empieza enmarcando la Laudato Si en nuestro mundo del “capitalismo global", con externalidades y retos ciertamente graves. Ante esto, el Papa Francisco ofrece reflexiones valiosas y acertadas, escribe Reno, pero que en conjunto flaquean. Y esto lo dice con un deje de pena, porque Reno cree que los cristianos estamos muy necesitados de orientaciones en este campo. Veamos en qué se basa para realizar esta afirmación.

Empieza el Papa Francisco, escribe Rusell Reno, asumiendo el peor escenario posible: “«Si la actual tendencia continúa, este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros». No se detalla cuáles serían exactamente esas consecuencias, pero el tono de Laudato Si es terrible: «. Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad»”.

Tras esta composición de lugar, la encíclica se fija en el diagnóstico de las raíces teológicas y socio-culturales de esta “crisis ecológica”. Aquí el Papa nos recuerda que la Creación es un don de Dios, nuestro Padre, ante la que debemos tener una actitud de gratitud. Si olvidamos que Dios es el Creador todopoderoso, podemos acabar  usurpando el lugar de Dios, incluso hasta el punto de reclamar un derecho ilimitado a pisotear su creación”. Este olvido de Dios nos lleva al “mito moderno del progreso material ilimitado”, así como a tratar a los “otros seres vivos como meros objetos sujetos a una dominación humana arbitraria”.

El Papa no está diciendo nada nuevo, obviamente. Recuerda Reno que “esta línea crítica tiene una larga tradición. El catolicismo del siglo XIX ya advirtió de que el rechazo de la autoridad divina de la Iglesia provoca desorden social y otros males. El catolicismo del siglo XX ha hecho más hincapié en que una cultura que niega a Dios carece del fundamento para un genuino humanismo. Francisco sugiere algo similar. Sin un reconocimiento de Dios no puede haber una solución duradera y profunda de la crisis ecológica y la creciente necesidad de justicia global”.

La encíclica continúa fijándose en la “mentalidad tecnológica”. El Papa reconoce la importancia de la tecnología para mejorar la vida de los hombres, pero advierte contra una mentalidad que sólo busca el control y el dominio sobre la naturaleza y que ha convertido a la ciencia y la tecnología en los nuevos ídolos de una modernidad atea. Un “sueño prometeico de dominio sobre el mundo” y un “excesivo antropocentrismo” nos empujan hacia un desastre ecológico y social, argumenta el Papa, insistiendo en el tono apocalíptico: “las medidas parciales simplemente retrasarán el inevitable desastre”. Comenta Reno que el “capitalismo global es presentado como una especia de fuerza a lo Shiva en la historia humana, el Gran Destructor que nos lleva al calentamiento global”.

Para el Papa Francisco no es una cuestión meramente humana, sino un problema del “paradigma tecnocrático“, un sistema que evita discutir “la dirección, objetivos, sentido e implicaciones sociales del crecimiento económico y tecnológico” y solo se fija en maximizar la riqueza. 

Hasta aquí el diagnóstico, resumido, de la Laudato Si, un diagnóstico que, con matices, Reno comparte, al menos en sus puntos esenciales, pero que no ve coherente con el desarrollo que la encíclica sigue: “una gran parte de lo que se propone como alternativa al sistema global no es más que otra versión del mismo”, escribe Russell Reno. 

En un momento, el Papa Francisco aboga por “un plan para el mundo entero”. “Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis”. Esta pretensión requiere un ejército de tecnócratas, comenta Reno, una burocracia de tamaño y poder nunca vistos: “es una visión de dominio humano a escala global, tecnocracia elevada a la enésima potencia” (con asteroides, escribe en el original inglés).

En esta parte de la encíclica, la Laudatio Si asume los eslóganes y las frases hechas de la tecnocracia dominante, abandonando aquel “acercamiento interdisciplinario” y “debate abierto y honesto” que reclamaba en las primeras páginas. Comenta Reno: “Estas son las palabras de moda usadas por los consultores de McKinsey. Y no son inocentes. Todos son expresiones procedimentales, formales. Están diseñadas para evitar cualquier cuestión metafísica y moralmente sustantiva. Representan el deseo de la modernidad tardía de definir el bien común sin referencia alguna a la naturaleza de la persona humana, sus fines o la ley natural. Es realmente incómodo ver cómo esta encíclica hace un uso tan abundante de estos conceptos tecnocráticos. Un punto más a anotar en el marcador de la revolución cultural”.

