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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 26 de septiembre de 2015

Viajes pontificios

Francisco afirma que Dios camina a nuestro lado en las grandes ciudades
En su homilía en el Madison Square Garden, el Papa realizó un llamamiento a no desentendernos de la vida de los demás

El Papa pide a las familias inmigrantes ‘no perder la esperanza en un mundo mejor’
El Santo Padre ha visitado una escuela en Harlem, y en su encuentro con los niños y las familias inmigrantes les ha invitado a seguir soñando                  

Los alumnos de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, en el este de Harlem, hablarán con Francisco sin guión
Una mirada al interior de la escuela católica que visitará el Papa. Los pequeños están listos para preguntarle cómo se las arregla para hacer todo lo que hace

Francisco en la Zona Cero: El amor vence a los profetas del odio
El Santo Padre preside en un encuentro interreligioso en el lugar del memorial de las víctimas del 11-S            

Francisco a las Naciones Unidas indica las metas para la agenda del 2030
16:00 - En la Asamblea General, precisa que los objetivos son: "Vivienda propia, trabajo digno y remunerado, alimentación y agua potable; libertad religiosa y de educación"

Francisco a los funcionarios ONU: 'Sean como una familia unida que trabaja por la humanidad'
Recibido con aplausos y exclamaciones, el Santo Padre les anima a seguir adelante y reza ante una corona de flores que recuerda a los funcionarios caídos en misión 

Francisco llegó a la ONU que izó la bandera de la Santa Sede
14,30 - Recibido por el Secretario General de la ONU tiene una reunión privada antes de inaugurar la 70 Asamblea General

Viaje del Papa a Estados Unidos - Programa del viernes 25
Hablará ante las Naciones Unidas, en Ground Zero Memorial, una escuela de inmigrantes en Harlem y concluye con la misa en Madison Square Garden

El papa Francisco

Texto completo de la homilía del Santo Padre en el Madison Square Garden
En una multitudinaria misa en Nueva York, Francisco invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad

Texto completo del discurso del Santo Padre con familias inmigrantes en Nueva York
El Papa se ha reunido en el colegio Nuestra Señora Reina de los Ángeles, en Harlem, con niños de barrios desfavorecidos y un grupo de familias inmigrantes a quienes ha invitado a contagiar la alegría a todas las personas que tienen cerca

Texto completo del discurso del Santo Padre en la Zona Cero
El Papa participa en un encuentro interreligioso e invita a decir ‘no’ a todo intento uniformante y ‘sí’ a una diferencia aceptada y reconciliada

Texto completo del santo padre Francisco ante la ONU
Al abrir la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas pide metas concretas para la agenda 2030 de desarrollo sostenible, respetando el ambiente, la dignidad de la persona humana y dando acceso a los medios necesarios   

Iglesia y Religión

El Camino Neocatecumenal celebrará un Encuentro Vocacional de Familias en Filadelfia
Tendrá lugar el 28 de septiembre con motivo del Encuentro Mundial de las Familias

Espiritualidad y oración

Beato Pablo VI - 26 de septiembre
Un pontífice, defensor de la verdad y de la vida humana, a menudo incomprendido. Sostuvo firmemente la barca de la Iglesia, a la que amó hasta el fin, dándole un renovado impulso con las directrices del Concilio Vaticano II.  


Viajes pontificios


Francisco afirma que Dios camina a nuestro lado en las grandes ciudades
 

En su homilía en el Madison Square Garden, el Papa realizó un llamamiento a no desentendernos de la vida de los demás

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

El papa Francisco ofició este viernes por la tarde la Santa Misa en el Madison Square Garden de Nueva York. Antes de la celebración eucarística, el Santo Padre recorrió en un cochecito de golf el perímetro interior del estadio cubierto, “lugar emblemático de la ciudad y sede de importantes encuentros deportivos, artísticos y musicales”, como recordó el Pontífice a las más de 20 mil personas presentes.

A su paso, Francisco saludó a algunos enfermos. Entre ellos, le acercaron una niña en los brazos de su padre. La pequeña llevaba una sonda, y previsiblemente sufría algún problema grave de salud. En cuanto el Papa le dio un beso con enorme cariño, los progenitores rompieron a llorar por la emoción.

Tras un día y medio de intensa actividad en la Gran Manzana, tierra de adopción de millones de inmigrantes, el Santo Padre se dirigió en español a la multitud congregada. En su homilía, el Pontífice se refirió a las ciudades que “esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría”. 

Así, mencionó a “los extranjeros, sus hijos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos”, que se quedan en los márgenes de nuestras calles “en un anonimato ensordecedor”.

En este sentido, Francisco volvió a realizar una llamada a no olvidar a los últimos, como había hecho en Washington yendo a visitar un refugio de personas sin techo después de su visita al Congreso. Los cristianos son un “pueblo que camina, respira, vive entre el «smog», ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida”, aseguró

Aunque había iniciado sus palabras con una invitación seria a no olvidar a los más débiles, el mensaje del Papa fue positivo y lleno de “una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad”.

“Una esperanza --prosiguió-- que nos libra de «conexiones» vacías, de los análisis abstractos o de las rutinas sensacionalistas”. “Una esperanza que no tiene miedo a involucrarse actuando como fermento en los rincones donde nos toque vivir y actuar. Una esperanza que nos invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios”, indicó el Santo Padre.

Por eso, el Pontífice recordó que Jesús es el Emmanuel, “el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado, que se ha mezclado en nuestras cosas, en nuestras casas, en nuestras «ollas», como le gustaba decir a santa Teresa de Jesús”. 

“Dios es nuestro Padre, que camina a nuestro lado, nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, una vida vacía y nos introduce en la escuela del encuentro”, reiteró el Papa. 

Con gran energía, Francisco subrayó que “Dios está en la ciudad”. Ante esta afirmación del Santo Padre, los neoyorquinos no pudieron contenerse y reaccionaron con un ensordecedor aplauso.  

Una vez concluida la Eucaristía, el Pontífice dio por finalizada su intensa agenda en Nueva York, que continuará el fin de semana en Filadelfia.

También puede leer: Texto completo de la homilía del Santo Padre en el Madison Square Garden

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El Papa pide a las familias inmigrantes ‘no perder la esperanza en un mundo mejor’
 

El Santo Padre ha visitado una escuela en Harlem, y en su encuentro con los niños y las familias inmigrantes les ha invitado a seguir soñando                  

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

La escuela “Nuestra Señora Reina de los Ángeles” ha sido el lugar de acogida donde el Santo Padre se ha reunido con niños y familias de inmigrantes en Nueva York. El centro forma parte de un grupo de seis escuelas católicas situadas en los barrios desfavorecidos de Harlem y del sur del Bronx, que son financiadas y gestionadas por la fundación católica de caridad Partnership, en estrecha colaboración con la archidiócesis de Nueva York.

En la primera parte del encuentro, en una sala preparada con mesas y sillas para los niños, de forma completamente espontánea y natural, distintos grupos de escolares se iban presentando y mostrando algunos de sus trabajos, acompañados por sus profesores. Entre risas y emociones, se ha creado un clima de familiaridad y cercanía.

