Publicamos a continuación el discurso del papa
Francisco en el Encuentro por la libertad religiosa con la
comunidad hispana y con otros inmigrantes, en el Independence
National Historical Park.
Queridos amigos, buenas tardes.
Uno de los momentos más destacados de mi visita
es la presencia aquí, en el Independence Mall, el
lugar de nacimiento de los Estados Unidos de América. Aquí
fueron proclamadas por primera vez las libertades que definen
este País. La Declaración de Independencia proclamó que todos
los hombres y mujeres fueron creados iguales; que están
dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, y que
los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos.
Esas palabras siguen resonando e inspirándonos hoy, como lo
han hecho con personas de todo el mundo, para luchar por la
libertad de vivir de acuerdo con su dignidad.
La historia también muestra que estas y otras
verdades deben ser constantemente reafirmadas, nuevamente
asimiladas y defendidas. La historia de esta Nación es también
la historia de un esfuerzo constante, que dura hasta nuestros
días, para encarnar esos elevados principios en la vida social
y política. Recordemos las grandes luchas que llevaron a la
abolición de la esclavitud, la extensión del derecho de voto,
el crecimiento del movimiento obrero y el esfuerzo gradual
para eliminar todo tipo de racismo y de prejuicios contra la
llegada posterior de nuevos americanos. Esto demuestra que,
cuando un país está determinado a permanecer fiel a esos
principios fundacionales, basados en el respeto a la dignidad
humana, se fortalece y renueva. Cuando un país guarda la
memoria de sus raíces, sigue creciendo, se renueva y sigue
asumiendo en su seno nuevos pueblos y nueva gente que viene a
él. Nos ayuda mucho recordar nuestro pasado. Un pueblo que
tiene memoria no repite los errores del pasado; en cambio,
afronta con confianza los retos del presente y del futuro. La
memoria salva el alma de un pueblo de aquello o de aquellos
que quieren dominarlo o quieren utilizarlo para sus propios
intereses. Cuando los individuos y las comunidades ven
garantizado el ejercicio efectivo de sus derechos, no sólo son
libres para realizar sus propias capacidades, sino que también
con estas capacidades, con su trabajo, contribuyen al
bienestar y al enriquecimiento de la sociedad.
En este lugar, que es un símbolo del modelo de
los Estados Unidos, me gustaría reflexionar con ustedes sobre
el derecho a la libertad religiosa. Es un derecho fundamental
que da forma a nuestro modo de interactuar social y
personalmente con nuestros vecinos, que tienen creencias
religiosas distintas a la nuestra. El ideal del dialogo
interreligiosos donde todos los hombres y mujeres de
diferentes tradiciones religiosas pueden dialogar sin
pelearse. Eso lo da la libertad religiosa.
La libertad religiosa, sin duda, comporta el
derecho a adorar a Dios, individualmente y en comunidad, de
acuerdo con nuestra conciencia. Pero, por otro lado, la
libertad religiosa, por su naturaleza, trasciende los lugares
de culto y la esfera privada de los individuos y las familias.
Porque el hecho religioso, la dimensión religiosa, no es un
subcultura, es parte de la cultura de cualquier pueblo y de
cualquier nación.
Nuestras distintas tradiciones religiosas sirven
a la sociedad sobre todo por el mensaje que proclaman. Ellas
llaman a los individuos y a las comunidades a adorar a Dios,
fuente de la vida, de la libertad y de la felicidad. Nos
recuerdan la dimensión trascendente de la existencia humana y
de nuestra libertad irreductible frente a la pretensión de
cualquier poder absoluto. Necesitamos acercarnos a la
historia, nos hace bien acercanos a la historia, especialmente
a la historia del siglo pasado, para ver las atrocidades
perpetradas por los sistemas que pretendían construir algún
tipo de «paraíso terrenal», dominando pueblos, sometiéndolos a
principios aparentemente indiscutibles y negándoles cualquier
tipo de derechos. Nuestras ricas tradiciones religiosas buscan
ofrecer sentido y dirección, «tienen una fuerza motivadora que
abre siempre nuevos horizontes, estimula el pensamiento,
amplía la mente y la sensibilidad» (Evangelii gaudium,
256). Llaman a la conversión, a la reconciliación, a la
preocupación por el futuro de la sociedad, a la abnegación en
el servicio al bien común y a la compasión por los
necesitados. En el corazón de su misión espiritual está la
proclamación de la verdad y la dignidad de la persona humana y
de todos los derechos humanos.
Nuestras tradiciones religiosas nos recuerdan
que, como seres humanos, estamos llamados a reconocer a Otro,
que revela nuestra identidad relacional frente a todos los
intentos por imponer «una uniformidad a la que el egoísmo de
los poderosos, el conformismo de los débiles o la ideología de
la utopía quiere imponernos» (M. de Certeau).
En un mundo en el que diversas formas de tiranía
moderna tratan de suprimir la libertad religiosa, o de
reducirla a una subcultura sin derecho a voz y voto en la
plaza pública, o de utilizar la religión como pretexto para el
odio y la brutalidad, es necesario que los fieles de las
diversas religiones unan sus voces para clamar por la paz, la
tolerancia y el respeto a la dignidad y a los derechos de los
demás.