Y sigue Reno señalando que el capítulo final de la encíclica “también se posiciona contra el análisis inicial de la encíclica”. Si al principio se insistía en que el rechazo de Dios es la raíz de la crisis ecológica y de la mentalidad tecnocrática, ahora se asume que sin necesidad de reconocer a Dios podemos elevarnos sobre nuestros egoísmos y superar nuestro estilo de vida consumista para comprometernos en la cruzada en favor de la ecología y la justicia global. Escribe Reno: “con este espíritu, el Papa apoya la Carta de la Tierra (una iniciativa secular que aboga por la sostenibilidad, el respeto de la naturaleza, la cultura de la paz…). Aparentemente, el olvido de Dios ya no nos llevaría al antropocentrismo, o al menos no a un antropocentrismo pernicioso y destructivo”.

Russell Reno reconoce que se puede leer todo esto como una actitud generosa por parte del Papa para atraer a ecologistas no creyentes hacia la Iglesia, pero “esta lectura generosa reduce pero no elimina la tensión que uno siente entre la sustancia y el tono de la conclusión de la encíclica y el lenguaje duro, incluso estridente, de los primeros capítulos. Después de haber trazado una línea recta entre el olvido de Dios y el espíritu tecnocrático moderno y destructivo de dominación, el apoyo caluroso y acrítico a la Carta de la Tierra parece extraño”.

La reflexión de Reno acerca de esta contradicción me parece interesante: “la tradición moderna de las encíclicas es una tradición de enseñanza, magisterial, no homilética, y Laudato Si aporta demasiada poca enseñanza”, argumenta. Desde León XIII, el magisterio pontificio ha podido combinar “una vigorosa crítica de la modernidad” con el reconocimiento de “los aspectos de la modernidad que promueven la dignidad humana”, sostiene Reno. Y esto ha podido ser así porque “esta tradición de enseñanza papal ha desarrollado unos principios guía a menudo derivados de un razonamiento basado en la ley natural y aplicable a creyentes y no creyentes”. El problema de Laudato Si y el motivo por el que cae en la contradicción señalada, en opinión de Reno, es que no aporta “principios guía claramente articulados para analizar las crisis ecológica y social producidas por el capitalismo global”.

Y se fija en un aspecto concreto, el “plan único para el mundo entero“. Aquí, Reno señala la ausencia de un análisis en base a las nociones de solidaridad y subsidiariedad. Lo mismo sucede en la discusión sobre el destino común o universal de los bienes: “dado el lenguaje fuerte empleado por Francisco -escribe Reno- uno esperaría una reflexión sobre el grado en que los gobernantes pueden ignorar justamente los derechos de propiedad para afrontar la crisis y cómo prevenir que esos derechos no queden extinguidos durante ese proceso. Es lo que León XIII hizo en Rerum Novarum. Pero nuevamente, no se nos ofrece ningún razonamiento derivado de los principios de la doctrina social”.

Lo que le lleva a Reno a señalar que “el análisis basado en los principios de la doctrina social católica es lo opuesto al enfoque tecnocrático. Implica el razonamiento acerca de la naturaleza y los fines de las cosas… Sin este tipo de enseñanza, se crea un vacío. Este vacío se llena con el lenguaje procedimental tecnocrático y los eslóganes del progresismo ecológico. Los conceptos del mundo son los dominantes, no la sabiduría de la Iglesia”.

Concluye Reno afirmando que él realmente cree que la situación que vivimos plantea problemas realmente graves, “razón adicional por la que necesitamos enseñanza, y no sólo exhortación y denuncia”: “Si el calentamiento global representa un peligro tan grave e inmediato, entonces necesitamos principios claramente enunciados para guiar nuestra participación en los debates sobre qué hay que hacer, no retórica. Lo mismo puede aplicarse a la creciente necesidad de conseguir un desarrollo económico que promueva la dignidad humana”

No me resisto a citar un último comentario que hace el editor de First Things, colateral si se quiere, pero que me ha hecho pensar. Escribe Reno, refiriéndose a la preeminencia de lo exhortativo sobre lo magisterial: “Esta debilidad refleja una realidad sobre la Iglesia Católica actual. Tras el Vaticano II, la vida intelectual de la Iglesia se ha visto profundamente afectada por la gran crisis postconciliar. Los antiguos sistemas escolásticos fueron sustituidos por una amplia variedad de teologías experimentales. No niego la necesidad y el valor de muchos de esos experimentos. Pero no podemos negar sus consecuencias debilitadoras. La formación teológica de los líderes de la Iglesia se convirtió, en el mejor de los casos, en ecléctica, en el peor, en incoherente. Esto ha sido especialmente cierto en el área de la justicia social. En ese campo, que fue puesto en el foco después del Concilio, la urgente necesidad de actuar ha pasado por encima con demasiada frecuencia la necesidad de una reflexión paciente y rigurosa. Es exactamente la dinámica que vemos en Laudato Si.”