A continuación, el Santo Padre ha pasado al gimnasio, donde le esperaban más niños con sus familias. Un joven, en representación de un grupo procedente de centroamérica, le regaló un balón de fútbol y una camiseta y le hizo una pequeña demostración de sus habilidades futbolísticas. Dos hombres, que representaban a los trabajadores inmigrantes en Nueva York, le han entregado un casco de obra y una bolsa de herramientas. Y así poco a poco, otros presentes fueron dedicando unas palabras de cariño y agradecimiento a Francisco, mientras él paseaba entre el numeroso grupo de asistentes.

Tras el saludo del presidente de la fundación, el Papa ha dirigido unas palabras a los presentes.  

En primer lugar dio gracias “por recibirme” y pidió perdón especialmente a los maestros “por «robarles» unos minutos de la lección”.

El Santo Padre ha señalado que una de las “lindas características de esta escuela es que algunos de sus alumnos vienen de otros lugares, inclusive de otros países”. Al mismo tiempo ha reconocido que “no siempre es fácil tener que trasladarse y encontrar una nueva casa, nuevos vecinos, amigos”. Así como puede ser cansado “aprender un nuevo idioma, adaptarse a una nueva cultura, un nuevo clima”.

También ha querido recordar lo bueno de esta experiencia, “encontramos nuevos amigos, encontramos personas que nos abren puertas y nos muestran su ternura, su amistad, su comprensión, y buscan ayudarnos para que no nos sintamos extraños”.

Por otro lado, el Papa ha reconocido “qué lindo que es poder sentir la escuela como una segunda casa”. De esta manera, ha asegurado, “la escuela se vuelve una gran familia para todos. En donde junto a nuestras madres, padres, abuelos, educadores, maestros y compañeros aprendemos a ayudarnos, a compartir lo bueno de cada uno, a dar lo mejor de nosotros, a trabajar en equipo y a perseverar en nuestras metas”.

Francisco también ha hablado a los niños y sus familias de Martin Luther King. “El soñó que muchos niños, muchas personas tuvieran igualdad de oportunidades. El soñó que muchos niños como ustedes tuvieran acceso a la educación”, ha explicado. Es hermoso --ha asegurado el Papa-- tener sueños y poder luchar por ellos.

Por ello, el Santo Padre ha subrayado que “hoy queremos seguir soñando” y “celebramos todas las oportunidades que, tanto a ustedes como a nosotros los grandes, nos permiten no perder la esperanza en un mundo mejor, con mayores posibilidades”. Sé --ha indicado-- que uno de los sueños de sus padres, de sus educadores, es que ustedes puedan crecer con alegría. “Siempre es muy bueno ver a un niño sonreír”, ha añadido.

El Pontífice ha recordado a los niños que “tienen derecho a soñar” y se ha alegrado de que “puedan encontrar en esta escuela, en sus amigos, en sus maestros, ese apoyo necesario para poder hacerlo”. Y donde hay sueños, donde hay alegría, ahí está siempre Jesús, “porque Jesús es alegría y quiere ayudarnos a que esa alegría permanezca todos los días”, ha asegurado.

Para finalizar, el Santo Padre ha puesto una tarea a los niños: rezar “por mí para que pueda compartir con muchos la alegría de Jesús” y “para que muchos puedan disfrutar de esta alegría como la que tienen ustedes”.

                    

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Los alumnos de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, en el este de Harlem, hablarán con Francisco sin guión
 

Una mirada al interior de la escuela católica que visitará el Papa. Los pequeños están listos para preguntarle cómo se las arregla para hacer todo lo que hace

Por Deborah Castellano Lubov

Nueva York, (ZENIT.org)

Seis niños de la escuela Nuestra Señora Reina de los Ángeles, en el este de Harlem en Nueva York, hablarán con el papa Francisco y ya ¡no pueden esperar! ZENIT se ha anticipado a la etapa del Santo Padre, visitando ayer la escuela, que estaba en ebullición con los preparativos finales. La directora Joanne Walsh ha compartido con nosotros el "ansia" por el momento que cada vez está más cerca, insistiendo en el entusiasmo de los estudiantes, profesores y toda la comunidad escolar ante la llegada de Bergoglio.

En concreto, serán seis niños de tercer y cuarto grado los que darán la bienvenida al Sucesor de Pedro. Los mismos que ha manifestado a nuestra agencia todo su "amor" por Francisco. "¿Por qué?" "Porque él es tan humilde", responden, "él ama a todos" y "siempre ayuda a los pobres". "¿Con qué sentimientos estáis viviendo este momento tan especial tan cerca del Papa?", les preguntamos. Los alumnos revelan con candidez: "No quepo en mi piel"; "esta noche estaba demasiado excitado para poder dormir". En cambio, el más pequeño de ellos confiesa: "No, yo me he dormido".

La directora ha instado a los chicos a que compartan con nosotros por lo que van a pedir al Santo Padre que rece. Cada uno ha respondido contándonos su intención particular: "Por todos", dice un niño; "por la tierra", responde otro; "por los pobres y enfermos", "por mi mamá", "por mis abuelos", dicen los demás.

Durante la visita de esta tarde, le presentarán al Papa un "ramillete espiritual", es decir, una baraja de cartas en la que cada alumno ha escrito la promesa de una obra de caridad o de bondad que va a hacer en beneficio de su propia comunidad. Además, le ofrecerán una colección de oraciones, acompañadas de las fotografías de los alumnos del instituto y algunas "obras de arte" recogidas en un libro con la tapa dura.

El Pontífice también bendecirá los rosarios y las estampas creadas especialmente por los estudiantes para conmemorar este importante viaje a los Estados Unidos. Los rosarios incluyen una copia de la cruz pectoral usada por Francisco y después serán enmarcados y se expondrán en todas las escuelas de la Archidiócesis.

Por otra parte, ZENIT se ha reunido con el Dr. Timothy McNiff, superintendente de las escuelas católicas de Nueva York, quien ha expresado su alegría ya que el Papa "ha robado algo de tiempo a su itinerario para visitar nuestra escuela en el interior de la ciudad". Una "buena escuela católica", ha dicho. "Lo que el Papa se encontará", ha añadido, "es a niños por debajo de la línea de la pobreza... hijos de inmigrantes, que aun así son felices y están progresando maravillosamente en sus estudios y desarrollo espiritual".

Inicialmente, ha relatado McNiff, "tratamos de crear una especie de 'guión' para determinar todas las cosas que estos pequeños de tercer y cuarto grado le habrían dicho el Papa. Pero entonces pensamos: '¡Basta, ese no es el camino!' La espontaneidad será el mejor elemento en su conversación con el Papa". Y esta autenticidad ya se ha observado en las respuestas que los niños han dado al superintendente al preguntarles lo que van a decir al Santo Padre: "Uno me dijo: 'Quiero preguntarle cómo se puede hacer todo su trabajo con un solo pulmón'. Y otro: 'Encontrándome con usted, me convertiré en el héroe de mi barrio'".

