Tribunas

El caso Charamsa o el error de la mezcla

José Francisco Serrano

Tengo por costumbre seguir la actualidad de la Iglesia desde la prensa italiana. Quizá como antídoto a lo que ocurre por estos predios.

Si ha habido un hecho que ha llenado las páginas de los medios estos días ha sido la “salida de un peculiar armario”, quizá el del lujo contradictorio, de monseñor Charamsa, oficial de la Congregación para la Doctrina de la fe y profesor en la Universidad Gregoriana de Roma. Una noticia que sin duda ha dado que hablar. También en la cafetería de mi Facultad.

En la prensa italiana, en el diario Avvenire, me he encontrado con un excelente artículo de su director, Marco Tarquinio, que a su vez responde al género tan usual en la prensa Italia, -quizá desde la cátedra del maestro Montanelli– de respuesta a las cartas de los lectores. Uno de ellos escribía al director de ese periódico lo que le decía su madre: “Hijo mío, los estudios, sin fe, no sirven para nada””.

Se refería a los estudios de teología. Conozco a un obispo español que cuando le dijo a su madre que le acababan de comunicar que se iba a estudiar teología moral a Roma, ésta le pidió que nunca se olvidara de la fe de su abuela.

Marco Tarquinio señala en su texto que la Iglesia nos enseña a proclamar el amor que se convierte en respeto hacia toda persona, sea cual sea su condición. Un respeto sin excepciones. Cuando hablamos de Iglesia, hablamos de toda la Iglesia, desde el Papa a tantos padres en sus familias, sacerdotes, religiosos, religiosas. El Catecismo de la Iglesia Católica, cuando habla de la homosexualidad, enseña el camino de palabras como respeto, delicadeza, compasión, que significa capacidad de sentir la situación el otro.

Oír decir a un sacerdote que la Iglesia mantiene una actitud homofóbica, decirlo con toda la pompa del aparato mediático, con fotografías sacadas de la estética de anuncios de moda masculina, me parece irreal, y dice mucho del mundo de ficción de ciertos contexto de vida. El espectáculo es mala compañía para la expresión vital de la verdad. El contraste entre la imagen de una Iglesia supuestamente homofóbica, que no entiende y persigue a los homosexuales, y la realidad que vivimos en el día de la comunidad cristiana, que se expresa en la infinita misericordia, es de una distancia infinita, sideral. Lo oído y visto estos días no puede ser más que un slogan intencional de una campaña a la que, con todo mi respeto, se presta quien la pone en marcha.

El franciscano testimonio hacia las personas homosexuales pasa, en la vida de la iglesia, por la compañía de las personas, sea cual sea su condición. La compañía no significa la legitimación del gay friendly, ni la adhesión políticamente correcta a las reivindicaciones del asociacionismo de la Ligas de gays, lesbianas, transexuales y homosexuales.

No nos engañemos. La cuestión no es la homosexualidad solo. La cuestión es también el celibato. Si la Iglesia ha propuesto para las personas homosexuales un forma exigente, la castidad, la ha acompañado de la invitación a la libertad en sus decisiones y opciones vitales. Libertad y gracia, una conjugación perfecta.

Libertad que tienen, y van a tener los padres sinodales, por más que este anuncio se produzca en las primeras vísperas de un apasionante sínodo sobre la familia.

Hay mezclas que siguen siendo explosivas. Lo siento por los licurgos de las ceremonias de la confusión contemporáneas.

 

José Francisco Serrano Oceja