Tribunas

¿Qué han entendido, de lo que ha dicho?

Ernesto Juliá

He leído no pocos comentarios acerca de los mensajes que el Papa ha lanzado en su reciente viaje a Estados Unidos y, especialmente, en el Congreso americano y en las Naciones Unidas.

Ante las diferentes interpretaciones y consideraciones, me ha venido a la cabeza la pregunta que encabeza estas líneas; que se refiere, lógicamente, no a lo que han entendido los comentaristas, que también, sino a lo que han comprendido los miembros de esos dos organismos.

Entre otras cosas, y refiriéndose a la Agenda 2030 para el Desarrollo sostenible, que está organizando la Onu, para preparar y orientar un posible plan de desarrollo humano de las naciones, señaló:

“Estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana”.

Palabras claras y precisas en boca del Papa; pero, ¿qué significan en los oídos de los congresistas? ¿Qué entienden por “derecho a la vida”, y por “naturaleza humana” cuando desde el Congreso y desde las Naciones Unidas están intentando promover el “aborto”,   y la “unión-conyugal” de homosexuales, en todos los países del mundo?

El Papa aludió también a la “defensa de la vida en todas sus etapas”, sin referirse nunca a la palabra aborto. ¿Le han interpretado bien? En los oídos de todos están todavía muy vivas las recientes declaraciones de varios dirigentes de la organización más abortistas de Usa, la Planned Parenthood, ofreciendo órganos vivos y utilizables de los restos de los seres humanos asesinados en los abortos. ¿Se les habrá ocurrido a alguno que también la Planned Parenthood puede decir que también “defiende la vida” de los compradores de órganos, porque también tienen derecho a vivir?

La “des-culturalización” de Occidente es evidente para quien la quiera ver. Muchas palabras ya no corresponden a conceptos que nos permitan comprender una serie de realidades tal como son. “Ética, familia, vida, libertad, naturaleza, amor,…” son sólo algunas de esas palabras, que cada uno interpreta, y le da el valor, que quiere según sus gustos y placeres.

En el deseo de orientar a personas que influyen en la marcha social y política de este mundo, el Papa también les ha recordado:

“Sin el reconocimiento de unos límites éticos insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de “salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra” y de “promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad” corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables”.

El Papa sabe que esos “límites, fundamentos, éticos” no los establece el hombre; ni ningún tipo de mayoría que los hombres organicemos. Benedicto XVI se lo recordó claramente a los diputados ingleses: “Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces ese proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia”.

¿Son conscientes los políticos americanos y los de las Naciones Unidas, que esos límites, fundamentos, están ya establecidos por el Creador de Universo, que nos ha creado capaces de hacer el bien a los demás, de reconocer en los demás hombres a nuestros semejantes, con una dignidad que hemos de respetar, de amar y de servir?

Quizá, para dar un poco de luz a sus inteligencias, el Papa les ha dicho también:

“La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y de cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada”.

¿Tienen conciencia de la “sacralidad de esa naturaleza humana”, creada por Dios, y redimida por Jesucristo, que goza de una perspectiva de vida eterna; o se quedan más bien en un “hombre que se hace a sí mismo”, no se sabe bien con qué materiales, y que su horizonte se acaba en el cementerio, o en las cenizas  esparcidas en el mar?

La impresión que un buen lector puede sacar es la de que el Papa usa un lenguaje que, por desgracia y en algunos casos, cada uno puede entender a su manera, y según sus intereses. En el proceso de “des-culturalización” del hombre occidental, frases y palabras como: “unos límites éticos naturales insalvables”, “sacralidad de la naturaleza humana”, “sacralidad de la vida humana”, etc. pueden llegar a no tener ningún sentido.

Quizá la “des-culturalización” de Occidente se ha hecho más patente en torno a la “familia”, que también analizaré próximamente.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com