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Francisco en la Zona Cero: El amor vence a los profetas del odio
 

El Santo Padre preside en un encuentro interreligioso en el lugar del memorial de las víctimas del 11-S            

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El Memorial de la Zona Cero en Nueva York, “es un lugar donde lloramos, lloramos el dolor que genera sentir la impotencia frente a la injusticia, frente al fratricidio, frente a la incapacidad de solucionar nuestras diferencias dialogando”. Con estas palabras el santo padre Francisco ha definido este lugar que ha visitado hoy viernes. Tras su discurso a las Naciones Unidas, ha llegado al punto exacto donde se derrumbaron las Torres Gemelas tras el atentado terrorista. Allí  ha depositado una corona de flores cerca de la fuente sur y ha saludado individualmente a 20 familiares de los equipos de rescate muertos el 11 de septiembre de 2001.     

A continuación, acompañado por el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, ha entrado en el edificio del Memorial y ha participado en un encuentro interreligioso junto con otros 12 líderes de diversos credos.

El encuentro ha iniciado con una presentación del cardenal Dolan, con una reflexión del rabino y otra del imán de Nueva York, en la que han rechazado la violencia en nombre de Dios y han condenado el atentado que ahí tuvo lugar. Después, el Santo Padre ha recitado, en inglés, una oración por la paz. Para continuar con el acto, tras la lectura de 5 meditaciones sobre la paz --hindú, budista, sikh, cristiana, musulmana-- y la oración judía por los difuntos, el Pontífice ha pronunciado su discurso.

“Aquí el dolor es palpable”, ha asegurado el Papa. El agua que se ve correr hacia el centro vacío, “recuerda todas esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la destrucción es la única forma de solucionar los conflictos”, ha observado.

Es --ha asegurado-- el grito silencioso de quienes sufrieron en su carne la lógica de la violencia, del odio, de la revancha. “Una lógica que lo único que puede producir es dolor, sufrimiento, destrucción, lágrimas”, ha advertido.

El agua cayendo, ha precisado, es símbolo también de nuestras lágrimas. “En este lugar lloramos la pérdida injusta y gratuita de inocentes por no poder encontrar soluciones en pos del bien común. Es agua que nos recuerda el llanto de ayer y el llanto de hoy”, ha reconocido.

Al mencionar a los familiares con quienes se reunió al principio del encuentro, el Santo Padre ha asegurado que “la destrucción nunca es impersonal, abstracta” sino que “tiene rostro e historia, es concreta, posee nombre”. Pero, también ha indicado que ellos le han sabido mostrar “la otra cara de este atentado, la otra cara de su dolor: la potencia del amor y del recuerdo”.

Y en medio del dolor lacerante, “podemos palpar la capacidad de bondad heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza oculta a la que siempre debemos apelar”, ha exhortado.  

Asimismo, ha asegurado que “en una metrópoli que puede parecer impersonal, anónima, de grandes soledades, fueron capaces de mostrar la potente solidaridad de la mutua ayuda, del amor y del sacrificio personal”.

En ese momento --ha subrayado el Pontífice-- no era una cuestión de sangre, de origen, de barrio, de religión o de opción política; “era cuestión de solidaridad, de emergencia, de hermandad. Era cuestión de humanidad”.

A propósito, ha hecho referencia a los bomberos de Nueva York, que entraron en las torres “sin prestar tanta atención a la propia vida”. Su sacrificio --ha señalado-- permitió la vida de tantos otros. 

De este modo, el Papa ha afirmado que le llena de esperanza, en este lugar de dolor y de recuerdo, “la oportunidad de asociarme a los líderes que representan las muchas tradiciones religiosas que enriquecen la vida de esta gran ciudad”. Por ello, ha manifestado su deseo que que “nuestra presencia aquí sea un signo potente de nuestras ganas de compartir y reafirmar el deseo de ser fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz y justicia en esta comunidad y a lo largo y ancho de nuestro mundo”. En las diferencias, en las discrepancias, --ha indicado-- es posible vivir en un mundo de paz. El Santo Padre ha surayado que “juntos hoy somos invitados a decir ‘no’ a todo intento uniformante y ‘sí’ a una diferencia aceptada y reconciliada”.

Francisco ha asegurado que “el bien siempre despertará sobre el mal, que la reconciliación y la unidad vencerá sobre el odio y la división”.

Finalmente, el Papa ha invitado a “hacer un momento de silencio y oración” y a pedir “al cielo el don de empeñarnos por la causa de la paz”. “Paz en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras escuelas, en nuestras comunidades. Paz en esos lugares donde la guerra parece no tener fin. Paz en esos rostros que lo único que han conocido ha sido el dolor. Paz en este mundo vasto que Dios nos lo ha dado como casa de todos y para todos. Tan solo, paz”, ha concluido.

De este modo, ha asegurado, “la vida de nuestros seres queridos no será una vida que quedará en el olvido, sino que se hará presente cada vez que luchemos por ser profetas de construcción, profetas de reconciliación, profetas de paz”.

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Francisco a las Naciones Unidas indica las metas para la agenda del 2030
 

16:00 - En la Asamblea General, precisa que los objetivos son: "Vivienda propia, trabajo digno y remunerado, alimentación y agua potable; libertad religiosa y de educación"

Por Sergio Mora

Roma, (ZENIT.org)

El Papa Francisco durante su viaje apostólico en Cuba y Estados Unidos --que concluirá con su participación en la Jornada Mundial de la Familia, en Filadelfia el próximo domingo 27-- visitó este viernes la sede de la Organización de las Naciones Unidas.

Allí, tras encontrar a los dirigentes, dedicó unas palabras a los funcionarios de los más variados orígenes, a quienes definió como 'un microcosmo que trabaja por la humanidad' y rezó delante de una corona de flores que recuerda a los funcionarios caídos cumpliendo su misión. Después, se dirigió al aula principal del Palacio de Vidrio. Allí abrió la 70ª Asamblea General de la ONU, en la que participan más de cien jefes de Estado. Recordó que es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas, después de Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y Benedicto XVI, en 2008.

Importancia de la ONU
"Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico", la cual festeja en estos días su 70ª aniversario" y que tiene "una historia de importantes éxitos comunes". Reconoció entretanto que si bien hay graves problemas no resueltos, "es evidente que, si hubiera faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades".

Necesidad de una reforma
Por ello consideró el Pontífice que "la experiencia de estos 70 años, más allá de todo lo conseguido, muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos es siempre necesaria", en particular "con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo".

Destrucción del ambiente está relacionada con la cultura del descarte
"El abuso y la destrucción del ambiente --añadió el Papa-- van acompañados por un imparable proceso de exclusión", en el que "los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente". O sea la «cultura del descarte».

Agenda 2030 para el desarrollo sostenible
El Pontífice deseó así que la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que inicia hoy y la Conferencia de París sobre cambio climático, "logre acuerdos fundamentales y eficaces".

En particular teniendo en cuenta "la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado".

Consideró que el indicador más simple del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será "el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación. Y su fundamento común, que es el derecho a la vida".