Nosotros vivimos en un mundo sujeto a la
«globalización del paradigma tecnocrático» (Laudato si',
106), que conscientemente apunta a la uniformidad
unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y
tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. Las
religiones tienen, pues, el derecho y el deber de dejar claro
que es posible construir una sociedad en la que «un sano
pluralismo que, de verdad respete a los diferentes y los
valore como tales» (Evangelii gaudium, 255), es un
aliado valioso «en el empeño por la defensa de la dignidad
humana... y un camino de paz para nuestro mundo tan herido por
las guerras» (ibíd., 257).
Los cuáqueros que fundaron Filadelfia estaban
inspirados por un profundo sentido evangélico de la dignidad
de cada individuo y por el ideal de una comunidad unida por el
amor fraterno. Esta convicción los llevó a fundar una colonia
que fuera un refugio para la libertad religiosa y la
tolerancia. El sentido de preocupación fraterna por la
dignidad de todos, especialmente de los más débiles y
vulnerables, se convirtió en una parte esencial del espíritu
norteamericano. San Juan Pablo II, durante su visita a los
Estados Unidos en 1987, rindió un conmovedor homenaje al
respecto, recordando a todos los americanos que «la prueba
definitiva de su grandeza es la manera en que tratan a todos
los seres humanos, pero sobre todo a los más débiles e
indefensos» (Ceremonia de despedida, 19 septiembre
1987).
Aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos
los que, se cual fuera su religión, han tratado de servir al
Dios de la paz construyendo ciudades de amor fraterno,
cuidando del prójimo necesitado, defendiendo la dignidad del
don divino, del don de la vida en todas sus etapas,
defendiendo la causa de los pobres y los inmigrantes. Con
demasiada frecuencia los más necesitados, en todas partes, no
son escuchados. Ustedes son su voz, y muchos de ustedes,
hombres y mujeres religiosos, han hecho que su grito se
escuche. Con este testimonio, que frecuentemente encuentra una
fuerte resistencia, recuerdan a la democracia norteamericana
los ideales que la fundaron, y que la sociedad se debilita
siempre que –y allí donde– cualquier injusticia prevalece.
Hace un momento hablé de la tendencia a una
globalización. La globalización no es mala, al contrario, la
tendencia a globalizarnos es buena, nos une. Lo que puede ser
malo es el modo de hacerlo. Si una globalización pretende
igualar a todos como si fuera una esfera, esa globalización
destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de
cada pueblo. Si una globalización busca unir a todos pero
respetando a cada persona, a su persona, a su riqueza, a su
peculiaridad, respetando a cada pueblo, a su riqueza, a cada
persona, esa globalización es buena y nos hace crecer a todos
y lleva a la paz.
Me gusta usar un poco la geometría aquí. Si la
globalización es una esfera donde cada punto es igual,
equidistante del centro, anula, no es buena. Si la
globalización une como un poliedro donde están todos unidos
pero cada uno conserva su propia identidad, es buena y hace
crecer a un pueblo, y da dignidad a todos los hombres y le
otorga derecho.
Entre nosotros hoy hay miembros de la gran
población hispana de América, así como representantes de
inmigrantes recién llegados a los Estados Unidos. Gracias por
abrir la puerta. Los saludo con mucho afecto. Muchos de
ustedes han emigrado a este País con un gran costo personal,
pero con la esperanza de construir una nueva vida. No se
desanimen por los retos y dificultades que tengan que
afrontar. Les pido que no olviden que, al igual que los que
llegaron aquí antes, ustedes traen muchos dones a esta nación.
Por favor, no se avergüencen nunca de sus tradiciones. No
olviden las lecciones que aprendieron de sus mayores, y que
pueden enriquecer la vida de esta tierra americana. Repito, no
se avergüencen de aquello que es parte esencial de ustedes.
También están llamados a ser ciudadanos responsables, están
llamados a ser ciudadanos responsables, y a contribuir, como
lo hicieron con tanta fortaleza los que vinieron antes, a
contribuir provechosamente a la vida de las comunidades en que
viven. Pienso, en particular, en la vibrante fe que muchos de
ustedes poseen, en el profundo sentido de la vida familiar y
los demás valores que han heredado. Al contribuir con sus
dones, no solo encontrarán su lugar aquí, sino que ayudarán a
renovar la sociedad desde dentro. No perder la memoria de lo
que pasó aquí hace más de dos siglos. No perder la memoria de
aquella Declaración que proclamó que todos los hombres y
mujeres fueron creados iguales y que están dotados por su
Creador de ciertos derechos inalienables y que los Gobiernos
existen para proteger y defender esos derechos.
Queridos amigos, les doy las gracias por su
calurosa bienvenida y por acompañarme hoy aquí. Conservemos la
libertad, cuidemos la libertad, la libertad de conciencia, la
libertad religiosa, la libertad de cada familia, de cada
pueblo, que es la que da lugar a los derechos. Que este País,
y cada uno de ustedes, dé gracias continuamente por las muchas
bendiciones y libertades que disfrutan. Que puedan defender
estos derechos, especialmente la libertad religiosa, que Dios
les ha dado. Que Él los bendiga a todos. Y por favor les pido
que recen un poquito por mí.