Precisó que el indicador más simple del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación. Y su fundamento común, que es el derecho a la vida".

Respetar el derecho a la educación
Entretanto, "el desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos" --advirtió el Papa-- y por ello es necesario reforzar "el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos".

Crisis ecológica y reconocimiento de ley natural
El Santo Padre recordó también ante el plenario de la ONU, que "la crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana". Y que la "defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).

Evitar las guerras, y volver eficaz la aplicación de normas
Invitó a continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre los pueblos. Si bien reconoció que la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, "muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento". 

Citando el Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas, el Pontífice pidió con énfasis, evitar la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares”. Y elogió, sin mencionar a Irán, el reciente acuerdo en una región sensible de Asia y Oriente Medio.

Los cristianos y minorías perseguidas en Oriente Medio
A este punto el Pontífice recordó la dramática situación que viven los cristianos y minorías en Oriente Medio, el norte de África y otros países africanos, que son desplazados debido a su fe. Y que en cada situación de conflicto, "hay rostros concretos antes que intereses de parte" dijo.

Narcotráfico 
El narcotráfico, fue indicado también por el papa Francisco, el cual por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción, y que esta última "pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones".

Buscar el servicio común
Y pensando en las generaciones futuras invitó a los representantes de los Estados a dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común.

"Pido a Dios Todopoderoso --concluyó el Pontífice-- que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano". 

Clicando aquí se puede leer el texto completo

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Francisco a los funcionarios ONU: 'Sean como una familia unida que trabaja por la humanidad'
 

Recibido con aplausos y exclamaciones, el Santo Padre les anima a seguir adelante y reza ante una corona de flores que recuerda a los funcionarios caídos en misión 

Por Sergio Mora

Roma, (ZENIT.org)

El papa Francisco después de estar hoy con varias autoridades de las Naciones Unidas, tras su llegada a la sede ONU, se dirigió al piso 11 del Palacio de Vidrio, para saludar a los funcionarios que allí trabajan. 

El secretario general, Ban Ki-Moon le dijo "bienvenido santo padre Francisco", y le agradeció por su guía espiritual de la humanidad. Le pidió también que bendiga a los funcionarios que trabajan día y noche por el bien de todos.

"En ocasión de mi visita a las Naciones Unidas tengo el agrado de saludarles, hombre y mujeres que son el esqueleto de esta organización", dijo el Pontífice y les agradeció "por todo lo que han hecho para preparar mi visita". 

E hizo extensivos sus saludos "a los miembros de las propias familias y a quienes no pudieron venir". Les recordó a los funcionarios, que interactuaban con aplausos y exclamaciones, que sus esfuerzos vuelven posible muchas iniciativas culturales, económicas y políticas en favor de los pueblos que componen a la familia humana.

Por ello les agradeció a todos, desde quienes trabajan en el terreno hasta la dirección, pasando por los traductores, cocineros, miembros de la seguridad y todos.  

Así, el Santo Padre recordó que el "modo en el que trabajamos expresa nuestra dignidad y el tipo de personas que somos". Y como personas que llegaron desde todas las naciones, los funcionarios ONU "son como un microcosmo del mundo al que tienen que servir".

El Papa latinoamericano les exhortó por ello a estar "cercanos los unos de los otros para que quienes trabajan aquí encarnen el ideal de esta organización como una familia humana que vive unida y en armonía". Una familia "que actúa no solamente por la justicia pero en un espíritu de justicia".

"Les bendigo a cada uno de ustedes de todo corazón y rezaré por ustedes y les pido que se acuerden de rezar por mí", les dijo. Añadió que "si alguien no es creyente, le pido que me desee buenas cosas. Que Dios les bendiga a todos".

En encuentro concluyó con una oración en silencio del Santo Padre, junto a una corona de flores amarillas que recordaba a los miembros de las Naciones Unidas caídos en servicio.

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Francisco llegó a la ONU que izó la bandera de la Santa Sede
 

14,30 - Recibido por el Secretario General de la ONU tiene una reunión privada antes de inaugurar la 70 Asamblea General

Por Sergio Mora

Roma, (ZENIT.org)

El santo padre Francisco ha llegado este viernes a la sede de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York, donde por primera vez estaba izada la bandera de la Santa Sede.

El Papa llegó en un fiat oscuro rodeada de camionetas de la seguridad, y fue recibido por el Secretario General Ban Ki-Moon. Después de las fotos de rito, dos niños, hijos de funcionarios de la ONU muertos en misiones internacionales, le entregaron un ramo de flores amarillas.

El Papa junto a Ban Ki-Moon se dirigieron al piso 38 del Palacio de Vidrio, donde mantuvieron una reunión junto a otros funcionarios de la ONU y personas de la Santa Sede, y durante el cual el papa Firmó el libro de visitas y se intercambiaron regalos. 

El Santo Padre tuvo también un encuentro privado con el presidente de la 70 Asamblea General, el dinamarqués Mogens Lykketoft y consorte; y después con el presidente de la 69 Asamblea General, el ugandés Sam Kahamba Kutesa y consorte.

Se reunió también con el presidente del Consejo de Seguridad de la ONU, que en el mes de septiembre es Vitaly Churqkin de la Federación Rusa.

Desde el 2 de abril de 1964 la Santa Sede tiene una representación propia en la sede ONU de Nueva York, y cuenta con el estatus de Observador Permanente, con derecho de participación a los trabajos aunque sin derecho de voto activo o pasivo.

Como representante de la Santa Sede se encuentra un nuncio apostólico. La Santa Sede tiene además observadores permanente en instituciones especializadas, como FAO, FIDA, PAM, UNESCO, AIEA, ONUDI y OMT.

Los discursos programados para este viernes son dos, uno a los funcionarios de las Naciones Unidas y otro a los representantes de las Naciones. Son más de cien los jefes de Estado y Gobierno que participarán en la 70ª cumbre de la Asamblea General de la ONU, la cual será abierta por el Santo Padre con sus palabras.

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Viaje del Papa a Estados Unidos - Programa del viernes 25
 

Hablará ante las Naciones Unidas, en Ground Zero Memorial, una escuela de inmigrantes en Harlem y concluye con la misa en Madison Square Garden

Por Redacción

Roma, (ZENIT.org)

Viernes, 25 de septiembre
 
-- 8:30 Francisco pronuncia un discurso en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. (14:30 hora central europea)
-- 11:30 El Papa participa en un encuentro interreligioso en el Ground Zero Memorial.  (17:30 hora central europea)
-- 16:00 Francisco visita la escuela Nuestra Señora Reina de los Ángeles y se reúne con familias de inmigrantes en Harlem.  (22:00 hora central europea)
-- 18:00 Santa Misa en el Madison Square Garden.  (24:00 hora central europea)

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El papa Francisco


Texto completo de la homilía del Santo Padre en el Madison Square Garden
 

En una multitudinaria misa en Nueva York, Francisco invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad

Por Redacción

Madrid, (ZENIT.org)

El papa Francisco ofició este viernes por la tarde la Santa Misa ante miles de personas en el Madison Square Garden de Nueva York. A continuación publicamos el texto completo de la homilía del Santo Padre:

Estamos en el Madison Square Garden, lugar emblemático de esta ciudad, sede de importantes encuentros deportivos, artísticos, musicales, que logra congregar a personas provenientes de distintas partes, y no solo de esta ciudad, sino del mundo entero. En este lugar que representa las distintas facetas de la vida de los ciudadanos que se congregan por intereses comunes, hemos escuchado: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» (Is 9,1). El pueblo que caminaba, el pueblo en medio de sus actividades, de sus rutinas; el pueblo que caminaba cargando sobre sí sus aciertos y sus equivocaciones, sus miedos y sus oportunidades, ese pueblo ha visto una gran luz. El pueblo que caminaba con sus alegrías y esperanzas, con sus desilusiones y amarguras, ese pueblo ha visto una gran luz.

El Pueblo de Dios es invitado en cada época histórica a contemplar esta luz. Luz que quiere iluminar a las naciones. Así, lleno de júbilo, lo expresaba el anciano Simeón. Luz que quiere llegar a cada rincón de esta ciudad, a nuestros conciudadanos, a cada espacio de nuestra vida.

«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus «oscuridades» la luz que Cristo viene a traer. Ese pueblo creyente que sabe mirar, que saber discernir, que sabe contemplar la presencia viva de Dios en medio de su vida, en medio de su ciudad. Con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el «smog», ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida.

Vivir en una ciudad es algo bastante complejo: contexto pluricultural con grandes desafíos no fáciles de resolver. Las grandes ciudades son recuerdo de la riqueza que esconde nuestro mundo: la diversidad de culturas, de tradiciones e de historias. La variedad de lenguas, de vestidos, de alimentos. Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos. A su vez, las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría. En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo «el ritmo del cambio», quedan silenciados tantos rostros por no tener «derecho» a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad –los extranjeros, sus hijos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos–, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor. Y se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón.

Saber que Jesús sigue caminando en nuestras calles, mezclándose vitalmente con su pueblo, implicándose e implicando a las personas en una única historia de salvación, nos llena de esperanza, una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad. Una esperanza que nos libra de «conexiones» vacías, de los análisis abstractos o de las rutinas sensacionalistas. Una esperanza que no tiene miedo a involucrarse actuando como fermento en los rincones donde nos toque vivir y actuar. Una esperanza que nos invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad, porque Dios está en la ciudad.

¿Cómo es esta luz que transita nuestras calles? ¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del «smog» de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales?

El profeta Isaías nos hará de guía en este «aprender a mirar». Habló de la luz que es Jesús y ahora nos presenta a Jesús como «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz» (9,5-6). De esta manera, nos introduce en la vida del Hijo para que también esa sea nuestra vida.

«Consejero maravilloso». Los Evangelios nos narran cómo muchos van a preguntarle: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». El primer movimiento que Jesús genera con su respuesta es proponer, incitar, motivar. Propone siempre a sus discípulos ir, salir. Los empuja a ir al encuentro de los otros, donde realmente están y no donde nos gustarían que estuviesen. Vayan, una y otra vez, vayan sin miedo, vayan sin asco, vayan y anuncien esta alegría que es para todo el pueblo.

«Dios fuerte». En Jesús Dios se hizo el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado, que se ha mezclado en nuestras cosas, en nuestras casas, en nuestras «ollas», como le gustaba decir a santa Teresa de Jesús.

«Padre para siempre». Nada ni nadie podrá apartarnos de su Amor. Vayan y anuncien, vayan y vivan que Dios está en medio de ustedes como un Padre misericordioso que sale todas las mañanas y todas las tardes para ver si su hijo vuelve a casa, y apenas lo ve venir corre a abrazarlo. Esto es lindo. Un abrazo que busca asumir, busca purificar y elevar la dignidad de sus hijos. Padre que, en su abrazo, es «buena noticia a los pobres, alivio de los afligidos, libertad a los oprimidos, consuelo para los tristes» (Is 61,1).

«Príncipe de la paz». El andar hacia los otros para compartir la buena nueva que Dios es nuestro Padre, que camina a nuestro lado, nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, una vida vacía y nos introduce en la escuela del encuentro. Nos libera de la guerra de la competencia, de la autorreferencialidad, para abrirnos al camino de la paz. Esa paz que nace del reconocimiento del otro, esa paz que surge en el corazón al mirar especialmente al más necesitado como a un hermano.

Dios vive en nuestras ciudades, la Iglesia vive en nuestras ciudades y Dios y la Iglesia que viven en nuestras ciudades quieren ser fermento en la masa, quieren mezclarse con todos, acompañando a todos, anunciando las maravillas de Aquel que es Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz.

«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» y nosotros, cristianos, somos testigos. 

(Texto transcrito del audio por ZENIT)

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Texto completo del discurso del Santo Padre con familias inmigrantes en Nueva York
 

El Papa se ha reunido en el colegio Nuestra Señora Reina de los Ángeles, en Harlem, con niños de barrios desfavorecidos y un grupo de familias inmigrantes a quienes ha invitado a contagiar la alegría a todas las personas que tienen cerca

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

 Publicamos a continuación el discurso completo del Santo Padre en el colegio Nuestra Señora Reina de los Ángeles con niños y familias inmigrantes de Nueva York.                           

 

Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.

Estoy contento de estar hoy aquí con ustedes junto a toda esta gran familia que los acompaña. Veo a sus maestros, educadores, padres y familiares. Gracias por recibirme y les pido perdón especialmente a los maestros por «robarles» unos minutos de la lección, de la clase. Están todos contentos ya sé.

Me han contado que una de las lindas características de esta escuela y de este trabajo es que algunos de sus alumnos, algunos de ustedes, vienen de otros lugares, y muchos de otros países. Y eso es bueno. Aunque sé que no siempre es fácil tener que trasladarse y encontrar una nueva casa, encontrar nuevos vecinos, amigos; no es fácil. Pero hay que empezar. Al principio puede ser algo cansador. Muchas veces aprender un nuevo idioma, adaptarse a una nueva cultura, un nuevo clima. Cuántas cosas tienen que aprender. No solo las tareas de la escuela sino tantas cosas, hasta jugar con la pelota ...                

Lo bueno es que también encontramos nuevos amigos, y esto es muy importante. Los nuevos amigos que encontramos. Encontramos personas que nos abren puertas y nos muestran su ternura, su amistad, su comprensión, y buscan ayudarnos para que no nos sintamos extraños, extranjeros. Todo el trabajo de gente que nos va ayudando para sentirnos en casa. Aunque a veces la imaginación se vuelve a nuestra patria, pero encontramos gente buena que nos ayuda a sentirnos en casa. Qué lindo que es poder sentir la escuela, los lugares de reunión, como una segunda casa. Y esto no sólo es importante para ustedes, sino para sus familias. De esta manera, la escuela se vuelve una gran familia para todos. En donde junto a nuestras madres, padres, abuelos, educadores, maestros y compañeros aprendemos a ayudarnos, a compartir lo bueno de cada uno, a dar lo mejor de nosotros, a trabajar en equipo, a jugar en equipo que es tan importante, y a perseverar en nuestras metas.

Bien cerquita de aquí hay una calle muy importante con el nombre de una persona que hizo mucho bien por los demás, y quiero recordarla con ustedes. Me refiero al Pastor Martin Luther King. Un día dijo: «Tengo un sueño». Y él soñó que muchos niños, muchas personas tuvieran igualdad de oportunidades. El soñó que muchos niños como ustedes tuvieran acceso a la educación. Él soñó que muchos hombres y mujeres como ustedes pudieran llevar la frente bien alta, con la dignidad de quien puede ganarse la vida. Es hermoso tener sueños y es hermoso poder luchar por los sueños. No se olviden.

Hoy queremos seguir soñando y celebramos todas las oportunidades que, tanto a ustedes como a nosotros los grandes, nos permiten no perder la esperanza en un mundo mejor y con mayores posibilidades. Y tantas personas que he saludado y que me han presentado, también sueñan con ustedes, sueñan con esto y por eso se involucran en este trabajo, se inlocran en la vida de ustedes para acompañarlos en este camino, todos soñamos. Sé que uno de los sueños de sus padres, de sus educadores, y de todos los que los ayudan, y también del cardenal Dolan ¿eh?, que es muy bueno, es que ustedes puedan crecer y vivir con alegría. Aquí se los ve sonrientes: sigan así, ayuden a contagiar la alegría a todas las personas que tienen cerca. No siempre es fácil, en todas las casas hay problemas, hay situaciones difíciles, hay enfermedades, pero no dejen de soñar con que puedan vivir con alegría.

Todos ustedes los que están acá, chicos y grandes, tienen derecho a soñar y me alegra mucho que puedan encontrar sea en la escuela, sea aquí, en sus amigos, en sus maestros, en todos los que se acercan a ayudar, ese apoyo necesario para poder hacerlo. Donde hay sueños, donde hay alegría, ahí siempre está Jesús. Siempre. En cambio, ¿quién es el que siembra tristeza, el que desconfianza, el que siembra envidia, el que siembra los malos deseos? ¿cómo se llama? ¡El diablo! El diablo. El diablo siempre siembra tristeza porque no nos quiere alegres, no nos quiere soñando.

Donde hay alegría está siempre Jesús porque alegría y quiere ayudarnos a que esa alegría permanezca todos los días.

Antes de irme quiero dejarles un homework, ¿puede ser? Es un pedido sencillo pero muy importante: no se olviden de rezar por mí para que yo pueda compartir con muchos la alegría de Jesús. Y recemos también para que muchos puedan disfrutar de esta alegría como la que tienen ustedes cuando se sienten acompañados, ayudados, aconsejados, aunque haya problemas pero está esa paz en el corazón de que Jesús nunca abandona.

Que Dios los bendiga a todos y cada uno de ustedes y la Virgen los proteja. Gracias

                

            

        

 

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Texto completo del discurso del Santo Padre en la Zona Cero
 

El Papa participa en un encuentro interreligioso e invita a decir ‘no’ a todo intento uniformante y ‘sí’ a una diferencia aceptada y reconciliada

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre ha pronunciado en el encuentro interreligioso que se ha celebrado en el Memorial de la Zona Cero en Nueva York. 

Queridos amigos:

Distintos sentimientos, emociones, me genera estar en la Zona Cero donde miles de vidas

fueron arrebatadas en un acto insensato de destrucción. Aquí el dolor es palpable. El agua que vemos correr hacia ese centro vacío nos recuerda todas esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la destrucción es la única forma de solucionar los conflictos. Es el grito silencioso de quienes sufrieron en su carne la lógica de la violencia, del odio, de la revancha. Una lógica que lo único que puede producir es dolor, sufrimiento, destrucción, lágrimas. El agua cayendo es símbolo también de nuestras lágrimas. Lágrimas por las destrucciones de ayer, que se unen a tantas destrucciones de hoy. Este es un lugar donde lloramos, lloramos el dolor que genera sentir la impotencia frente a la injusticia, frente al fratricidio, frente a la incapacidad de solucionar nuestras diferencias dialogando. En este lugar lloramos la pérdida injusta y gratuita de inocentes por no poder encontrar soluciones en pos del bien común. Es agua que nos recuerda el llanto de ayer y el llanto de hoy.                    

Hace unos minutos encontré a algunas de las familias de los primeros socorristas caídos en servicio. En el encuentro pude constatar una vez más cómo la destrucción nunca es impersonal, abstracta o de cosas; sino, por sobre todo, tiene rostro e historia, es concreta, posee nombres. En los familiares, se puede ver el rostro del dolor, un dolor que nos deja atónitos y grita al cielo.    Pero a su vez, ellos me han sabido mostrar la otra cara de este atentado, la otra cara de su dolor: la potencia del amor y del recuerdo. Un recuerdo que no nos deja vacíos. El nombre de tantos seres queridos están escritos aquí en lo que eran las bases de las torres, así los podemos ver, tocar y nunca olvidar.                    

Aquí, en medio del dolor lacerante, podemos palpar la capacidad de bondad heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza oculta a la que siempre debemos apelar. En el momento de mayor dolor, sufrimiento, ustedes fueron testigos de los mayores actos de entrega y ayuda. Manos tendidas, vidas entregadas. En una metrópoli que puede parecer impersonal, anónima, de grandes soledades, fueron capaces de mostrar la potente solidaridad de la mutua ayuda, del amor y del sacrificio personal. En ese momento no era una cuestión de sangre, de origen, de barrio, de religión o de opción política; era cuestión de solidaridad, de emergencia, de hermandad. Era cuestión de humanidad. Los bomberos de Nueva York entraron en las torres que se estaban cayendo sin prestar tanta atención a la propia vida. Muchos cayeron en servicio y en su sacrificio permitieron la vida de tantos otros.

Este lugar de muerte se transforma también en un lugar de vida, de vidas salvadas, un canto que nos lleva a afirmar que la vida siempre está destinada a triunfar sobre los profetas de la destrucción, sobre la muerte, que el bien siempre despertará sobre el mal, que la reconciliación y la unidad vencerá sobre el odio y la división.

Me llena de esperanza, en este lugar de dolor y de recuerdo, la oportunidad de asociarme a los líderes que representan las muchas tradiciones religiosas que enriquecen la vida de esta gran ciudad. Espero que nuestra presencia aquí sea un signo potente de nuestras ganas de compartir y reafirmar el deseo de ser fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz y justicia en esta comunidad y a lo largo y ancho de nuestro mundo. En las diferencias, en las discrepancias, es posible vivir en un mundo de paz. Frente a todo intento uniformizador es posible y necesario reunirnos desde las diferentes lenguas, culturas, religiones y alzar la voz a todo lo que quiera impedirlo. Juntos hoy somos invitados a decir «no» a todo intento uniformante y «sí» a una diferencia aceptada y reconciliada.

Para eso necesitamos desterrar de nosotros sentimientos de odio, de venganza, de rencor. Y sabemos que eso solo es posible como un don del cielo. Aquí, en este lugar de la memoria, cada uno a su manera, pero juntos, les propongo hacer un momento de silencio y oración. Pidamos al cielo el don de empeñarnos por la causa de la paz. Paz en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras escuelas, en nuestras comunidades. Paz en esos lugares donde la guerra parece no tener fin. Paz en esos rostros que lo único que han conocido ha sido el dolor. Paz en este mundo vasto que Dios nos lo ha dado como casa de todos y para todos. Tan solo, PAZ.

Así, la vida de nuestros seres queridos no será una vida que quedará en el olvido, sino que se hará presente cada vez que luchemos por ser profetas de construcción, profetas de reconciliación, profetas de paz.

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Texto completo del santo padre Francisco ante la ONU
 

Al abrir la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas pide metas concretas para la agenda 2030 de desarrollo sostenible, respetando el ambiente, la dignidad de la persona humana y dando acceso a los medios necesarios   

Por Redacción

Roma, (ZENIT.org)

El papa Francisco abrió la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas, la cual fijará las metas de 2030 para el desarrollo sostenible. Fue parte del viaje apostólico que inició en Cuba el 19 de este mes de septiembre y que concluirá el domingo 28 en Filadelfia, con la Jornada Mundial de la Familia. A continuación el texto completo que el Santo Padre expuso en español.

Señor Presidente, Señoras y Señores:

Una vez más, siguiendo una tradición de la que me siento honrado, el Secretario General de las Naciones Unidas ha invitado al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las Naciones. En nombre propio y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban Ki-moon, quiero expresarle el más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco también sus amables palabras. Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí presentes, a los Embajadores, diplomáticos y funcionarios políticos y técnicos que les acompañan, al personal de las Naciones Unidas empeñado en esta 70a Sesión de la Asamblea General, al personal de todos los programas y agencias de la familia de la ONU, y a todos los que de un modo u otro participan de esta reunión. Por medio de ustedes saludo también a los ciudadanos de todas las naciones representadas en este encuentro. Gracias por los esfuerzos de todos y de cada uno en bien de la humanidad.

Esta es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades.

La historia de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos de la proyección internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero es evidente que, si hubiera faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización. 

Rindo por eso homenaje a todos los hombres y mujeres que han servido leal y sacrificadamente a toda la humanidad en estos 70 años. En particular, quiero recordar hoy a los que han dado su vida por la paz y la reconciliación de los pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los muchísimos funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de paz y de reconciliación.

La experiencia de estos 70 años, más allá de todo lo conseguido, muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos es siempre necesaria, progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Tal necesidad de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo. Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia.

La labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión.

Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico» (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad. Segundo, porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental (cf. ibíd., 81).

El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política. La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte».

Lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces.

No bastan, sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos.

La multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con instrumentos técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro: limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicadores estadísticos–, o creer que una única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en ningún momento, que la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho.

Para que estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana –amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos. La educación, así concebida, es la base para la realización de la Agenda 2030 y para recuperar el ambiente.

Al mismo tiempo, los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos.

Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.

La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: «El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza» (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal de Alemania, 22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6). La creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias [...] El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos» (Id., Discurso al Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).

Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de «salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de «promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad» (ibíd.) corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables.

La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos.

Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico.

El Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican los cimientos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones. Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la tendencia siempre presente a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza». Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos.

El reciente acuerdo sobre la cuestión nuclear en una región sensible de Asia y Oriente Medio es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para que este acuerdo sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes implicadas.

En ese sentido, no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun deseando no tener la necesidad de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repetidos llamamientos en relación con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud.

Estas realidades deben constituir un serio llamado a un examen de conciencia de los que están a cargo de la conducción de los asuntos internacionales. No solo en los casos de persecución religiosa o cultural, sino en cada situación de conflicto, como en Ucrania, en Siria, en Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando solo la actividad consiste en enumerar problemas, estrategias y discusiones.

Como pedía al Secretario General de las Naciones Unidas en mi carta del 9 de agosto de 2014, «la más elemental comprensión de la dignidad humana [obliga] a la comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanismos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas» y para proteger a las poblaciones inocentes.

En esta misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra «asumida» y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones.

Comencé esta intervención recordando las visitas de mis predecesores. Quisiera ahora que mis palabras fueran especialmente como una continuación de las palabras finales del discurso de Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años, pero de valor perenne: «Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca, como hoy, [...] ha sido tan necesaria la conciencia moral del hombre, porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán [...] resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad» (Discurso a los Representantes de los Estados, 4 de octubre de 1965). Entre otras cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver los graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con Pablo VI: «El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas» (ibíd.).

La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.

Tal comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la trascendencia, renuncie a la construcción de una elite omnipotente, y comprenda que el sentido pleno de la vida singular y colectiva se da en el servicio abnegado de los demás y en el uso prudente y respetuoso de la creación para el bien común. Repitiendo las palabras de Pablo VI, «el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo» (ibíd.).

El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: «Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».

El mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo «todo fundamento de la vida social» y por lo tanto «termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses» (Laudato si’, 229).

El tiempo presente nos invita a privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad hasta que fructifiquen en importantes y positivos acontecimientos históricos (cf. Evangelii gaudium, 223). No podemos permitirnos postergar «algunas agendas» para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y necesitados.

La laudable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano.

La bendición del Altísimo, la paz y la prosperidad para todos ustedes y para todos sus pueblos. Gracias.

 

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Iglesia y Religión


El Camino Neocatecumenal celebrará un Encuentro Vocacional de Familias en Filadelfia
 

Tendrá lugar el 28 de septiembre con motivo del Encuentro Mundial de las Familias

Por Redacción

Roma, (ZENIT.org)

El Camino Neocatecumenal participa estos días en el recibimiento al papa Francisco durante su visita a Estados Unidos. Desde hace semanas, las mil comunidades presentes en todo el país se han estado preparando para esta ocasión con “la certeza de que se trata de un acontecimiento histórico para la Iglesia en Estados Unidos y en todo el mundo”.

De este modo, el Camino celebrará un Encuentro Vocacional de Familias el lunes 28 de septiembre a las 14:00 h. (hora local) en el Wells Fargo Center de Filadelfia --después de la visita del Pontífice-- con motivo del Encuentro Mundial de las Familias.

Según lo anunciado en un comunicado distribuido por el Camino, los iniciadores y responsables, Kiko Argüello, Carmen Hernández y el padre Mario Pezzi, junto con miles de familias de todo el mundo y varios obispos, participarán en este encuentro vocacional presidido por el arzobispo de Filadelfia, monseñor Charles Chaput.

“Como testigos de los frutos de la familia, ‘célula fundamental de la sociedad’ entre una sociedad secularizada, desean aprovechar la visita del Papa a EE.UU. para celebrar la belleza y la importancia de la familia cristiana”, se afirma en el comunicado.

Como es costumbre en este tipo de encuentros, se realizará “una llamada a la misión para aquellas familias que sientan el impulso de evangelizar en lugares descristianizados del mundo, especialmente en Asia”.

También estará presente el cardenal Sean O’Malley, arzobispo de Boston y presidente de la Comisión Pontificia para la Protección del Menor y miembro del Consejo de Cardenales del papa Francisco para la reforma de la curia, así como alrededor de unos 30 obispos.

El pasado 6 de marzo de 2015 el papa Francisco envió 30 nuevas missio ad gentes --cada una de ellas constituida por tres o cuatro familias con numerosos hijos y acompañadas por un sacerdote-- como respuesta a la petición del obispo local para que la Iglesia tenga presencia en estas áreas descristianizadas (como Detroit o Marsella), o en lugares donde la Iglesia apenas la tiene (China, Mongolia, Tailandia, etc.).




 

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Espiritualidad y oración


Beato Pablo VI - 26 de septiembre
 

Un pontífice, defensor de la verdad y de la vida humana, a menudo incomprendido. Sostuvo firmemente la barca de la Iglesia, a la que amó hasta el fin, dándole un renovado impulso con las directrices del Concilio Vaticano II.  

Por Isabel Orellana Vilches

Madrid, (ZENIT.org)

Hoy se celebra a san Cosme y san Damián, y también, entre otros, a Pablo VI. Giovanni B. Montini nació en Concesio, cercana a Brescia, Italia, el 26 de septiembre de 1897. Su padre Giorgio, de gran influjo en su vida, era abogado y periodista, y estaba implicado en la política. Su madre, Giuditta, comprometida en acciones sociales, pertenecía a la Acción católica. El beato fue un niño de frágil salud, sensible, tímido y juguetón, el mediano de tres varones que crecieron rodeados de cariño y de grandes valores espirituales. Muy pequeño escribió: «Mamá, seré siempre bueno, valiente y obediente; rezo a Dios por ti y quiero ser tu consuelo». Su familia fue un gran pilar para él.

Ingresó en el Seminario de Brescia a los 19 años, pero su delicada salud le obligó a estudiar como alumno externo. Fue ordenado en 1920 y partió a Roma para proseguir formándose. Tenía dotes diplomáticas y dos años más tarde se integró en la Secretaría de Estado. En 1923 lo nombraron secretario del nuncio de Varsovia, misión que su escasa salud le impidió culminar, y al regresar a Roma nuevamente volvió a la Secretaría de Estado, una responsabilidad que no deseaba para sí. En 1931 se ocupó de la cátedra de Historia Diplomática en la Academia Diplomática y fue asistente del futuro papa Pío XII, quien sucesivamente lo nombró director de asuntos eclesiásticos internos, Pro-secretario de Estado y arzobispo de Milán. En 1958 Juan XXIII lo ascendió al cardenalato y le eligió como asistente.

En estos años había configurado una recia personalidad, muy alejada de la tristeza e incertidumbre que a veces se le achacó. A su excelente formación filosófico-teológica se unía su interés por la poesía y las artes plásticas, la literatura, novela, ensayo, teatro...; era un gran lector y buen conocedor del pensamiento francés. Admiraba a Vito Fornari y a J. Herni Newman. Sus preferidos eran Pascal y Bernanos. Había difundido la cultura cristiana a través de publicaciones diversas, como la revista Studium, y había sido traductor de algunas obras. Estuvo directamente implicado en situaciones dramáticas; convivió con refugiados y presos de guerra a quienes ayudó: «Yo he sentido el doloroso problema de los refugiados; yo he sufrido la angustia de tantos seres desarraigados... ». Personas cercanas a él perdieron la vida combatiendo en el frente: «La guerra hace del mundo un sepulcro destapado». Conocía los problemas de los obreros y estaba al tanto de las sombras que internamente poblaban la Iglesia. Había experimentado instantes de soledad: «Atravieso días de tensión, en los que temo no saber conservar la calma ni responder a las crecientes llamadas de tantas, menudas, exigentes ocupaciones. Con frecuencia esto me pone triste y no siempre soy cortés… Mucho que hacer y pocos colaboradores», confió humildemente a sus padres en 1942.

Como Pastor de Milán había luchado por revitalizar el espíritu religioso y salido en busca de los alejados de la fe. Añadía la experiencia acumulada en los distintos viajes que había efectuado sumándose a la visión que le proporcionaba el Concilio Vaticano II. Así, cuando a sus 66 años el 21 de junio de 1963 fue elegido pontífice, pudo trazar un programa de acción en el que estaban presentes la paz y solidaridad sociales, la unidad de los cristianos y el diálogo con los no creyentes. En la Ecclesiam suam dejó claro por donde quería llevar la barca. Un itinerario con tres frentes: espiritual, moral y apostólico. Presente en ellos la conciencia, la renovación y el diálogo, los grandes capítulos de la encíclica.

A la muerte de Juan XXIII manifestó: «No miremos hacia atrás, no le miremos a él, sino al horizonte que él ha abierto delante del camino de la Iglesia y de la historia…». Y con esta visión el flamante pontífice asumía la grave responsabilidad que recaía sobre él, rubricando en la intimidad ese instante de su elección hecho un mar de lágrimas. De inmediato tomó las riendas del Concilio y llevó a buen puerto la herencia que el «papa bueno» le dejó. Su gobierno pontifical no fue fácil. Lo intuyó al ser elegido: «la predicción de Cristo hacia Pedro (‘Otro te ceñirá’) era un presagio de martirio, de dolor y de sangre…». En 1972 manifestó: «Tengo la sensación de que por cualquier grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Ahí está la duda, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, la confrontación».

Debió contrarrestar fuertes respuestas de grupos tradicionalistas contrarios a las directrices emanadas del Concilio. Hubo disensiones, críticas feroces, sobre todo tras la publicación del Credo del Pueblo de Dios y de la Humanae vitae. En un momento dado se barajó su dimisión, pero se mantuvo firme. Defendió la verdad incansablemente y, entre otras acciones, renovó y modernizó la Iglesia, logró que los fieles colaborasen más activamente en la vida de la misma, contribuyó a la reestructuración de las instituciones vaticanas, prosiguió impulsando el diálogo ecuménico, visitó todos los continentes, y legó al mundo grandes encíclicas, como la Populorum progressio y la Evangelii Nuntiandi o la citada Humanae vitae. En 1975 publicó la exhortación apostólica Gaudete in Domino, señal de que la alegría anidaba en su corazón.

En abril de 1978 sufrió visiblemente por el secuestro y asesinato de su amigo, el político Aldo Moro. Su salud no era buena, y puede que este hecho contribuyera a minarla. Meditaba: «¿Quién soy? ¿Qué queda de mí? ¿ dónde voy?... Creo, Señor. Se acerca la hora… He amado a la Iglesia… Pero desearía que la Iglesia lo supiera, y que yo tuviese, a fuerza de decirlo, como una confidencia del corazón…». Y su corazón se detuvo el 6 de agosto de 1978, festividad de la Transfiguración. Juan Pablo II alabó «su prudencia y valentía, así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su pontificado»; dijo que supo «conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos…». El papa Francisco lo beatificó el 19 de octubre de 2014.

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